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sábado, febrero 13, 2010
otro adios y van....
Hoy 12 de Febrero buscando en internet un libro para comprar me entere que hace una año murio uno de mis escritores favoritos y de cabecera, Johannes Mario Simmel (1924-2009).
Los que me conocen bien saben que este tipo de desapariciones me entristece mucho, porque con la ida (no quiero llamar muerte) de un escritor la humanidad pierde un valor mas y van....
Quiero recordar de los libros de Simmel todo eso tan positivo que tenia y la narrativa aunque traducida del aleman a uno lo hacia vivr en esa historia.
Cuantas horas y horas de mi vida dedique a disfrutar sus libros y eso no tiene precio, lagrimas, sonrisas, noches sin cenas por terminar un capitulo y hasta fines de semana encerrado por terminar un libro suyo.
Por todo esto gracias Simmel, se que ni sabias de mi existencia, pero el haberte tomado la vida para que los demas puedan disfrutar de algo tan preciado como un libro denota de que fuiste de esas personas irremplazables como los otros que "estan escribiendo" seguramente en el paraiso de los lectores (vinicius / benedetti / lamartine / etc....)
jueves, febrero 11, 2010
Redactada y editada por el C.C. del PCE(M-L)
julio de 1979
CAPITULO II EN EL PARTIDO BOLCHEVIQUE
CAPITULO III
CAPITULO IV STALIN, COMISARIO PARA LAS NACIONALIDADES
CAPITULO V EL SOCIALISMO EN UN SOLO PAÍS
CAPITULO VI LA II GUERRA MUNDIAL
El joven Stalin
En unos apuntes de viaje, escritos a finales de siglo pasado, Máximo Gorki describe así la pequeña ciudad de Gori:
"No se trata de un gran centro, parece uno de los muchos pueblos rusos; en el medio de la villa surge una alta colina encima de la cual se encuentra una fortaleza. En las laderas de la colina y a sus pies se encuentran diseminadas unas pequeñas chabolas y algunas casitas casi todas de piedra. Todo el pueblo tiene un color gris que da un tono de aislamiento y de reclusión. Sobre la ciudad un cielo de fuego, las aguas oscuras e impetuosas del Kura cerca de las casas, los montes no lejanos, en los cuales se abren con regularidad algunas cuevas -una ciudad de cavernas-; y aun más allá, en el horizonte -blancas nubes eternamente inmóviles- se encuentran los montes de la cadena principal, cubiertos de eternas nieves de plata".
Aquellas cuevas y aquellos "montes de plata" que rodeaban la pequeña villa campesina que surgía en la confluencia de dos ríos en un clima apacible y entre cultivos mediterráneos, habían constituido el último reducto de la fiera resistencia de los montañeses del Cáucaso, ante la conquista de sus tierras por el imperio zarista. Una resistencia casi individual, desorganizada y no política, cuyos líderes, medio caudillos del pueblo y medio bandoleros, habían sido exterminados por una feroz represión. Sus hazañas, agigantadas por la fantasía popular, constituían a comienzos del siglo, la materia favorita de los relatos y cuentos de los escritores georgianos que a través de la literatura patriótica se esforzaban por dar contenido y continuidad al espíritu nacional.
Georgia había perdido su independencia a finales del siglo XVIII. Los monarcas georgianos y la aristocracia terrateniente del país no habían opuesto ninguna resistencia ante el imperio zarista. Presionados por sus poderosos vecinos, turcos, persas y rusos, habían decidido vender su propia independencia a quien les garantizara la permanencia de sus propios privilegios, la feroz explotación de sus siervos y el mantenimiento de su religión oscurantista. Por ello la resistencia de estas clases había sida nula o, cuanto menos, muy débil. El movimiento antiruso de la nobleza "no dejó ningún rastro notable en la vida de los georgianos y no pudo enorgullecerse por ningún hecho, si se excluyen algunas conjuras de nobles georgianos en contra de los gobernadores rusos del Cáucaso". Por ello el movimiento nacional georgiano adquirió más tarde un tinte claramente burgués, cuando la joven burguesía de la región vio en las mercancías y en los capitales "extranjeros" una traba para su desarrollo.
Pero también el movimiento nacionalista-burgués de Georgia resultó ser extremadamente débil y sus frutos se manifestaron más en el terreno cultural y literario que en el plano político y de la lucha. Como el mismo Stalin observará más tarde, el hecho de que la anexión de Georgia a Rusia no hubiera traído ningún cambio notable en la condición de los campesinos y hubiera dejado en el poder a los viejos amos, hizo que el movimiento campesino no adquiriera un matiz nacionalista y mantuviera sus viejas formas. Además la misma burguesía georgiana, cuyo desarrollo incipiente se había producido al amparo de las inversiones "extranjeras" del capital que pretendía combatir, veía apagados sus ardores nacionalistas por unos lazos económicos que, aun impidiéndole un pleno desarrollo e independencia, le garantizaban un mínimo de negocios y de actividad económica.
Es preciso considerar además que las inversiones de capital en la región -imponentes en algunos casos- habían determinado un desarrollo del proletariado industrial que rebasaba en mucho los angostos límites de la burguesía local. Los intentos de la burguesía georgiana por situar al movimiento obrero en la orbita nacionalista fracasaron muy pronto, al aparecer, en el proletariado industrial de la región, los primeros brotes socialistas e internacionalistas.
La Georgia de finales del siglo, que muchos biógrafos de Stalin, ansiosos de proyectar una luz gris sobre la figura del gran revolucionario, nos pintan como un rincón perdido y casi provinciano del gran imperio de los zares, era en realidad un país en plena transformación y desarrollo, aún dentro de su atraso.
Tiflis, la capital, era una ciudad de 200.000 habitantes con numerosas fábricas, que empleaban cerca de 25.000 trabajadores. Se trataba, por lo general, de empresas medianas y pequeñas. En 1900 las empresas comerciales, industriales y de crédito en Tiflis eran aproximadamente 5.000 con un capital de cerca de 60 millones de rublos.
El pulmón de este importante desarrollo económico se encontraba, sin embargo, en Bakú. En Bakú los capitalistas rusos y extranjeros habían realizado importantes inversiones en la industria del petróleo. Los campos petrolíferos de Bakú eran lo más importantes del mundo y 1a poderosa familia de los Rothschild se había apoderado de esta inmensa riqueza. En Bakú, además de los pozos se encontraban numerosas grandes fábricas y un proletariado industrial moderno y concentrado. Estos modernos complejos industriales se encontraban en el centro de una importantísima red de comunicaciones. Había numerosos obreros del ferrocarril (los primeros pesos de Stalin como dirigente revolucionario fueron en este sector) y un oleoducto que conectaba Bakú con el puerto de Batum a través del cual se establecían las comunicaciones con los más importantes puertos extranjeros. Existían además unes importantes minas de manganeso en Cjatury (5.000 obreros en 1900) y de carbón en Tkribuli.
Si la conquista de Georgia por parte del imperio ruso había dejado prácticamente sin modificar las condiciones de vida de las grandes masas campesinas, grandes cambios se produjeron al aparecer los primeros síntomas de desarrollo industrial producidos por las inversiones de capital extranjero. La liberación de los siervos, que se produjo en Georgia con algunos años de retraso con respecto al resto de Rusia, tuvo el objeto de liberar grandes cantidades de mano de obra barata para la industria de la capital. Este proceso fue advertido profundamente en el mundo campesino del cual procedía la familia de Stalin. El padre, Vissarion Dzugasvili, un ex-siervo liberado, procedente de un pueblo cercano a Gori, tuvo que trasladarse a Tiflis a, una fábrica de pieles. En la capital conoció a Ekaterina Geladze, la madre de Stalin, de la cual tuvo varios hijos, de los cuales Stalin fue el único que llegó a la edad adulta. También Ekaterina había sido sierva de la gleba y había tenido que emigrar a la ciudad. Después de una temporada como obrero en la ciudad, Vissarion, con unos pocos ahorros, volvió a Gori en donde abrió una zapatería en su propia casa. Aquí el 21 de diciembre de 1879 nació Stalin. En 1885 tras fracasar en, su intento de mantener una actividad independiente, el padre de Stalin tuvo que volver a Tiflis como obrero, dejando a su mujer y a su hijo en el pueblo. Ekaterina contribuía al mantenimiento de la familia lavando ropa.
Estas vicisitudes, abandono de la tierra, miseria, búsqueda de un salario en la fábrica, pérdida del trabajo y paro, separaciones de la familia, muerte de los hijos, representan situaciones típicas de la primera fase industrial, en la cual imponentes masas de hombres se encontraban separados de sus ocupaciones tradicionales, sumidos en la inseguridad, entre la fábrica y la tierra, viviendo pobremente y con un futuro inseguro. Podemos decir que Stalin en su propia familia y durante toda su infancia, vivió la experiencia dramática del proletariado en formación de su patria.
Entre los padres de Stalin, surgieron contradicciones de cara a la educación del niño. Vissarion, teniendo en cuenta la situación extremadamente difícil de la familia, quería que éste trabajase. Pero Ekaterina se hacia muchas ilusiones acerca de las posibilidades de que su hijo pudiera tener un destino menos duro que el de sus padres. Todos los contemporáneos nos pintan al pequeño Stalin como a un niño muy inteligente y vivo. El cura del pueblo se había fijado en él y había convencido a Ekaterina de que con algunos sacrificios y alguna ayuda habría podido estudiar para cura. La madre, una mujer enérgica y sensible, supo imponerse al padre y peleó duramente para la realización de su objetivo. Así en 1888 logró que José ingresara en la escuela parroquial de Gori. El niño consciente de los sacrificios que ello suponía para sus padres, se dedicó apasionadamente al estudio y obtuvo un subsidio del ayuntamiento para su familia. Así, en 1894, a los catorce años, obtuvo un premio y, cosa absolutamente excepcional para un hijo de campesino, superó los exámenes para ingresar en el seminario teológico de Tiflis.
En la escuela, Stalin tuvo un primer contacto con la opresión de su pueblo, que ya, en su familia, había vivido en su dimensión cotidiana, en sus aspectos más profundos, de tipo político.
Cuando ingresó en la escuela la enseñanza era en lengua georgiana. El georgiano era la única lengua que él hablaba, y la única que jamás llegarán a hablar sus padres. Pero al segundo año llegaron funcionarios rusos y la lengua georgiana fue prohibida. Por el simple hecho de hablar en su lengua los niños sufrían duros castigos. Los funcionarios rusos actuaban con despotismo y manifestaban el más absoluto desprecio para Georgia y para su pueblo. Entre los jóvenes se difundió rápidamente el espíritu de rebelión y tuvo gran auge la literatura patriótica en lengua georgiana. Una de las primeras lecturas de Stalin fue la novela "El parricidio" del escritor Aleksander Kazbegi, en la cual se relataba la resistencia de los montañeses de Georgia contra los rusos. El protagonista de la novela se llamaba Koba. Esta lectura tuvo que impresionar fuertemente su fantasía de niño. Más tarde "Koba" seria su primer nombre de guerra.
En el mes de febrero de 1892 los funcionarios rusos de la escuela condujeron a los niños a asistir en la plaza de Gori a la ejecución de tres campesinos. Máximo Gorki, que por casualidad se encontró asistiendo a aquella misma ejecución, nos ha dejado una descripción del fiero comportamiento de los campesinos y del "rostro inexpresivo, como si fueran de madera" de los soldados que los ejecutaban. Un ex-alumno de la escuela, P. Kapanadze, recuerda como los niños estallaron a llorar ante el bárbaro espectáculo, y como aquel episodio fue motivo de grandes discusiones entre ellos en los años siguientes. Todos ellos contrariamente a lo deseado por sus "educadores" se identificaron con aquellos "bandidos" y no con sus asesinos.
El seminario teológico de Tiflis era por aquel entonces la única institución de enseñanza superior de Georgia. El zarismo, consciente del hecho de que el foco del movimiento nacionalista se encontraba en los ambientes intelectuales y literarios, siempre se había opuesto a que en Georgia surgieran instituciones universitarias, aunque fuera de lengua rusa. Por ello, al seminario de Tiflis no acudían solamente los futuros curas ortodoxos sino toda la juventud georgiana, esencialmente de la mediana y pequeña burguesía, que quería alcanzar un nivel de instrucción superior y que no tenía medios para acudir a las universidades de San Petersburgo, Moscú, etc. El mismo Stalin, como observara mas tarde, en el momento de ingresar en el seminario, ya no tenía ninguna ilusión de tipo religioso.
El carácter particularmente oscurantista y reaccionario de la enseñanza propia de un seminario, no podía dejar de suscitar la resistencia de unos jóvenes que en su mayor parte acudían allí movidos por intereses no religiosos. Esto explica que la lista de ex-alumnos del seminario teológico de Tiflis comprende a la inmensa mayoría de las figuras destacadas del movimiento revolucionario y político georgiano de la época. En primer lugar a Noah Zordana, futuro líder del menchevismo de la región y dirigente del PSDOR en oposición a Lenin, que había estudiado en el seminario unos diez años antes que Stalin. En 1892 Zordana había fundado el Messame Dasi ("El Tercer Grupo", llamado así para distinguirle de los anteriores movimientos de corte liberal y populista), de tendencia socialista, del cual Stalin formaría parte. Exiliado Zordana había colaborado en el extranjero Con Kautsky y Plejanov, lo cual a su vuelta le acarrearía un gran prestigio en los círculos de jóvenes. Otra figura destacada que estudio en el seminario seria Cheidze, futuro presidente de las Soviets entre febrero y octubre de 1917 en la etapa en que los Soviets estaban aún dominados par los mencheviques, En el seminario estudiaron la mayoría de los lideres de la izquierda socialdemócrata georgiana (que formaría mas tarde el núcleo del bolchevismo en la región): en primer lugar Stalin, pero también los hermanos Lado y Vano Ketschoveli, Macharadze, Micha Tshakaja y otros jóvenes.
De estos últimos la figura más destacada es sin duda aparte de Stalin, la de Lado Ketschoveli. Este, un poco mayor que Stalin, había encabezado en 1893 une revuelta en el seminario, pidiendo la expulsión de algunos enseñantes y la creación de una cátedra en lengua georgiana Lado fue expulsado junto con otros 86 estudiantes. Este episodio reunía muchos antecedentes en el seminario de Tiflis. Ya, hacia 1870, había habido revuelcas, expulsiones, círculos clandestinos populistas. En 1885 el estudiante Sylvester Dzjbladze (otro futuro dirigente del Messame Dasi) abofeteó al rector, un ruso que había definido el georgiano como una "lengua para perros". En 1886 otro estudiante mataría a éste mismo rector.
Coma vemos, el clima que Stalin encontró en el seminario no era un clima apacible, sino mas bien un clima de lucha, de revuelta. Coma observa su ex-compañero de escuela parroquial y futuro compañero de lucha V. Ketschoveli "cada uno de nosotros, al dejar la escuela; se sentía animado por el mas vivo deseo de servir a la patria. Pero nadie tenia una idea muy clara de la manera en que seria posible servirla". Estos sentimientos, surgidos de la experiencia de la represión en la escuela y de los primeros contactos con la literatura nacional, en el seminario fueron precisándose en el contexto políticamente más desarrollado y en una edad más adulta.
A los quince años Stalin entró en contacto con los grupos de exiliados socialdemócratas que se encontraban en el Cáucaso. Es a partir de estos primeros contactos cuando Stalin comenzó a acercarse al marxismo según él mismo declarara años más tarde en el curso de una entrevista al escritor Emil Ludwig. En el Cáucaso, como en Siberia, el zarismo solía deportar a numerosos opositores políticos. En 1825 un regimiento entero de "decabristas" había sido deportado a la región. Mas tarde la misma suerte había tocado a numerosos populistas. Estos exiliados habían contribuido muchísimo al desarrollo de las tendencias antizaristas en Georgia. Hacia finales del siglo comenzaron a aparecer en la zona algunos deportados socialdemócratas.
No sabemos con quiénes concretamente Stalin estableció contactos en esta época. Sin duda se encontraban entonces deportados en la región Michail Kalnin y el obrero petesburgués Sergej Alliluiev que mas tarde sería su suegro.
Las nuevas perspectivas abiertas por estas relaciones le hicieron aun más insoportable la atmósfera del seminario. La enseñanza tenía un signo absolutamente oscurantista. Las materias de estudio se centraban esencialmente en la teología y en las asignaturas religiosas. Stalin comenzó a abandonar el estudio de todo aquello que no le atraía y a centrarse en sus nuevas inquietudes. Pero ello no era fácil. La represión de los curas abarcaba todos los aspectos de la vida de los seminaristas. Stalin definiría más tarde el clima en que se vivía como humillante.
G. Glurgidze, compañero suyo, recuerda: "Algunas veces leíamos incluso en la capilla, durante la misa, escondiendo los libros debajo de los bancos. Naturalmente debíamos de tener muchos cuidados para que los maestros no nos sorprendieran. Los libros eran los amigos inseparables de José, no los abandonaba ni siquiera durante las comidas".
Los libros de anotaciones del seminario están llenos de referencias a las lecturas clandestinas de José y a los castigos que sufría por ello. "Dugasvili tiene un carnet de la librería económica en la cual se abastece de libros prestados. Le he secuestrado hoy Los trabajadores del mar de Hugo en el cual he encontrado el carnet en cuestión". En otra anotación: "A las once de la noche he secuestrado a Josif Dugasvili La evolución literaria de las naciones de Letourneau... Dugasvili ha sido sorprendido leyéndolo en 1os escalones de la capilla. Es la treceava vez que éste estudiante ha sido sorprendido leyendo libros de la biblioteca económica". El castigo siempre es el mismo: "Encerrarle en celdas de castigo para un largo periodo".
Stalin tomaba prestados los libros en la biblioteca pública de la calle Kirocnaia. De las anotaciones del seminario podemos hacernos una idea de sus lecturas en esta época. En el seminario circulaba una edición manuscrita del I tomo del Capital, "El manifestó Comunista" de Marx y Engels, "La situación de la clase obrera" de Engels, la "Contribución a la cuestión del desarrollo de la concepción monista de la historia", de Plejanov. Una gran impresión y numerosas discusiones había suscitado la obra de Lenin en contra del populismo "Quiénes son los amigos del pueblo..." Stalin había leído también a Darwin, a los economistas clásicos (Smith, Ricardo, etc.) a todos los novelistas clásicos rusos y georgianos y a muchos de los extranjeros.
Sus primeros pasos como escritor fueron en el terreno literario más que en el político. En 1895 aparecen en la revista "Iberia", una publicación prestigiosa dirigida por el escritor Ilia Ciavciavadze, algunos poemas suyos:
"Y sepas: quien cayó como polvo sobre la tierra, quien fue oprimido algún día, se levantará más arriba de las grandes montañas sobre las alas de una luminosa esperanza"
Se trata de los versos de un joven (16 años) poeta revolucionario. Versos que no debieron parecer de mala calidad a los críticos georgianos de la época, pues en 1901 y en 1907 los encontramos comprendidos en dos antologías de poetas georgianos contemporáneos del crítico M. Kelengesidze.
Sin embargo muy pronto sus inquietudes serán eminentemente políticas. En ésta época se ha convertido en el principal dirigente de la lucha en el seminario. Pero tanto la actividad literaria como la política estudiantil le parecen límites demasiado angostos en las nuevas perspectivas que el marxismo le ha abierto. Por otra parte tiene conciencia de que muy difícilmente logrará terminar sus estudios.
Estando en el seminario ya se había adherido al Messame Dasi, y por cuenta de este círculo socialdemócrata actuaba entre los estudiantes.
En aquella época el Messame Dasi estaba dominado por la personalidad de Zordana, un típico "marxista legal" que había organizado su círculo según los cánones típicos de la época. Se trataba de un círculo amplio, sin una disciplina interna definida, que se movía alrededor de la figura de su jefe y de un periódico legal (en este caso el "Kvali"). Los pertenecientes a la organización eran por lo general intelectuales y obreros que se dedicaban principalmente al estudio del marxismo y a una actividad política sin un signo claramente definido, es decir sin una táctica y una estrategia claramente establecidas. Estos círculos solían tener escasas relaciones entre si al nivel del conjunto de Rusia, y escasos eran también los lazos con el movimiento obrero, que se limitaban a la captación de algunos elementos más avanzados de cara a los cuales se realizaba una labor de adoctrinamiento. Tampoco existía, por lo tanto, una clara política de cara al conjunto de le masa obrera.
Aun dentro de este primitivismo, los círculos habían sido la forma específica a través de la cual el marxismo ha dado sus primeros pasos en las fábricas y en las provincias del imperio. El Messame Dasi era "el circulo" de Georgia y uno de los más conocidos de toda Rusia.
Como hemos visto, Stalin, aún antes de ser expulsado del seminario, había madurado la idea de dedicarse a una actividad política en el exterior y en particular entre la clase obrera. Por ello pidió un encuentro con Zordana y le manifestó su intención de abandonar el seminario. Zordana le examino rápidamente y sentenció que le encontraba aun poco preparado por lo cual le aconsejo seguir en el seminario para continuar "estudiando" y "preparándose" para ser revolucionario. Tres meses después un colaborador de Zordana comunicaba a éste que Stalin ya trabajaba entre los obreros del ferrocarril y que hacía propaganda no solamente en contra del zarismo sino también "en contra de nosotros".
En 1899, tal y como había previsto, Stalin seria expulsado del seminario, tras encabezar una enésima protesta.
Se gana la vida dando clases y más tarde como empleado en el observatorio de Tiflis. Un año antes había comenzado a actuar entre los ferroviarios. En un principio su actividad parece no apartarse en mucho de los esquemas tradicionales de los círculos. A los obreros del ferrocarril daba pequeñas clases sobre distintos temas. Un compañero suyo de entonces recuerda: "el camarada Soso conocía perfectamente la historia del movimiento obrero en occidente, la doctrina de la socialdemocracia y sus conversaciones interesaban profundamente a los obreros. Mientras hablaba consultaba un cuaderno de apuntes o simplemente algunas hojas cubiertas por una letra diminuta. Las reuniones se realizaban al atardecer y el domingo íbamos andando por la ciudad en pequeños grupos de cinco o diez y así estudiábamos". Pero muy pronto Stalin comenzó a esforzarse por sacar la actividad del círculo de este marco estrecho. Como ya hemos visto a Zordana habían llegado voces de que Stalin estaba haciendo propaganda en contra de él. En realidad en el Messame Dasi existía un grupo de izquierdas del cual Stalin formaba parte. Integraban este grupo algunos jóvenes entre los cuales los más destacados, además de Stalin, eran los hermanos Ketschoveli, de los cuales ya hemos hablado. Michail Tshakaja y Aleksandr Tsulukidze Tshakaja, uno de los estudiantes expulsados del seminario en 1866, hijo de un cura, más tarde seria amigo de Lenin, miembro del Comité Central bolchevique y presidente de la Georgia soviética. Tsulukidze era el ultimo descendiente de une familia de príncipes georgianos. Había ingresado en el movimiento revolucionario en 1895 y era el único del grupo que había estudiado en la universidad de Moscú. Era uno de los poquísimos georgianos que había leído todo el Capital de Marx y seria mas tarde el autor de importantes obras teóricas. De salud muy precaria, moriría joven durante la revolución de 1905 siendo un destacado dirigente bolchevique.
Cuales eran los planteamientos de este pequeño grupo de izquierda dentro del Messame Dasi? Los jóvenes criticaban a Zordana sosteniendo la necesidad de crear un periódico clandestino para los obreros que planteara abiertamente las principales cuestiones políticas. Ellos pensaban que el periódico legal del Messame Dasi, el "Kvali", debido a la censura zarista no podía plantear las cuestiones políticas más esenciales. Además opinaban que limitar la actividad al estudio no bastaba y que en las condiciones de desarrollo que iba adquiriendo el movimiento reivindicativo de la clase obrera, era necesario encabezar ese movimiento y tomar iniciativas políticas más audaces en la lucha en contra del zarismo, como la organización de manifestaciones de masas. Zordana se opuso a estos proyectos.
Stalin y Ketschoveli se esforzaron por convencerle sobre la cuestión del periódico ilegal, pero sin éxito. Trataron entonces de actuar por su cuenta, y de crear un periódico de la izquierda, pero sus repetidos intentos entre 1898 y 1900 fracasaron.
La izquierda, sin embargo, obtuvo algunos éxitos. Se difundieron muchas octavillas en las fabricas, de carácter abiertamente político, cosa que no tenia precedentes en la actividad anterior del Messame Dasi y sobre todo el Primero de Mayo de 1900 el grupo de la izquierda logró organizar una primera manifestación de masas: unos quinientos obreros se reunieron en la periferia de Tiflis con banderas rojas y algunos retratos de Marx y de Engels. Stalin pronunció allí su primer discurso en público.
De estas primeras polémicas con la derecha socialdemócrata georgiana, quedan algunos rastros en los primeros escritos de Stalin que aparecen en sus obras completas. En su editorial de presentación del periódico "Brdzola" se lee: "seria un grave error a nuestro juicio que los obreros pensaran que un periódico legal de cualquier tendencia y en cualquier condición que se publicara, pueda expresar sus intereses de obreros... Todo un enjambre de funcionarios, llamados censores, se ocupa de esta prensa y la sigue con atención recurriendo a la tinta roja y a las tijeras todas las veces que a través de un hueco se abre camino un pequeño rayo de verdad". En otro articulo escrito en el número siguiente del mismo periódico, se encuentra una apasionada defensa del papel político de las manifestaciones de masas.
En el mes de agosto de 1900, llega a Tiflis Viktor Kurnatovikij, amigo personal y enviado de Lenin. Lenin había hablado con él en diferentes ocasiones durante su exilio en Siberia. Sabemos por las memorias de N. Krupskaya que Lenin se desplazó expresamente a Tess, en donde Kurnatovskij trabajaba en una fábrica de azúcar, para verle, y sabemos también que en Tess es donde tuvo lugar la famosa reunión de los exiliados partidarios de Lenin en el curso de la cual se aprobó el documento en contra del "Credo" economicista, En Siberia, Lenin, que en la época anterior al exilio había adquirido una importantísima experiencia como dirigente de la "Unión de lucha" de San Petersburgo, había perfilado las líneas generales de un plan de acción para llegar a la creación de un auténtico partido obrero revolucionario. En 1898 cuando Lenin ya se encontraba en el exilio, había tenido lugar en Minsk el primer Congreso del POSDR. Pero todos los asistentes fueron detenidos inmediatamente después del Congreso. La creación del Partido había resultado ser puramente formal, no se había creado un núcleo dirigente estable y reconocido, no se habían fundido todos los círculos, que habían mantenido más o menos su estructura anterior, ni siquiera se había establecido una tendencia uniforme política e ideológica dentro del Partido. En este último aspecto había una cuestión que preocupaba profundamente a Lenin: la cuestión del economicismo. Esta tendencia había aparecido en la misma San Petersburgo, después de la marcha de Lenin, en la "Unión de lucha". Sus seguidores, partidarios del socialdemócrata alemán Berstein, negaban todo valor a la lucha política y afirmaban que los socialdemócratas debían de preocuparse sobre todo de impulsar la lucha económica de los trabajadores. En las condiciones de Rusia ello significaba abstenerse de toda propaganda entre los obreros en contra de la autocracia zarista. La lucha democrática venia a ser así, según los economicistas, el monopolio de la burguesía liberal cuyo programa democrático debía ser aceptado integralmente por la socialdemocracia.
Lenin estaba totalmente en contra de estas posturas. Opinaba que el Partido socialdemócrata debía constituirse sobre la base de una clara plataforma ideológica contraria al economicismo. Por ello en Siberia había llegado a la conclusión de que la convocatoria inmediata de un nuevo congreso del Partido era prematura y que era necesario realizar previamente en toda Rusia una campaña en contra del economicismo. El instrumento de esta campaña debía de ser un periódico ilegal redactado en el extranjero y distribuido en toda Rusia. La red clandestina de imprenta, difusión, distribución y colaboradores para el periódico, se convertiría en un poderoso, instrumento de unificación de todos los círculos socialdemócratas del país y en el embrión organizativo del nuevo Partido. Para ello, Lenin contaba con la colaboración de Plejanov, el más eminente de los teóricos marxistas rusos que vivía por aquel entonces en Ginebra. Lenin estimaba tan esencial su proyecto, que renunció a evadirse de Siberia, pensando que necesitaría algunos meses de actividad legal en Rusia para establecer contactos con los distintos círculos antes de marcharse para el extranjero. Viktor Kurnatovkij fue uno de los revolucionarios desterrados que se ofrecieron para ayudarle en esta tarea. Así fue como en agosto de 1901 al mismo tiempo que Lenin salía para Suiza, V. Kurnatovkij se dirigía a Tiflis para encontrar en Georgia apoyo para la iniciativa de Lenin.
En Tiflis, Kurnatovkij, supo que un grupo de jóvenes revolucionarios llevaba ya dos años esforzándose por crear un periódico obrero clandestino, y tomó contactos con ellos. La presencia del enviado de Lenin abrió nuevas perspectivas a los jóvenes del Messame Dasi. Sus contradicciones con Zordana se situaron de inmediato en el marco de los problemas más amplios del movimiento socialdemócrata de toda Rusia. No se trataba de que Zordana tuviera, él personalmente, una visión estrecha de las cuestiones de propaganda y de los métodos de lucha, ni de un problema puramente georgiano. Se trataba de superar viejos esquemas ligados a la época de los círculos y acabar con el método de los círculos en si para llegar a la formación de un Partido para toda Rusia. Se trataba también de derrotar las concepciones, de las cuales Zordana era un exponente, que ponían trabas a esta tarea. Kurnatovkij apoyó la tendencia, que ya se había manifestado entre los jóvenes, a actuar por su propia cuenta, haciendo caso omiso de los dirigentes del Messame Dasi. También les dio importantes indicaciones de cara a la creación de la imprenta clandestina que necesitaban para el periódico. El error había sido el tratar de crearla en Tiflis, centro eminentemente burocrático y comercial. La imprenta debía de crearse en Bakú, donde se encontraban las grandes fábricas y en donde más fácilmente se encontrarían los elementos dispuestos a hacerse cargo de su funcionamiento. Se decidió que Lado Ketschoveli se marchara a Bakú para solucionar este problema. Stalin permaneció en Tiflis para resolver la cuestión financiera. Kurnatovkij apoyo también la línea de ir realizando manifestaciones de masas en contra del zarismo. Esta línea iba claramente en contra del economicismo, sacaba a los obreros de las fábricas y del marco estrecho de sus problemas cotidianos, dándoles perspectivas políticas y haciéndoles participar plenamente en la lucha por la democracia. Kurnatovkij les alentó a tener aún más audacia en este terreno. No ya manifestaciones en la periferia de la ciudad, como la del 1 de Mayo anterior a su llegada, sino manifestaciones en el centro mismo, sin temor de la represión policíaca y de las iras de Zordana y de sus seguidores. La octavilla redactada de cara al Primero de Mayo de 1901 expresa ya este estilo más audaz, más combativo "Los trabajadores han decidido celebrar el Primero de Mayo abiertamente, en las calles de Tiflis. Y manifiestan decididamente a las autoridades que el látigo y los sables de los cosacos, la tortura de la policía y de los gendarmes ya no son suficientes para llenarles de terror".
Podemos decir que la Llegada del Viktor Kurnatovkij trajo a los jóvenes del Messame Dasi la perspectiva leninista. Ellos ya habían planteado los problemas que por aquellos años Lenin iba resolviendo a escala de toda Rusia, en una perspectiva más estrecha, local. Esto explica el entusiasmo que despertó en ellos este primer contacto, indirecto, con Lenin. Lenin, un dirigente revolucionario ya de gran prestigio hablaba, con mayor claridad y rigor, su mismo lenguaje, les abría nuevos horizontes.
A mediados de 1901 Ketschoveli logró implantar la imprenta de Bakú. Se hizo él sólo una falsa autorización y con unos cuantos obreros de la ciudad la puso en marcha, El mes de marzo, en Tiflis, había sido detenido Viktor Kurnatovkij junto con otros camaradas. Stalin se libró de milagro: su habitación en el observatorio fue registrada pero él se encontraba ausente. A partir de ese momento y hasta la revolución de febrero de 1917 permanecerá casi interrumpidamente en la clandestinidad. Seguir sus movimientos, a partir de ahora, resulta a veces difícil.
La primera preocupación de Stalin, después de la caída de marzo, fue la de sacar adelante la manifestación del Primero de Mayo. Se realizó una inmensa propaganda en todas las fábricas de la capital. En la fecha fijada, cerca de dos mil trabajadores se reunieron en el Soldatskij Bazaar en el centro de Tiflis. Hubo violentos choques entre los cosacos y los manifestantes. Catorce de ellos fueron heridos y quince detenidos. La "Iskra" de Lenin escribía poco después: "Lo que ha sucedido en Tiflis... representa un hecho de importancia histórica para todo el Cáucaso: este día ha marcado el comienzo de un abierto movimiento revolucionario en el Cáucaso".
La imprenta de Bakú funcionaba estupendamente. En ella se editaba la Iskra de Lenin. También en ella se editaban manifiestos, obras de Marx, Engels y Lenin, folletos y otros materiales revolucionarios. El tiraje de algunas octavillas alcanzó los cien mil ejemplares. La imprenta, que era una de las mejor organizadas de toda Rusia, surtía de materiales clandestinos a otras regiones del país. Era conocida con el nombre clandestino de "Nina" y L. Ketschoveli como el "padre de Nina". Lenin, que estaba muy interesado en la marcha de la imprenta, incluso de los aspectos técnicos de la misma que presentaban particulares dificultades por lo insuficiente del equipo y la Complejidad del transporte de los materiales fuera del país, comunicaba con Ketschoveli a través de una correspondencia clandestina que se había establecido con el comité de Bakú y a través de las mismas columnas de "Iskra" en las cuales se podían leer "anuncios" como el siguiente: "Padre de Nina. Acuso recibo de su carta. Enviad una dirección para las cartas, la vieja ya no sirve" etc.
En la imprenta de Bakú se editaba también el "Brdzola" un periódico en lengua georgiana cuya publicación se había decidido ya en la fase de planificación de la imprenta.
La "Iskra" era insuficiente, debido al desconocimiento de la lengua rusa por parte de muchos georgianos. Este enfoque resulta claramente de la lectura del editorial de presentación del periódico en el cual se explica que el "Brdzola" no debía de entenderse como un órgano puramente local, lino como un periódico que, en lengua georgiana, abordara las cuestiones generales del movimiento ruso. Este editorial, ya citado, fue redactado por Stalin.
Sobre Stalin recaía de una manera particular la responsabilidad de esta publicación de la cual salieron solamente cuatro números (los últimos dos mientras Stalin y Ketschoveli se encontraban en la cárcel), entre septiembre de 1901 y diciembre de 1902. A pesar de esta aparición irregular el "Brdzola" desempeño un papel importantísimo, pues contribuyó a la difusión en lengua georgiana, es decir, entre sectores de masas muy amplios, de los planteamientos leninistas sobre el Partido, de la polémica en contra del economicismo, y defendiendo la necesidad de la alianza obrero-campesina, que los "teóricos" del Messame Dasi negaban.
La imprenta de Bakú siguió funcionando mucho tiempo después que sus fundadores hubieran sido muertos o encarcelados. La policía zarista, que detectó muy pronto la presencia de la imprenta, orientó sus investigaciones hacia S. Petersburgo, pues no podía imaginarse que una instalación de tales dimensiones pudiera haberse establecido en Georgia y que desde allí se sacaran materiales al resto de Rusia. Se suponía que sucediese más bien lo contrario, es decir, que desde algún lugar de Rusia se enviaran materiales a Georgia. Pero el 31 de diciembre de 1901 la aduana de Bakú descubrió en el doble fondo de una caja procedente de un buque francés que había descargado en Batum, 19 clichés de la "lskra". Algún tiempo después fue capturado Ketschoveli. La policía le torturó durante meses, para que confesara el lugar en el cual se encontraba la imprenta. Pero Ketschoveli mantuvo el secreto hasta que el 30 de agosto de 1903 fue asesinado de un tiro en la cabeza. La "Nina" siguió funcionando durante años.
Todo el año de 1901 fue de intensas luchas obreras en Georgia. Las nuevas directrices y los nuevos métodos, dentro de una situación de crisis económica que afectaba a todo el país iban dando sus frutos. En este contexto el 11 de noviembre de 1901 tuvo lugar una conferencia de la organización socialdemócrata de Tiflis. Stalin entro a formar parte del Comité socialdemócrata de la ciudad. Pero Zordana estimó oportuno desembarazarse de él e hizo que a finales del mes se le enviara a Batum. En esa localidad, opinaba, Stalin encontraría dificultades.
La organización de Batum estaba dominada por Cheidze que "gobernaba" con métodos típicamente caciquiles. El resultado era que apenas se podía hablar de una verdadera organización. La ciudad (35.000 habitantes), aun siendo pequeña, constituía un importante centro industrial (numerosas refinerías, una planta de embotellamiento y dos manufacturas de tabaco) Cheidze actuaba en base a su criterio según el cual en un centro pequeño como Batum no era posible ninguna actividad clandestina y mucho menos la convocatoria de manifestaciones publicas. Stalin sostenía que la ciudad era un importante centro obrero y que, dentro de las dificultades existentes, había que basarse en este hecho. Pronto chocó con Cheidze y los suyos y se vio obligado a actuar por su cuenta. Tomó contacto personalmente con los líderes obreros de las principales fábricas y en poco tiempo la organización de Batum comenzó a tomar forma.
En una relación de la policía de aquella época se lee: "En otoño de 1901 el comité socialdemócrata de Tiflis ha enviado a Batum a uno de sus miembros, Josif Vissaronovic Dugasvili, ex alumno del sexto curso del seminario de Tiflis, con el encargo de realizar propaganda entre los obreros de las fábricas. Como resultado de la actuación de Dugasvili... han despuntado organizaciones socialdemócratas en todos los establecimientos de Batum".
Cheidze y su seguidor Ramisvili trataron de boicotear la labor de Stalin escribiendo cartas en contra de el al Comité de Tiflis. Pero no lograron detener su extraordinaria labor. En pocos meses Stalin creó varios círculos clandestinos, redactó octavillas, creó una pequeña imprenta clandestina, dirigió numerosas huelgas en las fábricas, creó una organización en el campo.
Sus compañeros nos lo describen moviéndose continuamente de un lugar para otro, buscando siempre un nuevo alojamiento en aquel pequeño centro, a menudo refugiándose en el campo, siempre llevándose detrás su pequeña imprenta (se vio obligado a imprimir octavillas hasta en un cementerio)
En marzo de 1902 logró organizar una huelga muy importante. La agitación comenzó por el despido de 389 obreros de la fábrica Rotschild. Los trabajadores declararon una huelga de solidaridad y 32 fueron detenidos. El 8 de marzo 600 trabajadores marchaban hacia la sede de la policía para pedir la liberación de sus compañeros. Todos fueron detenidos y encarcelados.
Los obreros de la ciudad organizaron una gran manifestación en las calles de Batum. Stalin marcha a la cabeza de los manifestantes. Las consignas de huelga se funden con los gritos en contra del zarismo. Inesperadamente la policía comenzó a disparar. Catorce obreros cayeron muertos, varias decenas fueron heridos.
A la manifestación de Batum, una de las más importantes de la historia del movimiento obrero georgiano, siguió una oleada de detenciones. El 5 de abril Stalin fue detenido en los alrededores de Batum.
En el Partido bolchevique
Stalin permaneció un año en la cárcel de Batum. Después fue trasladado al penal de Kutais, uno de los más terribles de Rusia. Finalmente, fue condenado al destierro, en Novaja Uda, Siberia.
El 5 de enero de 1904 huyó del destierro. Será la primera de una larga serie de fugas. En el mes de febrero ya se encuentra en el Cáucaso. Se estableció, en Batum y luego en Tiflis.
Mientras Stalin se encontraba en el destierro, a partir del 17 de julio de 1903, tuvo lugar el II Congreso del POSDR. Como hemos visto, la convocatoria de este II Congreso, según los planes de Lenin, debía marcar una nueva etapa, la derrota del economicismo y el nacimiento del nuevo partido revolucionario. La polémica por él desarrollada a través de la "Iskra" y en su famoso folleto ¿Qué hacer?" había poderosamente contribuido a un deslindamiento de campos. Todo el conjunto del trabajo de Lenin además, centrado en el periódico, había desarrollado alrededor del mismo una verdadera organización y un nuevo estilo de trabajo, había también debilitado muchísimo al economicismo.
Al reunirse en Bruselas los 43 delegados del congreso, había entre ellos solamente dos economicistas. Sin embargo, en la época inmediatamente anterior, habían estallado algunas contradicciones dentro de la misma redacción de "Iskra". En realidad siempre habían existido divergencias entre Lenin y Plejanov. Este, que había realizado una gran labor teórica en contra del populismo señalando el papel dirigente del proletariado en la revolución rusa (los populistas afirmaban que la revolución rusa seria una "revolución campesina") subvaloraba el papel del campesinado y sostenía que el aliado principal del proletariado estaba constituido por la burguesía liberal. En esto Plejanov tenia un punto de contacto con los economicistas, que corno hemos visto, afirmaban que la lucha en contra de la autocracia era asunto de la burguesía liberal, y que el proletariado no tenía papel autónomo en esta batalla.
En el curso del congreso estalló además una importantísima divergencia sobre la concepción del Partido. Martov, uno de los seis redactores de "Iskra", presentó un proyecto de redacción del artículo primero de los Estatutos del Partido que estaba en contradicción con las posiciones de Lenin. Martov quería que la militancia en el Partido se concediera también a personas que simpatizaban con su línea política aún no integrándose en ninguna organización del mismo. Lenin, que concebía el Partido como una organización de vanguardia, integrada por militantes revolucionarios, se opuso a la posición de Martov. Este hizo bloque con los economicistas, con los delegados del "Bund" y con Trotski. Plejanov se mantuvo del lado de Lenin, pero éste fue derrotado y Martov obtuvo la mayoría.
Pero después el congreso aprobó el programa del Partido redactado por Lenin. En cierto momento los delegados del "Bund' y los dos economicistas abandonaron las sesiones y los partidarios de Lenin se encontraron en mayoría. Los leninistas obtuvieron la mayoría en los organismos dirigentes del Partido (la redacción de "Iskra", el Comité Central y el Consejo del Partido), y a partir de ese momento fueron conocidos como bolcheviques (mayoritarios), mientras que los partidarios de Martov fueron conocidos como los mencheviques (minoritarios)
Martov, que había sido elegido para la redacción de "Iskra", rompiendo la disciplina del Partido, se negó a formar parte de la misma. El congreso había elegido para esta redacción, además de Martov, a Lenin y a Plejanov. Este último a las pocas semanas del congreso abandonó a Lenin y se pasó al lado de los mencheviques. Un proceso análogo se produjo dentro del Comité Central. Sucedió así que el Partido, cuyo congreso, había dado la mayoría a Lenin y había aprobado un programa leninista, se encontró dominado, en sus organismos dirigentes, por los adversarios de Lenin. La "Iskra" de cuya redacción Lenin se vio obligado a dimitir, se convirtió en un órgano antileninista. La actividad del Partido se vio paralizada y una división definitiva, con bases políticas e ideológicas irreconciliables, se abrió en el Partido socialdemócrata ruso.
A su vuelta de Siberia, Stalin se enteró de lo acontecido en el II Congreso y tome postura decididamente a favor de los bolcheviques. También mientras se encontraba en la cárcel, a comienzos de 1903, había tenido lugar el primer congreso de las organizaciones socialdemócratas del Cáucaso. Stalin había sido elegido miembro del Comité pese a hallarse ausente.
La tarea principal marcada por Lenin, en este momento, era la de crear las condiciones para llegar a la convocatoria de un tercer congreso que pusiera fin a la situación irregular que se había creado en el Partido. Se trataba de lograr que la mayor parte de los organismos locales se pronunciaran por los bolcheviques y en contra de los organismos dirigentes del POSDR que actuaban en contra de la línea marcada por el congreso.
En 1904, Zordana, a su vuelta del congreso en el cual había participado situándose del lado de los mencheviques, había logrado que la mayoría de los socialdemócratas de Tiflis se pronunciaran por el menchevismo. La situación era muy distinta en Bakú, en donde los obreros de las grandes fábricas se inclinaban mayoritariamente por los bolcheviques. Esta situación en Georgia se mantendría durante mucho tiempo. Años después, Stalin caracterizaría así la situación de las dos ciudades: "si Bakú es importante como centro de la industria petrolera, Tiflis puede considerarse importante solamente como centro cultural y comercial-administrativo. En Tiflis los obreros industriales no son más de 20.000, es decir, menos que los soldados y policías. El único gran establecimiento está constituido por los talleres de ferrocarril (cerca de 3.500 obreros) Las demás empresas cuentan 200, 100 y, en la mayoría, 40-20 obreros. Tiflis pulula literalmente de empresas comerciales a las cuales está ligado el proletariado del comercio... Lo que es obvio en Bakú adquiere claridad en Tiflis solamente después de largas discusiones: los discursos intransigentes de los bolcheviques se digieren con grandes dificultades". Esta caracterización de las dos ciudades principales de Georgia se mantendrá prácticamente hasta la revolución de Octubre.
Stalin se basó en la posición de fuerza de los bolcheviques en Bakú y en su particular posición de miembro del Comité de Transcaucasia para desarrollar una gran polémica en contra del menchevismo. Como miembro del Comité podía escribir en el órgano del mismo, "Proletariatis Brdzola", que se editaba en una imprenta que él mismo había creado en Alvabar.
En este periódico, en septiembre de 1904, aparece su primer artículo sobre la cuestión nacional. Es un artículo en el que se ataca las posiciones del "Bund", que en el II Congreso se había opuesto a Lenin, pretendiendo hacer del PSDOR un partido de estructura "federal", en el cual los proletarios de las distintas nacionalidades se organizaran de una forma independiente. En este articulo, Stalin aborda por primera vez algunas cuestiones que desarrollaría profundamente en una época posterior.
En enero de 1905 publica otro articulo en el cual sintetiza eficazmente las divergencias surgidas en el II Congreso sobre la cuestión del articulo primero de los Estatutos: "Hasta hoy nuestro Partido se asemejaba a una familia patriarcal y hospitalaria, dispuesta a acoger a todos los simpatizantes. Pero nuestro Partido, desde que se convirtió en una organización centralizada se ha despojado de su aspecto patriarcal, se ha convertido en una fortaleza, cuyas puertas no se abrirán más que a los que sean dignos de ello".
En el mes de mayo del mismo año publicó un folleto ("Brevemente sobre las divergencias en el Partido") que representa su primer trabajo de cierta envergadura. Este trabajo fue publicado en tres idiomas (georgiano, ruso y armenio) y fue alabado por Lenin en el órgano central del Partido. Todos estos escritos de Stalin contribuyeron a popularizar las posiciones de Lenin mantenidas en el II Congreso y a reforzar el movimiento de cara a la convocatoria de un III Congreso.
Stalin compaginó esta batalla con la lucha para organizar a los obreros en el Partido y para desarrollar su movimiento sindical. En diciembre de 1904, junto a Giaparidze, organizó una huelga de los obreros de Bakú que duró del 13 al 31 de ese mes. La lucha termino con un contrato colectivo entre los trabajadores y los industriales del petróleo. Se trataba de un hecho histórico: fue éste el primer contrato colectivo de la historia del movimiento obrero ruso. En el curso de esta huelga los bolcheviques tuvieron que pelear duramente contra una nueva organización sindical montada por la familia de los Sendrikov, unos hábiles demagogos que habían obtenido la confianza de ciertos sectores obreros. Los Sendrikov, que eran personas alejadas del movimiento socialdemócrata, acabaron obteniendo el apoyo de los mencheviques. En realidad la organización de los Sendrikov era una organización de tipo zubatovista, es decir, uno de los hábiles montajes sindicales del jefe de la policía política zarista, Zubatov, del mismo tipo de la creada en San Petersburgo por el cura ortodoxo Georgij Gapón.
Todos los acontecimientos que hemos relatado más arriba y en particular la lucha de cara al III Congreso, se desarrollan mientras la guerra ruso-japonesa está en curso y en vísperas de la revolución de 1905. Apenas Stalin conoció los acontecimientos de San Petersburgo (la masacre de 140 personas en el curso de la manifestación ante el Palacio de Invierno) y los acontecimientos políticos que siguieron, lanzó un llamamiento a los obreros del Cáucaso en el que les alertaba ante las posibles maniobras del Gobierno. Ante el inmenso movimiento de masas que se había desencadenado en todo el imperio, el zar vacilaba y hablaba tímidamente de reformas y concesiones. En su llamamiento, Stalin escribía:
"La autocracia zarista sitiada abandona como una serpiente, su vieja piel y mientras la Rusia descontenta se repara para el asalto decisivo deja (¡como si lo dejara!) el látigo y, vistiendo una piel de cordero anuncia una política de conciliación". El manifiesto seguía con las siguientes palabras:
“¡La autocracia nos tiende sin vergüenza sus manos ensangrentadas y nos aconseja la conciliación! Ella ha publicado cierto "decreto soberano" con el cual nos promete cierta "libertad"... ¡Viejos bandidos! ¡Piensan dar de comer con palabras a millones de proletarios rusos hambrientos!
Y concluía de esta manera:
“¡En vano los señores liberales se esfuerzan por salvar al tambaleante trono del zar! ¡En vano tienden su mano al zar para salvarle! Ellos tratan, con sus suplicas, de obtener de él una limosna y de inclinarle en favor de su "proyecto de Constitución" para abrirse, con alguna pequeña reforma, los caminos del poder político..."
La revolución de 1905 situó directamente las contradicciones entre bolcheviques y mencheviques en el terreno político. La cuestión de la actitud a asumir ante la burguesía liberal, es decir, la cuestión de la autonomía del proletariado en la revolución democrática, paso de ser una cuestión teórica y de principio a ser una cuestión táctica y política de alcance inmediato. ¿Qué actitud había que asumir ante las promesas y vacilaciones del zar? ¿Qué actitud había que asumir ante las vacilaciones de la burguesía liberal que manifestaba conformarse con las promesas y concesiones recortadas del zar?
Estas cuestiones se mezclaban y entrecruzaban con algunas otras de trascendental importancia. La revolución había sacado las diferentes organizaciones políticas de su forzosa clandestinidad y les permitía actuar ahora a la luz del sol. La lucha política no se realizaba ya en círculos reducidos y los distintos planteamientos no necesitaban cauces organizativos complejos para llegar a las amplias masas. La batalla política se realizaba en grandes mítines y debates públicos, en los cuales los principales líderes hablaban abiertamente. Se trataba en esta situación de modificar aceleradamente los métodos y el estilo de actuación del partido.
Había, por fin, otra cuestión de gran trascendencia: la de la lucha armada. Todo el movimiento de masas que se iba desarrollando en el curso de 1905, tendía irresistiblemente hacia la insurrección armada y se manifestaba en formas cada vez más violentas. Esto suponía la necesidad de ir organizando la lucha armada de las masas y de encauzarla por el justo camino.
En todas estas cuestiones, los mencheviques y los bolcheviques se veían abiertamente enfrentados. Los mencheviques se situaban a remolque de la burguesía liberal. Y ésta, por su parte, lejos de aprovechar la situación favorable para arreciar la lucha en contra del zarismo, se colocaba completamente en la órbita de sus maniobras, dando a entender que se estaba produciendo una evolución en "sentido liberal" de la autocracia. Cuando en el mes de octubre, con un manifiesto, el zar convocó la Primera Duma de Estado (un Parlamento puramente consultivo, ni siquiera elegido por sufragio universal y directo) los mencheviques comenzaron a difundir la idea de que "ya se había acabado la autocracia" y de que "ya existía democracia en Rusia", sobre esta base comenzaron a trabajar para desarmar a las masas.
M. Toroscelidzé, un bolchevique de Tiflis, recuerda así aquellos acontecimientos: "El día de la publicación del manifiesto se convocó un mitin en Nadzeladevi (Tiflis). Noé Ramisvili, un menchevique muy conocido, se encuentra en la tribuna y, emborrachado por la `victoria', proclama con voz solemne: `La autocracia ya no existe; la autocracia ya ha muerto. Rusia ocupa su puesto entre los gobiernos monárquicos constitucionales (...)'. Los demás oradores que se sucedieron en la tribuna repitieron todos lo mismo. Por fin uno de ellos terminó su discurso con estas palabras: “Nosotros no queremos armas, !abajo las armas!”. El público le aplaudió también a él calurosamente... En este momento el camarada Koba (Stalin) apareció en la tribuna".
Stalin, según sigue contando Toroscelidzé, reprochó duramente a los asistentes por aplaudir a todo el mundo, dijese lo que dijese. Sostuvo que resultaba completamente contradictorio aplaudir a la revolución y decir al mismo tiempo "¡Abajo las armas!". Y así concluye:
« ¿Qué revolución podría triunfar sin armas y que revolucionario puede decir ¡Abajo las armas!? Quien hable de esta forma es sin duda un tolstoiano y no un revolucionario. Y, sea quien sea, es un enemigo de la revolución y de la libertad del pueblo... ¿Qué nos hace falta para ganar la verdad? Para ello necesitamos tres cosas: la primera, tener armas; la segunda, tener armas; la tercera aún y siempre, tener armas".
Las cuestiones fundamentales de la táctica en la revolución de 1905 fueron formuladas por los bolcheviques en el Congreso de Londres, que tuvo lugar en el mes de abril. Frente a la resistencia de los mencheviques, y ante el suceder de los acontecimientos. Lenin decidió convocar el III Congreso de manera unilateral. Los mencheviques fueron invitados pero no acudieron y convocaron una Conferencia aparte.
El III Congreso del Partido reconocía el carácter democrático-burgués de la revolución en curso, pero afirmaba que las clases mas vitalmente interesadas en que la misma llegara hasta el fondo eran los obreros y los campesinos. Los obreros estaban interesados en conquistar las libertades políticas y los campesinos en la conquista de las tierras, conquista que podía ser posible solamente a través de un proceso revolucionario profundo. La burguesía liberal no tenia interés en una victoria completa de la revolución, y podía aceptar solamente una democratización parcial, pues necesitaba de la represión zarista en contra del proletariado.
Por ello, el Congreso había establecido que la victoria de la revolución dependía de que el proletariado se situara a su cabeza, de que lograra fraguar la alianza entre los obreros y los campesinos; se necesitaba además que la socialdemocracia fuera el principal organizador y animador de la insurrección y de la lucha armada; se necesitaba por fin que, como resultado de la insurrección, surgirá un Gobierno Provisional que convocara la Asamblea Constituyente; en este Gobierno la socialdemocracia, de acuerdo con el principio de la hegemonía del proletariado en la revolución democrática, de ser posible debía de participar.
En su Conferencia, los mencheviques hablan llegado a conclusiones totalmente opuestas. El carácter democrático-burgués significaba para ellos que el principal aliado del proletariado era la burguesía liberal. La principal tarea del proletariado, después de la victoria de la revolución, seria la de mantenerse apartado para no asustar a este aliado suyo. De ninguna forma el proletariado debía participar en el Gobierno provisional que surgiría de la revolución, pues el Gobierno tendría un carácter democrático-burgués. Por fin los mencheviques rechazaban la consigna de la Asamblea Constituyente y afirmaban que había que contentarse con la Duma zarista. En su opinión había que presionar sobre ésta desde afuera, para que se hiciera cargo de tareas constituyentes y se transformaría en un verdadero Parlamento ante el cual el Gobierno fuera responsable.
Las decisiones del III Congreso del Partido encontraron un reflejo inmediato en los artículos que Stalin publicó en los meses siguientes en la prensa georgiana, en el "Proletariatis Brdozola" y en algunos periódicos legales que el Partido comenzó a editar por aquellas fechas.
En el mes de julio publica un articulo ("La insurrección armada y nuestra táctica") en el cual la idea de Lenin, aceptada por el Congreso, según la cual el proletariado no podía alcanzar la dirección de la revolución democrática si el Partido no se convertía en el principal organizador de la revolución armada, encuentra una inmediata aplicación organizativa.
Stalin ataca a quienes afirman que "nosotros debemos de limitarnos a la propaganda y a la agitación de la idea de la insurrección, de la idea del "auto armamento" de las masas; que debemos conseguir solamente la "dirección política". Estas ideas, afirma Stalin, pertenecen a quienes no ven el papel hegemónico del proletariado en la revolución en curso, y ni siquiera toman en cuenta las condiciones específicas en las cuales van produciéndose los primeros brotes de lucha armada. Las armas son pocas y no se puede plantear la cuestión del armamento general de las masas como una tarea inmediata. La escasez de armas pone en primer plano la necesidad de ir creando grupos especiales de combate: "Por ello nuestros comités deben comenzar sin demora a armar al pueblo localmente, a crear grupos de distrito para procurarse armas, a organizar laboratorios para la preparación de sustancias explosivas, a elaborar un plan de ocupación de los depósitos de armas y de los arsenales privados y estatales". De esta forma, afirma Stalin, hay que preparar los grupos de combate que constituyen la tarea prioritaria. Estos grupos no deben permanecer inactivos en espera de la insurrección, sino que, desde ya, deben hacerse cargo de un sinfín de tareas defensivas frente a las bandas armadas de la reacción, preparándose así, en la práctica, para la insurrección armada.
El artículo de Stalin hay que colocarlo en la situación específica que la revolución de 1905 iba creando en Georgia. Las masas campesinas se habían sublevado. En los primeros cuatro meses de 1905 en la región del Guria hubo 111 atentados y muertes de funcionarios locales. Muchos pueblos de la región estaban en manos de comités de campesinos. Los funcionarios se habían refugiado en las ciudades, "más seguras" (a pesar del movimiento revolucionario allí presente), por la existencia de numerosos contingentes de tropas. Pero las zonas rurales vivían una situación de guerrilla permanente que constituía uno de los puntos más avanzados del movimiento campesino ruso, que se encontraba en una fase de nuevo ascenso (no por casualidad en esta época surge el Partido Socialista Revolucionario, la versión "más moderna" del populismo).
Stalin veía también los lados débiles de este movimiento. En primer lugar su "espontaneidad", es decir, el hecho de que el Partido no constituía su corazón organizativo. En esta espontaneidad Stalin veía el reflejo de un poderoso impulso de masas, pero se daba perfecta cuenta de la peligrosidad del "espontaneismo", es decir, de la política menchevique que propugnaba una actitud pasiva por parte del Partido ante el movimiento armado de las masas, y que negaba la necesidad de dar al mismo mayor cohesión, mayor impulso y, sobre todo, una dirección única a través del Partido.
La situación se hizo más grave a partir del manifiesto de octubre. A partir de este momento los mencheviques asumieron una actitud abiertamente liquidacionista ante el movimiento de masas armado. Comenzaron a propugnar la necesidad de desarmar al pueblo, alegando que "la democracia ya se había conquistado". El líder menchevique Ramisvili se entrevistaba a menudo con los funcionarios del zar y a cada una de estas entrevistas seguían llamamientos apremiantes a la "pacificación".
La situación específica de Georgia se veía complicada por la cuestión nacional. En el Cáucaso convivían numerosas nacionalidades (judíos, armenios, georgianos, turcos, kurdos y muchas otras). Esta situación había sido explotada en el pasado par el zarismo que alentaba los odios raciales y nacionales, sobre todo en los momentos de crisis. En particular el zarismo en las fases de auge de la lucha popular se esforzaba por desviar esta lucha atizando el odio en contra de los armenios, los cuales, por dedicarse en su gran parte al comercio y a otros negocios podían ser fácilmente el blanco de la ira popular.
El suegro de Stalin, Allilujev, recuerda así la situación que se creó en el Cáucaso a mediados de 1905: "Las autoridades, apoyadas activamente a todos los niveles por sus departamentos que se adherían a las centurias negras de Bakú y por la policía de la ciudad y del distrito, armaron a la hez de la Unión del Pueblo Ruso. En un primer momento las bandas atizaron a los niños armenios y turcos, los unos en contra de los otros. Luego, alrededor de los niños heridos surgieron violentas peleas entre los adultos. Los hombres de las centurias negras al acecho, mataron a armenios y a turcos y pegaron fuego a las casas. Avivando los odios con toda clase de trampas, las autoridades alcanzaron el fin que perseguían: en agosto, armenios y turcos se lanzaron salvajemente a masacres reciprocas. En la ciudad resonaban constantemente disparos. Las tiendas armenias eran saqueadas, las casas despojadas de todo. En las calles yacían cadáveres abandonados; por todas partes se oía gemir a los heridos. Aquí y allá se veían grupos de soldados y de guardias que asistían tranquilamente a la matanza. Más tarde, los hombres de las centurias negras incendiaron las fábricas y los pozos de petróleo, difundiendo el rumor de que los incendios habían sido obra de los huelguistas. Con la excusa de luchar en contra de los incendios devastadores, bandidos y asesinos empezaron a dar la caza a los representantes más conocidos de nuestro Partido (...) Para todos nosotros la vida se había convertido en una especie de infierno. En las plantas petrolíferas los incendios se hacían cada vez más amenazadores. Alrededor de nosotros el fuego, aterrador, salvaje, indomable; y en todas partes muerte y destrucción".
En estas difíciles circunstancias Stalin se esforzó por dar forma a las directrices del III Congreso sobre la lucha armada. Creó un organismo militar a nivel provincial. Apoyándose en Krasin creó un laboratorio clandestino para la fabricación de explosivos. Se crearon numerosos grupos de combate que protagonizaron muchas acciones en contra de las centurias negras. Se mantuvieron conexiones con la guerrilla campesina (atendiendo a esta tarea fue detenido por primera vez, a los 19 años, Sordozonikidze, un bolchevique que tendrá un papel importante en los acontecimientos sucesivos).
Este esfuerzo, en el terreno de la lucha armada, no dio todos los frutos que los bolcheviques perseguían, pues, por una serie de factores, subjetivos y objetivos, que veremos más adelante, la revolución de 1905 a partir de finales de año, comenzó a entrar en una fase de retroceso. En esta época, sin embargo, y a través de este trabajo práctico, el Partido adquirió una serie de experiencias y sentó algunos principios que revelarían toda su eficacia doce años después.
En esta compleja situación, al mismo tiempo que se esforzaba por dar bases organizativas al movimiento armado de masas, a la creación de grupos de combate frente a las maniobras mencheviques y las provocaciones reaccionarias, Stalin desarrolla las consignas políticas centrales del III Congreso del Partido. En su polémica con los revisionistas defiende las consignas del Gobierno revolucionario provisional y de la Asamblea Constituyente. En un artículo del 15 de agosto de 1905 define el programa de este Gobierno y, por lo tanto, los objetivos de la revolución en curso. Objetivos de la revolución son el armar a las masas y el desarme de las fuerzas reaccionarias, la libertad de palabra, prensa y reunión, la supresión de los impuestos indirectos, la organización de comités campesinos que regulen la cuestión de la tierra, la separación de la Iglesia y el Estado. Pero el objetivo fundamental del Gobierno provisional debía de ser la convocatoria de una Asamblea Constituyente.
Stalin combate, en toda una serie de artículos, la idea, sustentada por mencheviques y cadetes, de que la realización de un programa democrático integral no era compatible con el mantenimiento de la monarquía zarista. En un llamamiento del 19 de octubre escribía:
"La nave de la revolución ha levantado sus velas y corre bacía la libertad. Esta nave es guiada por el proletariado de Rusia... El proletariado no pedirá al Gobierno pequeñas concesiones, no le pedirá el fin del estado de sitio y de las ejecuciones en algunas ciudades y pueblos... él tiene una única reivindicación a plantear a la autocracia zarista: ¡abajo la autocracia, muerte a ella! ... El zar no dará la Asamblea Constituyente de todo el pueblo, el zar no destruirá a su misma autocracia ¡jamás lo hará! la “Constitución” recortada que él nos “da”, es una concesión provisional, una promesa farisea del zar y nada más".
El 20 de noviembre escribía:
"El zar y el pueblo, la autocracia del zar y la soberanía del pueblo son dos principios hostiles, diametralmente opuestos. La derrota del uno y la victoria del otro pueden ser consecuencia solamente de una batalla decisiva entre los dos, de una pelea desesperada, de una lucha a muerte...; la burguesía liberal trata de evitar esta batalla fatal. Ella opina que ya es tiempo de acabar con la "anarquía" de comenzar el pacifico trabajo "constructivo”, el trabajo de la "edificación del Estado”.
Esta posición de la burguesía liberal se explica por el hecho de que teme al proletariado y necesita, para reprimirle, de la autocracia. Expresión de este compromiso es el programa de los cadetes que Stalin analiza en su articulo "La burguesía tiende la trampa". Los puntos principales de este programa son: abierta postura antisocialista, aceptación de la monarquía y renuncia a la Republica democrática, dos Cámaras para garantizar el equilibrio conservador, limitación del derecho de huelga y oposición al principio de la confiscación, sin indemnizaciones, de las tierras de los latifundistas. Este programa llevaba, además, a los cadetes a apoyar a la Duma zarista (su consigna era la de reforzar los poderes de la Duma y hacer a los ministros responsables ante la misma) renunciando así a la lucha por un Parlamento auténticamente democrático, fruto de la revolución, del derrocamiento del zarismo y de la Asamblea Constituyente.
En el mes de diciembre de 1905 Stalin participa como delegado en la Conferencia de Tammerfors. Por primera vez acude a una reunión política central del Partido. Por primera vez también conoce personalmente a Lenin: "Vi por primera vez a Lenin en diciembre de 1905, en la Conferencia bolchevique de Tammerfors (Finlandia). Esperaba ver al águila de las montañas, al gran hombre de nuestro Partido, a un hombre no solo grande desde el punto de vista político, sino también, si queréis, desde el punto de vista físico, porque me imaginaba a Lenin como un gigante apuesto e imponente. Cual no seria mi decepción cuando vi a un hombre de lo más corriente, de talla inferior a la media y que no se diferenciaba en nada, absolutamente en nada de los demás mortales".
Stalin, además de su modestia, sacó de este encuentro una profunda impresión de la claridad y de la fuerza lógica de las argumentaciones de Lenin. La Conferencia de Tammerfors se celebró en el momento culminante de la revolución de 1905, en vísperas de la insurrección de Moscú y en un clima de extraordinario entusiasmo. N.Krupskaya recuerda:
"Esta fue la cumbre de la revolución: todos los camaradas eran presa de gran entusiasmo, todos estaban listos para la batalla. En los intervalos de las sesiones aprendíamos a disparar. Una tarde nos encontramos en una reunión de masas, que tenía lugar a la luz de las antorchas y la solemnidad de aquella reunión correspondía íntegramente al estado de ánimo de los delegados. Estoy segura de que ninguno de los delegados presentes en aquella Conferencia jamás podrá olvidarla».
La Conferencia adoptó dos decisiones principales: boicotear las elecciones para la primera Duma y tomar la iniciativa de la reunificación del POSDR. En la Conferencia de Tammerfors Stalin fue nombrado miembro de la comisión política encargada de la redacción de las resoluciones de la Conferencia.
A su vuelta a Georgia, Stalin se lanzó en la campaña al boicot de la primera Duma. En el mes de marzo, después de la derrota del Ejército zarista en Manchuria, escribía: "Hoy también, como es conocido, el Gobierno recibe el mismo doble golpe: desde el exterior la derrota en Manchuria, desde el interior la revolución popular. Como es sabido el Gobierno, golpeado en dos frentes, se ve obligado, una vez más, a ceder, y habla, como entonces, de reformas desde arriba". Esta reforma desde arriba es la Duma del Estado que no es un verdadero Parlamento sino un órgano puramente consultivo. Además, señala Stalin, no existen las condiciones para elecciones verdaderamente libres. Tampoco se trata de un Parlamento elegido por sufragio universal y directo; el número de diputados obreros es establecido de antemano. Stalin, en su artículo pone el acento sobre el hecho de que el proletariado se encuentra a la ofensiva y la situación permanece revolucionaria: en estas condiciones, participar en las elecciones seria sembrar peligrosas ilusiones entre las masas.
En realidad, después de la derrota de la insurrección de Moscú, la revolución se encontraba en una fase de declive, pero, como Lenin observará más tarde, los bolcheviques aún no habían tomado conciencia de ello y sólo sucesivamente se darán cuenta de que la fase abierta con los acontecimientos de enero de 1905 estaba llegando a su punto final. Por ello, más tarde, en una fase ya de reacción abierta, modificarán su táctica de cara a la Duma y defenderán su participación en ella para conservar una tribuna política desde la cual dirigirse a las masas, en momentos en los cuales las demás formas de propaganda encontraban una difícil aplicación.
En el mismo contexto, la Conferencia de Tammerfors había llegado a la conclusión de la necesidad de realizar un esfuerzo de cara a la reunificación del Partido. De hecho, en el plano "formal", el POSDR seguía existiendo. Como hemos visto, los bolcheviques habían invitado también a los mencheviques al III Congreso, pero éstos no habían acudido. Sin embargo, de cara a las amplias masas, el POSDR seguía existiendo como un partido único, y amplios sectores obreros seguían considerando las contradicciones existentes como contradicciones en el seno del mismo partido.
En la situación revolucionaria de 1905 los bolcheviques estimaron necesaria la convocatoria de un Congreso de unificación. La división que existía entre bolcheviques y mencheviques tenía profundos reflejos en el movimiento de masas y amplios sectores obreros, en una situación de lucha generalizada, pedían a sus dirigentes un esfuerzo de unidad. Lenin decidió apoyar esta reivindicación de los obreros, con la condición de que no se ocultaran en el Congreso las divergencias existentes, los mencheviques se vieron forzados a aceptar.
El Congreso de Estocolmo (Congreso de unificación o IV Congreso del POSDR) tuvo lugar en el mes de abril de 1906. Stalin participó en él e hizo dos intervenciones que se han conservado y que se encuentran en sus Obras Completas. En Estocolmo los mencheviques salieron victoriosos, aunque por una pequeña minoría debida al gran peso que, para las elecciones de los delegados, habían logrado entre los sectores intelectuales y pequeño-burgueses.
Stalin nos ha dejado algunos recuerdos sobre ese Congreso: "Por primera vez vi a Lenin en el papel de vencido. No se parecía ni en un ápice a esos jefes que después de una derrota, lloriquean y se desaniman. Al contrario, la derrota convirtió a Lenin en la personificación de la energía, que impulsaba a sus partidarios a nuevos combates, a la victoria futura". Y más adelante: "Me acuerdo de que nosotros, los delegados bolcheviques, agrupándonos en torno suyo, mirábamos a Lenin pidiéndole consejo. Los discursos de algunos delegados dejaban traslucir el cansancio, el desaliento. Me acuerdo que Lenin, contestando a aquellos discursos, dijo mordaz, entre dientes: “No lloriquéis camaradas: venceremos sin duda alguna, porque tenemos razón".
Aún no logrando imponer sus propios planteamientos los bolcheviques desencadenaron en el Congreso una gran batalla. Tal y como Lenin había deseado, las posiciones respectivas quedaron claramente delimitadas.
Sobre el Congreso de Estocolmo existen dos escritos de Stalin de gran importancia. El primero es un folleto aparecido en 1906, titulado "El momento actual y el Congreso de unificación de] Partido obrero". En él Stalin analiza las posiciones mencheviques, tal como resultaron del Congreso. Stalin observa que el paralelo propuesto por los mencheviques entre la revolución rusa y la revolución francesa es un paralelo abstracto que no tiene en cuenta las profundas diferencias existentes entre los dos países y las dos épocas. En Francia la revolución había sido realizada por el pueblo pero la burguesía se había hecho con el poder. Pero, observa Stalin, el proletariado ruso es mucho más fuerte y numeroso, y sobre todo mucho mejor organizado: a su cabeza, además se encuentra un partido marxista revolucionario. Este partido no puede limitarse a un papel de fuerza de choque, dispersa sin ambiciones políticas. La fuerza del proletariado ruso determina también una profunda desconfianza de la burguesía ante la revolución. La esencia de las divergencias, observa Stalin, estriba en la cuestión de la hegemonía del proletariado. De las contradicciones existentes sobre ésta cuestión se derivan todas las demás (en el Congreso Stalin había dicho: "O la hegemonía del proletariado o la hegemonía de la burguesía democrática --he aquí cómo se plantea la cuestión en el Partido, he aquí la sustancia de nuestras divergencias").
Stalin plantea, dentro de esta perspectiva, la cuestión de la Duma. Los mencheviques, observa, establecen un paralelo arbitrario entre la Duma zarista, y la Asamblea Nacional durante la revolución francesa. Pero si nosotros admitimos que en nuestra revolución rusa la hegemonía pertenece al proletariado, debemos admitir también que el centro político revolucionario esta fuera de la Duma, que esta en la calle. Además la Duma es conservadora, en ella dominan los cadetes, un partido conciliador. La Duma defiende, frente al zar, ciertos cambios secundarios en el sistema autocrático, mientras que, frente al pueblo, plantea la renuncia de toda una serie de objetivos del movimiento revolucionario para "congraciarse" con la autocracia. ¿Puede la socialdemocracia -se pregunta Stalin- proponerse el objetivo de limitar el alcance de las reivindicaciones populares?
Los argumentos desarrollados por Stalin en su análisis del IV Congreso, demuestran lo profunda que había sido ya su asimilación de los planteamientos y del método leninista. Los paralelos mecánicos entre la revolución francesa y la revolución rusa constituían el argumento teórico favorito del menchevismo. La versión mecanicista del marxismo era el instrumento ideológico utilizado por la burguesía para convencer a los obreros a limitar el alcance de su propia acción política revolucionaria con la excusa de que quien debía de dirigir la revolución burguesa era al fin y al cabo la burguesía misma. El instrumento de esta presión ideológica burguesa era el menchevismo.
El IV Congreso hizo también un balance de la revolución de 1905. La posición menchevique se sintetizaba en el punto de vista de Plejanov: "No debíamos empuñar las armas". Esta posición guardaba relación con la obsesión menchevique de que el peor error que se podía cometer era el de "asustar" a la burguesía. Stalin en un folleto escrito poco después de la insurrección de Moscú ("Dos choques") había llegado ya a conclusiones completamente opuestas. La insurrección de diciembre había sido superior a la de enero justamente por el hecho de que las masas habían dado al movimiento un carácter más ofensivo, más violento. En la insurrección de enero las masas habían actuado casi desarmadas, sin ninguna organización, ya encabezadas, en una primera fase, por elementos reaccionarios (el pope Gapón). Por el contrario en diciembre el pueblo se encontraba armado y actuó enarbolando las banderas rojas.
Las insuficiencias de la insurrección de diciembre, observa Stalin, fueron debidas al hecho de que este movimiento armado no fue animado por un auténtico espíritu ofensivo y por la escasa organización que tuvo. Hubo un llamamiento a la insurrección, pero no un trabajo de Partido, largo y tenaz, dirigido a preparar la insurrección ("En realidad hubo solamente la aspiración a una insurrección simultanea y organizada"). Por fin jugaron un papel negativo las divisiones existentes en el movimiento obrero, la inexistencia de un partido único del proletariado que dirigiera el movimiento.
Los bolcheviques por lo tanto opinaban que el fracaso de la revolución de 1905 no había sido debido al hecho de empuñar las armas sino al hecho de no haberlas empuñando con una suficiente decisión y organización.
Otra cuestión que en el Congreso fue profundamente debatida fue la cuestión campesina. En el Congreso se manifestaron tres posturas; la primera defendida por Stalin y por la mayoría de los bolcheviques del interior (los "prácticos" como se les llamaba entonces) que defendían el reparto de las tierras entre los campesinos; los mencheviques que defendían la municipalización de las tierras; Lenin y una minoría de bolcheviques (los "teóricos") que defendían la nacionalización de las tierras.
Stalin, en su "Introducción" a sus Obras Completas, afirma que tres eran las razones que los "prácticos" avanzaban para defender su punto de vista: a) los campesinos querían la propiedad de las tierras de los latifundistas; b) los campesinos interpretarían la medida de la nacionalización como un atentado a la propiedad de sus tierras; c) la revolución pendiente era una revolución democrático burguesa y la nacionalización seria una medida de tipo socialista.
"Los partidarios del reparto se basaban en el supuesto, aceptado por los marxistas rusos, comprendidos también los bolcheviques, de que, después de la victoria de la revolución democrático-burguesa, comenzaría una época más o menos larga de pausa de la revolución, un período de intervalo entre la revolución burguesa victoriosa y la futura revolución socialista".
Stalin observa que Lenin en el Congreso no defendió su punto de vista con decisión y acabó sumando su voto (junto con los demás partidarios de su tesis) al de los "prácticos".
La razón de estas diferencias estribaba en el hecho de que entre los bolcheviques aun no se había asimilado el concepto (desarrollado por Lenin en su obra "Dos tácticas...") de la "revolución interrumpida" es decir de la transformación de la revolución democrático-burguesa en revolución socialista. "Nosotros los prácticos no profundizamos en la cuestión y no comprendíamos su gran importancia, por nuestra insuficiente preparación teórica y también por la indiferencia propia de los prácticos por las cuestiones teóricas".
La cuestión campesina sufrirá profundas y sucesivas elaboraciones por parte de los bolcheviques.
La unidad que se pretendía alcanzar en Estocolmo "se realizó sólo formalmente. En realidad bolcheviques y mencheviques conservaban sus concepciones respectivas y sus propias organizaciones". Además el Congreso había aceptado el programa menchevique. Si la revolución de 1905 había planteado urgentemente la necesidad de un partido único del proletariado, también habían planteado la necesidad de que ese partido se guiara por unos principios auténticamente revolucionarios. Esta condición no podía ser cumplida por un partido en cuya dirección y en cuyo programa prevalecieran los elementos mencheviques.
Después del Congreso de Estocolmo, Stalin volvió a Transcaucasia. Aquí, junto con Macharadze, Tsakaija y Saumjan dirigía el centro local bolchevique que, de una manera no oficial, mantenía su existencia. Stalin dirigía los periódicos legales del Partido y en esta época publicó su primera importante obra teórica: "socialismo o anarquismo?".
En sus artículos se plantean todas las cuestiones políticas centrales del momento. Lenin no se había desanimado en absoluto por la derrota de Estocolmo e insistía sobre la necesidad de la convocatoria de un V Congreso. En Estocolmo se había decidido la incorporación en el Partido de las organizaciones de Polonia y Letonia (junto con el "Bund") que en su mayoría eran bolcheviques. Además los acontecimientos sucesivos al IV Congreso iban inclinando a une gran mayoría de obreros y de militantes del POSDR del lado de los bolcheviques.
En la época sucesiva al IV Congreso los bolcheviques habían decidido modificar su actitud táctica de cara a las elecciones y de participar en las mismas alegando los motivos que ya hemos mencionado. Pero la táctica bolchevique seguía siendo profundamente distinta de la táctica menchevique. Los mencheviques pretendían participar en las elecciones con una plataforma común con los cadetes. Para justificar esta postura agitaban el espantajo de los "cien negros", de la necesidad de una coalición en contra de la extrema derecha, del peligro de una involución autoritaria. Los bolcheviques afirmaban que una coalición con los cadetes, debido a la postura conciliadora de éstos últimos hacia el zarismo, solamente podía realizarse sobre la base del abandono de todas las reivindicaciones políticas esenciales de las masas. Los bolcheviques por su parte se inclinaban por una alianza con el Partido Socialista Revolucionario que en esta fase, en el marco de la agudización del movimiento campesino, mantenía posiciones más radicales.
El problema se planteó con gran agudeza en San Petersburgo y la táctica menchevique desembocó en un completo desastre. Los intentos de llegar a un acuerdo con los cadetes fracasaron a pesar de que los mencheviques claudicaran sobre toda una serie de cuestiones esenciales, en primer lugar la de la monarquía (los cadetes ni siquiera eran republicanos y se definían "monárquicos constitucionales"). El hecho de que a pesar de todas estas concesiones los mencheviques se vieran completamente aislados y tuvieran que replegar a última hora sobre la alternativa bolchevique, les causó gran desprestigio.
La organización de la capital se inclinó decididamente del lado de los bolcheviques y lo mismo sucedió a numerosas organizaciones. Según los cálculos de Lenin en este momento había en el Partido unos 53.000 bolcheviques y unos 51.000 mencheviques. Sin embargo, en el Comité Central había siete mencheviques y cuatro bolcheviques.
En esta situación el Comité de la capital pidió un Congreso extraordinario que acabaría celebrándose en Londres en el mes de mayo de 1907.
Stalin participó como delegado en el Congreso de Londres. El Congreso representó una estrepitosa victoria de los bolcheviques. Stalin recuerda: "entonces vi por primera vez a Lenin en el papel de vencedor".
"Generalmente la victoria embriaga a cierta clase de jefes, los llena de vanidad, los hace presuntuosos... Pero Lenin no se parecía en un ápice a esta clase de jefes. Al contrario, precisamente después de la victoria ponía de manifiesto una vigilancia y una prudencia particulares. Recuerdo que Lenin repetía entonces con insistencia a los delegados: -'lo primero es no dejarse deslumbrar por la victoria y no envanecerse de ella; lo segundo, consolidar el éxito obtenido; lo tercero, rematar al enemigo, porque solo está abatido y dista aun mucho de haber sido rematado'-. Se burlaba de los delegados que afirmaban a la ligera: -'se ha acabado para siempre con los mencheviques'-. A él le fue fácil demostrar que los mencheviques tenían todavía raíces en el movimiento obrero y que había que combatirlos con habilidad, evitando por todos los medios la sobreestimación de las fuerzas propias, y, sobre todo, el menosprecio de las fuerzas del enemigo.
En una serie de artículos publicados entre junio y julio de 1907 Stalin analizó los resultados del Congreso. En el mismo habían participado 85 mencheviques. 92 bolcheviques, 54 bundistas, 45 polacos y 26 letones. Pero esta división se había mantenido solamente en las cuestiones secundarias. En las cuestiones de principio el Congreso se había dividido en dos bloques: mencheviques y bolcheviques. Los polacos (guiados por Rosa Luxemburgo) apoyaron a todos los bolcheviques. Los letones apoyaron a los bolcheviques en su mayoría. Los bundistas apoyaron en su aplastante mayoría a los mencheviques. El resultado había sido una mayoría absolutamente bolchevique. Trostki trató de organizar un pequeño grupo "centrista" pero fracasó completamente.
La actitud de los mencheviques fue de "justificarse" por la política de absoluta claudicación ante los cadetes por ellos seguida: "la relación de Martov... consistió más que nada en el relato conmovedor de cómo según el orador el inocente Comité Central se había puesto a dirigir el Partido y el grupo parlamentario, de cómo los "horribles" bolcheviques le impidieron actuar, por no dejarle en paz con su manía de los principios". Los bolcheviques rebatieron estas argumentaciones mencheviques y conquistaron a la mayoría de los delegados.
Stalin en su escrito realiza un análisis de la composición de clase de los delegados en el Congreso y demuestra que la fracción bolchevique era la que tenía el mayor número de obreros y de representantes de las regiones de máxima concentración proletaria ("resultó que la fracción menchevique es un fracción de intelectuales").
En su "Historia del Partido Comunista (b) de la URSS" Stalin sintetizó así los resultados del Congreso de Londres: "La unificación efectiva de los obreros de vanguardia de toda Rusia en un único partido bajo la bandera de la socialdemocracia revolucionaria: este es el significado del Congreso de Londres, éste es su carácter general".
El 3 de junio de 1907, con un autentico golpe de estado el zar disolvió la II Duma y mandó detener al grupo parlamentario socialdemócrata (que fue deportado a Siberia) comenzó así un período de represión en contra del movimiento popular que se conoce por el nombre de "reacción Stolypin".
La “reacción de Stolypin” marca el fin de la revolución de 1905. En su "Historia del PC(b) de la URSS” Stalin sintetiza así las causas de la derrota de la revolución: a) Debilidad de la alianza obrero-campesina muchos campesinos no entendían que sus reivindicaciones no podían ser satisfechas más que través del derrocamiento del zarismo; b) Escasa influencia revolucionaria entre los soldados; e) Los sectores atrasados del proletariado se pusieron en movimiento cuando la vanguardia ya se había debilitado; d) División del POSDR y en consecuencia de la clase obrera; e) El imperialismo apoyó al zar en la represión; f) La paz con el Japón dio un respiro a la autocracia.
La primera medida del zar después del golpe de Estado de junio fue la de convocar una III Duma: Se trataba de una Duma aún más reaccionaria que la anterior con un número aún menor de delegados obreros y campesinos. Los bolcheviques decidieron participar en las elecciones considerando, que en el contexto de feroz represión que se estaba perfilando, era aún más vital conservar una base para realizar propaganda abierta en ese “parlamento”.
Stalin redactó personalmente el “mandato para los diputados para la III Duma". En el se establecen los siguientes principios: 1) el grupo socialdemócrata en la Duma debía de ser independiente y sometido al Comité Central; 2) debía defender una política proletaria de clase y no confundirse con los partidos burgueses 3) debía desenmascarar no solamente a los partidos autocráticos, sino también a los partidos pequeño-burgueses; 4) debía influir positivamente en los partidos de base campesina, pero, 5) criticando sus errores: 6) diciendo al pueblo que la vía armada es la única que puede permitir la conquista del poder; 7) su fin no es la elaboración de leyes sino la critica y la agitación
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A su vuelta del Congreso de Londres, Stalin se estableció en Bakú. En la situación dificilísima creada por la reacción de Stolypin logró que el movimiento obrero georgiano no retrocediera y organizó una huelga de los obreros del petróleo que Lenin definirá como "los últimos mohicanos de la huelga política de masas".
Más tarde, refiriéndose a este periodo de su vida Stalin escribirá:
"Dos años de trabajo revolucionario entre los obreros de la industria del petróleo me templaron, hicieron de mi un combatiente en la práctica, uno de los dirigentes en la acción. En contacto por una parte con los obreros de vanguardia de Bakú, con Vazek, Seratozev, etc., comprometido por otra parte en la borrasca de los conflictos más agudos entre obreros e industriales del petróleo, aprendí por primera vez lo que suponía dirigir las grandes masas de obreros. Allí, en Bakú, recibí un segundo bautismo del fuego revolucionario».
A su vuelta a Bakú, Stalin se había encontrado con una situación de aguda lucha sindical. Los industriales del petróleo estaban dispuestos a firmar un nuevo contrato colectivo; pero sobre todo esta cuestión había una fuerte polémica entre las organizaciones políticas y sindicales del país.
La situación sindical en Georgia se había modificado profundamente desde los tiempos en los cuales la organización zubatovista de los Sendrikov mantenía una fuerte influencia entre los obreros más atrasados. La labor de Stalin y de los bolcheviques de Georgia había reducido a nada esta organización.
Entre los obreros del petróleo actuaban dos sindicatos de mayor prestigio. El de más importancia era el "Sindicato de los obreros de la Industria del petróleo", influido por los bolcheviques, y que comprendía a obreros de todas las categorías de la industria del petróleo (extractores, mecánicos, refinadores, peones, etc.). Había además el "Sindicato de los obreros mecánicos", de influencia menchevique, mucho más débil y organizado por categorías. Los mencheviques manifestaban la intención de crear también sindicatos de otras categorías y por lo general defendían este criterio frente a los bolcheviques que apoyaban la línea de "un sindicato único" para todas las categorías. Entre los obreros del petróleo había también elementos "socialistas revolucionarios" y anarquistas.
Frente a la propuesta de los patronos de convocar una conferencia para negociar el contrato colectivo las posturas se encontraban divididas. Los mencheviques defendían la propuesta de acudir a la conferencia bajo cualquier condición. Los "eseristas" y anarquistas se inclinaban por el boicot de principios de las negociaciones. Los bolcheviques, por boca de Stalin se pronunciaban como sigue:
"El problema de la participación en la conferencia de los industriales del petróleo no constituye para nosotros una cuestión de principio, sino de oportunidad práctica. Nosotros no podemos boicotear una vez para siempre todas las conferencias y cualquier conferencia, como nos proponen hacer algunos "individuos" radicalizados y no del todo normales. Y, por otra parte, no podemos decidir una vez para siempre la cuestión en favor de la participación en la conferencia como nos proponen nuestros compañeros "cadetoformes". Nosotros debemos abordar la cuestión de la participación y del boicot en base a los hechos reales y solamente a los hechos reales".
Stalin a continuación explicaba por qué la conferencia, tal como la proponían los industriales del petróleo debía boicotearse, y bajo qué condiciones los obreros podían apoyarla. El análisis de estas condiciones representa un interesantísimo ejemplo de estudio concreto de una situación sindical y de las relaciones existentes entre sindicato, delegados obreros y asambleas de fábrica.
La primera condición, afirma Stalin, es que la fecha de las negociaciones no sea la establecida unilateralmente por los empresarios. En las negociaciones del contrato anterior a la elección de una mala fecha (el Volga helado determinaba un estancamiento en los negocios) habría resultado un factor negativo para los obreros. En segundo lugar es preferible que las negociaciones se realicen en un ambiente de lucha. Es cierto que a veces las negociaciones evitan la necesidad de una huelga, pero ello sucede raramente por ello es mas ventajoso negociar desde unas posiciones de fuerza.
Los industriales del petróleo estaban actuando de una forma muy hábil. Por una parte empujaban a los obreros más avanzados, los de los talleres, que tenían una mayor tradición de lucha hacia una huelga prematura y con escasas probabilidades de éxito. Por el otro, trataban de impulsar hacia negociaciones apresuradas a los obreros de los pozos, los más atrasados, que probablemente se contentarían con concesiones menores. Stalin planteaba la necesidad de que los obreros de los talleres se lanzaran a la huelga solamente en el momento en que estuvieran seguros de arrastrar a los trabajadores de los pozos y de aceptar la conferencia en ese momento.
Una segunda condición planteada por Stalin era la aceptación de un papel dirigente de los sindicatos en la organización de la conferencia. Sin embargo Stalin alertaba a los sindicatos frente a cualquier intento de la patronal de negociar con el sindicato sin una participación directa de los trabajadores. Observaba que los industriales del petróleo querían "reunirse y concluir un contrato no con las masas, no delante de los ojos de las masas, sino con un grupo de individuos, a espaldas de las masas; ellos saben muy bien que solamente de esta forma es posible engañar a las masas..."
Stalin proponía que en los talleres los obreros eligieran directamente delegados en proporción de uno por cada cien obreros. Esta asamblea de delegados debía tener carácter permanente y reunirse con los representantes obreros que participaban directamente en las negociaciones, los cuales debían rendir cuentas frente a la asamblea y recibir de ella directrices. Los delegados obreros debían tener el derecho de reunir además a los obreros de los talleres en asambleas generales para discutir la marcha de las negociaciones. En estas asambleas de fábrica los dirigentes de los sindicatos debían tener el derecho de participar, pero sin voto. Por fin, el consejo de delegados debía ser un todo único y no dividirse por categorías.
Stalin consideraba a estas reivindicaciones como irrenunciables para la participación en la conferencia.
Entre el 10 de octubre y el 1 de noviembre de 1908 se reunieron asambleas en los talleres y en los pozos. Los 2/3 de los obreros se pronunciaron en contra de la propuesta menchevique de una conferencia "sin condiciones" y decidieron boicotear la conferencia a menos que ésta no se desarrollara bajo las condiciones propuestas por los bolcheviques.
Stalin planteó a continuación la cuestión de cómo debía de elaborarse la tabla reivindicativa a presentar en la conferencia. La tabla debía ser elaborada por una comisión sindical, pero antes de ser presentada debía ser aprobada por las asambleas generales de los obreros.
Stalin no pudo dirigir hasta el final esta batalla de los obreros de Bakú. El 25 de marzo de 1908 fue detenido y desterrado a Siberia, en Solvicegodsk.
Es importante destacar que esta lucha se desarrolló en plena "reacción de Stolypin" y representó un episodio que destaca grandemente en el contexto de declive del movimiento obrero ruso que caracteriza todo este periodo.
El 24 de junio de 1909 Stalin regresó de Siberia para volver a Bakú. De paso por Georgia estuvo varios días en San Petersburgo. Aquí pudo darse cuenta de la situación del Partido, de sus dificultades, de los estragos que habla causado en sus filas la reacción de Stolypin.
Años más tarde Stalin caracterizará así esta época. "Era un periodo de falta de fe en el Partido, un periodo en que no sólo los intelectuales, sino también parte de los obreros, desertaban en masa del Partido, un periodo en que se rechazaba toda actividad clandestina, un periodo de liquidacionismo y desmoronamiento. No sólo los mencheviques, sino también los bolcheviques, estaban divididos entonces en numerosas fracciones y tendencias, en su mayoría desvinculados del movimiento obrero. Es sabido que fue precisamente en aquel periodo cuando nació la idea de liquidar por completo las actividades clandestinas del Partido y organizar a los obreros en un partido legal".
El liquidacionismo ya había hecho su aparición en el V Congreso. En el curso del mismo los mencheviques habían propuesto la convocatoria de un "Congreso Obrero", que debía organizarse según criterios no bien definidos y "sin discriminaciones ideológicas". De este congreso debía nacer un "nuevo partido obrero". Los mencheviques llegaron a negar que el POSDR pudiera considerarse un auténtico partido proletario e insistían sobre la necesidad de un partido obrero "basado en las masas". El POSDR, decían, reúne a una minoría ínfima de obreros y es en realidad un "grupo" de intelectuales "marxistas".
Planteando la cuestión del "congreso obrero" los mencheviques resucitaban la vieja polémica del II Congreso sobre la concepción del Partido como partido de vanguardia. Pero había algo más. Se manifestaba en este caso una tendencia claramente liquidacionista, porque los argumentos de los mencheviques se ligaban a la voluntad expresa de liquidar las estructuras existentes del Partido, para llegar a la creación de otro partido sobre bases ideológicas y organizativas distintas, a partir de un congreso, no de marxistas revolucionarios, sino de "obreros".
En el congreso de Londres estas concepciones fueron derrotadas, pero volvieron a aparecer durante la "reacción de Stolypin", bajo otras formas. Se empezó a teorizar la necesidad, en las condiciones de feroz represión existentes, de liquidar la estructura clandestina del Partido y de crear otro Partido, "legal", que se estructuraría alrededor del grupo parlamentario socialdemócrata en la Duma.
En una situación como la que existía entonces en la cual, con palabras de Stalin, "las más inofensivas instituciones legales, como las sociedades de cultura" eran objeto "de las más feroces persecuciones", ello significaba renunciar a las reivindicaciones revolucionarias del Partido, "enterrarlo y no renovarlo".
Además de la lucha contra el "liquidacionismo", los bolcheviques se enfrentaron con graves problemas en sus propias filas. "La descomposición, la desmoralización eran profundas sobre todo entre los intelectuales. Los “compañeros de ruta”, que se habían unido a las filas de la revolución en la época de su ascenso arrollador, los “compañeros de ruta” en los días de la reacción abandonaron al Partido. Algunos se pasaron al campo de los enemigos abiertos de la revolución; los otros, que se habían refugiado en las sociedades legales de la clase obrera que habían sobrevivido, trataban de apartar al proletariado del camino revolucionario y desacreditar al Partido revolucionario del proletariado".
Esta situación tuvo su reflejo también entre algunos intelectuales que ocupaban importantes puestos dirigentes en el Partido. Bogdanov, junto con otros, comenzó a dudar, en libros y artículos suyos, de las mismas bases del marxismo (en contra de él, Lenin escribirá su famosa obra "Materialismo y Empirocriticismo") Lunaçarski manifestó desviaciones de tipo religioso. Alrededor de estos intelectuales (que serian expulsados del Partido) comenzó a formarse una fracción en la cual confluyeron algunos elementos "extremistas", partidarios del boicot a la Duma. Trotski, por su parte, fomentaba estas divisiones y arreciaba sus ataques contra Lenin.
Stalin, a las pocas semanas de su vuelta a Bakú, centra su atención en los gravísimos problemas organizativos del Partido. Los escritos de Stalin de esta época ofrecen un particular interés. A través de ellos Stalin ofrece soluciones y proposiciones organizativas de una manera independiente, plantea propuestas propias a Lenin y a los organismos centrales del Partido, adopta ya la actitud de dirigente nacional del Partido que asumirá plenamente, en el Comité Central, pocos meses más tarde.
En agosto de 1909 publica un artículo, "La crisis en el Partido y nuestras tareas", que ofrece particular interés.
Stalin comienza por trazar, a grandes rasgos, la gravísima situación del Partido: "Es suficiente el ejemplo de Petersburgo -en donde en 1907 teníamos a 8.000 miembros y ahora podemos reunir a apenas de 300 a 400- para entender toda la gravedad de la crisis". Y en otro punto: "Hubo un tiempo en que nuestras organizaciones tenían en sus filas a miles de hombres y arrastraban detrás de si a decenas de miles. El Partido tenía entonces sólidas raíces entre las masas. Hoy no es lo mismo. En lugar de los miles de hombres quedan decenas; en el caso mejor, centenas. En cuanto a la dirección de centenares de miles, más vale no hablar de ello".
Lo que ha permanecido, observa Stalin, es la influencia ideológica del Partido, su prestigio. Este prestigio es evidentemente superior al que existía antes de 1905. Pero "de por si la influencia ideológica está muy lejos de ser suficiente. De hecho la amplitud de la influencia ideológica choca contra lo limitado de nuestra consolidación organizativa". El resultado es una desconexión entre el Partido y las masas.
Otro problema lo plantea el aislamiento de las distintas organizaciones del Partido. "Los periódicos existentes en el exterior (...) no ligan y no pueden ligar entre si a las organizaciones esparcidas por toda Rusia, no pueden darles una vida única de Partido". Obviamente la situación no puede compararse a la existente en la época de los círculos. Hoy por lo menos existe una unidad ideológica de fondo. Pero, concluye Stalin, permanece una desconexión organizativa.
¿Como salir de esta Situación? Stalin avanza una serie de propuestas concretas. La primera consiste en la necesidad de centrarse en las reivindicaciones concretas de las masas, en situar en un primer plano los problemas que las amplias masas sienten como propios. Para esto hay que basarse en los comités de taller y de fábrica. A partir de esta rectificación será posible una nueva labor de reclutamiento para el Partido. La base de este reclutamiento debe estar en los elementos obreros más avanzados de los comités de empresa. Muchos de estos obreros deben de incorporarse, además, a los organismos dirigentes del Partido a nivel local. Es cierto, observa Stalin, que muchos de estos hombres, no tienen experiencia, y que su nivel ideológico y teórico es bajo, pero en esto los intelectuales que han permanecido fieles al Partido y en general los militantes más expertos, pueden resultar muy útiles ayudando a los nuevos militantes a través de cursillos, etc.
De cara a la segunda cuestión, la desconexión existente entre las distintas organizaciones del Partido, Stalin observa que las conferencias periódicas del Partido y el periódico editado en el exterior ya no son suficientes para cohesionar a la organización, "Es posible unir a las organizaciones esparcidas por Rusia solamente sobre la base del trabajo común del Partido. Y un trabajo en común no es posible si la experiencia de las organizaciones locales no se remite a un único centro general desde el cual la experiencia generalizada del Partido se difunda hacia las organizaciones locales". La solución estriba en la creación de un periódico ilegal para toda Rusia que dependa del Comité Central del Partido y que se editará en el interior del país.
Machaconamente Stalin insiste en estos conceptos en todos los escritos, artículos, resoluciones que escribe en este periodo. En un artículo de condena a Bogdanov (27 de agosto) plantea la necesidad de una Conferencia del Partido. En sus "Cartas desde el Cáucaso" (febrero de 1910), tras analizar la situación del Partido en Georgia observará que es mejor que en el resto de Rusia, con 300 militantes en el Partido y algunas posibilidades legales, insiste en la necesidad de una conferencia bolchevique, en la cuestión del periódico, en la necesidad de inspecciones periódicas del Comité Central. En una resolución del Comité de Bakú (enero de 1910) su propuesta se amplia aun más: pide que se cree un centro para el trabajo práctico en el interior, que el nuevo periódico dependa de este centro, que se creen órganos de prensa en las principales ciudades industriales.
El 23 de marzo de 1910 la policía de Bakú le detiene y le reconoce a pesar de su documentación falsa. Es encerrado en la cárcel de Bailov y sucesivamente enviado a Siberia, a Solvicegodsk. Desde aquí escribe una carta al Comité Central reiterando la necesidad del centro en el interior y precisando que este centro debía depender del Comité Central.
El 1 de junio de 1911 se reúne en Paris el Comité Central. La situación del Partido permanece extremadamente difícil, la actividad de los liquidacionistas, de los elementos "extremistas" (otzovistas y ultimatistas) agrupados alrededor del "Vperiod" de Trotski crean grandes dificultades. Los bolcheviques han realizado un bloque temporal con Plejanov (que se oponía a los mencheviques liquidacionistas) pero Lenin ha llegado a la conclusión de que ya han madurado las condiciones para una ruptura organizativa definitiva con el menchevismo y con todos los oportunistas.
En Paris se decide aceptar la proposición de Stalin de una conferencia bolchevique. Se decide organizar una comisión organizadora de la conferencia en el interior. Se encargan de ello Rykov y Orgionikidze. Rykov es detenido a su llegada a Rusia pero Orgionikidze logra contactar en Bakú a Spandarjan y, posteriormente, a Stalin, que, tras escaparse de la "residencia obligatoria" de Vologda que se le había asignado después de cumplida su condena en Siberia, se escondía en el campo.
Los tres georgianos logran organizar la comisión organizadora tras contactar a varias organizaciones del Partido, entre las cuales la de San Petersburgo. El 15 de enero de 1912 se abría en Praga la VI Conferencia del POSDR.
Stalin no estuvo en Praga. El 9 de septiembre, en San Petersburgo, había sido detenido otra vez y encerrado en las cárceles de la capital, mientras estaba dando los últimos retoques a la preparación de la Conferencia. Pero aún encontrándose nuevamente en Vologda, condenado a una permanencia vigilada de tres años, y por lo tanto imposibilitado de asistir personalmente a la Conferencia, su presencia política en Praga es muy grande. Stalin ha sido el principal organizador de la Conferencia. Durante meses ha sido su principal animador, la ha pedido incesantemente.
En Praga se adoptaron además todas las propuestas de Stalin. Se decidió crear el centro práctico en el interior y Stalin fue encargado de su discusión (integraban este centro también Sverdlov, Spandarjan, Orgionikidze y Kalinin) Se decidió también crear el periódico en el interior (la "Pravda") y se decidió que Stalin asumiera su dirección. Para que Stalin pudiera asumir todas estas tareas se decidió que Orgionikidze, después de la Conferencia, fuera a Vologda y organizara la fuga de Stalin de aquella localidad.
La Conferencia de Praga marcó el nacimiento del Partido bolchevique como partido político independiente también en el plano organizativo. Sobre la Conferencia de Praga, Stalin escribiría años después: "Aquella Conferencia tuvo una importancia muy grande en la historia de nuestro Partido, pues trazó una línea de demarcación entre bolcheviques y mencheviques y unificó las organizaciones bolcheviques de todo el país en un único partido bolchevique".
La Conferencia de Praga, por fin, decidió la cooptación de Stalin al Comité Central del Partido.
Queremos detener aquí un instante nuestro relato para hacer algunas consideraciones de fondo acerca del papel de José Stalin en la historia del Partido bolchevique y del movimiento obrero ruso.
Todas las biografías burguesas de Stalin, que tienen su base "documental" en los relatos de Trotski y en las "interpretaciones" de éste ultimo, insisten machaconamente sobre un punto: Stalin seria una figura "gris", un hombre de segundo plano dentro del Partido bolchevique antes, durante y después de octubre por lo menos hasta la muerte de Lenin. Siempre según estas interpretaciones, Stalin ascendería repentinamente al poder en el curso de los años veinte, "sorprendiendo" con este ascenso repentino a sus mismos adversarios.
Naturalmente estos "historiadores" para sustentar sus tesis encuentran algunas "dificultades": Stalin fue, por lo menos a partir de la Conferencia de Praga una figura de primer plano en el Partido, y antes había sido un dirigente destacado del movimiento obrero y del bolchevismo georgiano. En realidad -hemos seguido su historial político desde sus comienzos- el ascenso de Stalin dentro del Partido no fue nada "repentino": pocos dirigentes bolcheviques de la época de Octubre habían tenido una actividad militante tan rica, ocupando en el Partido cargos a todos los niveles, desde sus primeros pasos en una organización local, hasta ocupar una posición dirigente a escala regional y, posteriormente, en esferas dirigentes del Partido.
Alrededor de la figura de Stalin se ha creado en los últimos años un clima tan irracional, de agresión tan salvaje, que historiadores y académicos muy prestigiosos (gentes que se sentirían muy avergonzadas por equivocar en un día la fecha de algún episodio medio desconocido de la historia medieval) se sienten autorizados para proporcionar con la mayor seriedad las interpretaciones más fantasiosas, increíbles manifestaciones falsas, de la historia contemporánea, cuando el protagonista es José Stalin. Cuando se trata de Stalin, personas acostumbradas a las más sutiles disquisiciones políticas se abandonan directamente al insulto y a la tergiversación infundada.
Creemos que nadie puede dudar, independientemente de su posición política e ideológica, que Stalin ha sido un personaje central de la historia contemporánea. Una biografía, escrita con criterios científicos, debería explicar por qué razones sus particulares actitudes, orientaciones, ideas, capacidades, a medida que se han ido formando, han coincidido de una manera profunda con las necesidades de un partido, de una clase social, de un pueblo, de un país, de una época a escala internacional, hasta destacarle a una posición de primer plano en la Historia.
Pero, como hemos visto, la mayor preocupación de muchos de los biógrafos de Stalin, es demostrar que este hombre era una nulidad, un hombre "gris", poco "brillante", una figura de segundo plano en el Partido.
Para cumplir con este empeño estos biógrafos han tenido que abandonar el terreno firme de las explicaciones políticas y del rigor científico y escoger el camino turbio de una pseudo ciencia "psicológica". Stalin era poco inteligente, pero "astuto". Era un hombre "gris", pero en la sombra iba trabajando. El hecho de encontrarse postergado en el Partido había desarrollado en él una extraordinaria ambición. Nadie le veía, y de esta forma organizaba complots. De esta forma, totalmente fantasiosa, los mismos elementos que hacen inaceptable la versión que se nos ofrece se convierten en la base de la argumentación. Lo que hace verosímil lo increíble es una figura mítica, inexistente en la realidad, pero cuya existencia se da por sentado, el protagonista de una delirante novela negra, un personaje de pesadilla, al cual, en cuanto protagonista de una novela (de una obra de fantasía por lo tanto), se pueden atribuir los actos que se quieran para el fin que se quiera. Los biógrafos de Stalin se convierten así en los autores de una compleja obra de reconstructores, no ya de su figura, sino de los hechos en función de una figura ya determinada de antemano, de un fantasma cuya existencia quieren afirmar a toda costa.
La leyenda del Stalin "gris", hombre de segundo plano hasta la muerte de Lenin, es la idea fija, el eje, de todos los relatos de los biógrafos burgueses de Stalin, idea fija que éstos recogen directamente de Trotski, y "desarrollan" con los argumentos -es el caso de decirlo- mas extraordinarios. Para Robert C. Tucker, en su "Stalin el revolucionario "en el momento de la muerte de Lenin, Stalin era un hombre "tratado con cierta condescendencia en las altas esferas del Partido" (en ese momento Stalin era ¡Secretario General del Partido!) Las mil páginas de "Stalin" de Adam B. Ulam, un conocido profesor de la Universidad de Harvard, consisten en el relato de una alucinante serie de complots a través de los cuales Stalin se apodera del "poder" en el Partido. Que Stalin pronuncia el discurso conmemorativo de Lenin en su funeral, es porque Trotski se encontraba de viaje y Stalin le había comunicado una fecha equivocada para la ceremonia. ¿Lenin encarga a Stalin el tratado sobre las nacionalidades? Es porque no tenía a otro "georgiano" o "ucraniano" disponible en ese momento. ¿Stalin entra en el Comité Central? Por algunas "circunstancias" no había otros de quienes echar mano.
Isaac Deutscher, un trotskista autor de la parte dedicada a Stalin en la Enciclopedia Británica (es curioso que esta "erudita" obra de la ciencia burguesa se dirija a un trotskista para una información "objetiva" sobre Stalin) hablando del Octubre de 1917 escribe: "a Stalin le hacían sombra no solamente L.D. Trotski... sino también G. E. Zinoviev, A. V. Lunacharki, A. Kollontai y otros lideres bolcheviques de menor importancia". De todos los nombres citados por Deutscher el único que hubiera estado durante largo tiempo en el Partido antes de la revolución de febrero es Kamenev que fue, como todos sabemos, un tozudo opositor de Lenin y de la línea prevaleciente en el Partido en todo lo que va desde febrero hasta octubre de 1917. Trotski era un hombre que había ingresado en el Partido después de la revolución de febrero. Alexandra Kollontai había sido miembro muy conocido del Partido menchevique hasta pocos meses antes de la revolución de febrero. Lunacharki había abandonado el Partido con la fracción de Bogdanov desde hacía diez años. Pero éstos, según Deutscher, eran los líderes del Partido bolchevique.
Este afán por afirmar que Stalin era una figura de segundo plano en el Partido hasta la muerte de Lenin, corresponde en realidad a un preciso objetivo político e ideológico. Con ello se pretende desdibujar la unidad profunda que siempre existió entre Lenin y Stalin y la total identificación que existió, durante toda su vida, entre Stalin y el leninismo. Además se pretende insinuar la idea según la cual, Stalin fue un cuerpo extraño en el proceso revolucionario ruso, que no fue un ardiente revolucionario comunista, sino un burócrata que penetró en las filas del Partido para alcanzar fines no bien identificados, y que en el Partido aprendió mañas y trucos para afirmarse en la fase post-revolucionaria, es decir, en una fase "más burocrática". A los autores de semejantes inventos poco les importa la evidencia de que Stalin fue, durante toda su vida, un combatiente de primera fila, un hombre forjado en el combate diario entre dificultades inmensas, cuya personalidad resulta claramente, de los hechos y de los documentos, como radicalmente opuesta a tales tergiversaciones. Esto, a los biógrafos burgueses de Stalin, no les importa nada.
Es curioso observar que los biógrafos burgueses de Stalin esgrimen en contra de él, el que fuera esencialmente un excelente organizador (un "hombre de los comités" como ellos dicen) y de ello deducen directamente que no fuera una figura muy importante. Stalin, se dice, no era, como fueron otros, un brillante orador y escritor. Ello es totalmente falso porque Stalin fue un teórico profundo y un escritor prolífico y eficaz. Sus escritos no tienen tal vez la calidad literaria de los escritos de Marx o de Lenin, pero es un prejuicio de intelectuales el que los grandes hombres políticos tengan que ser también grandes literatos. Pero lo que no se puede soslayar aquí es la cuestión de lo que significaba ser un buen organizador en el Partido de Lenin.
En la visión pequeño-burguesa, el ser buen "organizador" comporta una serie de cualidades "burocráticas". Ser un "revolucionario" supone por el contrario una actitud vagamente anárquica ante la vida y la sociedad, una incurable tendencia al desorden, una aspiración destructiva más que constructiva, en fin, todo menos el espíritu práctico-organizativo. No hace falta mucho para demostrar que esto no tiene nada que ver con la concepción leninista. La realidad es que Stalin, en cuanto dirigente, fue un producto orgánico del Partido leninista, y su característica de organizador práctico del Partido y de sus luchas durante un largo periodo, junto con sus capacidades naturales, hizo de él un dirigente del bolchevismo, un cuadro de la escuela de Lenin.
Pocos autores ponen de relieve que en la Conferencia de Praga se produce una profunda renovación en la composición del centro dirigente del Partido. Con la Conferencia de Praga pasan a un primer plano una serie de cuadros que han destacado no tanto en las batallas teóricas (batallas cuya importancia nadie disminuye), sino en el trabajo de organización del Partido al frente de las organizaciones locales. Estos cuadros, en los años anteriores habían desempeñado un papel de fundamental importancia también en el terreno político e ideológico trabajando "oscuramente" para vincular a Lenin (que hasta la victoria tuvo que permanecer en el exilio o en la clandestinidad) con la masa viva del Partido. Incluso podemos decir que en el curso de estos años, en la dura, terrible y, a veces, agotadora batalla de Lenin en los organismos dirigentes del POSDR, la victoria de las Posiciones leninistas fue asegurada por Stalin y algunos otros cuadros periféricos que conquistaron para las posiciones bolcheviques muchas organizaciones locales. La Propaganda trotskista siempre hizo gran hincapié sobre las características del "oscuro dirigente de una organización local" de Stalin, de este "hombre del aparato" contraponiéndole a los "brillantes oradores" y "escritores de valor" del centro del POSDR. En realidad, mientras Stalin batallaba en una "oscura organización local" por el Partido leninista una pléyade de "escritores", entre ellos Trotski, daba rienda suelta a sus "brillantes" plumas en la nueva "Iskra" o en "Vperiod", en contra de Lenin.
Los hombres que fueron cooptados al Comité Central en la Conferencia de Praga eran los que habían permanecido al lado de Lenin en el momento más oscuro y más difícil de la historia del Partido. En su batalla para la creación de un partido de tipo nuevo, Lenin había vislumbrado la necesidad de ir formando a un nuevo tipo de cuadros dirigentes. En su polémica con Plejanov, además de criticarle por sus valoraciones erróneas del papel de la burguesía liberal rusa, Lenin siempre le había reprochado el haberse mantenido excesivamente alejado del movimiento obrero práctico. En vez de convertirse en jefes políticos e ideológicos del movimiento obrero, Plejanov y sus amigos se habían convertido en un círculo de teóricos y sabios de gran nivel y prestigio, pero alejados de la lucha práctica. En la etapa sucesiva, en una fase aun incipiente del desarrollo del Partido, Lenin se vio apoyado, en el centro dirigente, por intelectuales que coincidían con sus posiciones. Resulta sintomático que en el III Congreso entre los más destacados líderes del bolchevismo se encuentren Bogdanov y Lunacharski. Serán estos intelectuales los que entrarán profundamente en crisis en los años sucesivos a la revolución de 1905. A partir de este momento Lenin vuelve a plantearse la cuestión de la composición de los organismos dirigentes del Partido. Ya en el III Congreso había luchado por impulsar la incorporación de cuadros procedentes de las organizaciones de fábrica a los organismos dirigentes, encontrando una fuerte resistencia. Como hemos visto, esta cuestión se plantea con urgencia en los escritos de Stalin en los cuales se abordan las soluciones para los problemas del Partido en los años de la reacción de Stolypin. No existe ningún hecho "misterioso" en la incorporación de Stalin al Comité Central en Praga. Este hecho correspondió a un proceso, por así decirlo, de renovación natural de los organismos dirigentes del Partido y del Partido en su conjunto, en base a la experiencia adquirida y a las necesidades de una nueva fase.
Los cuadros que se incorporan al C. C. en Praga son cuadros de la escuela leninista, cuadros formados en el Partido leninista en el transcurso de años y a través de una lucha muy dura. Además, resulta asombroso que a estudiosos de gran renombre (a los que se les puede conceder el no entender cabalmente lo anterior) se les escape el hecho candente de que la Conferencia de Praga adopte y haga suyas todas y cada una de las proposiciones políticas avanzadas por Stalin en los meses anteriores a la Conferencia. ¿Qué hay de misterioso pues, en la incorporación de Stalin al Comité Central del Partido? ¿De qué conjura nos hablan estos señores? Y además, ¿conjura en contra de quién?
La época de la vida de Stalin que va desde la Conferencia de Praga hasta su definitiva detención en febrero de 1913, es una época de intensa actividad política, de continuos desplazamientos, detenciones y fugas. Su primera preocupación a su vuelta de San Petersburgo fue la de empezar a publicar la "Pravda". El 28 de marzo Lenin escribía: "ninguna noticia de Stalin ¿qué hace?, ¿donde está?, ¿qué ha sido de él?". En realidad Orgionikidze había logrado organizar su fuga solamente hacia la mitad del mes. El primer número de "Pravda" sale el 22 de abril. El mismo día Stalin es detenido. El 2 de julio sale para la lejana región de Narym, pero el primero de septiembre se fuga de Siberia y el día 12 ya está otra vez en San Petersburgo. Aquí dirige la campaña electoral para la IV Duma de Estado. Son unas semanas de intenso trabajo al frente del Partido y de la "Pravda". En diciembre sale para Cracovia (en donde Lenin se había desplazado) para participar en la reunión del Comité Central. De allí va a Viena para estudiar las posiciones de los "austromarxistas" sobre la cuestión nacional de cara a la publicación de su famosa obra sobre el tema. En el mes de enero la masacre del Lena anuncia el comienzo de una nueva etapa para el_ movimiento obrero ruso. Stalin escribe un manifiesto. Es su último escrito antes de la revolución de febrero de 1917.
El 23 de febrero es detenido en San Petersburgo y a mediados de marzo se encuentra en Kureika, más allá del círculo polar ártico. No lograra escaparse hasta febrero de 1917.
Entre febrero y octubre de 1917
En el momento de estallar la revolución de febrero, la mayor parte de los cuadros dirigentes del Partido bolchevique se encontraban en la cárcel, en el destierro o en el extranjero. Muchos de los cuadros intermedios o de los simples militantes estaban en la guerra. Un gran número habían perdido la vida en las trincheras. Sin embargo, aún encontrándose muy debilitado, el Partido desempeño un papel destacado en los acontecimientos. Los historiadores burgueses afirman que la revolución de febrero fue totalmente espontánea, y que los "partidos" no tuvieron ninguna participación en ella. Ello es cierto por lo que se refiere a los partidos de la burguesía que, con palabras de Stalin "no estuvieron en las barricadas, sino junto a ellas". Pero los bolcheviques si estuvieron en las barricadas y además el Partido supo intervenir en los acontecimientos con directrices acertadas y globalmente tuvo una actuación muy positiva. En la capital tenia su sede el Buró ruso del Comité Central que en ese momento estaba integrado por tres militantes de relativa experiencia: Molotov, Sljapnikov y Zaluckij. Se trata de tres hombres que tendrán un destino distinto. El primero, como veremos, tendrá una actuación destacada en el Partido hasta el golpe de Estado de la camarilla de Jruschov. El segundo adoptará el punto de vista de Kámenev antes de Octubre. El tercero no asumirá en lo sucesivo un papel de dirigente. De todas formas este equipo actuó bien, y en la línea leninista. Ya en una nota de la policía de 1915 se podía leer que los leninistas habían asumido "en el Partido una importancia de primer plano" y que "habían publicado en todos los centros más importantes octavillas de propaganda revolucionaria pidiendo el cese de la guerra, el derrocamiento del Gobierno y la proclamación de la República". El Partido (a pesar de la detención del Comité de la capital el 20 y 21 de julio de 1916) fue muy activo en los meses sucesivos. A mediados de octubre lanzó un llamamiento contra la guerra, el hambre y la subida del coste de la vida. A este llamamiento siguieron varias huelgas (comenzando por la Renault de Vyborg) que desembocaron en una huelga general de cuatro días y en manifestaciones. El 25 de octubre se lanzó un llamamiento para una manifestación de protesta contra el juicio de los marineros acusados de haber integrado la organización bolchevique de la flota del Báltico. En la manifestación participaron miles de personas. En el aniversario de la masacre de enero de 1905 se convocó otra manifestación (también en Moscú).
La revolución de febrero, aunque fue decidida por el paso masivo de los soldados del lado de la revolución, tuvo su punto de arranque y su corazón en la clase obrera. El centro del movimiento fue el barrio de Vyborg, que era también el centro de la influencia bolchevique. La extensión de las huelgas parciales y su transformación en huelga general, la presencia de consignas revolucionarias en las grandes manifestaciones de masas, la intervención de oradores en las grandes concentraciones, todo ello fue el resultado de la actuación del Partido. Sin la intervención de los agitadores bolcheviques hubiera sido imposible que el movimiento mantuviera un mínimo de coherencia y que, sobre todo, después de la sangrienta represión del día 26, no se produjese un reflujo.
La manifestación del 23 de febrero fue en respuesta a un llamamiento del Partido. El día 24 es el Partido quien decide extender la lucha al Ejército. El día 26, el día de la masacre, al mismo tiempo que el zar disuelve la Duma, el Partido lanza un llamamiento para formar un Gobierno Provisional Revolucionario y realiza una gran agitación en las fábricas para la creación de soviets. Al día siguiente (el 27) se forma el Soviet de San Petersburgo (el 28 el de Moscú).
En el manifiesto del 26 se afirmaba que el Gobierno revolucionario debía instaurar la República, realizar algunas reformas (jornada de ocho horas, Asamblea Constituyente basada en el sufragio universal, etc.) y "que se diera, comienzo a negociaciones con el proletariado de los países en guerra para hacer posible una lucha revolucionaria de los pueblos de todos los países en contra de sus opresores y tiranos y para acabar con la sangrienta matanza que ha sido impuesta a los pueblos esclavizados".
Sobre la base de esta línea el Buró ruso del Partido, por su propia iniciativa dio comienzo a la publicación de Pravda. En la Pravda de esta época hay una actitud clara con respecto a la guerra y se pide incesantemente la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, siguiendo el planteamiento de Lenin. Sin embargo el Partido demostró mayor dificultad para orientarse, dada la ausencia de su líder más prestigioso, sobre otra cuestión, más compleja y nueva, que los acontecimientos habían planteado: la cuestión del Gobierno Provisional.
En los días de la insurrección, mientras los bolcheviques se batían en las calles y las barricadas, los dirigentes mencheviques se habían decidido a capitalizar el movimiento de masas, asumiendo el papel de mediadores con la burguesía. Esta, agrupada alrededor del partido de los cadetes, se había rápidamente distanciado del zarismo sin romper, no obstante, los puentes con él. El día 26 de febrero el zar había disuelto la Duma. Los partidos burgueses habían acatado respetuosamente la decisión del zar, pero sus diputados se habían reunido aparte, en un organismo "privado" creado oportunamente: el Comité Ejecutivo Provisional de la Duma de Estado, desde el cual emitían débiles lamentaciones contra la "irrazonable" actuación de las tropas zaristas y los "desmanes" de las masas. Este organismo, significativamente, fue creado el mismo día del Soviet de San Petersburgo. Este, en ese momento, estaba dominado por el partido menchevique y por los Socialistas Revolucionarios. El partido menchevique se había educado, durante años, en la idea de que la revolución pendiente era una revolución burguesa, en la cual el papel dirigente correspondía a la burguesía y que el proletariado no debía asumir el poder. Los mencheviques siempre habían afirmado además que el partido del proletariado debía evitar incluso "participar" en el Gobierno que saliera de la revolución.
Pero los acontecimientos de febrero habían correspondido tan profundamente al análisis leninista sobre la hegemonía del proletariado en la revolución y el carácter contrarrevolucionario de la burguesía rusa, que la burguesía se había mantenido, no ya en la retaguardia, sino completamente al margen de los acontecimientos revolucionarios y el poder había caído directamente en las manos de las masas sublevadas. Los mencheviques y los Socialistas Revolucionarios interpretaron su papel en estas circunstancias, y de acuerdo con su línea general en el sentido de convencer al Soviet de la capital, único depositario del poder real en los primeros días, a entregar ese poder a los partidos burgueses agrupados en el Comité Provisional de la Duma de Estado. Se trató, según explicó Lenin sucesivamente, de una verdadera y auténtica renuncia por parte de los soviets. Así nació el Gobierno Provisional.
Sin embargo los soviets no renunciaron a todo el poder. A pesar de la existencia del Gobierno Provisional, el Soviet siguió emitiendo decretos. En cuanto el Gobierno trató de tomar las primeras medidas reaccionarias (en primer lugar el intento de salvar el zarismo convenciendo a Nicolás II a abdicar), el Soviet de la capital las veto una tras otras. A pesar de los intentos del Gobierno, los obreros se negaron a disolver sus propias milicias. En muchas ciudades de provincias los soviets constituían el único poder efectivo. Los mencheviques y Socialistas Revolucionarios, en las primeras semanas de la revolución, no lograron, como querían, transformar a los soviets en un apéndice del Gobierno Provisional. Los soviets mantuvieron una existencia relativamente autónoma, aunque, por la presión de los oportunistas, consintieron la creación del Gobierno Provisional y durante cierto tiempo aceptaron que los mencheviques y Socialistas Revolucionarios actuaran como mediadores entre los dos poderes. En Rusia había un doble poder: el primero nacido directamente de la revolución, el segundo, resultado de la inmadurez y de las vacilaciones del mismo campo revolucionario.
El problema que se planteó a los bolcheviques del Buró ruso fue: ¿qué actitud tomar ante el Gobierno Provisional? El Partido siempre había sostenido la necesidad de un Gobierno Provisional Revolucionario con participación activa del proletariado. Pero la revolución (la vida, había dicho Lenin, siempre se manifiesta con una riqueza mayor que cualquier plan) ponía ante el Partido un Gobierno Provisional burgués, nada revolucionario, y un poder contrapuesto al primero, basado en los obreros y los campesinos, pero inseguro y parcial.
En la Pravda de los primeros días se manifiestan dos tendencias ante este problema. En algunos artículos se ataca al Gobierno Provisional en cuanto "Gobierno de capitalistas y terratenientes". Pero el 10 de marzo sale un artículo de Olminsky en el que se habla de que la revolución burguesa aún no ha terminado y de que "había una causa común entre burguesía y proletariado". Por su parte, el Comité de San Petersburgo del Partido, en el momento de su constitución declara su "no oposición al Gobierno Revolucionario" por lo menos en la medida en que su acción "corresponda a los intereses del proletariado y de las amplias masas del pueblo". En estas contradicciones se debatía el Buró del Partido en el mes de marzo de 1917.
Stalin llega a Siberia, junto con Kámenev y Muranov, el 13 de marzo de 1917. La situación que encuentra es la que hemos someramente descrito. La noticia de la revolución le ha llegado en Areginsk, una localidad relativamente cercana a la capital. Se trató de un verdadero azar.
Si se hubiera encontrado en Kuleika hubiera necesitado mes y medio para regresar. Pero en el mes de diciembre había sido trasladado a Krasnoiarsk para someterse a la visita médica militar. La guerra iba muy mal y el Ejército utilizaba también a los deportados. El examen dio un resultado negativo, por una vieja imperfección suya del brazo izquierdo. Pero se le había autorizado a permanecer en Areginsk, hasta el final de su condena.
Inmediatamente después de su llegada, los tres ex-deportados ingresaron en la redacción de Pravda. Muranov fue nombrado director. Pronto surgieron problemas con Kámenev. El Partido había mantenido siempre una actitud muy clara sobre la guerra, su naturaleza y la actitud hacia ella. Los problemas existían más bien sobre la cuestión del Gobierno Provisional. Pero he aquí que Kámenev publica un articulo en el que afirma: "cuando un Ejército se enfrenta a otro Ejército no hay nada más inútil que sugerir a uno de los dos ejércitos de abandonar las armas y de volver a su casa. No se trataría en este caso de una política de paz, sino de una política de esclavitud que seria rechazada con desdén por cualquier pueblo libre". Se trataba de un auténtico ataque contra las posiciones de Lenin. El desconcierto entre los militantes del Partido fue muy grande.
Esta posición de Kámenev tenía antecedentes. Cuando había sido detenido en 1915, en el curso del proceso, Kámenev había atacado la posición de Lenin sobre la guerra, afirmando que era falso que los bolcheviques abogaran por la derrota de los ejércitos zaristas. Lenin le había criticado duramente por esta actitud suya.
Ahora Kámenev volvía a sus viejas posiciones utilizando el órgano del Partido, y creando confusión sobre una cuestión unánimemente compartida por todos los militantes. Stalin intervino con gran energía. Toda la redacción de Pravda condenó las posiciones de Kámenev, y éste acabó plegándose, afirmando que se sometía a la decisión colectiva.
Para esclarecer la cuestión Stalin publica un articulo ("La guerra" 16 de marzo de 1917). En él afirma claramente que la guerra en curso no puede ser comparada a la guerra revolucionaria de Francia de 1792 en defensa del Gobierno republicano. "La guerra en curso es una guerra imperialista, ésta es su esencia, y el proletariado debe comportarse en consecuencia".
Sin embargo, el artículo de Stalin refleja el clima general del Partido. Más tarde Stalin caracterizará así la situación:
“El Partido -su mayoría- (...) decidió, con respecto a la paz, hacer presión sobre el Gobierno Provisional por medio de los soviets, pero no tomó la decisión de dar enseguida un paso hacia adelante, pasando de la vieja consigna de la dictadura del proletariado y de la clase campesina a la nueva consigna del poder a los soviets. Esta política cautelosa debía proporcionar a los soviets la posibilidad de desenmascarar, con respecto a los problemas concretos de la paz, la naturaleza imperialista del Gobierno Provisional y, en consecuencia, debía ofrecer la posibilidad de despegarse de él. Pero ésta era una posición profundamente errónea, pues favorecía ilusiones pacifistas, alentaba la llama del "defensismo" y obstaculizaba la insurrección revolucionaria de las masas. Esta posición equivocada yo la compartí con otros camaradas del Partido, y la abandoné solamente hacia la mitad de abril, cuando acepté las tesis de Lenin”.
En el articulo "La guerra" se afirma efectivamente que "la única salida es la de ejercer una presión sobre el Gobierno Provisional exigiendo que declare su consentimiento sobre la apertura de inmediatas negociaciones de paz". Se trata, obviamente, de algo muy distinto a la posición que se impondrá más tarde en el Partido, a saber, denunciar la naturaleza imperialista del Gobierno Provisional y por lo tanto su incapacidad, por su naturaleza de clase, de terminar con la guerra, y reclamar "todo el poder para los soviets", único poder capaz de terminar efectivamente, con la guerra.
Sobre esta cuestión los trotskistas, revisionistas y otros "historiadores" de la Revolución de Octubre, han levantado un gran alboroto afirmando que las posiciones de Stalin coincidían, en esta fase, con las de Kámenev, y que Stalin no comprendía el papel de los soviets en la revolución.
Estas afirmaciones son absolutamente falsas. La posición de Kámenev era una posición en esencial social-patriótica, Kámenev no estaba de acuerdo con la necesidad de mantener una posición de absoluto boicot de la guerra imperialista.
En cuanto a lo segundo, dos días después de su articulo "La guerra" Stalin publicaba otro artículo en la Pravda (no tan citado como el primero), titulado "Las condiciones de la victoria de la Revolución Rusa". En este artículo, Stalin observa que el Soviet de la capital ya no es suficiente y plantea la necesidad de un organismo central soviético para todo el país:
"Se necesita un órgano para todo el país que dirija la lucha revolucionaria de todos los demócratas de Rusia, que tenga suficiente autoridad para fundir en un todo único las fuerzas democráticas de la capital y de las provincias y para transformarse, en el momento necesario, de órgano de la lucha revolucionaria del pueblo, en órgano de poder revolucionario (...)
(Los subrayados son del mismo Stalin). Stalin entendía perfectamente que la perspectiva era la de la conquista del poder por parte de los soviets. Pero para alcanzar este objetivo, a su juicio, se necesitaba que las masas comprendieran por su propia experiencia que el Gobierno Provisional no estaba en condiciones (no tenía ninguna intención) de acabar con la guerra. Lenin estaba completamente de acuerdo sobre este punto. Pero opinaba que esta acción de convencimiento de las masas debía de acompañarse con una denuncia implacable de la naturaleza imperialista, belicista, del Gobierno Provisional, de su imposibilidad de terminar con la guerra; según Lenin, ya, de inmediato, había que contraponer al Gobierno Provisional a los Soviets, como único poder revolucionario capaz de satisfacer las reivindicaciones de las masas. Lo que Lenin veía claramente es que el poder de los soviets no era una perspectiva lejana, sino ya una realidad. Este poder se veía obligado a pelear en una lucha a muerte, por su propia existencia con otro poder, igualmente real, el de la burguesía. En estas condiciones, como vió después claramente el mismo Stalin, no cabía una actitud "cautelosa" ante el Gobierno Provisional y había que defender con unas y dientes, frente al Gobierno de la burguesía, el poder que obreros y campesinos habían conquistado con la insurrección.
Aunque es indudable que la postura mantenida por Stalin hasta abril no era correcta (él mismo lo admitió es igualmente indudable que su error ha sido agigantado por los trotskistas y, sobre todo, sus posiciones fueron deformadas completamente a través del prisma de las concepciones de Trotski.
En el citado articulo Stalin escribía: "Nuestro Gobierno Provisional no ha surgido en las barricadas, sino cerca de ellas. Por eso no es revolucionario; no hace más que ir a la zaga de la revolución, forcejeando y entorpeciendo su avance". En su articulo Stalin contrapone el Gobierno Provisional a la Asamblea Constituyente: "Y si tenemos en cuenta que la revolución va profundizándose paso a paso, planteando cuestiones sociales como la jornada de ocho horas y la confiscación de las tierras y revolucionando las provincias, podemos afirmar con seguridad que la futura Asamblea Constituyente de todo el pueblo será mucho más democrática que el presente Gobierno Provisional, elegido por la Duma del 3 de junio". En este contexto Stalin plantea la posibilidad de que "el Gobierno Provisional, arrastrado por las proporciones de la revolución e imbuido de tendencias imperialistas pueda, en determinada coyuntura política, servir de escudo y de pantalla legal para la contrarrevolución que se está organizando".
Está claro que aquí Stalin plantea como una posibilidad lo que para Lenin era ya una realidad sobre la cual había que insistir clara y explícitamente. Pero de aquí a hablar de "apoyo al Gobierno Provisional" y de "defensismo social patriótico" por parte de Stalin, como hacen los trotskistas, hay un abismo.
La insistencia trotskista sobre este episodio responde a un doble objetivo: por una parte agigantar el alcance de esta divergencia entre Lenin y Stalin (y -hay que decirlo- la mayoría del Partido) para dar a entender que en este momento Lenin estaba de acuerdo con la consigna de "Gobierno Obrero" que Trotski lanzaba desde los Estados Unidos. De esta forma los trotskistas pretenden demostrar un segundo punto: que la historia del bolchevismo se divide en dos periodos distintos: un primer periodo "derechista" (el viejo bolchevismo) marcado por la vieja consigna de 1905 (Asamblea Constituyente y Gobierno Provisional Revolucionario), periodo en el cual Trotski tenía razón y Lenin estaba equivocado y un segundo periodo (después de la revolución de febrero) en el cual Lenin se convierte a las tesis trotskistas.
Este enfoque es completamente falso. Lo que Lenin plantea a partir de febrero es un cambio de actitud, que toma en consideración las profundas transformaciones políticas determinadas por la revolución de febrero. Pero no hay un cambio de línea. Todo el enfoque bolchevique anterior, sobre las fuerzas motrices de la revolución rusa permanece invariado.
La táctica de apoyo al Gobierno Provisional Revolucionario no podía ser mantenida después de febrero porque el Gobierno Provisional (el que había surgido efectivamente, después de la revolución de febrero) era un Gobierno contrarrevolucionario. La vieja táctica suponía que la revolución antizarista (burguesa) produciría un Gobierno revolucionario en el cual participarían todas las fuerzas que habían luchado por el derrocamiento del zarismo. Los bolcheviques criticaban a los mencheviques que, haciendo paralelos mecánicos con la revolución francesa, pensaban que de la revolución burguesa saldría un Gobierno puramente burgués. Los bolcheviques afirmaban que, las fuerzas del proletariado ruso y la existencia de un partido de la clase obrera, harían que el proletariado participara en el Gobierno Provisional Revolucionario, junto con las demás fuerzas que habían derrocado al zarismo.
Esta táctica se situaba de lleno en el marco del enfoque leninista de la "revolución ininterrumpida". Los bolcheviques suponían que, después de derrocado el zarismo, la burguesía comenzaría a esforzarse por limitar el alcance de la revolución, apoyándose en restos del zarismo mientras que el proletariado, por el contrario, lucharía por profundizar y ampliar este alcance, para transformar la revolución burguesa en revolución proletaria. Pero los bolcheviques suponían que en una primera etapa, frente al enemigo zarista derrotado, se mantendría un único Gobierno Provisional, apoyado por el pueblo, y la lucha entre burguesía y proletariado asumiría la forma de una batalla para arrastrar, empujar, al Gobierno Provisional en una otra dirección.
Este enfoque, ya rebasado por los acontecimientos por el carácter concreto asumido por el Gobierno Provisional, es e1 que mantiene la mayoría del Partido en los meses de febrero y marzo y que explica el contenido de la mayor parte de las intervenciones y artículos de ese periodo (comprendidos los artículos de Stalin).
Lo que vio Lenin inmediatamente, adelantándose a sus compañeros de Partido, fue todo el alcance del hecho de que el Gobierno Provisional surgido efectivamente en febrero, fuera un Gobierno puramente burgués. Esto no desmentía las viejas tesis mantenidas por los bolcheviques ante los mencheviques: al revés, se trataba de que los bolcheviques habían tenido razón hasta tal punto en su apreciación de la fuerza y el papel dirigente del proletariado ruso y de su Partido, que la participación de éste en el poder no había asumido la forma de una participación en el Gobierno Provisional: la clase obrera había creado un propio poder independiente, los soviets, y amenazaba el poder de la burguesía , desde esta posición de fuerzas, desde el día mismo del derrocamiento del zarismo.
No había, por lo tanto, un único Gobierno Provisional dentro del cual burguesía y proletariado pelearan para su propia afirmación definitiva. Desde el comienzo habían surgido dos poderes.
En este contexto no podía mantenerse la táctica de "empujar hacia la izquierda" al Gobierno Provisional, criticándolo pero apoyándolo frente a los intentos de restauración de la autocracia. Esta táctica no tenia sentido en la medida en que el ala izquierda del movimiento democrático antizarista (los obreros y los campesinos pobres) no tenía ninguna representación dentro del Gobierno Provisional. Este, por lo tanto, no podía evolucionar más que hacia la derecha, hacia el compromiso con las fuerzas reaccionarias.
Todo ello se encontraba vinculado, además, a otro aspecto particular de la situación política del momento. El proletariado y la burguesía, parcialmente unidos (con las limitaciones que Lenin siempre vio) en la lucha contra la autocracia, se veían radicalmente divididos en la cuestión política central del momento: la guerra. La revolución de febrero se había producido en medio de la guerra. Pero la burguesía había ido distanciándose de la autocracia porque ésta no conducía la guerra con suficiente energía, llegando en los últimos meses incluso a tantear al enemigo de cara a una paz separada. La burguesía era el partido más belicista de la sociedad rusa.
El proletariado se había sublevado ante la autocracia por la paz. El Gobierno Provisional burgués, por su naturaleza de clase, debía, necesariamente, asumir ante la cuestión de la guerra una actitud cada vez más belicista, radicalmente en contraste con las aspiraciones pacificas de las amplias masas.
Debido a que alrededor de la cuestión de la guerra giraban todas las demás cuestiones (como veremos después) inevitablemente la actitud del Gobierno Provisional debía resultar cada vez más reaccionaria.
Es en este contexto en el que Lenin defendió el paso a la consigna táctica de "todo el poder a los soviets". No se trataba ya de hacer evolucionar hacia la izquierda al Gobierno Provisional. Se trataba de lograr que los soviets asumieran todo el poder. Esta era la forma específica que iba asumiendo en la realidad la revolución ininterrumpida.
Ahora bien, este cambio táctico se realizó en consideración de la evolución de los acontecimientos manteniendo firme el punto de vista estratégico sobre el papel de los campesinos. En la vieja táctica se suponía que la evolución del Gobierno Provisional estaría en función de la actitud de los campesinos. Si el proletariado lograba atraerse a los campesinos, el Gobierno Provisional Revolucionario en el sentido de favorecer la transformación de la revolución burguesa en socialista. Si los campesinos se mantenían favorables a la burguesía, sería ésta última la que triunfaría.
En la nueva táctica, Lenin mantiene su punto de vista. La conquista de todo el poder por parte de los soviets depende de la actitud de los campesinos; la consigna "todo el poder a los soviets" de Lenin no tiene nada que ver, por lo tanto, con la de "Gobierno Obrero" de Trotski. Entre febrero y octubre en ningún momento se produce un abandono por parte de Lenin de su enfoque de la revolución ininterrumpida para abrazar el de la "revolución permanente" de Trotski, cuyo aspecto de mayor relieve es la consideración de los campesinos como una "única masa reaccionaria".
Los bolcheviques siguen manteniendo su punto de vista de que el triunfo de la revolución depende de la alianza obrero-campesina y sobre la transformación ininterrumpida de la revolución burguesa en revolución socialista: lo que se precisa son las formas concretas de esta transición, las formas políticas que ella asume, a la luz de los acontecimientos. Es sobre estas formas, y sobre la actitud a asumir frente a ellas, que el Partido, con palabras de Stalin, en marzo de 1917 "marchaba a tientas" hacia una "nueva orientación", y manifestaba cierto desconcierto.
Lenin llega a la estación de Finlandia el 3 de abril de 1917. Una multitud inmensa le espera. Obreros de las fábricas de la capital, soldados y marineros, miles de militantes del Partido, algunos de ellos viejos camaradas suyos de lucha y de exilio. Un mar de banderas rojas y de pancartas inunda la estación.
En el tren reflexiona rápidamente sobre la actitud a tomar. En Suecia, pocos días antes, ha podido hacerse una idea más clara de los acontecimientos. Las primeras noticias sobre la insurrección las había tenido en Zurich. Unas pocas líneas fragmentarias leídas en un periódico pegado a un tablero a la orilla del lago. Luego otras noticias, más exactas, pero siempre con un gran retraso y de segunda mano. Febrilmente había escrito a Alexandra Kollontai en Estocolmo: "Como en el pasado agitación y lucha revolucionaria, con el objetivo de la revolución proletaria internacional y de la conquista del poder por parte de los `soviets de los diputados obreros' y no de los bandidos cadetes". Pero ¿cómo influir en los acontecimientos desde tan lejos? Estaba separado de Rusia por un espacio que la guerra había multiplicado, por mil. Grandes ejércitos, millones de obreros y campesinos se masacraban en los campos de batalla de toda Europa, impidiendo que su voz llegara al Partido al cual había dedicado toda su vida y que estaba librando una batalla decisiva. Por fin había logrado cruzar ese infierno que el enemigo, el imperialismo, había desencadenado. Los ministros del Káiser se habían convencido de que el "señor Lenin" iba a jugar una mala pasada al "Gobierno de San Petersburgo". Y por fin, en Suecia, había encontrado la prensa del Partido, la colección completa de Pravda. El Partido en su conjunto se había portado muy bien. Había estado a la cabeza de la lucha. Pero había el problema de Kámenev. Vacilaciones sobre la cuestión de la guerra imperialista no podían consentirse. Era indispensable precisar también la cuestión del Gobierno Provisional. Era de vital importancia aclarar que ya, desde ahora, hacía falta luchar por el poder de los soviets. Había, además otra cuestión nueva. Durante años el Partido había afirmado que la revolución pendiente era una revolución burguesa. Con la hegemonía del proletariado pero burguesa. Se trataba de una posición superada. Superada por los acontecimientos. La revolución burguesa ya se había producido y frente al Gobierno burgués se levantaba el poder de los soviets. La revolución burguesa ya había agotado todos sus recursos, sus perspectivas. Había que afirmar que Rusia, la vieja, atrasada Rusia, podía abrir el camino al socialismo, a la revolución mundial que Marx y Engels habían previsto en el Manifiesto Comunista.
En la estación de Finlandia, encabezaba la delegación que había venido a recibirle, el menchevique Cheidze, Presidente del Soviet de la capital. En un breve discurso abogó "por la unidad de todas las fuerzas de la democracia". Lenin escuchó nerviosamente, mirando alrededor suyo. Cuando Cheidze acabó, con un gesto decidido se alejó de él y se dirigió directamente a las masas de obreros y soldados. Sus palabras crearon inmediatamente un nuevo clima. En las masas rusas, dijo, saludaba el destacamento de vanguardia del proletariado mundial. "El alba de la revolución socialista mundial ya ha surgido" afirmó, Y concluyó con estas palabras: "La revolución rusa que habéis hecho ha dado comienzo, ha abierto una nueva época ¡Viva la revolución socialista mundial!".
Entre el 24 y 29 de abril se celebró en la capital la Conferencia panrusa del Partido. Por primera vez una representación de todo el Partido se reunía en la legalidad. Estaban representados 80.000 miembros de las organizaciones bolcheviques de toda Rusia. Los delegados eran 133 con voto más 18 con voto consultivo
En la Conferencia se pudieron apreciar algunas cuestiones de gran importancia. En primer lugar, a pesar de la desconexión que había existido en los últimos meses, la inmensa mayoría hizo suyos los planteamientos de Lenin.
En el curso de la Conferencia, Lenin aclaró aun más sus posiciones. La burguesía en el poder se enfrentaba con tres problemas: a) acabar con la guerra; b) dar la tierra a los campesinos; c) sacar al país de la crisis económica. La burguesía no podía resolver ninguno de estos tres problemas. No podía acabar con la guerra porque su Gobierno era un Gobierno imperialista. Tampoco podía dar la tierra a los campesinos. Existía un entrelazamiento de intereses entre capitalistas y terratenientes. Las tierras de los latifundistas estaban hipotecadas a los banqueros. Expropiándolas los burgueses dañarían sus propios intereses. En ciertas condiciones cabría pensar que la burguesía renunciara a un interés parcial para cumplir con su interés de fondo. Pero lo más a lo que podía llegar era a la entrega de una pequeña porción de tierras a cambio de una indemnización. Y, además, los campesinos, en las condiciones de crisis creadas por la guerra, necesitaban ganado, semilla, recursos económicos que solamente podían obtener expropiando a la burguesía. En cuanto a la crisis económica general la burguesía podía resolverla exclusivamente descargándola sobre el pueblo.
Todos estos problemas sólo podían ser resueltos mediante una profundización aún mayor de la revolución. La revolución burguesa debía transformarse en revolución socialista.
La acción del Partido debía consistir en explicar pacientemente a los obreros la necesidad del paso de la República burguesa a la República de los soviets. La consigna debía ser "todo el poder a los soviets".
Pero ¿cuál era el carácter de esta consigna en esa fase? Stalin, años más tarde, explicaría que la perspectiva abierta por la consigna de "todo el poder a los soviets" en ese momento, era la de "un Gobierno soviético integrado por mencheviques y socialistas-revolucionarios, libertad de agitación para la oposición (es decir para los bolcheviques), y libertad de lucha de los partidos dentro de los soviets". Es muy importante entender esto. Los bolcheviques lanzaban la consigna de "todo el poder a los soviets" en un momento en que los soviets mismos estaban dominados por los mencheviques y los eseristas. En ese momento los soviets (aunque con muchas contradicciones) apoyaban al Gobierno Provisional. La consigna de "todo el poder a los soviets" no tenia por lo tanto, en esta primera fase, un contenido insurreccional. Una insurrección, dadas las condiciones existentes, no podía más que tener el carácter de una sublevación en contra del Gobierno Provisional y de los soviets al mismo tiempo, táctica a juicio de Lenin suicida, dada la correlación de fuerzas, y de todas formas, manifiestamente incompatible con la consigna de "todo el poder a los soviets".
Lo que los bolcheviques planteaban entre abril y junio de 1917 era la transición pacífica de la primera a la segunda fase de la revolución.
Es importante insistir en esto porque los revisionistas jruschovistas han mantenido que Lenin en cierto momento habló y defendió la teoría de la "revolución pacifica". Esto es completamente falso. Entre abril y junio los bolcheviques hablan de "transición pacifica de una fase a otra de la revolución".
La revolución de febrero había hecho añicos el aparato represivo de la clase dominante, de la autocracia zarista. La autocracia zarista había sido sustituida en el Poder Por otra clase, por la burguesía. Pero la burguesía (su Gobierno Provisional) no había podido crear aun un aparato represivo propio. El de la autocracia había sido destruido por una insurrección armada pero las armas de la insurrección no estaban en manos de la burguesía (que no había participado en la insurrección) sino de los soviets y de los soldados que tras la insurrección reconocían como única autoridad, la de los soviets y no la del Estado Mayor del Ejército.
En abril y junio el Gobierno Provisional es un gobierno desarmado que ejerce el poder en la medida en que el pueblo, que tiene las armas, se lo consiente. Aquí está toda la esencia del doble poder.
Esta situación sólo pudo darse como resultado de una insurrección armada victoriosa (la revolución de febrero). Lenin supo analizar magistralmente esta situación, e indicó al Partido claramente que el obstáculo principal que se oponía a la toma del poder por parte del proletariado no era la capacidad represiva del Gobierno Provisional (capacidad que no tenía), sino por las vacilaciones e ilusiones del proletariado y de los campesinos que permitían al Gobierno Provisional gobernar. La tarea del momento consistía por lo tanto en convencer a los soviets de la necesidad de disolver el Gobierno Provisional y de asumir todo el Poder. Si las masas se convencían de esta necesidad seria posible pasar de la primera a la segunda fase de la revolución sin disparar un sólo tiro. El primer objetivo político era por lo tanto el de "romper el frente mencheviques-SR-cadetes". Luego se plantearía otra tarea: combatir a fondo en contra de los mencheviques y los eseristas y apoderarse del Poder conquistando la mayoría de los soviets para el partido bolchevique.
Resulta evidente que este proyecto de "transición pacifica" se refería a una situación completamente excepcional en la cual la clase en el poder (en el Gobierno) no poseía todo el poder y en particular no controlaba lo esencial del poder (las armas). Una situación de ese tipo es concebible exclusivamente como resultado de una insurrección victoriosa que deje sin resolver, por las circunstancias que sea, la cuestión fundamental, la cuestión del poder, Por ello, justamente, los bolcheviques hablaban de transición de una fase a otra de la revolución poniendo el acento sobre el hecho de que se trataba de culminar la revolución zanjando lo que quedaba por zanjar (¿Quién se haría con todo el poder? ¿La burguesía o el proletariado?) Esta culminación de la revolución podía realizarse por medios pacíficos, pero no la revolución en su conjunto que para abrirse camino había tenido que barrer a la autocracia con la victoriosa insurrección de febrero.
Pero, obviamente cabía otra alternativa. Cabía que para conquistar todo el poder el proletariado tuviera que lanzarse a una segunda insurrección. Esta segunda fue el camino que efectivamente el Partido bolchevique tuvo que recorrer.
Al día siguiente de la conferencia, el día 4 en el Palacio de Tauris (sede de los Soviets) Lenin presenta sus Tesis de Abril. En ellas están contenidas, de manera resumida, sus posiciones; ataca la idea según la cual la existencia de un Gobierno Provisional ha modificado el carácter de la guerra. La guerra sigue siendo una guerra imperialista. ¿Quién controla el Gobierno? La burguesía. Si el Gobierno fuera un gobierno controlado por el proletariado la cuestión seria distinta. Pero no es posible una paz democrática sin derribar el capital. En Rusia se ha abierto un proceso de transición entre una primera etapa de la revolución y una segunda. La burguesía controla el Gobierno por la actitud vacilante del proletariado y de los campesinos que lo han puesto en sus manos. Hay que pasar a una segunda etapa en la cual el poder ha de ser asumido por el proletariado y los campesinos pobres. Para ello es preciso realizar un trabajo de convencimiento, paciente, tenaz, entre los trabajadores. Existen todas las condiciones para ello. Las condiciones actuales de gran libertad, permiten hacerlo. ¿El Gobierno Provisional? Hay que atacar a fondo este gobierno de capitalistas. Hay que desterrar toda ilusión de que pueda ser otra cosa de lo que es por su naturaleza de clase. ¿República Parlamentaria? No, seria un retroceso. Hay que luchar por una república soviética...
A medida que Lenin habla, un terrible desconcierto se apodera de los dirigentes mencheviques. Al día siguiente Plejanov hablará del "delirio de un loco". Otros afirman que Lenin ha perdido por completo el sentido de la realidad. Cheidze, afirma que es imposible mantenerse en el poder sin el apoyo de la burguesía. Y además está el imperialismo. ¿Como pensar que el imperialismo puede consentir semejante locura? En toda la prensa resuena un asombroso coro de rechazo, de miedo.
En el Palacio de Tauris, entre los demás camaradas se encuentra Stalin. Stalin entiende inmediatamente todo el alcance de los planteamientos de Lenin. La lógica implacable del jefe indiscutido del bolchevismo, esa lógica que tanto le había impresionado en Tammerfors, desmenuza los distintos aspectos de la situación existente, deshace todas las dudas, traza una clara línea de acción de cara al futuro inmediato.
A partir de este momento Stalin se convierte en el más infatigable propagandista, dentro y fuera del Partido, de las tesis de Lenin. Otra vez, como en el pasado, Stalin será el hombre que forjará la unidad del Partido, de sus comités, de sus células, de todos sus militantes, alrededor de las posiciones leninistas, que transformará la línea leninista en unidad de acción del Partido,
Este papel de Stalin en octubre es indiscutible. Todas las interpretaciones burguesas, idealistas, de la revolución de octubre suelen disminuir la importancia del papel de Stalin en proporción directa con una minusvaloración del papel del Partido bolchevique. "Escuchando a Trotski, podría suponerse que en todo el periodo de preparación de marzo a octubre, el Partido bolchevique no hacía sino agitarse sin ton ni son; que estaba corroído por contradicciones internas, creando a Lenin toda clase de estorbos, y que, de no haber sido por Trotski, nadie sabe cómo habría terminado la Revolución de Octubre".
Esta interpretación tiene evidentemente e1 objeto de agigantar el papel del mismo Trotski. Otros presentan a Lenin como un "jefe carismático", aislado en su propio Partido y de la situación política rusa, pero que con su capacidad oratoria y sus intuiciones geniales, a veces ayudado por factores imponderables, "da la vuelta a la situación".
Este enfoque, que en apariencia agiganta el papel de Lenin, en realidad disminuye el alcance histórico de su obra, porque el gran papel de Lenin no consistió solamente en defender una posición ideológica correcta y en algunas geniales intuiciones políticas, ni tampoco en la gran obra de desarrollo de la teoría marxista de la cual se hizo cargo; Lenin fue también el creador, el organizador de un Partido de tipo nuevo, del Partido bolchevique. Al mismo tiempo que Lenin desarrollaba una línea y una teoría revolucionarias supo crear, organizar un Partido capaz de llevar a la práctica, de transformar esa misma línea en organización y en hechos políticos concretos.
Podemos decir que el hombre que más ayudó a Lenin en esta tarea fue Stalin. Este papel de Stalin se manifestará de manera particular a partir de las Tesis de Abril, en un momento en que el Partido se encontró, casi súbitamente, ante la tarea gigantesca de adueñarse del poder, de hacer la revolución. Stalin fue el hombre que de manera infatigable forjó la unidad del Partido alrededor de Lenin, que convenciendo, peleando, organizando, logró que en Octubre el Partido se encontrara unido como un sólo hombre ante la cita decisiva. Esta es la tarea de la que Stalin se hizo cargo en aquellos días y que le reconoce la historia. Una tarea "oscura" según algunos. En realidad una tarea gloriosa, un papel de primera magnitud para un gran dirigente comunista.
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Pocos días antes de la celebración de la Conferencia de abril el Gobierno, sin quererlo, había "echado una mano" a los bolcheviques con la famosa "Nota Miliukov". Ante el descontento de las masas y presionado por los mencheviques que necesitaban echar humo a los ojos del pueblo, el día 28 de marzo el Gobierno había declarado que se esforzaría por instaurar una "paz duradera sobre la base del derecho de los pueblos a disponer de si mismos".
Esta declaración creó nerviosismo en los círculos de las potencias de la Entente que la interpretaron como un síntoma de que el Gobierno Provisional comenzaba a flaquear ante el gran movimiento de masas en pro de la paz y de que tal vez se preparara para una paz separada con Alemania.
Los "aliados" pidieron explicaciones al Gobierno y Miliukov, el ministro de Asuntos Exteriores se apresuró a declarar que lo afirmado el 28 significaba... la voluntad del pueblo ruso de continuar la guerra mundial hasta la victoria decisiva.
Esta declaración de Miliukov suscitó una indignación incontenible. Las masas se sintieron engañadas por una camarilla de politiqueros burgueses que especulaban con su vida, sus aspiraciones de paz, sus terribles sufrimientos. Inmensas manifestaciones se produjeron en todo el país, pidiendo la dimisión del Gobierno. La burguesía se vio obligada a convocar otras manifestaciones en apoyo del Gobierno Provisional.
En realidad se trataba de una gran victoria de los bolcheviques. El foso entre el proletariado y la burguesía se iba abriendo cada vez más por las contradicciones que suscitaba la actitud contrapuesta de cara a la guerra. El intento de superar estas contradicciones con declaraciones ambiguas en pro de la paz al mismo tiempo que en la práctica se intensificaba la guerra, había fracasado. El Gobierno se había visto obligado a desenmascararse abiertamente. Como consecuencia de ello se habían producido las primeras grandes manifestaciones en contra del Gobierno Provisional. La situación evolucionaba a favor de los bolcheviques.
Sin embargo las condiciones aún no eran maduras para la transición del Poder a manos de los soviets. La reacción aún tenía un espacio político para maniobrar.
La burguesía se apresuró a disolver el primer Gobierno Provisional y nombró otro con participación "socialista". La maniobra estaba clara. Puesto que el Gobierno se había desprestigiado por completo había que apuntalarlo echando mano de los traidores revisionistas: estos mantenían aún su prestigio ante amplios estratos de trabajadores; de esta forma la burguesía pretendía inyectar Prestigio y energías a su propio Gobierno.
Es interesante observar que los mencheviques siempre habían considerado como un axioma esgrimir en contra de los bolcheviques el que "el Partido del proletariado no debe participar en un gobierno burgués". Este punto de vista lo habían mantenido desde 1905 frente a Lenin quien sostenía que el Partido del proletariado debía participar en un gobierno revolucionario de la burguesía, para empujar hacia adelante la revolución burguesa y transformarla en revolución socialista a través de la alianza obrero-campesina.
Pero ahora los mencheviques aceptaban participar en un gobierno contrarrevolucionario de la burguesía, cuyo objetivo era la culminación de la guerra imperialista y hacer retroceder la revolución.
Los mencheviques explicaron así su decisión: "Incapaz de tomar medidas revolucionarias suficientemente enérgicas en el campo de la construcción interna y, sobre todo, incapaz de aplicar de manera consecuente la política de paz ,en el campo de las relaciones internacionales (el Gobierno) se había ganado la desconfianza de las amplias masas democráticas. Por esta razón ya no estaba capacitado para ejercer plenamente el poder y una parte cada vez mayor de éste pasaba a manos de los soviets". Es decir, los mencheviques iban en realidad al Gobierno para limitar el poder de los Soviets, para hacer retroceder la revolución.
En el "Soldatskaia Pravda." del 13 de junio Stalin analiza el significado político del ingreso de los oportunistas en el Gobierno: "La guerra ha sido y es una guerra imperialista. La palabrería acerca de la paz sin anexiones, cuando de hecho se está preparando la ofensiva, no hace sino encubrir el carácter bandidesco de la guerra. El Gobierno Provisional ha tomado claramente el camino del imperialismo activo. Lo que ayer parecía imposible, ha sido posible hoy en virtud de la entrada de los "socialistas" en el Gobierno Provisional. Encubriendo con frases socialistas la esencia imperialista del Gobierno Provisional, esos "socialistas" han consolidado y extendido las posiciones de la contrarrevolución en ascenso, Y, los ministros "socialistas" en realidad ponían en práctica el programa de los cadetes con una energía y decisión mayor de la que habían sido capaces los cadetes mismos: "...aquello en que tanto soñara Guchkov, aunque sin atreverse a convertirlo en realidad, lo ha "realizado" de un golpe Kerenski, encubriéndose con frases altisonantes sobre la libertad, la igualdad y la justicia (...); lo que Miliukov trataba de conseguir tan tímida, pero infatigablemente, el ministro Tsereteli lo ha convertido en su propio programa".
Esta situación debilitó muchísimo las posiciones de los oportunistas. Por la evolución de los acontecimientos se habían visto obligados a ingresar en el Gobierno Provisional, pero al hacer esto se veían también obligados a abandonar la cómoda posición de "críticos" del Gobierno desde la "oposición" y su verdadera naturaleza política se veía ahora claramente, a la luz del día.
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A partir de los acontecimientos de abril se abre un proceso de agudización creciente de las contradicciones entre los dos poderes reales existentes. La manifestación de estas contradicciones son: por un lado, la oleada de huelgas que sacude el país y el surgimiento de un movimiento campesino independiente basado en los campesinos pobres que, cada vez más claramente, comienza a luchar por la tierra utilizando métodos revolucionarios. Por otro, el hecho de que la reacción se reorganiza en el plano militar reagrupando sus fuerzas a través de los cuerpos de voluntarios los junkers y oficiales, y desplazando hacia las zonas claves las unidades más fieles (un proceso análogo se produce en la clase obrera que refuerza sus milicias independientes).
En este contexto se produjo la manifestación de junio, que los bolcheviques habían querido organizar para el día 10, con el fin de permitir el aflorar y la consolidación de su creciente influencia a nivel de una manifestación política de masas. Pero el Soviet por la intervención de los oportunistas, había prohibido la manifestación. Los bolcheviques, que mantenían la consigna de "todo el poder a los soviets", la desconvocaron.
La ocasión se presentó sin embargo 8 días más tarde. El Comité Ejecutivo Central de los soviets convocó otra manifestación que, según los planes oportunistas debía convertirse en una manifestación patriótica, belicista, con motivo de la ofensiva en el frente que el Gobierno Provisional tenia prevista para aquellos días. Pero los planes del Gobierno fracasaron rotundamente. La manifestación se convirtió en un gran triunfo bolchevique.
El día 14 en Pravda el órgano del Partido ("Contra las manifestaciones dispersas") Stalin había escrito: "Nuestra tarea consiste en lograr que la manifestación del 18 de junio en Petrogrado desfile bajo nuestras consignas revolucionarias". Este objetivo se alcanzó completamente.
"El día es claro y soleado. La columna de los manifestantes se extiende interminable. Un torrente humano fluye hacia el Campo de Marte desde la mañana hasta el anochecer. Un inmenso bosque de banderas. Están cerradas todas las fábricas y todos los establecimientos. El tráfico paralizado. Los manifestantes inclinan las banderas al pasar delante de las tumbas. A "La Marsellesa" y "La Internacional" sucede el "Vosotros caísteis en la lucha". El tronar de las voces hace estremecer el aire. A cada instante se oye gritar: " ¡Abajo los diez ministros capitalistas! ¡Todo el Poder al Soviet de Diputados Obreros y Soldados!". Y, en respuesta, llega de todos lados un ensordecedor ‘!hurra!’ de aprobación".
Con estas palabras describía Stalin la manifestación en el Pravda del 20 de junio. La consigna de "¡Abajo los diez ministros capitalistas!" había sido lanzada por los bolcheviques después de la entrada de los "socialistas" en el Gobierno. Con ella se insistía en la línea de romper la alianza entre oportunistas y cadetes.
El conjunto de la manifestación estuvo completamente marcado por los bolcheviques.
"Lo que salta a la vista, al observar los manifestantes, es la ausencia de la burguesía y de los "compañeros de viaje". A diferencia de la manifestación del día del entierro, en la que los obreros se perdían en un mar de pequeño-burgueses y de otras gentes, la manifestación del 18 de junio ha sido una manifestación puramente proletaria, pues los participantes principales fueron los obreros y los soldados... En pocas palabras: ha sido una manifestación realmente proletaria, una manifestación de los obreros revolucionarios, que llevaban tras de si a los soldados revolucionarios. Una alianza de los obreros y de los soldados contra los burgueses, que habían abandonado el terreno, en una situación de neutralidad por parte del ciudadano medio". Y más adelante: "Saltaba a la vista una particularidad; ninguna fábrica y ningún regimiento llevaban la consigna de: "Confianza en el Gobierno Provisional". Incluso los mencheviques y los eseristas se olvidaron de exponer esa consigna... En pocas palabras: la desconfianza en el Gobierno por parte de la inmensa mayoría de los manifestantes y la patente cobardía de los mencheviques y los eseristas para ir "contra la corriente", ha continuado la tónica general de la manifestación".
La prensa burguesa tuvo que reconocer que la manifestación del 18 de junio había sido un gran triunfo de los bolcheviques. La "Rabotchaia Gazeta" afirmaba que "exteriormente la manifestación producía una impresión penosa", y, con espíritu venoso añadía que parecía como si el pueblo de la capital se hubiera levantado en contra de los Soviets. Por todas partes se comenzó a hablar de "complot bolchevique". A medida que las posiciones de los bolcheviques se reforzaban dentro del movimiento de masas, sus adversarios, en primer lugar los mencheviques y los eseristas, intensificaban sus ataques contra ellos. Su argumento principal era que los bolcheviques, con su actitud firme e intransigente favorecían "objetivamente" la contrarrevolución e impedían a la revolución de "consolidarse".
Lenin seguía atentamente esta evolución. La fuerza de los bolcheviques era muy grande. Suficientemente grande para despertar las iras y los temores de la reacción, para suscitar el pánico de la burguesía, pero insuficiente para lanzarse a la insurrección.
El momento estaba haciéndose muy peligroso. Lenin estaba convencido de que si los bolcheviques lo hubieran querido ya les hubiera sido posible apoderarse de la capital. Pero, ¿y las provincias? No había que olvidar que la Comuna de Paris había perecido por no haber conseguido el triunfo en las provincias. ¿Y el Ejército? La gran masa de los soldados reconocía solamente a los soviets. Y los soviets, en su mayoría, aún estaban en manos de los oportunistas. Casi seguramente una insurrección sería condenada por el Comité Ejecutivo Central de los Soviets, al que reconocían la mayoría de los soldados. Eso significaba hacer la insurrección teniendo en contra al Ejército. No había condiciones para ello. Había que esperar. Muchos y diferentes peligros acechaban la revolución pero había que esperar. Pero ¿esperarían las masas? Eso tampoco se podía asegurar con certidumbre. Sin duda, el momento, a finales de junio de 1917 era de gran incertidumbre y de mucho peligro.
La disyuntiva se presentó dramática durante el mes de julio. En pocas horas, casi sin preaviso, como una oleada que crecía por momentos y que no podía controlarse, los marinos de Kronstadt y los obreros de la capital, al igual que un río que recorría las calles de la ciudad se pusieron en marcha para la insurrección. Las masas se dirigieron hacia la sede del Partido bolchevique. Los dirigentes que se encontraban allí hablaron a las masas diciendo que había que retirarse, que aquello no tenia ninguna perspectiva. Pero las masas les abuchearon, los más excitados lanzando gritos hostiles. ¿Por qué retirarse? ¿No llevaban tal vez meses los bolcheviques diciendo que había que derribar al Gobierno Provisional? Pues lo mejor de la clase obrera estaba dispuesta a hacerlo. Ya estaba claro que el Gobierno no tenía ninguna intención de acabar con la guerra. La ofensiva de junio, ese desastre, lo había demostrado de sobra. Y además ¿no se daban cuenta los bolcheviques de que la reacción se estaba preparando? ¿No se daban cuenta de que dentro de pocos días, si no se hacía algo, no quedaría nada del Poder de los soviets?
Stalin describe así aquellos dramáticos momentos: "Las 3 de la tarde. Reunión de la Conferencia de Petrogrado de nuestro Partido. Se examina el inocuo problema de las elecciones municipales. Llegan dos representantes de un regimiento de la guarnición y declaran de pronto que "tienen decidido actuar esta tarde", "no pueden tolerar más en silencio que se esté disolviendo regimiento tras regimiento en el frente" y "han enviado ya delegados a las fábricas y a los regimientos", invitándoles a sumarse a la acción. El camarada Volodarski, representante de la presidencia de la Conferencia, contesta que en el Partido existe el acuerdo de no ir a la acción; que los miembros del Partido en el regimiento no deben infringir la decisión del Partido".
A las 4 de la tarde los órganos centrales del Partido deciden no participar en la acción que se está preparando. Stalin, para prevenir todo intento de explotar los acontecimientos en contra del Partido acude al Comité Ejecutivo Central de los soviets y declara que el Partido ha decidido no participar en la acción. Pero a las 7 de la tarde varios regimientos con banderas desfilan ante la sede del Partido lanzando consignas de " ¡Todo el Poder a los Soviets!". Los regimientos se detienen "ante el local del Comité de Petersburgo y piden a los miembros de nuestra organización que digan algo. Los oradores bolcheviques Lashévich y Kuráev explican en sus discursos la situación política del momento e invitan a desistir de la acción. Les contestan con gritos de "¡Fuera!". Entonces los miembros de nuestra organización proponen que se elija una delegación para exponer los deseos de los manifestantes al Comité Ejecutivo Central de los soviets y que después se regrese a los regimientos. En respuesta suena un ensordecedor " ¡Hurra!".
Pero a las 9 de la noche en la sede del Partido hay "un desfile incesante de delegados de fábricas". Se pide que el Partido dirija la manifestación para evitar "derramamiento de sangre". Está claro que la manifestación es inevitable. El Partido toma una decisión definitiva: encabezar la manifestación esforzándose en darle un carácter no insurreccional, sino, pacifico y organizado.
Algunos días más tarde Stalin diría: " ¿Tenía el Partido derecho a lavarse las manos e inhibirse? Ante la posibilidad de complicaciones aún más graves no teníamos derecho a lavarnos las manos, como Partido del proletariado debíamos intervenir en la manifestación y darle un carácter pacifico y organizado, sin plantearnos el objetivo de tomar el Poder por las armas. Os recordaré hechos análogos de la historia de nuestro movimiento obrero. El 9 de enero de 1905, cuando Gapón llevaba a las masas al palacio del zar, el Partido no se negó a marchar con las masas, aunque veía claro que éstas iban el diablo sabía adónde. Ahora que el movimiento no marchaba bajo las consignas de Gapón, sino bajo nuestras consignas, teníamos todavía menos el derecho de inhibirnos". Y explicando las razones por las cuales el Partido había estado en contra de la insurrección: "El 3 y 4 de julio podíamos haber tomado el Poder... Pero la cuestión es la siguiente: ¿Hubiéramos conseguido mantenernos en el poder? El frente, las provincias y varios soviets locales se habrían levantado contra nosotros. Un poder sin el apoyo de las provincias hubiera carecido de base".
La manifestación de julio (400.000 personas) tuvo, tal como los bolcheviques habían previsto, graves consecuencias. Los trabajadores fueron tiroteados por elementos reaccionarios y tuvieron que defenderse. Las calles de Petersburgo se convirtieron en un campo de batalla, A pesar de que los bolcheviques, dando muestras de gran serenidad, a las 8 de la noche disolvieran la manifestación, a pesar de que desde el comienzo habían tratado de impedirla y a pesar de que la batalla había comenzado en el momento en que los manifestantes habían sido atacados por las fuerzas reaccionarias, la burguesía trató de hacer responsable al Partido bolchevique de los acontecimientos. Se difundió el bulo de que el Partido bolchevique había encabezado un intento insurreccional.
Los ministros capitalistas del Gobierno Provisional dimitieron. Durante algunas horas, el Comité Ejecutivo Central de los Soviets tuvo el poder en sus manos. Pero "el Comité Ejecutivo Central de los Soviets no toma el poder. Encarga a los ministros "socialistas" que formen un nuevo Gobierno, incluyendo a ministros burgueses, aunque sea a titulo personal. Se otorga a los ministros facultades especiales para la "lucha contra la anarquía"... El Comité Ejecutivo Central puesto ante la necesidad de romper de una manera resuelta con la burguesía, cosa que teme particularmente... da por respuesta la ruptura resuelta con los obreros y los bolcheviques para, unido a la burguesía, volver las armas contra los obreros y los soldados revolucionarios. De este modo se inicia la campaña contra la revolución".
Las jornadas de julio marcaron el paso definitivo de los oportunistas del lado de la contrarrevolución. La evolución de los acontecimientos, la agudización de todas las contradicciones había llevado a la burguesía al convencimiento de que existían las condiciones para emprender una batalla decisiva contra los bolcheviques y de la clase obrera para adueñarse de todo el poder. El doble poder había llegado a su fin. La burguesía se lanzaba al contraataque.
En esta situación, la política conciliadora había agotado todos sus recursos. Los conciliadores se encontraron ante la disyuntiva de sumarse al carro de la represión contrarrevolucionaria o de seguir a la clase obrera. Como era inevitable, siguieron el primer camino, arrastrando detrás de si al Comité Ejecutivo Central de los Soviets.
La represión, encabezada por los revisionistas, fue terrible: "En las calles las tropas proceden a reprimir a los insumisos. De hecho, se establece el estado de sitio. Se detiene y conduce al Estado Mayor a los sospechosos. Se desarma a los obreros, a los soldados, a los marinos. Petrogrado está en manos de los militares... el destacamento mixto ocupa el local del Comité de Petersburgo. Registros e incautación de armas en los barrios obreros. La idea de Tsereteli de proceder al desarme de los obreros y soldados, tímidamente enunciada por vez primera el 11 de junio, es puesta ahora en ejecución. Los obreros le llaman con rabia 'el ministro del desarme' ". La imprenta de Pravda es desvastada. La contrarrevolución triunfa. El Partido bolchevique se ve obligado, otra vez, a la acción clandestina.
El nuevo Gobierno decidió ir hasta el fondo. Desde hacia semanas, en el Ministerio de la. Guerra había un "dossier" voluminoso sobre Lenin. Documentos falsos, falsos testimonios "demostraban" que Lenin era un agente a sueldo del imperialismo alemán. La decisión de fabricar estas pruebas se había tomado en los primeros días después del regreso de Lenin cuando la prensa burguesa había desatado una terrible campaña contra él, acusándole de "traidor" por su paso a través de Alemania.
Inmediatamente después de la manifestación de julio el Gobierno decidió utilizar este material. Una nota fue distribuida por el Estado Mayor de la zona militar de la capital, de acuerdo con el ministro de la Justicia, a todos los periódicos. Por la noche Stalin se enteró del asunto. Inmediatamente se precipitó al Palacio de Tauris y pidió hablar con Cheidze. Se dirigió con gran dureza a su viejo adversario de Batum y compatriota. ¿Qué quería el Soviet, hacerse cómplice de semejante infamia? ¿Querían los mencheviques empujar su colaboración con la burguesía hasta el punto de participar en esta campaña de calumnias contra un hombre al que decenas de miles de obreros reconocían como jefe? Cheidze vaciló, Dijo que haría algo para impedirlo, Pero Stalin insistió Había que hacer algo inmediatamente. Cheidze agarró el teléfono. Comenzó a hablar con las redacciones de los periódicos asociando a su iniciativa a otro georgiano, el ministro Tsereteli. Dijo que el Comité Ejecutivo de los Soviets prohibía la publicación del documento.
Los periódicos obedecieron la orden, pero uno, el monárquico Givoe Slovo publicó la noticia. Inmediatamente Stalin y Sverdlov escondieron a Lenin en la casa del suegro de Stalin, Aliluev.
La situación empeoraba por momentos. El Gobierno lanzó una orden de captura contra Lenin. Stalin y Orgionikidze acudieron a la casa de Aliluev. Junto con Lenin estaban Zinoviev (él también buscado por la policía), N. Krupskaya y Noghin. Este declaró que en su opinión Lenin debía entregarse, que en el proceso podría demostrar su inocencia.
Stalin se enfureció. Dijo que a su juicio se trataba de una locura y que no habría ningún proceso si Lenin se entregaba. Le despedazarían antes de llegar a la cárcel.
Lenin estaba de acuerdo con Stalin, pero aparecía extremadamente excitado. De improviso llegó la camarada Stasova con la noticia de que corría el rumor de nuevas falsas pruebas, de algunos «documentos”, descubiertos en los archivos de la policía, según los cuales resultaba comprobado que Lenin, durante todos los años de su actividad política, había sido un agente provocador a sueldo de la policía. Orgionikidze recuerda: «Estas palabras produjeron sobre Lenin una impresión increíble. Los rasgos de su cara se contrajeron en un temblor nervioso y con un tono que no admitía contestación que 'debía de ir a la cárcel' «.
Stalin trató de convencerle de que una decisión de ese tipo no se podía tomar sobre la base de un impulso. Hacia falta ganar tiempo. Stalin logró el siguiente compromiso: Orgionikidze y Noghin irían al Palacio de Tauris y plantearían al Comité Ejecutivo Central las siguientes condiciones: 1) que, caso de ser detenido Lenin, sería encerrado en la fortaleza de Pedro y Pablo, que tenia aún guarnición bolchevique y 2) que hubiera garantías formales, por parte del Gobierno, sobre la seguridad personal de Lenin.
Pero en el Palacio de Tauris la respuesta fue terminante. Ninguna garantía de ningún tipo. Orgionikidze salió gritando: « ¡Jamás os lo entregaremos!».
La situación estaba clara. Habla que esconder a Lenin en un lugar muy seguro.
Lenin abandonó definitivamente la capital el 11 de julio para esconderse en el campo. Le acompañaron a la estación Stalin y Aliluev. Este ultimo recuerda: «Antes del ultimo toque de campana, Vladimir Ilich subió sobre la plataforma anterior del coche de cola. El tren se puso en marcha. El camarada Stalin y yo permanecimos en el andén siguiendo con la mirada su querida imagen». Lenin tuvo que permanecer algún tiempo en una cabaña en las proximidades de un lago. A finales de julio se trasladó a Finlandia. Estos desplazamientos de Lenin se realizaron entre grandes dificultades y peligros. Sus contactos con el Partido fueron dificultosos. A pesar de ello, se esforzó por mantener su actividad de dirección. Lenin volvería a la capital, llamado por el Comité Central, solamente el día 8 de octubre.
Durante toda esta época, el máximo peso de la dirección del Partido recayó, fundamentalmente, sobre Stalin. Para el día 2ó de julio estaba convocado el VI Congreso del Partido. El Congreso tenía que valorar políticamente la situación que se Había creado a raíz de la oleada represiva desencadenada en contra de los bolcheviques y establecer la táctica a seguir.
Lenin Había llegado a la conclusión de que la consigna de «Todo el poder a los soviets» no podía ser mantenida. Para entender cabalmente esto es preciso recordar que antes de julio la consigna de «Todo el poder a los soviets» estaba vinculada a una perspectiva de conquista del poder por medios no insurrecciónales. Esta perspectiva era posible (antes de julio) por el hecho de que la reacción aún no había sido capaz de reorganizarse y el poder real seguía estando en las manos de los soviets. Como ya hemos observado, la consigna de «Todo el poder a los soviets» antes de julio significaba esencialmente forzar a los oportunistas (quienes controlaban los soviets) a asumir todo el poder, para desplazarlos sucesivamente conquistando la mayoría dentro de los soviets mismos.
Pero los acontecimientos de julio demostraban que este camino ya no era viable. En primer lugar, la reacción se había reforzado y controlaba ya una fuerza armada propia. A partir del mes de mayo, el Gobierno Provisional había comenzado a crear unidades especiales de tropas de asalto, integradas por voluntarios, con un estatuto especial que exigía una disciplina ciega de sus miembros y excluía la formación de comités o soviets de soldados. El Gobierno había, además, formado otros batallones especiales. Había desplazado a los oficiales más fieles hacia las unidades menos influidas por los bolcheviques (esencialmente las del frente sur), había reforzado su control en general sobre el cuerpo de oficiales y había armado a los Jukers (los cuerpos de las escuelas de oficiales). El Gobierno podía contar, además, con las tropas cosacas, sobre algunas unidades de las nacionalidades y, cómo no, sobre la policía.
En julio, por lo tanto, la situación era muy distinta de la que se había creado a raíz de la revolución de febrero, cuando el Ejército en su conjunto estaba dominado por los soviets, cuando las armas estaban en las manos del pueblo y el Gobierno Provisional ejercía el poder en la medida en que las vacilaciones de las masas (que tenían las armas) se lo habían entregado. En julio, el Gobierno Provisional había logrado ya reorganizarse y poseía una fuerza armada propia capaz de intervenir autónomamente en la lucha.
El pueblo, obviamente, conservaba, mucho de la fuerza que la revolución de febrero había puesto en sus manos, e incluso la había incrementado. El frente norte se mantenía sobre posiciones revolucionarias, grande era la influencia en el frente sur y, en general, las unidades de la retaguardia estaban muy influidas por los bolcheviques. Por otra parte, se había producido un gran desarrollo de la milicia proletaria. En todas las fábricas existían destacamentos de hombres armados, destacamentos que tenían un origen distinto según las empresas o las localidades, pero que en su conjunto constituían una poderosa realidad.
Pero en julio esta fuerza ya se enfrentaba con una reacción armada y organizada. Por ello Lenin vio claramente que ya no se podía pensar en una transición pacifica de la primera a la segunda fase de la revolución, y que el Gobierno Provisional podía ser derribado solamente mediante una insurrección armada.
Pero en julio la línea de la insurrección armada en contra del Gobierno Provisional era incompatible con la consigna de «Todo el poder e los soviets», porque los soviets aun estaban dominados por mencheviques y eseristas. Estos últimos se habían pasado con armas y bagajes al lado de le reacción y habían sido los principales propagandistas y autores de le represión antibolchevique. El 11 de julio, el partido menchevique había publicado un llamamiento en el cual se leía: «La aventura criminal emprendida por el Estado Mayor leninista ha podido asumir tales proporciones y convertirse en peligrosa para la revolución exclusivamente porque detrás de ese Estado Mayor marchaban consistentes grupos de obreros... ya ha llegado el momento de proclamar en voz alta que el «bolchevismo», este bolchevismo del cual Lenin es el intérprete y el jefe, se ha alejado de la socialdemocracia, se ha impregnado de ideas anarco-sindicalistas y solamente por un malentendido, por no se sabe qué fuerza de inercia aún se encubre con la bandera del POSDR». El 13 de julio una revolución común de los comités ejecutivos SR y menchevique pedía que los bolcheviques fueran juzgados por los tribunales, que se excluyera de los soviets a todas las personas acusadas y que se obligara a todos los miembros del Soviet a someterse a la mayoría.
Esta situación, que marcaba el claro paso de los dirigentes oportunistas del Soviet del lado de la contrarrevolución, al mismo tiempo que no se veía ninguna forma de derrocar al Gobierno Provisional como no fuera a través de una insurrección, había hecho caducar la consigna de «Todo el poder a los soviets».
Al mismo tiempo, por la política revisionista de los eseristas y de los mencheviques, los soviets habían decaído, y no tenían ya la pujanza y el prestigio de los primeros días de la revolución.
Lenin llegó a dudar inclusive de la posibilidad de que los soviets pudieran ser, en la futura insurrección, el instrumento de la misma, y pensaba que más valía estudiar la posibilidad de preparar la insurrección sin contar con los soviets. Stalin fue más prudente. En “ ¿Trotskismo o Leninismo?» afirma lo siguiente: «Después de la derrota de julio, entre el C.C. y Lenin surgieron, efectivamente, divergencias respecto a la suerte de los soviets. Es sabido que Lenin, deseando concentrar la atención del Partido en los preparativos de la insurrección fuera de los soviets, prevenía contra el excesivo entusiasmo por los soviets, considerando que éstos, envilecidos por los defensistas, ya no tenían ningún valor. El Comité Central y el VI Congreso del Partido adoptaron una línea más prudente, considerando que no había fundamento para estimar excluida una reanimación de los soviets. La intentona de Kornilov demostró que esta decisión había sido acertada (...) Lenin reconoció posteriormente que la línea del VI Congreso había sido acertada».
En el VI Congreso, efectivamente, la línea adoptada sobre esta cuestión resultó prudente, si bien el Congreso aceptó el cambio de consigna propuesto por Lenin. En el Congreso, en el que presentó el informe sobre la actividad del C.C. y sobre la situación política, Stalin dijo: «Antes, preconizábamos el paso pacifico del poder a los soviets, suponiéndose que bastaba adoptar en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets un acuerdo sobre la toma del Poder para que la burguesía dejara pacíficamente la vía franca. En efecto, en marzo, abril y mayo cada decisión de los soviets era ley, porque en todo momento se “la podía respaldar con la fuerza... Ahora para tomar el Poder es preciso derrocar primero la dictadura existente». Y en otro punto: «Los soviets son la forma más apropiada de organización de la lucha de la clase obrera por el Poder, pero no son el único tipo de organización revolucionaria. Es una forma netamente rusa. En el extranjero hemos visto desempeñar este papel a las municipalidades durante la gran revolución francesa, al Comité Central de la Guardia Nacional durante la Comuna. También entre nosotros anduvo rondando la idea del Comité Revolucionario. Quizá la Sección Obrera sea la forma más adecuada para la lucha por el poder». Como se ve, el Partido bolchevique, a raíz de los acontecimientos de julio, se iba orientando hacia una insurrección «sin los soviets» y trataba de aclararse acerca de las formas organizativas que podía asumir la toma del poder. Stalin en el Congreso dijo claramente que la cuestión de las formas organizativas no era lo fundamental. Lo fundamental era «el problema de saber si la clase obrera ha adquirido el grado de madurez necesario para ejercer la dictadura, todo lo demás ya vendrá por sus pasos, lo aportará la obra creadora de la revolución». Esta actitud de Stalin, de no encerrarse en moldes estrechos, preconcebidos en cuanto a las formas organizativas de la insurrección, le permitió mantener una actitud abierta, dentro del abandono de la consigna de «todo el poder para los Soviets», de cara a los Soviets mismos: «Si proponemos que se retire la consigna de '¡Todo el poder a los Soviets!' de ella no se desprende '¡Abajo los Soviets!'. Y aunque retiramos tal consigna, no salimos ni siquiera del Comité Ejecutivo Central de los Soviets, a pesar del lamentable papel que ha desempeñado últimamente. Los Soviets locales todavía pueden dar algún juego, ya que habrán de defenderse contra las acechanzas del Gobierno Provisional, y nosotros les apoyaremos en esa lucha. Así pues repito: retirar la consigna de la transferencia del Poder a los Soviets no significa ‘¡Abajo los Soviets!’ Nuestra actitud hacia los Soviets donde estamos en mayoría es la más solidaria. Que vivan y se fortalezcan tales Soviets».
Y en el resumen final de la discusión: «..., se puede Y se debe trabajar en los Soviets, incluso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets, órgano de cobertura contrarrevolucionaria. Aunque los Soviets son ahora exclusivamente órganos de cohesión de masas, nosotros estamos siempre con las masas y no nos marcharemos de los Soviets mientras no nos echen de ellos... Nos quedamos en los soviets, pero continuamos denunciando la táctica de los socialrevolucionarios y de los mencheviques».
El papel del VI Congreso del Partido bolchevique en el marco de la revolución de octubre fue inmenso. Stalin, aunque sólo fuera por la valiente batalla que protagonizó en el Congreso, merece un lugar destacadísimo entre los protagonistas de la revolución.
Dos peligros, dos errores podían cometerse en la situación que se habla creado durante el mes de julio, y Stalin supo luchar con eficacia, en una serie de vigorosas intervenciones, contra ambas. El primer peligro consistía en que los bolcheviques, ante el declive de los Soviets, y por el control que los oportunistas ejercían sobre el Comité Ejecutivo Central, decidieran abandonar por completo a los Soviets. Esto hubiera constituido un grave error, porque, como se vio sucesivamente, aún existía la posibilidad, por parte de lOs bolcheviques de hacerse con el control del movimiento soviético, y de utilizarlo como una poderosa palanca para la insurrección.
El segundo error, mucho mas grave, consistía en valorar incorrectamente lo sucedido en julio, en una interpretación de los acontecimientos de julio como un síntoma de retroceso de la revolución, como un alejamiento de la perspectiva de la insurrección.
Ya en la Conferencia Urgente de la organización de Petrogrado, Stalin había llamado la atención sobre la afirmación de Marx según la cual «cada paso adelante de la revolución provoca como réplica un paso atrás de la contrarrevolución». Lo acontecido en julio era un reflejo del avance de la revolución y de la profundización de todas las contradicciones de la sociedad rusa. Como resultado de ello la burguesía se había pasado abiertamente del lado de la contrarrevolución, así como también, los oportunistas. Los sectores intermedios de la sociedad rusa se iban escindiendo. Las capas superiores (en particular del campesinado) se iban inclinando del lado de la burguesía, mientras el campesinado pobre se sentía atraído cada vez más por el proletariado. Un síntoma de todo ello se manifestaba en la escisión cada vez más profunda del Partido Socialista Revolucionario.
«Bujarin afirma que el burgués imperialista ha concertado un bloque con el mujik. Pero con qué mujik? En nuestro país hay mujiks diversos. El bloque es con los mujiks de derechas, pero tenemos también a los mujiks de abajo, los de izquierdas, que constituyen las capas pobres del campesinado. Con estos mujiks no ha podido concertarse tal bloque».
Stalin, en el curso del Congreso, insiste una y otra vez sobre el concepto de que no es cierto que la situación apunte en dirección de un «retroceso». «Si en unas barriadas éramos detenidos, en otras nos acogían con aplausos y excepcional entusiasmo. Y ahora el estado de ánimo de los obreros de Petrogrado es excelente y el prestigio de los bolcheviques muy grande».
En realidad, la fuerza del Partido había crecido enormemente entre abril y julio. El número de organizaciones había aumentado de 78 a 1ó2. El número de militantes de 80.000 a 240.000. No cabía, por lo tanto, hablar de retrocesos. Lo que si se estaba manifestando era una profundización del proceso revolucionario que producía un claro deslindamiento de campos, que determinaba el paso de la burguesía a posiciones claramente contrarrevolucionarias, y que situaba, de forma cada vez más evidente, al proletariado en una posición de vanguardia, junto a su aliado principal, el campesinado pobre.
Esto último (las clases que se veían impulsadas irresistiblemente hacia el poder y que se situaban en la vanguardia de la revolución) determinaba la transformación de la revolución rusa en revolución proletaria, en revolución socialista.
La primera fase de la revolución Había sido burguesa porque la burguesía, aún no participando directamente en la insurrección, se había hecho con el poder por una serie de circunstancias. Pero la burguesía en el poder no podía resolver ninguna de las cuestiones para cuya solución las masas se habían sublevado (la guerra, el hambre, la tierra) Por ello, el desarrollo del proceso revolucionario (de la lucha de clases) iba creando las condiciones de la toma del poder por parte de la clase obrera. «Si la crisis es una lucha de clases por el poder, nosotros, como marxistas, debemos preguntarnos: ¿qué clase está subiendo ahora al poder? Los hechos dicen que es la clase obrera la que está subiendo al poder. Evidentemente la clase de la burguesía no la dejará subir al poder sin lucha. La pequeña burguesía, que constituye la mayoría de la población de Rusia, vacila, uniéndose unas veces con nosotros y otras con los demócratas constitucionalistas, dejando caer así la última pesa en el platillo de la balanza. Este es el contenido de clase de crisis de poder que atravesamos».
Este ascenso de la revolución, este acercarse de la clase obrera al poder, determinaba la reacción de la burguesía que se veía amenazada, había creado las condiciones de los acontecimientos de julio.
Sobre estos puntos Stalin libró una gran batalla en el VI Congreso. Algunos delegados (entre ellos algunos destacados miembros del Partido) interpretaban los acontecimientos de julio como un consolidarse de la revolución en sentido burgués y negaban que en las condiciones atrasadas de Rusia pudiera realizarse una revolución de tipo socialista. Stalin combatió a fondo estas posiciones. «Algunos camaradas dicen que, como en nuestro país el capitalismo está poco desarrollado, es utópico plantear el problema de la revolución socialista. Tendrían razón si no hubiese la guerra, si no existiera la ruina, si no se hallaran resquebrajadas las bases de la organización capitalista de la economía nacional... Seria indigna pedantería exigir que Rusia ‘esperase’ a efectuar transformaciones socialistas hasta que ‘comenzara’ Europa. ‘Comienza’ el país que dispone de más posibilidades...» Y contestando a Preobrazhenski, el cual sostenía que la revolución socialista era posible en Rusia a condición de que triunfara también en la Europa occidental, Stalin dijo: «No está descartada la posibilidad de que sea precisamente Rusia el país que abra el camino hacia el socialismo. Hasta ahora, en las condiciones de la guerra, ningún país ha disfrutado de tan amplia libertad como Rusia ni ha intentado llevar a cabo el control obrero de la producción. Además, la base de nuestra revolución es más amplia que en Europa occidental donde el proletariado, completamente solo, se enfrenta con la burguesía, mientras que en nuestro país las capas pobres del campesinado apoyan a los obreros. Por último, en Alemania, el aparato del Poder del Estado funciona incomparablemente mejor que el imperfecto aparato de nuestra burguesía que es, ella misma, tributaria del capital europeo. Hay que rechazar esa idea caduca de que sólo Europa puede señalarnos el camino. Existe un marxismo dogmático y un, marxismo creador. Yo me sitúo en el terreno del segundo».
Hemos dedicado bastante espacio a la actuación de Stalin en el VI Congreso. Este acontecimiento tuvo gran importancia en un momento particularmente delicado, en una situación de viraje en la cual, cualquier decisión errónea podía malograr el trabajo realizado por el Partido durante años. Resulta sintomático que, en ausencia de Lenin, la figura más destacada del Congreso fuera Stalin (junto con Sverdlov) Ninguno de los «líderes» mencionados por Deutscher como dirigentes del Partido que «hacían sombra» a Stalin aparecen como figuras destacadas.
Antes de cerrar esta cuestión queremos llamar la atención sobre otro hecho esencial: en las intervenciones de Stalin en el VI Congreso éste aborda toda una serie de cuestiones que volverán a aparecer en los años siguientes: la cuestión de la posibilidad de una revolución socialista en Rusia y en particular, frente a Preobrazhenski, si esa revolución era posible sin que el socialismo triunfara en el resto de Europa. La cuestión del campesinado que Stalin aborda, como era su costumbre, destacando las contradicciones de clase dentro del mismo campesinado y negándose a considerarlo como una masa única. Se trata de temas que volverán a aparecer más tarde, en otro contexto, pero con la misma raíz ideológica.
Sobre todas estas cuestiones el VI Congreso adoptó el punto de vista propuesto por Stalin, que coincidía con el de Lenin (aparte la cuestión táctica de cara a los Soviets en la cual había diferencias de matices, cuestión en la cual Stalin llevaba razón) Esto es importante para valorar -de forma científica y no en base a las especulaciones novelescas típicas de los «estudios» burgueses de la figura de Stalin- las razones de la consolidación del prestigio de Stalin en el Partido en la situación de aguda lucha ideológica que se creó después de la toma del Poder y, sobre todo, después de la muerte de Lenin. La verdad es que, en todas las cuestiones que se plantearon más tarde, las posiciones que Stalin mantuvo frente a sus adversarios, tenían un entronque directo con toda la tradición ideológica del Partido, con las posiciones de Lenin y en particular con algunos aspectos de la batalla ideológica que se había librado dentro del Partido en vísperas de la insurrección de octubre. El Partido acabó alcanzando la victoria porque fueron derrotadas posturas y tendencias que se oponían a la insurrección, no solamente basándose en consideraciones tácticas, sino también en argumentaciones ideológicas erróneas, que el Partido deshizo en una encarnizada lucha. Cuando estas posiciones ideológicas volvieron a aparecer (por lo general defendidas por las mismas personas), el Partido se orientó muy rápidamente y cerró filas alrededor de Stalin, que fue, una vez más, el más firme defensor del leninismo, es decir, de toda la tradición ideológica y política del Partido. En estos hechos hay que buscar las razones del afirmarse de la figura y de la personalidad política de Stalin en el Partido bolchevique, y no en las conjuras e intrigas inventadas por sus calumniadores.
Las líneas fundamentales trazadas por el VI Congreso encontraron una confirmación plena en la intentona de Kornilov. El 25 de agosto, en Moscú, el Gobierno Provisional Había abierto una «Conferencia de Estado» que tenía el objetivo de consolidar la tendencia contrarrevolucionaria que se había afirmado tras las jornadas de julio y proceder a la liquidación de todas las conquistas de la revolución y en particular de los Soviets. En la Conferencia estaban representadas todas las tendencias de la burguesía (banqueros, industriales, terratenientes, oficiales del Ejército) y las distintas camarillas oportunistas (mencheviques, eseristas, etc.) La Conferencia de Moscú constituye un auténtico delirio contrarrevolucionario. Los distintos delegados en sus intervenciones trataron de echar la culpa a las masas del desbarajuste económico, de las derrotas en el frente, del hambre, de todos los males de Rusia. Numerosas voces se levantaron pidiendo la disolución de los Soviets. La «estrella» de esta representación reaccionaria fue el general Kornilov. Alrededor de este hombre comenzó a realizarse una enorme campaña publicitaria, «fabricándole» una imagen de «soldado valiente», de salvador de la Patria. Se le inventaron gestas militares totalmente imaginarias. «Se produjo entonces en el Gran Cuartel General una verdadera procesión de banqueros, de grandes comerciantes, de industriales que acudían a Kornilov para ofrecerle dinero y ayudas. Fueron a visitar al general Kornilov también los representantes de los «aliados», es decir, de Inglaterra y de Francia, que exigían que se apresurara la ofensiva en contra de la revolución».
La burguesía se orientaba rápidamente hacia el complot militar. Este complot debía culminar la obra contrarrevolucionaria emprendida por el Gobierno Provisional y se realizaba con la complicidad del mismo.
Como es sabido, el complot kornilovista fracasó miserablemente. El mismo Kerenski tuvo que abandonar al general sublevado ante la evidencia del fracaso. En realidad, tal y como Stalin había afirmado en el VI Congreso, la revolución se encontraba en ascenso y el aislamiento de los bolcheviques era pura apariencia. «En respuesta a la revuelta de Kornilov el Comité Central del Partido bolchevique invitó a los obreros y a los soldados a empuñar las armas y a dar su merecido a los contrarrevolucionarios. Los obreros se arman rápidamente y se preparan para la Lucha. Las unidades de Guardias rojas ven, en aquellos días, aumentar rápidamente sus efectivos. Los sindicatos movilizan a sus afiliados. Las unidades militares revolucionarias de Petrogrado están en pie de guerra. En la periferia de Petrogrado se cavan trincheras, se ponen alambradas, se inutilizan las vías del ferrocarril...»
La intentona de Kornilov, que representaba un intento por parte de la burguesía de avanzar aún más en el camino de la contrarrevolución, determinó, en realidad, un gran avance revolucionario. La lucha de clases se agudizó en todos los planos. En los meses de agosto y septiembre una oleada de huelgas sacudió el país. En el transcurso de gran parte de ellas los obreros adoptaron medidas revolucionarias asumiendo ellos mismos el control de la producción. En cuanto a las grandes masas campesinas, éstas «se daban cuenta, paulatinamente, de que solamente el Partido bolchevique era capaz de vencer a los terratenientes y estaba dispuesto a dar las tierras a los campesinos». Los campesinos intensificaron muchísimo su acción autónoma, negándose a esperar las decisiones de la Asamblea Constituyente (solución pregonada por mencheviques y eseristas) para solucionar la cuestión de la tierra. Según las estadísticas de la época, los «delitos» de ocupación de tierras y saqueo aumentaron de 152 en el mes de mayo, hasta 958 en septiembre.
Un proceso decisivo se produce en el Ejército. Con el asunto Kornilov los soldados toman conciencia definitiva de que la aplastante mayoría de sus oficiales están del lado de la contrarrevolución. Al mismo tiempo quedó absolutamente claro que el Gobierno Provisional quería continuar la guerra imperialista. Todo ello provocó una reacción en el Ejército de alcance y consecuencias nuevas. Los soldados destituían a los viejos oficiales y nombraban a nuevos jefes. Los bolcheviques iban conquistando la mayoría del Ejército lo cual, con palabras de Lenin, «representaba la fuerza de choque política que les aseguraba una superioridad aplastante en el sitio justo, en el momento justo».
Pero, al mismo tiempo que se producía todo esto, un nuevo hecho, de importancia capital, hacia que los bolcheviques volvieran a adoptar otra vez la consigna de «todo el poder a los Soviets». En la batalla contra Kornilov, los Soviets volvían a aparecer por todas partes, se rentalizaban y, lo que representaba un hecho decisivo, el Partido bolchevique conquistaba la mayoría de los mismos. En el articulo «La segunda oleada», Stalin escribía: «En la lucha frente a la contrarrevolución de los generales y de los demócratas constitucionalistas, reviven y se fortalecen los casi difuntos Soviets y Comités en la retaguardia y en el frente. En la lucha, frente a la contrarrevolución de los generales y de los demócratas constitucionalistas, surgen nuevos Comités revolucionarios de obreros y de soldados, de marinos y campesinos, de ferroviarios y de empleados de correos y telégrafos. En el fragor de esta lucha se forman nuevos órganos locales de poder en Moscú y en el Cáucaso, en Petrogrado y en los Urales, en Odessa y en Járkov». Y más adelante: «Se trata de que en la lucha contra los demócratas constitucionalistas, y a despecho de ellos, crece un nuevo Poder, que en combate abierto ha vencido a los destacamentos de la contrarrevolución».
Como vemos, ante el resurgimiento de los Soviets y el triunfo en los mismos de las posiciones auténticamente comunistas, los bolcheviques vuelven a hablar de un doble poder. Pero en esta fase el contenido de este concepto, como el de la consigna «Todo el poder a los Soviets» es profundamente distinto al que se asignaba antes de julio. «La derrota de la sublevación de Kornilov inauguró la segunda etapa. La consigna de « ¡Todo el poder a los Soviets!» se puso de nuevo a la orden del día. Pero ahora esta consigna no significaba ya lo mismo que en la primera etapa. Su contenido había cambiado radicalmente. Ahora esta consigna significaba la ruptura completa con el imperialismo y el paso del Poder a los bolcheviques, Pues los Soviets eran ya, en su mayoría, bolcheviques. Ahora, esta consigna significaba que la revolución abordaba el establecimiento de la dictadura del proletariado mediante la insurrección. Es más: esta consigna significaba, ahora, la organización de la dictadura del proletariado y su constitución en Estado».
La consigna de: « ¡Todo el poder a los Soviets!» que el Partido bolchevique vuelve a lanzar después de la intentona kornilovista tiene, por lo tanto, un contenido insurreccional, significa un llamamiento a las masas para derrocar por la fuerza de las armas al Gobierno Provisional e implantar el nuevo Poder proletario.
Lenin escribió dos cartas al Comité Central (12 y 14 de septiembre) planteando la necesidad de la insurrección armada. En toda su actividad en el periodo inmediatamente anterior a la insurrección, dos son sus principales preocupaciones: 1) demostrar la absoluta necesidad de la insurrección y que existían todas las condiciones para ello, 2) insistir en la absoluta necesidad de preparar prácticamente la insurrección (mediante técnicas) y de actuar en el plano político consecuentemente con la decisión de la insurrección armada.
En el Comité Central seguía subsistiendo el problema de Kamenev, al cual pronto se uniría Zinoviev; ahora se encontraba en el Comité Central también Trotski, que se había incorporado al Partido a raíz del VI Congreso y que asumía, según su costumbre, una actitud «centrista», es decir, aparentemente «intermedia» entre los planteamientos leninistas y los de Kamenev, pero de hecho proporcionando a éste, como veremos, una cobertura.
Kamenev, nada más recibirse las cartas de Lenin, se pronunció en contra de las indicaciones que contenían y presentó una resolución desautorizando a Lenin. Stalin se opuso, planteando la necesidad de que las cartas de Lenin fueran enviadas a las organizaciones más importantes para que allí se discutieran. El Comité Central rechazó la resolución de Kamenev.
Pero el problema volvió a plantearse cuando hubo que decidir la actitud a adoptar ante el Preparlamento. La iniciativa de crear el Preparlamento (un organismo «representativo» que debería funcionar hasta la convocatoria de la Asamblea constituyente), había sido tomada por una Conferencia Democrática que se había reunido el 14 de septiembre por iniciativa de eseristas y mencheviques. El 1ó de septiembre, Stalin escribía: «La cuestión principal de la revolución es la del poder. El carácter de la revolución, su desarrollo y desenlace están enteramente determinados por el hecho de quién tiene el poder en sus manos, de qué clase se encuentra en el poder. La llamada crisis de poder no es más que la expresión exterior de la lucha de las clases por él». Y más adelante, tras observar que la Conferencia Democrática no había podido eludir esta misma cuestión: «En esta Conferencia se han perfilado dos líneas sobre la cuestión del poder. La primera línea es la de una coalición franca con el partido demócrata constitucionalista, propugnada por los defensistas mencheviques y eseristas... La segunda línea es la de una ruptura radical con el partido demócrata constitucionalista, propugnada por nuestro Partido y por los internacionalistas eseristas y mencheviques... La primera línea expresa confianza en el Gobierno existente y deja en sus manos todo el poder. La segunda expresa desconfianza en ese Gobierno y lucha por el paso del poder a los representantes directos de los Soviets Obreros, Campesinos y Soldados».
En el mismo número del «Rabochi Put» Stalin publicó un editorial con el significativo titulo de « ¡Todo el poder a los Soviets!». En él, escribía: «La revolución sigue desarrollándose. Tiroteada en las jornadas de julio y ‘enterrada’ en la Conferencia de Moscú, de nuevo levanta la cabeza, barriendo los viejos obstáculos y creando un nuevo poder. La primera línea de trincheras de la contrarrevolución ha sido tomada. Después de Kornilov retrocede Keledin. En el fuego de la lucha resucitan los Soviets casi difuntos, Y de nuevo empuñan el timón, guiando a las masas revolucionarias».
La creación del Preparlamento reflejaba claramente la voluntad por parte de la burguesía de evitar el paso del poder a las manos de los soviets. Después de la intentona de Kornilov el Gobierno Provisional se veía claramente desprestigiado. La creación del Preparlamento constituía un intento de apuntalar al Gobierno Provisional creando un organismo que ante el cual éste fuera «responsable», sembrando nuevas ilusiones en las masas y atrasando así la insurrección. Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central eran partidarios del boicot al Preparlamento. Además consideraban que la participación en instituciones parlamentarias era inconcebible en vísperas de la insurrección.
Kamenev enseguida se opuso a esta línea de acción, y logró arrastrar a sus posiciones a la mayoría del grupo parlamentario bolchevique (77 miembros en contra de 50), Trotski, como correspondía a su papel, defendía una tesis «intermedia»: de momento no participar en el Preparlamento, y decidir en el Congreso de los Soviets. Stalin se opuso con vigor a la entrada en el Preparlamento. En este momento Stalin era el director del órgano central del Partido, el Rabotchi Put, Stalin entendía perfectamente que en vísperas de la insurrección todo el trabajo debía concentrarse en la preparación del combate, que toda la actividad política debía centrarse en convencer a las masas de la necesidad de derrocar al Gobierno Provisional y de establecer un nuevo Poder basado en los Soviets. En ese momento, en el que se necesitaba poner en tensión todas las energías para la lucha ¿cómo cabía participar en un órgano que era expresión de ese mismo Poder en contra del cual había que librar el combate decisivo?
En sus artículos, día tras día, a veces en editoriales escritos en el mismo día, Stalin iba orientando a las masas en dirección de la insurrección armada. Evidentemente, en estos articules casi nunca se formula un llamamiento abierto a la insurrección. Pero constantemente se insiste sobre la necesidad de que los Soviets se hagan con el Poder. En una de sus cartas Lenin había escrito: «Estudiar cómo se puede promover la agitación, sin utilizar, sin embargo, en la prensa este término» [1].
Muchos años después, Stalin escribiría: Conviene señalar una particularidad original de la táctica de la revolución en este periodo. Consiste esta particularidad en que cada paso, o casi cada paso, de su ofensiva, la revolución procura darlo como si fuera un paso defensivo. Es indudable que la negativa a evacuar las tropas de Petrogrado fue un serio paso de la ofensiva de la revolución, pero, no obstante, esa ofensiva se hizo bajo la consigna de la defensa de Petrogrado contra una posible ofensiva del enemigo exterior. Es indudable que la formación del Comité Militar Revolucionario fue un paso todavía más importante de la ofensiva contra el Gobierno Provisional, pero, no obstante, se dio bajo la consigna de organizar el control de los Soviets sobre la actividad del Estado Mayor de la zona. Es indudable que el paso abierto de la guarnición del lado del Comité Militar Revolucionario y la organización del sistema de comisarios soviéticos, señalaron el comienzo de la insurrección, pero, no obstante, estos pasos los dio la revolución bajo la consigna de defensa del Soviet de Petrogrado contra posibles acciones de la contrarrevolución. Parecía como si la revolución camuflara sus acciones de ofensiva con la envoltura de la defensa para que le fuese más fácil arrastrar a su órbita a los elementos indecisos, vacilantes».
En el Rabotchi Put, Stalin supo utilizar hábilmente estas particularidades de la táctica bolchevique para hacer propaganda para la insurrección de una forma extraordinariamente eficaz, aún dentro de los límites de un diario legal.
Por ello Kamenev, en la reunión del 20 de septiembre, se lanzó contra el órgano del Partido que, en su opinión, mantenía un tono demasíalo violento. El Comité Central adoptó una decisión en la que se afirmaba: «El Comité Central aún reservándose un análisis detallado de las cuestiones relativas a la dirección del órgano central, reconoce que la orientación que se ha seguido corresponde completamente a la línea política del Comité Central». E1 Partido se encontraba cada vez más firmemente en el terreno de la insurrección y las posiciones de Kamenev encontraban un eco cada vez más restringido. Lenin, desde su refugio, había atacado duramente sus posiciones de cara al Preparlamento: «No todo funciona bien en las altas esferas parlamentarias del Partido; sigámoslas con más atención; los obreros deben vigilarlas más de cerca».
Lenin decidió, a pesar del peligro, regresar a la capital. Stalin tenía alrededor suyo a la mayoría del Comité Central, pero el margen con el que se había aprobado el boicot del Preparlamento era demasiado exiguo (8 votos contra 7) Estaba en juego el futuro de Rusia, del Partido, de decenios de trabajo revolucionario, y todo se iba a decidir en unos cuantos días. Hacia falta que Lenin personalmente encabezara la batalla.
Lenin, tras su regreso, participó en la reunión del Comité Central del 10 de octubre. Stalin le puso rápidamente al corriente de los últimos acontecimientos. En las actas del Comité Central bolchevique se encuentran las líneas centrales de su intervención. Lenin insistió sobre el aspecto técnico de la cuestión. Políticamente la situación estaba madura. La mayoría del pueblo estaba con el Partido bolchevique, pero había que dar paso a una acción decisiva porque «las masas están cansadas de palabras y resoluciones». Por otra parte estaba claro que la reacción estaba preparando una segunda acción «a lo Kornilov». Había que decidirse por la insurrección y decidirse de una vez a prepararla técnicamente. Lenin propuso una resolución, en la que entre otras cosas, se decía: «Reconociendo... que la insurrección armada es inevitable y completamente madura, el Comité Central invita a todas las organizaciones del Partido a orientarse sobre la base de esta constatación y a discutir y a resolver según este punto de vista todas las cuestiones prácticas». Todos los miembros del Comité Central menos dos (Kamenev y Zinoviev) votaron a favor. En esta reunión se decidió también la creación de un Buró Político del Comité Central, que se ocuparía del trabajo ejecutivo en la etapa insurreccional. Stalin pasó a formar parte del Buró Político.
Kamenev y Zinoviev explicaron su punto de vista en una larga declaración. En ella decían: «Nuestro Partido tiene magnificas posibilidades de éxito en las elecciones para la Asamblea Constituyente... Con una justa táctica podemos conquistar un tercio, tal vez más, de los escaños en la Asamblea Constituyente. La postura de los partidos pequeño-burgueses en la Asamblea Constituyente no puede seguir siendo tal como se presenta ahora».
Kamenev y Zinoviev trataron de empujar al Partido por el camino del parlamentarismo. Los bolcheviques, correctamente, habían mantenido la consigna de participar en la Asamblea Constituyente, consigna que durante muchos años mantuvo el Partido y que se había hecho muy popular entre las masas. Pero jamás se habían hecho la ilusión de que la Asamblea Constituyente pudiera resolver la cuestión del Poder. Kamenev y Zinoviev además se hacían la ilusión de que los oportunistas (mencheviques y eseristas) acabarían evolucionando, por la presión de los hechos, hacia el bando revolucionario («el agudizarse de las necesidades, del hambre, del movimiento campesino, les presionará cada vez mas y les obligará a buscar la alianza del Partido proletario en contra de los latifundistas y los capitalistas, representados por el partido de los cadetes») Se trataba de un grave error de principios, que no tenia en cuenta el hecho de que, por su naturaleza conciliadora y burguesa, los partidos oportunistas se veían irresistiblemente atraídos por la contrarrevolución.
Kamenev y Zinoviev afirmaban además que, en las condiciones de la guerra mundial, tomar el Poder representaba un suicidio, porque los bolcheviques en el Poder se verían forzados a una guerra revolucionaria que las masas campesinas no estaban dispuestas a realizar. Su conclusión era la siguiente: «El enemigo puede obligarnos a una batalla decisiva antes de las elecciones de la Asamblea Constituyente. Ante el intento de una nueva rebelión korniloviana no tendríamos desde luego posibilidad de elegir... Pero, en la medida en que podemos escoger, podemos y debemos limitarnos a una postura defensiva. Su propuesta era de mantener «una pistola apuntando en la sien» al Gobierno Provisional y actuar solamente en la medida en que éste decidiera pasar a la ofensiva.
Stalin contestó a estas argumentaciones de Kamenev y Zinoviev en la reunión siguiente del Comité Central, el 1ó de octubre. En el acta de la reunión se lee, en el resumen de su intervención: «Se puede decir que hace falta esperar el ataque de los demás, pero hace falta entender en qué consiste este ataque; la subida del precio del pan, el envío de cosacos de la región Donez, etc.; todo esto ya constituye un ataque. ¿Hasta cuando tendremos que esperar para ver si se produce o no un intento armado? Lo que proponen Kamenev y Zinoviev lleva objetivamente a que se dé a la contrarrevolución la posibilidad de organizarse: nosotros nos replegaremos sin fin y perderemos la revolución. ¿Por qué no darnos a nosotros mismos la posibilidad de escoger el día y las condiciones, al objeto de no permitir a la contrarrevolución organizarse?».
La reunión del 1ó de octubre fue una reunión histérica y de ella existe gran número de descripciones y relatos. En la Historia de la Revolución Rusa (redactada por Gorki, Molotov. Vorosilov, Kirov, Zdanov y Stalin) se dice: «En la sala reinaba un silencio absoluto. En algunos momentos Vladimir Illich subía el tono de voz, como si quisiera imprimir sus conceptos en la mente de los presentes. A veces, con los dedos en los sobacos del chaleco, medía a grandes pasos la habitación siguiendo su discurso. Cuando contestaba a los adversarios de la insurrección, su voz se hacia mis áspera, sus ojos más oscuros. Sarcástico, se acariciaba la cabeza con su gesto acostumbrado y deshacía todos los argumentos de quienes se oponían a la insurrección».
Prácticamente todos los miembros del Comité Central acabaron pronunciándose en contra de Kamenev y Zinoviev. Estos, derrotados, tuvieron que replegarse sobre las posiciones de Trotski. Este, como de costumbre, pretendía mantener una posición independiente: ni a favor ni en contra de la insurrección. Su postura era la de «esperar el Congreso de los Soviets». La postura de Lenin era la de que «esperar» representaba un suicidio y además que la fecha del Congreso de los Soviets era la menos indicada porque en esa fecha el enemigo se prepararía con particular esmero. Además Lenin temía que, en cualquier momento, la contrarrevolución entregara la capital a los alemanes. Trotski fue el que involuntariamente aclaró la situación, al declarar públicamente (el día 18) que la fecha escogida para la insurrección era la del Congreso del Soviet. Evidentemente, después de su metedura de pata, había que derrocar al Gobierno Provisional antes de esa fecha.
El Comité Central del día 1ó acabó derrotando las posturas de capitulación y aprobó una resolución en la que se insistía aún más resueltamente en la necesidad de preparar la insurrección y en la cual se invitaba «a todas las organizaciones, a todos los obreros y soldados a reforzar en todos los sentidos la preparación de la insurrección armada, a sostener el centro creado a este fin por el Comité Central y a expresar la plena confianza en que el Comité Central y el Soviet indicarán oportunamente el momento favorable y los medios oportunos para el ataque».
El Centro al que se hace referencia en el Comunicado era el Centro Revolucionario Militar del Comité Central, cuya creación se había decidido en el curso de la reunión, y que debía encargarse de la dirección de la insurrección armada. Stalin fue puesto a la cabeza del Centro Militar del Comité Central.
En cierto momento de la reunión del día 1ó, en su empeño de derrotar a Lenin, Kamenev dijo: «Ha pasado una semana desde la adopción de la resolución [2] y esto demuestra que es imposible realizar la insurrección: en esta semana, nada se ha hecho». Lenin, una semana después anotaría: «No podía desmentirle porque era imposible decir lo que verdaderamente se había hecho».
En realidad, ya desde el día 10, bajo la directa dirección de Lenin (apoyada fundamentalmente por Stalin y Sverdlov), hervían los preparativos para la insurrección. El Comité de Petrogrado había nombrado un grupo insurreccional de tres miembros que debía ocuparse de los cuarteles y controlar las armas de las que se disponía. Se decidió intensificar la agitación y reforzar el adiestramiento de las masas en el empleo de las armas. Se reforzaron las conexiones con los Comités de Zonas y se establecieron contactos estrechos entre éstos y las fábricas y el Comité Central.
La presencia en las fábricas más importantes se aseguró a través de turnos permanentes. Se reforzó la Guardia Roja. En pocos días las fábricas principales de la capital se convirtieron en verdaderos campos atrincherados. Por todas partes se recuperaban armas, se escondían, se almacenaban. En los principales barrios obreros se constituyeron Comités Militares Revolucionarios.
El 10 de octubre se había abierto el Congreso de los Soviets del Norte, la inmensa mayoría se había pronunciado por la insurrección.
El día anterior el Estado Mayor de la Región de Petrogrado había ordenado que la mitad de la guarnición de la capital saliera para el frente debido a las necesidades de la guerra. Se trataba así de alejar de la capital a los regimientos más revolucionarios y, al mismo tiempo, de entregar Petrogrado al enemigo. Esta medida había sido apoyada por los mencheviques. Para oponerse a ella los Soviets habían creado un Comité Militar Revolucionario encargado de la defensa de la ciudad y también para impedir su entrega.
Este Comité desempeñó un papel muy importante, pues acabó designando un gran número de comisarios cuyas directrices eran seguidas por los soldados, que no se fiaban de sus propios oficiales. Sucedió así que, en plena insurrección, el Gobierno Provisional pudo movilizar fuerzas muy escasas, pues el Comité Militar Revolucionario pudo paralizar las órdenes de los oficiales reaccionarios.
Lenin se ocupó de una manera minuciosa de todos los preparativos de la insurrección. Insistiendo una y mil veces sobre el hecho de que la insurrección «es un arte», logró que el Partido llegara a la fecha establecida con un plan cuidadosamente preparado en todos sus aspectos técnicos, desde la ocupación de los puentes de la capital, hasta la ocupación de los nudos ferroviarios, la detención del Gobierno Provisional, el papel asignado a los buques de guerra «Aurora» y «Alba de la Libertad»; y centenares de otros detalles cuyo conjunto forma un completo y armónico plan insurreccional.
Contrariamente a lo pretendido por Kamenev mucho se había hecho y mucho se estaba haciendo de cara a preparar la insurrección. Como se sabe Kamenev y Zinoviev derrotados en el Comité Central, hicieron públicas sus divergencias, poniendo al enemigo sobre aviso y causando un grave daño a la revolución. Lenin pidió su expulsión por «esquiroles» de las filas del Partido.
Pero ni Kamenev ni Zinoviev pudieron parar los preparativos insurrecciónales, ni macho menos el gran empuje revolucionario que iba ganando, día tras día, a las grandes masas de obreros y trabajadores. El Partido bolchevique, guiado por Lenin llegaría compacto e invencible a la cita decisiva del 24 de octubre.
No vamos a relatar los acontecimientos de los días de la insurrección. Son suficientemente conocidos y por otra parte el hacerlo requeriría mucho espacio. Stalin estuvo al frente de la insurrección desde el principio hasta el fin, desde el primer intento del Gobierno de ocupar la sede del periódico para impedir su salida la mañana del 24, hasta el asalto del Palacio de Invierno y los acontecimientos sucesivos. Cuando Lenin, en la noche entre el 24 y el 25 llegó al edifico Smolny (el Estado Mayor de la Revolución) fue recibido por Stalin. Stalin fue sin duda uno de los principales protagonistas de aquellas jornadas.
En realidad el papel de Stalin en la Revolución de Octubre es tan evidente que casi parecería que la cuestión no merece comentario alguno, Pero este hecho que, es evidente, ha sido negado tan frecuentemente, como una ceguera tan interesada y tozuda que lo contrario, desgraciadamente, se ha hecho casi un tópico.
Por ello, pensamos, que merece la pena dedicar algunas palabras, al acabar este capitulo, a la cuestión.
Reivindicar el papel de Stalin en la Revolución de Octubre es importante por tres razones: a) por un acto de justicia hacia un gran revolucionario, un gran dirigente comunista, cuyo nombre se ha pretendido manchar y cuya obra se ha pretendido disminuir más allá de todos los limites de la decencia, b) porque constituye ana campaña de denigración del comunismo, de todas sus tradiciones y principios, c) porque negando el pape] de Stalin en Octubre se pretende negar al Partido y la negación del Partido del proletariado, de su naturaleza y de su papel constituye el eje, la esencia de la actual campaña revisionista, en sus diferentes versiones «eurocomunista», jruschovista y maoísta.
Algunos hechos. En el momento de la Revolución de Octubre Stalin era:
Director del órgano central del Partido.
Miembro del Comité Central del Partido.
Miembro del Buró Político (7 miembros).
Responsable del Centro Revolucionario Militar del Comité Central (5 miembros) encargado de dirigir la insurrección.
Por otra parte Stalin:
-Había sido uno de los dos relatores en el único Congreso del Partido que había tenido lugar entre febrero y octubre.
- En todo momento fue uno de los más firmes defensores de la insurrección y de la línea leninista dentro del Partido.
Nadie puede negar todo esto. ¿Cómo es posible concebir que un hombre que desempeñara tareas políticas de tanto relieve dentro del Partido no desempeñara un papel de importancia o de importancia escasa en la insurrección, si ese mismo Partido había sido el principal organizador, el alma misma de la insurrección?.
Dejemos la palabra a Stalin:
«Escuchando a Trotski, podía suponerse que en todo el periodo de preparación, de marzo a octubre, el Partido bolchevique no hacía sino agitarse sin ton ni son; que estaba corroído por contradicciones internas y ponía a Lenin toda clase de estorbos, y que, de no haber sido por Trotski, nadie sabe cómo habría terminado la Revolución de Octubre. Hasta cierto punto divierten estas peregrinas palabras acerca del Partido en boca de Trotski, quién en el mismo prefacio al Tomo III declara que el «fundamental instrumento de la revolución proletaria es el Partido»... En fin, ni el mismísimo Alá alcanzará a comprender cómo pudo triunfar nuestra revolución si «su fundamental instrumento» resultó inservible y si «dando de lado al Partido» no hay ninguna posibilidad de vencer».
La realidad es que Trotski, el trotskismo y todo su séquito de «historiadores» burgueses y revisionistas tratan de negar el papel del Partido bolchevique en la Revolución de Octubre y de presentar a ésta como la obra de algunas «vedettes revolucionarias» y unas no bien definidas «masas». (Trotski, basándose en una errónea información de John Reed, llegó a difundir el cuento de que en el Comité Central bolchevique la decisión de la insurrección fue defendida por él y Lenin en contra de todo el Comité Central. En cierto momento de la reunión un «obrero» se levantaría amenazando a los miembros del Comité Central si éstos no aprobaban la insurrección. Estos, despavoridos, votarían en favor de la insurrección. John Reed no estaba en las reuniones del Comité Central y queda excusado. Pero Trotski si estaba en las reuniones y no queda excusado en absoluto cuando difunde versiones desmentidas por las Actas del Comité Central y el buen sentido).
La verdad es, que en la medida en que situamos -al Partido en el centro de los acontecimientos de Octubre, destaca con particular evidencia la figura de Stalin, hombre del Partido, dirigente del Partido, cuadro bolchevique hasta la médula.
Los historiadores burgueses han destacado la figura de Trotski y negado la de Stalin, basándose en una concepción puramente burguesa, individualista de la política y de la Historia, según la cual los protagonistas de la Historia son «estrellas», «primeros actores» construidos según el modelo y el rasero de las técnicas publicitarias burguesas. Esta «historia» ha considerado como «su» protagonista a Trotski y no podemos negar que éste haya hecho mucho para merecerse este destino.
Pero Stalin fue protagonista (auténtico, verdadero protagonista) de otra historia, de nuestra historia de comunistas en uno de sus más altos momentos, tal vez el más grandioso e importante de todos, hasta el momento.
Por ello, reivindicar el papel de Stalin en la Revolución de Octubre, no es una pura cuestión «histórica», de determinar el papel, mayor o menor, de un individuo, de una personalidad revolucionaria. Es, sobre todo, una cuestión ideológica, de concepción de Partido y de su papel en la revolución, de concepción de la militancia comunista, de su significado y su carácter.
Stalin, comisario para las nacionalidades
Stalin entró a formar parte del primer Gobierno soviético (Consejo de Comisarios del Pueblo, como se le llamó) y se encargó de la cuestión de las nacionalidades. Resulta difícil imaginar hoy, a tantos años de distancia, las condiciones de precariedad y de falta de medios en las cuales tuvieron que desenvolverse aquellos primeros órganos del nuevo Poder revolucionario. E1 concepto de «ministerio» evoca la imagen de grandes edificios, largos pasillos y amplios despachos llenos de funcionarios. Pero los bolcheviques comprobaron muy pronto la exactitud de la afirmación de Marx según la cuál el Estado proletario tiene que crearse sobre la base de la destrucción hasta los cimientos del viejo Poder estatal. Casi ninguno de los viejos funcionarios estaba dispuesto a colaborar. No había dinero. Los cuadros del Partido no tenían ninguna experiencia en asuntos de gobierno. La contrarrevolución aún no había sido aplastada y el país estaba sumido en el caos.
Pestkovsky, que fue colaborador de Stalin en este periodo, nos cuenta así su primer encuentro con el nuevo Comisario:
«-Camarada Stalin -dije- ¿eres el Comisario del Pueblo para los asuntos de las nacionalidades?
-Si.
-Pero, ¿tienes un Comisariado? No.
-Bueno, entonces yo te haré un Comisariado.
-Magnifico, ¿qué necesitas primero? De momento me basta una credencial».
Pestkovsky acabó encontrando en una habitación del Smolny una mesa y dos sillas vacías. Las arrimó a la pared y colgó un cartel escrito que decía: «Comisariado del Pueblo para los Asuntos de las Nacionalidades». Así había nacido el Comisariado.
La cuestión de las nacionalidades, en la Rusia de finales de 1917, era una de las cuestiones más delicadas y de acuciante importancia política. La Revolución de febrero había tenido un profundo reflejo en las regiones de la periferia del país: «Las nacionalidades de Rusia, oprimidas y explotadas durante siglos por el viejo régimen se sintieron fuertes por primera vez y se lanzaron al combate contra los opresores... En un abrir y cerrar de ojos las regiones de la periferia de Rusia cubriéronse de instituciones ‘comunes a toda la nación’. A la cabeza del movimiento marchaba la intelectualidad nacional democrático-burguesa. Los «consejos nacionales» en Letonia, en el territorio de Estonia, en Lituania, en Georgia, en Armenia, en el Azerbaiján, en el Cáucaso del Norte, en Kirguizia y en la región central del Volga; la Rada en Ucrania y en Bielorrusia; el Sfatul-Tseri en Besarabia; el Karultai en Crimea y en Bashkiria, el Gobierno autónomo en el Turkestán: he aquí las instituciones comunes a toda la nación en torno a las cuales agrupaba sus fuerzas la burguesía nacional». Esta larga lista nos da idea del nivel de desintegración hacia el cual la Revolución de febrero había llevado al imperio zarista. «El derecho de las naciones a la autodeterminación se interpretaba como el derecho de la burguesía nacional de las regiones de la periferia a tomar en sus manos el poder y a aprovecharse de la Revolución de febrero para crear `sus' Estados nacionales».
Las repúblicas embrionarias que nacieron con la Revolución de febrero entraron en contradicción con el Gobierno Provisional central. Este Gobierno tenía un carácter imperialista y perseguía una política de expansión y conquista cuyo objetivo era de extender aún más el Imperio ruso. Por ello entró en contradicción aguda con los movimientos nacionalistas de la burguesía que aspiraban a la independencia.
Con la Revolución de Octubre la situación y la naturaleza de las contradicciones cambió por completo. La burguesía de las nacionalidades siguió insistiendo en sus propósitos separatistas, pero ya no se trataba de separarse de la Rusia imperialista. El movimiento separatista perseguía ahora la separación de las regiones periféricas de la Rusia revolucionaria. A través del separatismo, basándose en el sentimiento nacional que era muy vivo entre las masas de las nacionalidades oprimidas de Rusia, la burguesía de esas nacionalidades trataba de levantar un dique ante el avance de la revolución y de salvar sus propios privilegios. El imperialismo alemán (no hay que olvidar que la Revolución de Octubre se produce mientras Rusia está en guerra con Alemania), acudió en apoyo de los gobiernos burgueses de las nacionalidades. Cuando Alemania fue derrotada, y aún antes la Entente hizo lo mismo para tratar de derrocar al Gobierno soviético. Además, los exponentes políticos del régimen derrotado, incluidos los mencheviques y los eseristas, unidades del Ejército que habían permanecido fieles al viejo régimen acabaron concentrándose en aquellas regiones que, por ser las de menos presencia obrera y por la fuerza del nacionalismo, eran las más débiles del régimen soviético.
Esto explica la situación política y militar de la guerra civil con un Poder bolchevique sólidamente asentado en el centro y una periferia que a menudo se escapaba a su control, en manos de los Guardias blancos, del imperialismo extranjero, de los mencheviques o de los nacionalistas.
Como se ve, la cuestión nacional, después de la Revolución de Octubre, tenía implicaciones directas con la cuestión militar, implicaciones que se agudizaban por el hecho de ser, algunas de estas regiones, los principales abastecedores de trigo, de carbón y de petróleo.
¿Cual fue la posición del Partido de cara a esta importantísima cuestión? Stalin dejo claro que “el Poder soviético no podía, sin hacer violencia a su naturaleza, mantener la unidad con los métodos del imperialismo ruso” Los bolcheviques siempre habían defendido el principio de la autodeterminación y admitían el derecho a la separación de las distintas nacionalidades. Pero por autodeterminación entendían autodeterminación del pueblo, es decir, fundamentalmente de los obreros y de los campesinos de las nacionalidades. Autodeterminación significaba sobre todo y en primer lugar, autodeterminación par parte de los Soviets de las nacionalidades que representaban a las masas obreras y campesinas. La burguesía de las nacionalidades entendía por “autodeterminación” fundamentalmente el reconocimiento de la independencia de los gobiernos burgueses que ella misma había creado unilateralmente después de la Revolución de febrero. Esa misma burguesía se dedicó, a partir de octubre y con el apoyo del imperialismo extranjero, a reprimir ferozmente a los Soviets y a los bolcheviques de las nacionalidades.
De cara al problema de la Rada de Ucrania el 12 de diciembre Stalin declaraba que el Poder soviético estaba «dispuesto a reconocer como república a cualquier región nacional de Rusia, si lo desea así la población trabajadora de la región interesada. Está dispuesto a reconocer la estructura federativa para la vida política de nuestro país si lo desea así la población trabajadora de las regiones de Rusia. Ahora bien, cuando se confunde la república popular con la dictadura militar de Kaledin, cuando el Secretariado General de la Rada intenta presentar a los monárquicos Kaledin y Rodzianko como pilares de la República, el Consejo de Comisarios del Pueblo no puede por menos de decir que el Secretariado General juega a la República, encubriendo con tal juego su plena supeditación a los ricachones monárquicos. Somos partidarios de la República Ucraniana, pero nos oponemos a que se encubra con la bandera de la República a los enemigos, jurados del pueblo».
La bandera de la “autonomía” -la concepción burguesa de “autonomía”- se convertía en la bandera de la burguesía contrarrevolucionaria de las nacionalidades. En el Cáucaso los «Consejos Nacionales» inspirados por Zordana masacraban a los campesinos que reclamaban la tierra, fusilaban a los bolcheviques, se unían en una alianza de hierro con los terratenientes y los generales zaristas. Lo mismo sucedía en las demás regiones del inmenso país cuyos cimientos habían sida sacudidos por la insurrección bolchevique.
Stalin, al frente del Comisariado para las Nacionalidades, tuvo que abordar la compleja tarea de evitar que las masas populares de las nacionalidades fueran arrastradas por sus sentimientos patrióticos a remolque de sus propias burguesías reaccionarias. Hubo que compaginar el respeto del principio de autodeterminación con la lucha a muerte contra tales burguesías. Para lograrlo hubo que dedicar un gran esfuerzo a impulsar el movimiento obrero y campesino, sobre todo en las regiones más atrasadas del país para lograr que, sobre la base de la lucha de clases, se produjera un claro deslindamiento de campos en el seno mismo de las sociedades nacionales. Fue una tarea dura y difícil que hubo que cumplir entre graves obstáculos y dificultades.
Kámenev y Zinoviev se habían reincorporado al C.C. en el momento de la insurrección. Pero, inmediatamente después del poder, suscitaron graves problemas en el Comité Central y en el Gobierno Soviético. El Consejo de los Comisarios del Pueblo había sido formado por el II Congreso del Soviet y se declaraba responsable frente al nuevo Comité Ejecutivo Central, también nombrado por el Congreso. Lenin había propuesto a los socialistas revolucionarios de izquierda de entrar a formar parte del nuevo Gobierno, pero éstos no habían aceptado, alegando que solamente se integrarían en un Gobierno de coalición integrado por todos los partidos “socialistas”. Lenin opuso una negativa terminante a esta pretensión, pues sabia perfectamente que los mencheviques y los eseristas de derechas eran unos agentes empedernidos del imperialismo, habían sido los principales enemigos de la insurrección e intrigaban en contra del Poder soviético.
Los primeros días después de la insurrección de Petrogrado fueron particularmente difíciles. Los bolcheviques aún no se habían adueñado del poder en Moscú y Kerenski había logrado reunir unas cuantas unidades militares con las cuales amenazaba la capital. Los mencheviques y los eseristas comenzaron a chantajear al Gobierno revolucionario, alegando que se trataba de un Gobierno puramente bolchevique y no «soviético». El día 29 el Vikzel, es decir, el Comité Ejecutivo del Sindicato de los Ferroviarios, dominado por los oportunistas, lanzó un comunicado en el que se admitía que “el Gobierno Kerenski ha sido incapaz de mantener el poder” pero se añadía que “el Consejo de Comisarios del Pueblo formado en Petrogrado con el apoyo de un sólo Partido no puede ser reconocido y apoyado por todo el país”. El comunicado afirmaba que se necesitaba un Gobierno que tuviera la confianza de todos los “demócratas”.
Ante este chantaje, Kámenev y otros miembros del C.C. vacilaron. En la reunión del día 29 (en la cual Lenin y Stalin estaban ausentes) el C.C. aprobó una decisión en la cual se aprobaba la ampliación del Gobierno y el ingreso en el Comité Ejecutivo Central de los Soviets de los oportunistas y de los representantes del Vikzel. Kámenev dio comienzo a unas negociaciones con los oportunistas.
Lenin se opuso enérgicamente a esta política de concesiones. Dijo abiertamente que algunos miembros del C.C. vacilaban ante las dificultades, que era inconcebible considerar a eseristas y a mencheviques como «demócratas» y «socialistas», dijo que se trataba de agentes de la reacción que estaban tratando de debilitar el Poder soviético, que trataban de introducirse en el Gobierno como un caballo de Troya. Dijo que había que interrumpir toda clase de negociación, que el Gobierno bolchevique era un Gobierno soviético legítimo porque había sido elegido en el Congreso de los Soviets, que el Vikzel era un sindicato oportunista y que lo fundamental era que las masas apoyaban al Gobierno soviético. Buscar el apoyo de los oportunistas era un absurdo. Concluyó su intervención con estas palabras: “Hemos propuesto al Vikzel de transportar las tropas a Moscú. Se ha negado. Tenemos que dirigirnos a las masas y ellas lo derrocarán».
Pero Trotski logró que la proposición de Lenin fuera rechazada. Comenzó proponiendo que la “oposición” ingresara en el Gobierno en una proporción del 25 por 100. Logró también que el C.C. decidiera seguir negociando con el Vikzel «para desenmascararle» Como siempre Trotski adoptaba una posición “intermedia”, conciliadora.
Pero al día siguiente Lenin ganó en toda la línea. El C.C. adoptó una resolución en la cual se afirmaba que: «la oposición que se ha formado en el interior del Comité Central se ha apartado integralmente de todas las posiciones fundamentales del bolchevismo y, en general, de la lucha proletaria de clases» y que «el C.C. confirma que es imposible renunciar a un Gobierno puramente bolchevique sin traicionar la consigna de ‘Todo el poder a los soviets’, puesto que la mayoría del II Congreso Panruso de los Soviets, sin ninguna exclusión, ha entregado el poder a este Gobierno».
El 3 de noviembre la mayoría del Comité Central, de la cual formaba parte Stalin, lanzó un ultimátum a la minoría instándola a someterse a las decisiones del Comité Central. En respuesta, la minoría (Kámenev, Zinoviev, Rykov, Milyutin y Noghin) dimitió del Comité Central, afirmando que no podía asumir la responsabilidad de una “política desastrosa» y que se reservaban el derecho de decir toda la verdad a las masas sobre la base de su consigna de « ¡Viva el Gobierno de todos los partidos soviéticos!».
Los «cinco» afirmaban que «sin un acuerdo con los demás partidos socialistas existe un único camino: el mantenimiento de un Gobierno puramente bolchevique sobre la base del terror político».
En realidad, Kámenev y Zinoviev seguían sin estar convencidos de la posibilidad, por parte de los bolcheviques, de mantener el poder. Las mismas vacilaciones que habían tenido en vísperas de la insurrección las mantuvieron después. Seria un error, sin embargo, pensar que las contradicciones en el seno del Comité Central fueran divergencias tácticas, de apreciación de la situación y que la diferencia estribaba en que Lenin, Stalin y la mayoría del Comité Central tenían simplemente una mayor confianza en la solidez del nuevo Gobierno soviético, etc. Evidentemente existía este elemento. La obsesión de los «cinco» en pedir un acuerdo con los oportunistas reflejaba una incomprensión absoluta de la situación que se había creado, del desprestigio de los oportunistas y de la fuerza que el apoyo de las misas proporcionaba al Poder soviético. Pero, por encima de todo ello existía una contradicción sobre una cuestión de principio, es decir, sobre la cuestión de la naturaleza de la política de los partidos revisionistas.
Muchos años después, Stalin escribiría:
« ¿En qué consiste la regla estratégica fundamental del leninismo?
Consiste en reconocer:
1) que cuando se avecina un desenlace revolucionario, los partidos conciliadores constituyen el más peligroso apoyo social de los enemigos de la revolución.
2) que es imposible derribar al enemigo (al zarismo o a la burguesía) sin aislar a estos partidos.
3) Que por ello en el período de preparación de la revolución, los principales golpes deben dirigirse a aislar a estos partidos, a separar de ellos a las grandes masas trabajadoras».
En esto estriba la divergencia. Kámenev y Zinoviev en el mes de octubre se habían opuesto a la insurrección alegando que, por agudizarse las contradicciones, mencheviques y eseristas se verían necesariamente arrastrados a apoyar la revolución. Este es el punto de vista que mantienen después de la insurrección. Lenin estaba en total desacuerdo con esto: su opinión era que los revisionistas eran agentes de la contrarrevolución y que al profundizarse la revolución les arrojaría cada vez más en brazos de la reacción. Se trataba, como se ve, de una divergencia de fondo, de principios.
Las divergencias en el Comité Central se complicaron y se agudizaron ante el problema de la paz con Alemania. Rusia seguía estando en guerra con los alemanes. Por otra parte, los bolcheviques habían conquistado el poder prometiendo al pueblo ruso la paz. Naturalmente, en línea de principio, la guerra, en caso de prolongarse, después de la insurrección tendría otro carácter. Si los alemanes se empeñaban en seguir combatiendo para someter a Rusia, cabria la posibilidad de apelar al pueblo y llamarle a la guerra revolucionaria, para defender el poder recién conquistado. Pero, en primer lugar había que entablar inmediatas negociaciones de paz con el enemigo; se trataba de un primer paso imprescindible para aclarar, ante el pueblo ruso y el mundo, que el gobierno soviético deseaba, por todos los medios posibles, acabar con la guerra.
Además Lenin estaba convencido de que era necesario hacer todo esfuerzo posible para lograr que las negociaciones da paz alcanzarán su objetivo. Por ello opinaba que había que hacer cualquier concesión y aceptar las condiciones que los alemanes presentaran, por duras que fueran estas condiciones. Lenin veía claramente que seguir la guerra con Alemania constituía un auténtico suicidio. El nuevo poder no se había consolidado. El ejército seguía siendo el viejo ejército y aún no se había realizado en él una profunda depuración. Pero, sobre todo, los soldados estaban cansados de luchar. Sin duda la clase obrera hubiera respondido a un llamamiento del Partido y se hubiera sumado a la guerra revolucionaria. Pero los campesinos no lo harían. Y en la estrategia leninista, el apoyo de los campesinos constituía el elemento clave. Lenin veía claramente que el proletariado mantendría el poder a condición de conservar el apoyo del campesinado, y los campesinos querían ardientemente la paz. Hacer la paz significaba conservar la alianza obrero-campesina.
El 9 de noviembre Lenin se dirigió telefónicamente a Dukhonim, jefe del Estado Mayor del Ejército y le pidió entablar inmediatas negociaciones de paz. Stalin se encontraba junto a él. Dukhonim opuso una negativa afirmando que «el nuevo gobierno no gozaba del apoyo popular.». La respuesta de Lenin fue inmediata: «En nombre del Gobierno de la República rusa y par orden del Consejo de los Comisarios del Pueblo, le destituyo por desobedecer al Gobierno y porque su conducta causa perjuicios incalculables a las masas trabajadoras de todos los países y sobre todo a los ejércitos». Stalin cuenta: «El momento era terrible... Recuerdo que, después de haber permanecido un segundo en silencio frente al aparato, Lenin se levantó y su cara estaba iluminada por una luz interior. Se veía que había tomado su decisión».
Una hora más tarde Lenin y Stalin se dirigían con un llamamiento «a todos los soldados, a todos los marineros». En el llamamiento se decía: «Soldados, la causa de la paz está en vuestras manos. No permitáis a los generales contrarrevolucionarios de comprometer esta gran causa...» También se pedía que «los regimientos que mantienen las Posiciones en las trincheras elijan inmediatamente representantes plenipotenciarios para comenzar negociaciones oficiales de armisticio con el enemigo».
Este llamamiento permitió a Lenin y Stalin desbaratar la resistencia y las maniobras contrarrevolucionarias del Alto Estado Mayor y reforzar las posiciones bolcheviques en la dirección del Ejército. De esta forma se crearon las condiciones para entablar negociaciones con el imperialismo alemán. Trotski fue encargado de dirigir las negociaciones.
Pero el 10 de febrero de 1918 Trotski interrumpió unilateralmente las negociaciones. Trotski tenía orden de aceptar las condiciones alemanas, por duras que éstas fueran. Pero cuando tales condiciones -muy duras en efecto fueron presentadas, Trotski declaró que el Gobierno Soviético no las aceptaba y que, aunque la paz no se había firmado, Los bolcheviques desmovilizarían el Ejército.
¿A qué se debía esta posición de Trotski? Sobre la cuestión de la guerra con Alemania se habían formado en el Partido tres posturas. De la posición de Lenin y Stalin ya hemos hablado. La segunda posición era la de Bujarin y de los llamados «comunistas de izquierda». Estos afirmaban que, ante la dureza de las condiciones alemanas, el Partido debía asumir la iniciativa de una guerra revolucionaria. Lenin y Stalin estaban terminantemente en contra de esta postura pues estimaban que la prosecución de la guerra llevaba inevitablemente a la ruptura de la alianza obrero-campesina. En cuanto a Trotski, su posición, como siempre «intermedia» era la de «ni guerra ni paz». Si los alemanes insistían en sus pretensiones, no había que aceptarlas, pero tampoco había que proclamar la guerra revolucionaria. El Gobierno soviético debía desmovilizar el Ejército y no oponer ninguna resistencia ante el avance enemigo. Ante esta actitud «pacifica» los proletarios de occidente se sublevarían, y los soldados alemanes reclamarían la paz. Esta posición de Trotski, absolutamente descabellada, reflejaba las profundas diferencias de principio existentes entre Trotski por un lado, y Lenin y Stalin por el otro, y representaba un anticipo de la posterior discrepancia acerca de la «construcción del socialismo en un solo país». Para Trotski, ante las dificultades de la revolución, la única y sola reserva estaba constituida por el proletariado europeo. Esta posición, que mantuvo además siempre con absoluta rigidez, le conducía, en los momentos de crisis, a conclusiones totalmente aberrantes como en el caso de la paz de Brest-Litovsk.
Para Lenin y Stalin el reforzamiento y consolidación de la alianza obrero-campesina siempre constituyó la condición necesaria del éxito de la revolución. Para ellos, la revolución en Occidente, de la cual había numerosos síntomas, constituía un importante factor de consolidación de la revolución soviética. Pero ante cualquier decisión particular siempre se negaron a «apostar», de una forma aventurera, sobre el estallido de la revolución en este o aquel país y adoptaron las decisiones políticas más adecuadas en el marco de la consolidación de la base social del poder soviético.
Por ello, en las reuniones del Comité Central en la época de la paz de Brest-Litovsk, Lenin habla continuamente de que sus adversarios «juegan» a la guerra revolucionaria, de que no hay condiciones para ganar la guerra revolucionaria, basándose en las fuerzas internas de la revolución rusa y de que la revolución en Occidente era una posibilidad pero no una realidad en marcha.
Stalin y Sverdlov apoyaron con fuerza las posiciones de Lenin. En una primera fase, Trotski logró que su tesis «intermedia» se impusiera en el C.C. Los resultados fueron desastrosos. A los pocos días de suspenderse las negociaciones, los alemanes desencadenaron una ofensiva en todo el frente y, como Lenin y Stalin habían previsto, el Ejército ruso no logró oponer ninguna resistencia. En la reunión del C.C. del 18 de febrero Lenin dijo: «La historia dirá que vosotros habéis cedido la revolución. Podíamos haber firmado una paz que no hubiera amenazado en absoluto la revolución. No tenemos nada: en la retirada no lograremos siquiera volar lo que dejamos atrás». Y concluía con las siguientes palabras: «Es preciso proponer la paz a los alemanes». Stalin apoyó la propuesta de Lenin y añadió que a su juicio eran suficientes cinco minutos de fuego intensivo para que en el frente no quedara un sólo soldado ruso.
Los bujarinistas y los trotskistas afirmaban que el firmar la paz no resolvería absolutamente nada y que, caso de hacerlo, la revolución se enfrentaría con toda una serie de ultimátums por parte de los alemanes, los cuales quebrantarían la paz y pretenderían imponer concesiones cada vez más duras.
En la reunión del Comité Central del 23 de febrero Stalin dijo: «El suponer que no tendremos una tregua y que habrá continuos ultimátums significa pensar que en occidente no hay absolutamente ningún movimiento. Nosotros pensamos que el alemán no puede hacerlo todo. Además, nosotros confiamos en la revolución...». Esta afirmación de Stalin ilumina claramente la verdadera postura suya y de Lenin sobre la cuestión de la paz. Como se sabe, en los textos trotskistas la postura de los dirigentes bolcheviques partidarios de la paz ha sido interpretada siempre como un primer síntoma de «nacionalismo», de abandono de las posiciones del internacionalismo proletario y de la revolución mundial. Trotski y los suyos insisten constantemente en que ellos tomaban en consideración el «factor internacional». Pero está absolutamente claro que. Lenin y Stalin también tomaban en cuenta este «factor». Lo que pasa es que lo tomaban en cuenta dentro del marco de la concepción leninista del carácter desigual del desarrollo imperialista. Trotski, por su parte, concebía la revolución como algo que se produciría simultáneamente en todos los países europeos y menospreciaba la importancia de las contradicciones interimperialistas.
Resultaba de ello, una valoración profundamente divergente de la situación ante la cual se encontraba la revolución rusa. Lenin opinaba que la revolución debía buscar una pausa («necesitamos estrangular a nuestra burguesía y para ello necesitamos tener libres las dos manos») y que era posible hacerlo firmando la paz con Alemania. Lenin y Stalin veían claramente que Alemania no podía «hacerlo todo» debido al movimiento obrero en la misma Alemania y a sus contradicciones con las demás potencias imperialistas. En el marco de esta concepción Lenin y Stalin enfocaban la revolución europea como un proceso dialéctico, contradictorio, con sus avances y retrocesos, de carácter desigual y en sucesivas etapas: por ello se opusieron vehementemente a una concepción infantil, mecanicista, totalmente metafísica, que veía la revolución europea como un enfrentamiento directo, frontal e inmediato entre el proletariado del continente europeo y el imperialismo considerado como un bloque monolítico. Una y otra vez Lenin insistió en que la relativa facilidad del triunfo bolchevique se debía a que se había logrado romper el eslabón más débil de la cadena imperialista. Pero el imperialismo conservaba toda su fuerza. El proletariado europeo, a través de la revolución rusa victoriosa había logrado abrir una brecha. Esa brecha debía ser mantenida y defendida. Ello era posible porque mediante la paz el Gobierno soviético podía consolidar su alianza con el campesinado pobre y porque el proletariado internacional y la guerra no dejaban las manos completamente libres al imperialismo.
Según Trotski y sus acólitos, la línea a seguir era la de irrumpir directamente por esa brecha que se había abierto, y atacar frontalmente las posiciones más fuertes del imperialismo. Para Lenin y Stalin esta eventualidad era concebible solamente si, efectivamente, la revolución se producía en Alemania: «Si Liebknecht ganara en las próximas dos o tres semanas -ello es posible- desde luego nos sacaría de todas nuestras dificultades. Pero sería simplemente una tontería, significaría transformar en un escarnio la gran consigna de la solidaridad internacional de los trabajadores, al decir al pueblo que Liebknecht ganará seguramente y necesariamente en las próximas semanas». Para Lenin y Stalin la revolución europea avanzaría por etapas y no era posible predecir exactamente el orden y el ritmo de estas etapas. Por ello, la revolución europea no podía concebirse como una ofensiva permanente e indiscriminada, en todos los frentes al mismo tiempo, en contra del imperialismo. Ellos (Lenin y Stalin) insistían en que, de seguir la línea de Trotski-Bujarin, el Partido se encontraría aislado, sin el apoyo de su base interna, enfrentado a un enemigo exterior poderosísimo, y correría el riesgo de una estrepitosa derrota. Esta derrota era segura si no se producía la revolución en Alemania, lo cual no podía asegurarse en absoluto.
Las previsiones de Lenin y Stalin se vieron completamente confirmadas por el desarrollo de los acontecimientos. Tras la ruptura de las negociaciones de Brest-Litovsk, entre el 18 y el 24 de febrero, la ofensiva alemana logró un éxito total. Las tropas rusas huyeron desordenadamente sin casi oponer resistencia. Las tropas de los imperios centrales amenazaban Petrogrado, En la capital hubo que movilizar a 100.000 voluntarios en su defensa.
El día 23 llegaron nuevas proposiciones alemanas para la paz. Estas condiciones, como Lenin había previsto en el momento de la suspensión de las negociaciones por parte de Trotski, eran aún más duras que las anteriores: Rusia perdía Polonia, Lituania, Estonia, Letonia, Finlandia, parte de Bielorrusia, Ucrania, había que ceder algunos territorios a Turquía, pagar 6.000 millones de marcos-oro y desmovilizar al Ejército. Como Lenin también había previsto, el Partido, ante la evidencia de los hechos, se decidió a aceptar las tesis que él, junto con Stalin y Sverdlov, había defendido en el Comité Central. Después de la firma de la paz se produjo una oleada de «dimisiones»: Bujarin dimitió del C.C., Trotski abandonó su puesto de Comisario para los Asuntos Exteriores.
La cuestión de la paz de Brest-Litovsk no fue una cuestión, tal como la pintan algunos autores, de apreciación táctica o de valoración de las condiciones revolucionarias de Alemania. En realidad fue una batalla ideológica alrededor de la concepción leninista del «desarrollo desigual», una batalla que anunciaba nuevas luchas y nuevas contradicciones que se manifestaría en los años siguientes cuando resultó claro que la revolución en occidente no iba a tardar semanas o meses en producirse, sino años, e incluso muchos años.
La conclusión de la paz de Brets-Litovsk suscitó descontento y temor entre los imperialistas de la Entente. Estos «temían que la conclusión de la paz entre Alemania y Rusia pudiera mejorar la situación militar alemana y empeorar la de los ejércitos de la Entente. Temían, además que la conclusión de la paz entre Rusia y Alemania reforzara la aspiración a la paz en todos los países, en todos los frentes y comprometiera así la causa de la guerra, la causa de los imperialistas. Ellos temían por fin que la existencia del poder soviético en el territorio de un inmenso país y sus éxitos internos, debidos al derrocamiento del poder de la burguesía, se convirtieran en un ejemplo contagioso para los obreros y los soldados de occidente». Los imperialistas de la Entente encontraron un aliado aún poderoso en todas las fuerzas reaccionarias de Rusia que se veían amenazadas por el nuevo poder de obreros y campesinos: capitalistas, terratenientes, kulaks, generales reaccionarios, nacionalistas burgueses, mencheviques, eseristas, etc., todos ellos comenzaron a conspirar en alianza con la reacción exterior. «La contrarrevolución en Rusia tenía cuadros militares y reservas humanas, sobre todo entre las capas superiores de los cosacos y entre los kulaks... Pero no tenia ni armas ni dinero. Los imperialistas extranjeros, por su parte, tenían dinero y armas, pero no podían utilizar en la intervención fuerzas militares suficientes, no solamente porque estas fuerzas les eran necesarias para la guerra contra Alemania y Austria, sino también porque podían resultar poco seguras en la lucha contra el poder soviético».
Esta fue la base de la intervención exterior contra el poder de los soviets y el origen de la guerra civil.
En diciembre de 1917 los imperialistas franceses e ingleses establecieron un acuerdo para repartirse la Rusia meridional en «zonas de influencia». La parte francesa comprendía Besarabia, Ucrania, Crimea y la cuenca del Donetz; la parte inglesa, el Cáucaso del Norte, Transcaucasia y Asía Central. En la primera mitad de 1918 comenzaron las hostilidades. Los japoneses desembarcaron en Vladivostok, restaurando el poder de la burguesía. Las fuerzas de la Entente en el norte, estableciendo un Gobierno de Guardias blancos, la dictadura del general Miller (al cual abrió paso un breve paréntesis de Gobierno pequeño-burgués compuesto de ex-diputados de la Asamblea Constituyente). En la zona del medio Volga el cuerpo del Ejército checoslovaco, que se había formado durante la guerra con prisioneros checos y eslovacos, y al que se le había autorizado volver a Francia a condición de entregar las armas y de regresar en pequeños grupos, tras juntársele muchos oficiales y junkers, se amotinó el 25 de mayo de 1918, se adueñó de Samara y formó un «Comité de la Asamblea Constituyente». Los generales Denikin y Kornilov, apoyados por oficiales cosacos, se adueñaron del norte del Cáucaso con el apoyo de los imperialistas anglo-franceses.
Ante esta situación los imperialistas alemanes decidieron que no podían permanecer con los brazos cruzados. A pesar de la paz de Brest-Litovsk decidieron apoyar a los generales Krasnov y Mamontov, quienes se adueñaron de la región del Don. Los alemanes ocuparon también Ucrania y, junto a los turcos, Tiflis y Baku.
A finales de 1918 la República soviética estaba completamente cercada. Las ciudades sufrían hambre y la producción se encontraba paralizada por falta de materias primas. La prensa imperialista hablaba de que el poder soviético estaba a punto de derrumbarse ante el poderío de sus adversarios y la pobreza de sus recursos.
El Partido bolchevique movilizó todos sus medios para la guerra: La primera tarea fue la creación de un Ejército Rojo. En los dos primeros meses después de la Revolución de Octubre 100.000 hombres (esencialmente obreros revolucionarios) se habían incorporado voluntariamente al Ejército. Pero esta cifra resultó absolutamente insuficiente ante los nuevos acontecimientos. Por ello, en mayo de 1918 se estableció el servicio militar obligatorio. De esta forma se logró que, bastante rápidamente, el Ejército alcanzara el millón de hombres. Se crearon los comisarios políticos para elevar la moral de los combatientes, educarlos políticamente y establecer un control del Partido. Se creó un Consejo de la Defensa Obrera, dirigido personalmente por Lenin, para resolver el problema de los abastecimientos (militares y civiles) que era absolutamente dramático. Como ya hemos observado, la contrarrevolución controlaba las zonas más ricas en recursos. La guerra civil, efectivamente, era una guerra de tipo moderno y el Ejército Rojo necesitaba armas modernas que solamente la industria podía producir. Pero la industria necesitaba materias primas. Las ciudades necesitaban trigo. La situación era dificilísima, casi desesperada.
Fue para resolver un problema de abastecimientos que Stalin hizo su primera aparición en un frente de guerra. El 6 de junio de 1918 Stalin llegó a Tsaritsin (la futura Stalingrado) enviado por el Consejo de la Defensa Obrera, pero su misión adquirió pronto un carácter militar. Será la primera de una larga serie. Kaganovitch escribirá más tarde: «Allí, donde el Ejército Rojo flaqueaba, cuando las fuerzas contrarrevolucionarias acrecentaban sus éxitos, cuando la agitación y el pánico podían convertirse a cada instante en catástrofe, allí se presentaba Stalin. Pasábase las noches sin dormir, organizaba, empuñaba el mando, rompía resistencias, insistía y pasaba la curva, resolvía la situación». En los tres años de guerra Stalin se trasladará incesantemente de un frente a otro, en los momentos y situaciones de mayor peligro, resolverá las cuestiones más enrevesadas. En el curso de la guerra civil, Stalin se verá a menudo en la necesidad de hacer frente a importantes tareas de dirección militar y Lenin recurrirá a menudo a él, sobre todo a partir de los éxitos que cosechó en Tsaritsin.
La ciudad de Tsaritsin tenía una gran importancia estratégica. La ciudad conectaba a la Rusia soviética con el bajo Volga y con el Cáucaso del norte. Por ello, para los «blancos» resultaba de gran importancia adueñarse de Tsaritsin, porque de esta forma podrían unificar el frente este, controlado por las unidades checoslovacas, y el meridional, controlado por Krasnov. De esta forma les sería posible lanzar una ofensiva contra Moscú y al mismo tiempo aislar a la capital de las fuentes de trigo y de petróleo.
Un día después de su llegada, Stalin escribe a Lenin que ha encontrado en la ciudad «un desbarajuste increíble». La administración soviética y el Partido están en plena disgregación. En la ciudad pululaban elementos contrarrevolucionarios, envalentonados por el avance enemigo. Muchos de los mandos militares, compuestos en gran parte por ex-oficiales del Ejército zarista, han resultado ser unos traidores, dispuestos a pasarse con armas y bagajes al enemigo. Tampoco la tropa es muy segura. Se ha producido un viraje en el «mujik -que en octubre luchó por el Poder Soviético- contra el Poder Soviético (odia con toda su alma el monopolio cerealista, los precios fijos, las requisas, la lucha contra la especulación)». Algunas unidades son de composición cosaca y muchos elementos se han unido a ellas «para recibir armas, informarse del dispositivo de nuestras unidades y después desertar al campo de Krasnov, llevándose a regimientos enteros».
El día 7 Stalin escribe a Lenin: «Expulso y amonesto a cuantos es preciso... Puedes estar seguro de que seremos implacables con todos, con nosotros mismos y con los demás, y que enviaremos cereales a toda costa. Si nuestros ‘especialistas’ militares (¡chapuceros!) no se hubieran dormido, ni hecho el vago, no habría quedado cortada la línea, y si se restablece, no será gracias a los militares, sino a pesar de ellos». La referencia a los «especialistas militares es una referencia a Trotski el cual, como veremos más en detalle, aplicaba una política de sistemática postergación de los cuadros militares comunistas en beneficio de los ex-oficiales zaristas.
Tres días después, Stalin escribe a Lenin: «Métale en la cabeza [3] que, sin el conocimiento de la gente local, no se deben hacer nombramientos, que de otro modo se desprestigia al Poder Soviético». Y más adelante: «En el sur hay muchos cereales, pero, para conseguirlos se necesita un aparato bien organizado, que no tropiece con obstáculos por parte de los convoyes, de los jefes de los ejércitos, etc. aún más: es preciso que los militares ayuden a los agentes de abastos. La cuestión de abastos, lógicamente se entrelaza con la militar. En interés del trabajo, necesito atribuciones militares. He escrito ya a este respecto, sin recibir contestación. Muy bien. En tal caso, yo mismo destituiré, sin más formalidades, a los jefes de Ejército y comisarios que lo echan todo a perder. Así me lo dictan los intereses de la causa y, naturalmente, la falta de un pedazo de papel firmado por Trotski no me detendrá». Se trataba de una explicita petición de poderes en el plano militar, poderes que Stalin obtuvo a través de un telegrama del Consejo de Guerra Revolucionario de la República, firmado por Lenin, en el cual se le encargaba «restablecer el orden, organizar a los destacamentos en Ejército regular, nombrar una dirección justa, expulsar a todos los insubordinados».
Cuando este telegrama llegó, la situación se había hecho aún más grave porque los restos del Ejército Rojo de Ucrania habían llegado a Tsaritsin, retrocediendo ante el avance alemán. Pero Stalin no se desanimó. Creó un Consejo Militar— Revolucionario y comenzó a limpiar el Estado Mayor, las unidades militares y la retaguardia de elementos contrarrevolucionarios, vacilantes o inseguros. Reforzó el mando y las unidades con probados comunistas. Unificó las unidades bajo una única dirección militar.
Este último aspecto tiene mucha importancia. Como hemos visto en el telegrama de instrucciones, se le encargaba a Stalin de «organizar a los destacamentos en Ejército regular». Para entender el sentido de esta orden es preciso hacer una rápida mención del origen y de la génesis del Ejército Rojo. La cuestión tiene inmensa importancia para entender bien el carácter de las divergencias entre Trotski y Stalin sobre los asuntos de la dirección militar, cuestión que, como muchas otras, ha sido completamente tergiversada por el mismo Trotski.
Las primeras operaciones militares en defensa del nuevo poder revolucionario, se realizaron inmediatamente después de la insurrección. Por lo general se trataba de acciones aisladas, realizadas por destacamentos que, integrados por obreros y soldados voluntarios, se desplazaban desde los centros urbanos hacia las provincias a fin de extender el poder de los soviets y para hacer frente a los primeros intentos contrarrevolucionarios que en esa fase tenían un carácter aislado y no coordinado, debido al derrocamiento del Gobierno de Kerenski y a la desaparición del Estado Mayor reaccionario. Estas unidades utilizaron ampliamente la guerra de guerrillas y se basaban para su acción en las masas. Algunos de los jefes de estos destacamentos adquirieron gran experiencia y mucho prestigio. Pero, a partir de la intervención extranjera, las unidades voluntarias se encontraron frente a frente con ejércitos centralizados, armados modernamente, dirigidos Por militares profesionales.
La acción de destacamentos aislados de voluntarios ya no podía servir. Se necesitaba un Ejército regular revolucionario. Para ello se estableció el Servicio Militar obligatorio, a través del cual se reclutaron centenares de miles de hombres, y se decidió la fusión, en un único Ejército, de los viejos destacamentos.
Esto último tropezó con no pocas dificultades. La mentalidad de muchos de los cuadros de estos destacamentos se había amoldado a un estilo y a un método de acción de tipo independiente y no les fue fácil acostumbrarse a las nuevas circunstancias. Por otra parte, el reclutamiento se había realizado en gran parte cuando aún prevalecía la vieja línea y ello se reflejaba en la composición de los destacamentos. En muchos escritos de la época se pueden leer afirmaciones acerca de la necesidad de ir superando el «espíritu de guerrilleros». En realidad sobre esta cuestión se formó en esta época en el Partido una verdadera corriente de oposición, en lo fundamental vinculada a los «comunistas de izquierda» y que se denominé «oposición militar». La «oposición militar» negaba la necesidad de crear un Ejército Rojo centralizado, afirmaba que la lucha contra los «blancos» podía realizarse utilizando la guerra de guerrillas, que se necesitaba un «Ejército guerrillero». La «oposición militar» estaba radicalmente en contra de la utilización de los llamados «especialistas militares», es decir, de los oficiales del viejo Ejército zarista que, por una razón u otra, habían aceptado colaborar con el nuevo Ejército.
La falsificación de Trotski consiste en afirmar que Stalin formaba parte de la «oposición militar» y que, en realidad, era el verdadero animador y jefe de la misma. Esto es absolutamente falso. En todos los escritos, discursos y actuaciones de Stalin en esa época a la que nos referimos, encontramos una defensa y una aplicación práctica de la línea leninista en las cuestiones militares y, en particular, del principio de la necesidad de un Ejército regular, de una disciplina de hierro, de una dirección centralizada y de la superación del cantonalismo y del «espíritu guerrillero». Sin embargo, ojeando los escritos de Trotski sobre esta cuestión, encontramos incesantes referencias a los «guerrilleros de Stalin», a los «tsaritsinistas» (de esta forma despectiva Trotski define una y otra vez al equipo que alrededor de Stalin se formó en Tsaritsin y en particular a Vorochilov, contra el cual lanza flechazos venenosos), a que «Stalin no luchaba con suficiente firmeza contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación...», de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición».
Pocos días después de haber recibido la orden por la que se le concedían plenos poderes en Tsaritsin, y en la cual se le pedía entre otras cocas «organizar los destacamentos en Ejército regular», en una carta a Lenin (4 de agosto) Stalin mencionaba cómo uno de los aspectos positivos de la nueva situación que se había creado con la creación del Consejo Militar Revolucionario era «la supresión total del desbarajuste originado por el sistema de destacamentos». Este hecho había permitido establecer en las unidades militares «una disciplina de hierro». Es cierto que Stalin menciona también, como otro factor Positivo, «la destitución oportuna de los llamados especialistas (en parte grandes partidarios de los cosacos y en parte de los anglo franceses)». Y aquí llegamos al nudo de la cuestión. Las reales divergencias entre Trotski y Stalin no fueron nunca, como pretenden los trotskistas, sobre la cuestión de la necesidad de un Ejército regular y de un mando centralizado. La divergencia estribaba en la forma de concebir la unificación y centralización militar. Para Trotski, el eje de esta centralización, su instrumento, eran los especialistas militares del Ejército zarista. Siempre que Trotski habla de la necesidad de un «Ejército regular», de centralizar el mando, etc., a continuación encontramos una parrafada sobre los «especialistas», sobre su necesidad, sobre la necesidad de combatir la desconfianza en contra de tales «especialistas», etc. Hay que aclarar que Stalin nunca estuvo en contra de la utilización de los especialistas militares. Pero Stalin concibió siempre el reforzamiento de la unidad y de la disciplina del Ejército Rojo, no tanto bajo la forma del reforzamiento de las posiciones de la oficialidad tradicional, en los organismos de mando, sino en el sentido de un reforzamiento de la dirección del Partido en el Ejército, del control del Partido sobre las unidades militares; Había , evidentemente, que utilizar a todos los ex-oficiales zaristas que estaban dispuestos a colaborar, pero, sobre todo, había que crear cuadros militares comunistas, reforzar los poderes de los comisarios políticos, no dejarse «deslumbrar» por los «especialistas» y promover audazmente a puestos de dirección militar a obreros y campesinos que demostraran tener las capacidades y conocimientos adecuados, y destituir o castigar sin miramientos a aquellos «especialistas» que resultaran ser unos incapaces o unos traidores.
¿Qué clase de especialistas había en Tsaritsin? Sobre este punto damos gustosamente la palabra de Trotski: «La clase de especialistas de Tsaritsin se había reclutado de la hez de la oficialidad: alcohólicos desprovistos de todo vestigio de dignidad humana, hombres sin estimación propia, dispuestos a arrastrarse ante el nuevo amo, a adularle y abstenerse de toda contradicción». El jefe de Estado Mayor era un hombre «entregado sin remedio a las bebidas alcohólicas». Este es el cuadro y estos son los hombres que Stalin destituyó. Pero, increíblemente, pocas líneas, antes Trotski escribe, refiriéndose a la actuación de Stalin en Tsaritsin que la «brutal agresividad frente a los especialistas militares no era, naturalmente, la mas propicia para ganar la voluntad de estos últimos y hacerlos leales servidores del nuevo régimen». La cuestión es que Stalin no tenía deseo alguno de utilizar a semejante gente. Encontrándose, como dice el mismo Trotski, con la «hez de la oficialidad», con «borrachos» y «alcohólicos», no dudó ni un instante en sustituir a estos «oficiales» con cuadros comunistas, con militantes y dirigentes que tal vez no tuvieran gran experiencia militar, pero cuya entrega, moralidad y fidelidad estaba por encima de toda duda, a pesar de que algunos de ellos tuvieran restos de «mentalidad guerrillera». Y aquí llegamos al segundo punto de la cuestión. Cuando Trotski en sus escritos habla de los viejos guerrilleros del Partido, de los combatientes de los primeros destacamentos, lo hace siempre con desprecio y utilizando las expresiones más despectivas, Stalin, aún entendiendo que muchos de los antiguos guerrilleros y combatientes de los destacamentos debían hacer un esfuerzo para amoldarse a la nueva estructura organizativa del Ejército regular y a la nueva mentalidad, siempre consideró necesario ayudar a estos probados combatientes comunistas a que se integraran en el Ejército regular y desarrollaran sus capacidades militares. Es más, Stalin opinaba que la política militar de Trotski, de absoluto servilismo ante los ex-oficiales zaristas, echaba a estos elementos en brazos de la «oposición militar».
Stalin temía que esta política insensata pudiera echar a muchos cuadros comunistas en brazos de la «oposición militar», pudiera reforzar en ellos una mentalidad «guerrillera», de desprecio por el Ejército regular, reforzar la indisciplina, disminuir el prestigio del Estado Mayor, favorecer justamente las tendencias que se pretendían combatir.
Tras destituir a los «especialistas» de Tsaritsin, Stalin ponía de relieve, en su carta a Lenin, que esta medida había permitido «ganarse la predisposición de las unidades militares». En su «Historia del PC (b) de la URSS», al caracterizar a la «oposición militar», Stalin afirma que este grupo «además de los representantes del derrotado comunismo de izquierda comprendía también a militantes que, sin haber jamás participado en ninguna oposición, estaban sin embargo descontentos con la dirección de Trotski en el Ejército. La mayoría de los delegados militares [4] estaba muy indignada contra Trotski, contra sus reverencias ante los especialistas militares del viejo Ejército zarista, del cual una parte nos había traicionado sin más, durante la guerra civil, contra su actitud altiva y hostil hacia los viejos militantes bolcheviques en el Ejército». Más adelante escribe: «Aún luchando contra la deformación de la política militar del Partido efectuada por Trotski, la «oposición militar» defendía sin embargo posiciones erróneas sobre varias cuestiones relativas a la formación del Ejército». Más claro el agua. Stalin estaba justamente en contra de la oposición militar y su oposición a la política de Trotski estaba dictada, precisamente, entre otras cosas, por el temor de que el derechismo de Trotski, su servilismo hacia los oficiales tradicionales, su sistemática hostilidad hacia los cuadros militares proletarios y comunistas, pudiera favorecer tendencias sectarias entre estos últimos, pudiera reforzar, en el Partido, la tendencia a la hostilidad sistemática hacia todos los especialistas, hacia la misma idea de un Ejército regular.
Naturalmente se puede objetar que las citas anteriores de Stalin se refieren a juicios dados «a posteriori», casi veinte años después de los acontecimientos. Veamos pues las posiciones de Stalin, tal como las expresó en el fuego de la polémica, en el mismo VIII Congreso del Partido en el cual, entre otras cosas, se abordó la cuestión de la «oposición militar». En el Congreso, las posiciones de la «oposición» fueron defendidas por Smirnov. Veamos ahora la intervención de Stalin:
«Hace medio año, después de desmoronarse el viejo Ejército zarista, teníamos un Ejército nuevo, voluntario, mal organizado, con una dirección colectiva, un Ejército que no siempre acataba las órdenes... La composición del, Ejército era principalmente obrera, si no exclusivamente obrera. Debido a la falta de disciplina en este Ejército voluntario, debido a que las órdenes no siempre se cumplían, debido a la desorganización en el mando del Ejército, sufrimos derrotas... Los hechos demuestran que el Ejército voluntario no resiste la critica, que no podemos defender la República si no creamos otro Ejército: un Ejército regular, penetrado del espíritu de disciplina, con una sección política bien organizada... O creamos un verdadero Ejército regular, obrero y campesino, con una severa disciplina, y defendemos la República; o no hacemos esto y entonces nuestra causa estará perdida... El proyecto presentado por Smirnov es inaceptable, ya que sólo contribuiría a minar la disciplina en el Ejército y excluye la posibilidad de formar un Ejército regular».
Es decir, hay pruebas incontrovertibles de que Stalin no formó parte, en ningún momento, de la «oposición militar», de que combatió abiertamente sus posiciones y de que sus puntos de vista sobre la cuestión militar estaban en radical oposición con los de Smirnov y los del resto de la «oposición». ¿A qué obedece pues la insistencia de Trotski y de sus secuaces en este punto? El objetivo está clarísimo. Es de sobra conocido que Lenin combatió infatigablemente a la «oposición militar». Dando a entender que Stalin era un aliado de Smirnov en las cuestiones militares, Trotski pretende demostrar que la polémica de Lenin contra la «oposición» estaba dirigida fundamentalmente contra Stalin. Obviamente, Trotski no posee ningún documento que demuestra la supuesta alianza entre Stalin y Smirnov y, por lo tanto, no cita ninguno. Pero «supera» esta dificultad citando abundantemente toda la polémica de Stalin contra él mismo, de su política de dirección militar, y da por sentado que esta polémica formaba parte integrante de la batalla que por aquel entonces estaba librando la «oposición militar». Se trata de una estratagema muy pobre, porque, como hemos demostrado sobradamente, la «oposición militar» se oponía a la creación de un Ejército regular, mientras que Stalin era favorable a la misma y polemizaba con Trotski acerca de la concepción especifica que éste ultimo tenía de un «Ejército regular», de su burocratismo en las cuestiones militares (que iba aparejado, como veremos después, a una concepción burocrática del Partido, del sindicato, etc.)
Hemos visto cómo Trotski «supera» la dificultad de la inexistencia de documentos que demuestran que Stalin formaba parte de la «oposición militar». Pero ¿cómo «superar» la dificultad de la existencia de documentos que probasen que Stalin estaba en contra de las posiciones de Smirnov y de los que le rodeaban? Para ello, Trotski desempolva (último recurso del trotskismo cuando se trata de Stalin) la teoría del complot. «Stalin decía una cosa pero pensaba otra». A Trotski no se le ocurre otra explicación más brillante. Siempre que tropieza con afirmaciones de Stalin que no corresponden a la visión del «stalinismo» que él quisiera dar, atribuye tales afirmaciones a la extraordinaria «capacidad de disimulo» de Stalin. «Capacidad de disimulo» para la cual, naturalmente, Trotski tiene también una explicación «científica»
«En las comarcas del mar Mediterráneo, en los Balcanes, en Italia, en España, además del tipo meridional, que se caracteriza por una asociación de perezosa indolencia e irascibilidad explosiva, se encuentran naturalezas frías, en las cuales se combina la flema con cierta terquedad y malicia. El primer tipo prevalece; pero el segundo lo incrementa como una excepción. Parece como si a cada grupo nacional hubiese tocado una parte legítima de elementos básicos de carácter, y que éstos se hayan distribuido con menos acierto bajo el sol de Mediodía que bajo el del Norte. Pero nos aventuramos demasiado en la región infecunda de la metafísica nacional». A eso de que «nos aventuramos en la región infecunda, etc.» en nuestras «poco favorecidas» comarcas mediterráneas se le llama esconder la mano después de haber lanzado la piedra. Y piedras de esas encontramos muchas en el «Stalin» de León Trotski, que comienza con las siguientes palabras: «El difunto Leónida Krassin... fue quien primero llamó a Stalin ‘asíático’. Al decir esto no pensaba en atributos raciales problemáticos, sino más bien en esa aleación de entereza, sagacidad, astucia, crueldad, que se ha considerado característica de los hombres de Estado de Asía». Y así prosigue a lo largo de 570 páginas (1). Porque, a pesar de la referencia a lo «problemático» de los «atributos raciales» (otra vez escondiendo la mano) a lo largo de su libro Trotski abunda sin recato en la «problemática racial»: «Los emigrados de Georgia a Paris aseguraron a Suvarin... que la madre de José Dugasvili (Stalin) no era georgiana, sino osetina, (de la República Rusa Autónoma de Osetia), y que hay mezcla de sangre mongola en sus versas». Pero esta afirmación, según Trotski, está desmentida por un tal Ieramisvili autor de un trabajo al cual, según Trotski, no se puede dar de lado, y que el mismo Trotski así nos lo describe: «un antiguo menchevique, convertido luego en algo parecido a un nacionalsocialista». El tal Ieramisvili niega, según Trotski, que la madre de Stalin fuera osetina, y afirma que era «georgiana de pura raza» El osetino era su padre «persona ruda y vulgar como todos los osetinos, que viven en las altas montanas caucásicas».
Este «análisis» de la personalidad de Stalin no es de un Goebbels, sine de L. Trotski. El lector que no pueda creérselo puede salir de dudas fácilmente. Efectivamente, el «Stalin» de Trotski está publicado en España: la censura franquista concedió permiso para su publicación a la editorial Plaza y Janés ya en el año 1967. También éste es un dato significativo.
Volviendo a lo anterior (la cuestión de la «oposición militar») Trotski se desembaraza de los documentos que desmienten rotundamente sus afirmaciones y «tesis» con facilidad asombrosa. ¿Quién puede dudar, en efecto, que este «asiático», medio mongol y medio mediterráneo perezoso, este hijo de un borracho osetino y de una lavandera, este mestizo astuto y cruel, dijera una cosa y pensara otra? Trotski «está plenamente convencido» de que era Stalin «quien capitaneaba la oposición». Trotski está plenamente «convencido», y eso basta. En la Conferencia de Ucrania de 1920 Stalin defendió las tesis del Partido pero, subrepticiamente «hizo todo lo posible por lograr que sus tesis no triunfaran» (!). En el VIII Congreso «hablaba ambiguamente (sic) en defensa de la política militar oficial». En otro punto: «Stalin, ostensiblemente ajeno en absoluto a la oposición militar, trabajaba de firme por reforzarla», etc. Estos son los argumentes de Trotski. En su empeño por mezclar a Stalin con la «oposición militar» no repara en medios y en «argumentos». Pero todos se reducen, en esencia, a uno: todo el asunto fue un «complot» de Stalin. Hoy, legiones de historiadores han recogido la leyenda trotskista acerca de la participación de Stalin en la «oposición militar», su oposición al «Ejército regular», etc., y esta leyenda constituye la versión «oficial» de toda la banda burguesa, revisionista y trotskista. Creemos haber dicho bastante acerca de la «solidez» de esta reconstrucción trotskista de los hechos.
A través de esta leyenda, Trotski pretende deformar, no solamente las verdaderas posiciones y puntos de vista de Stalin, sino sobre todo echar un velo sobre sus propias posiciones, sobre las implicaciones ideológicas de su propia actuación al frente de los asuntos militares. Como se sabe Trotski siempre se ha presentado a si mismo como un campeón de la «izquierda», de la «revolución», de la lucha contra la «degeneración burocrática», etc. Pero este papel que se ha asignado así mismo no corresponde ni mucho menos a la realidad de los hechos. La dirección militar de Trotski es uno de los asuntos en los que resalta palmariamente la matriz ideológica derechista del personaje. La línea de Trotski, en ésta y en otras cuestiones, será siempre la de «duro con los obreros y blando con los burgueses». En el VIII Congreso se planteará abiertamente la cuestión del fusilamiento, par parte de Trotski, de muchos comunistas, acusados de infracciones secundarias, o que se oponían a su línea. Como hemos visto, cuando se trataba de los miembros de los viejos destacamentos o de las debilidades de los viejos guerrilleros, Trotski utiliza siempre las expresiones más despectivas e insultantes. Pero cuando se trataba de los oficiales «alcohólicos» o «borrachos» de Tsaritsin, entonces la «brutal agresividad» de Stalin ya no le parece justificada. Más tarde, en la polémica sobre la cuestión sindical, cuando se planteó la necesidad de reforzar la dirección del Partido sobre los sindicatos, no se le ocurrió más recurso que el de «sacudir» a los sindicatos, y establecer una disciplina «militar» para el conjunto de la clase obrera. De cara al campesinado, proclamará la irreversible hostilidad de los campesinos al Poder proletario al mismo tiempo que, en lo económico, propondrá concesiones sin límites al capitalismo nacional y extranjero y se opondrá a la construcción del socialismo. Esta política, de implacable dureza con los «de abajo» y de sonrisas y concesiones a los «de arriba» constituye el eje, la médula del trotskismo. Trotski ha podido hacer pasar este descarado derechismo por «izquierdismo» debido al lenguaje grandilocuente y a las actitudes marciales a través de los cuales este burocratismo despótico ha sido defendido. La realidad es que Trotski, al mismo tiempo que miraba con aristocrático desprecio a los obreros y campesinos (esa gente iletrada, inculta, turbulenta e ignorante de los asuntos militares) que había empuñado el fusil y que, sacados de la fábrica o de la tierra, se esforzaban, entre muchos errores y dificultades, por hacerse cargo de problemas nuevos, y para cuyos errores y dificultades no tenía más remedio que el pelotón de ejecución y la corte marcial –“¡vaya izquierdismo!»-, al mismo tiempo tenía una actitud irremisiblemente blandengue y casi servil hacia los oficiales de procedencia aristocrática o burguesa. A esos nunca había que «sacudirles», nunca había que tratarles «brutalmente».
La descripción que Trotski nos hace del «complot» de Stalin dentro del Partido no es más que la descripción, deformada por su arrogancia y megalomanía, de la creciente hostilidad del Partido y de la gran masa de combatientes, hacia su persona y hacia su política: «Stalin iba reuniendo hábilmente a toda la gente agraviada. Tenía mucho tiempo para ello, puesto que así favorecía sus intimas ambiciones» y así, Jurante páginas y páginas. En ningún momento encontramos el más mínimo indicio de análisis político; en ninguna parte asoma la duda de toda esa gente «agraviada» o «lastimada» (gente del Partido, téngase en cuenta) se agrupaba alrededor de Stalin por compartir sus posiciones políticas y por desacuerdo con la dirección militar de Trotski. No. Según Trotski todo eran «predilecciones, amistades o vanidades personales». Todo eran «intrigas» de Stalin.
En Tsaritsin Stalin empleó mano dura. Pero actuó con dureza contra la burguesía y los traidores. «La vida de toda la ciudad fue sometida a la presión de una dictadura inflexible» dice Trotski. Y más adelante cita a un autor según el cuál en Tsaritsin «no pasaba día sin que descubriera toda suerte de conspiraciones en los sitios que parecían de más seguridad y respeto». Todo ello queda dicho con un tono que da a entender que se trataba de la «rudeza» de Stalin, de su manía de tratar «brutalmente» a los oficiales e «intelectuales» amigos de Trotski, etc., y que esta «dictadura» no estaba justificada.
El 3 de febrero de 1919 un tal Nossovitch, un traidor que se había pasado a Krasnov, describía así la situación de Tsaritsin en la época de la estancia de Stalin: «En esta época la organización contrarrevolucionaria local se había fortalecido mucho y con dinero llegado de Moscú se preparaba una intervención activa para ayudar a los cosacos del Don a 'liberar' a Tsaritsin...» El mismo Nossovitch admite con pesar que el complot fue abortado por Stalin el cuál mandó detener al jefe de la conspiración, un ingeniero de la capital, y le mandó fusilar junto con otros cómplices suyos. Al mismo tiempo los «alcohólicos» etc., del viejo Estado Mayor de Tsaritsin estaban detenidos en una barcaza en medio del Volga, Sigue contando Nossovitch: «Cuando Trotski, inquieto por la destrucción de las direcciones militares de la región, puestas en pie con tanto esfuerzo, mandó un telegrama diciendo que era preciso reponer en funciones al Estado Mayor y a los Comisarios y darles la posibilidad de trabajar, Stalin tomó el telegrama y trazó con mano firme estas palabras: «No se toma en consideración». Efectivamente, el telegrama no fue tomado en consideración, y toda la dirección, de la artillería y una parte del Estado Mayor permanecieron en una barca en Tsaritsin.».
El episodio es cierto y el mismo Trotski lo confirma. Naturalmente, lo confirma a su manera. Dice que Stalin había puesto en uno de sus telegramas la acotación de no hacer caso» pero nada dice acerca del contenido concreto de tal telegrama. De esta forma pretende utilizar el episodio para demostrar el espíritu «anárquico» y «guerrillero» de Stalin. Según Trotski el episodio demostraría que «Stalin no luchaba con firmeza suficiente contra la autonomía local, las guerrillas comárcales y la insubordinación de la gente de la región». Es decir, él mismo era un insubordinado. Pero lo que calla Trotski es que el telegrama se refería a la reposición en sus funciones del viejo Estado Mayor de Tsaritsin y a la destitución de los cuadros comunistas que Stalin había puesto a la cabeza de la organización militar de la región. Analizando todas y cada una de las cuestiones, nos encontramos siempre con el mismo problema, con dos formas radicalmente contrapuestas de concebir la dirección de la guerra, la política de cuadros militares, el concepto mismo de «Ejército regular». El «espíritu anárquico» de Stalin es un cuento de Trotski que nadie puede creerse por poco que se conozca la personalidad política de Stalin, las líneas directrices fundamentales de su actuación a lo largo de toda su vida de militante comunista.
La actuación de Stalin en Tsaritsin fue coronada por el éxito y la amenaza contrarrevolucionaria sobre la ciudad se vió momentáneamente alejada. Naturalmente, Trotski dice que ello no es verdad, que fue un «completo fracaso», que eso «se sabia» entonces en el Partido, que había una opinión unánime sobre ello y que la expresión «tsaritsinista» por aquel entonces se pronunciaba con desprecio en los medios del Ejército Rojo. Pero lo que Trotski no puede explicar es que, a las pocas semanas de producirse este «estrepitoso fracaso», ante la noticia de una grave desastre militar en Perm, Lenin telegrafiara al mismo Trotski: «Hay varios informes del Partido de los alrededores de Perm sobre el estado catastrófico del Ejército y sobre embriaguez. Te lo transmito. Piden que vayas allí. Pensé en enviar a Stalin. Temo que Smilga sea demasiado blando con Lashevich, que al parecer bebe con exceso y no es capaz de restablecer el orden». Trotski contestaba al día siguiente: «De acuerdo con enviar a Stalin con poderes del Partido y del Consejo Revolucionario de Guerra de la República para restablecer el orden, depurar la plantilla de comisarios y castigar severamente a los culpables». A decir verdad no parece que la «opinión del Partido» fuera tan contraria a la actuación de Stalin en Tsaritsin si a las pocas semanas se le enviaba con plenos poderes para resolver una situación en apariencia semejante.
Cuando Stalin, junto con Dzerhinski llegó a Viatka (Perm ya se había perdido) la situación que encontré era gravísima. El III Ejército había huido desordenadamente, abandonando armas, equipos, instalaciones, en manos del enemigo. Como Stalin dirá en su informe a Lenin «esto no ha sido, propiamente hablando una retirada; menos todavía se le puede llamar repliegue organizado a nuevas posiciones. Ha sido una verdadera desbandada de un Ejército en plena derrota, completamente desmoralizado, con un Estado Mayor incapaz de comprender la situación y de prever, más o menos, el inevitable desastre, incapaz de tomar a tiempo medidas para salvar al Ejército, replegándose a posiciones preparadas de antemano, aún a costa de perder territorio».
El «Informe acerca de las causas de la caída de Perm» tiene mucho interés y arroja esclarecedora luz acerca de los verdaderos puntos de vista de Stalin sobre asuntos militares. Trotski dice que «casi todos los extremos de este informe constituían un golpe» contra él. Lo cual es cierto. Pero dice esto para dar a entender que se trataba de la consabida conjura de la «oposición militar», de la oposición de Stalin a un Ejército regular, de la «anarquía», etc. Si todo esto es falso de cara a los acontecimientos de Tsaritsin, lo es aún mucho más en relación a la actuación de Stalin en el frente del Este.
¿Cuáles fueron las causas de la caída de Perm según el informe de Stalin? Veamos las principales:
a) Criticas al Comandante en Jefe y al Consejo Militar Revolucionario de la República y al Estado Mayor del Tercer Ejército; todas estas criticas apuntan a una critica de falta de disciplina y centralización y no hay ningún síntoma de «anarquía» en ellas: «El Estado Mayor del Ejército no debe conformarse con la información que dan los partes oficiales (a menudo inexactos) de los jefes de división y de brigada; debe tener sus propios delegados, sus agentes, que informen con regularidad al Estado Mayor y vigilen celosamente el exacto cumplimiento de las órdenes del jefe del Ejército. Sólo así se puede asegurar el enlace del Estado Mayor con el Ejército, acabar con la autonomía, que de hecho existe, de las divisiones y brigadas y establecer una verdadera centralización en el Ejército».
Stalin continúa observando que «un Ejército no puede actuar como una unidad que se basta a si misma y completamente autónoma».Por ello «es necesario establecer en los frentes... un régimen de estricta centralización de las operaciones de los distintos ejércitos en el cumplimiento de una directiva concreta y seriamente meditada».
Está absolutamente claro que todo esto constituye una crítica a Trotski. Pero esta absolutamente claro también que no se trata de una defensa del principio de la «autonomía» de los distintos Cuerpos del Ejército, etc., sino de todo lo contrario. Stalin criticaba a Trotski justamente por no realizar la necesaria centralización, critica al Consejo Militar Revolucionario par desconocer la situación real de los distintos frentes, por no ejercer el necesario control y actuar por lo tanto de manera improvisada y superficial, emitiendo órdenes a menudo contradictorias, por ser incapaz de concentrar las fuerzas en el lugar y en el momento precisos, etc.
b) Critica al sistema de reclutamiento: «Hasta fines de mayo, la formación de unidades del Ejército Rojo... se efectuaba según el principio de la voluntariedad, sobre la base de incorporar al Ejército a los obreros y a los campesinos que no exploten trabajo ajeno... Es posible que a ésta, entre otras razones, se deba la firmeza de las unidades del periodo voluntario. A partir de finales de mayo, al ser disuelta la Junta y al encomendar la formación de unidades al Estado Mayor Central de toda Rusia, la situación ha ido empeorando. El Estado Mayor Central ha calcado íntegramente el sistema de formación del período zarista, incorporando al servicio en las filas del Ejército Rojo a todos los movilizados sin distinción de bienes de fortuna...» Stalin observa que «esta es la razón principal de que, como fruto del trabajo de nuestros organismos de formación de unidades, resultara, mas que un Ejército Rojo un «Ejército nacional». Es decir, si a un Ejército centralizado, regular, basado en el Servicio Militar Obligatorio, pero un Ejército Rojo, basado en obreros y campesinos, formado según precisos criterios de clase. La crítica a Trotski no es por querer un Ejército regular, sino por calcar los criterios de formación del Ejército zarista, criterios que, según Stalin eran inaplicables en el caso de un Ejército revolucionario dirigido por el Partido Comunista.
La despreocupación por este factor de clase y por la cuestión de la dirección del Partido, hacia que Trotski no dedicara la necesaria atención e importancia a la formación de los Comisarios Políticos. Estos, por lo general, eran «unos mozalbetes incapaces en absoluto de organizar el trabajo político de modo más o menos satisfactorio». Stalin observaba que en este «Ejército nacional» la palabra «comisario» se había convertido en un «mote injurioso».
c) El paso de «especialistas» al enemigo. Trotski dice que los casos que se solían dar eran aislados.
En su informe Stalin cita, entre los que en Perm desertaron al enemigo: «el ingeniero Banin, jefe de fortificaciones, con todo su personal; el ingeniero de ferrocarriles Adrianovski, con toda la plantilla de especialistas de la dirección de ferrocarriles de la zona; Sujorski, jefe de la sección de comunicaciones militares y su personal; Bukin, jefe de la sección de movilización del Comisariado Militar de Zona, y su personal; Ufimtsev, comandante del batallón de Guardia; Valiuzhenich, comandante de la brigada de artillería; Eskin, jefe de la sección organizadora de unidades especiales; el comandante del batallón de ingenieros con su ayudante; los comandantes militares de estaciones de Perm I y Perm II; la sección de estadística de la Dirección de Aprovisionamiento del Ejército en pleno; la mitad de los miembros de la Junta Central y muchos otros». Como se ve no se trataba de «casos aislados».
d) Críticas al trabajo del Partido en la región: Stalin observa que la retaguardia, en el frente del Este, mantenía una actitud hostil hacia la revolución. Ello se debía a un mal trabajo del Partido en la retaguardia, máxime entre los campesinos. Stalin observa que los organismos del Partido en la zona y los organismos soviéticos «aseguran que los pueblos de esta zona son pueblos habitados exclusivamente por kulaks. A nuestra observación de que no hay pueblos habitados exclusivamente por kulaks, de que la existencia de los kulaks es inconcebible sin explotados, pues los kulaks tienen que explotar a alguien, en los organismos mencionados se encogían de hombros y se negaban a dar explicación alguna». La verdad, según observa Stalin es que «las organizaciones del Partido son débiles, de poca confianza y desligados del centro». Se ha consentido que el impuesto extraordinario, creado por las necesidades de la guerra, se repartiera por cabeza y no por censo, lo cual ha permitido a los kulaks realizar una eficaz agitación entre los campesinos pobres en contra del Poder soviético. La reacción del Partido ha sido «recurrir a la Comisión Extraordinaria, a las medidas represivas, que tienen en un grito a las aldeas. Las propias Comisiones Extraordinarias, debido a que su labor no se complementaba con un trabajo paralelo positivo, de agitación y de organización, de los organismos del Partido y de los Soviets, cayeron en una situación excepcional de completo aislamiento, con perjuicio para el prestigio del Poder soviético». Todo ello, resultado de la falta de control, por parte de los organismos centrales del Partido, de lo que sucede en las provincias, y también de la consabida política de basarse para todo en los viejos funcionarios, sin renovar con nuevos cuadros el aparato de la Administración y del Estado. Stalin cita el hecho de que en Viatka, de un total de 4.766 funcionarios de los Soviets, 4.467 lo habían sido de la Administración zarista: «los viejos organismos zaristas de los zemstvos han cambiado simplemente su nombre por el de organismos soviéticos».
Los puntos de vista que Stalin fue formándose sobre las cuestiones militares en el curso de la guerra en oposición a las tesis de Trotski por un lado, y de la «oposición militar» por el otro, puntos de vista que están claramente reflejados en el «Informe sobre la caída de Perm», desmienten rotundamente todas las afirmaciones trotskistas al respecto. Leyendo los escritos de Stalin de la época de la guerra civil cabe extrañarse de que la leyenda trotskista haya podido minimamente arraigar y ser recogida en ciertos medios «históricos». Aunque es cierto que no se encuentra, en las obras de Stalin, una exposición sistemática de sus puntos de vista, y que todo está recogido en una serie de informes, cartas, telegramas, discursos que a veces no resulta de fácil lectura por las incesantes referencias a situaciones, episodios y hechos particulares del momento (se trata siempre de intervenciones que revisten una utilidad práctica inmediata), de toda la masa de documentos resulta una línea de pensamiento perfectamente coherente, clara, que no da lugar a tergiversaciones o deformaciones. Muchas de las ideas que Stalin expresó en el curso de la guerra civil, volverá a plantearlas en el marco de sucesivas polémicas con gran firmeza y con la coherencia que siempre le caracterizó. Piénsese en la cuestión campesina y sobre ciertos aspectos de la política militar que volverá a analizar en el curso de la II Guerra Mundial. Es curioso observar, con respecto a esto último, que los trotskistas han acusado a Stalin de haber aplicado en los años del conflicto mundial, una política militar «nacional» y no «roja», de haber construido un Ejército «nacional» y no «rojo». La verdad es que, más tarde, el trotskimo tratará de camuflar su sustancial derechismo con un gran derroche de demagogia y recurriendo despreocupadamente al bagaje ideológico del «comunismo de izquierda» (la tan execrada «oposición militar») en un intento, absolutamente falso de principios, de des prestigiar a Stalin y a la URSS.
En cuanto a Stalin nos parece haber demostrado que peleó por un Ejército disciplinado, centralizado y «rojo», en el sentido de integrado por elementos proletarios y campesinos y dirigido por el Partido Comunista. Luchó al mismo tiempo en contra de la anarquía propugnada por la «oposición militar» y en contra del burocratismo derechista de Trotski. Estas fueron las verdaderas posiciones de Stalin en el curso de la guerra civil.
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Hacia finales de 1918 y comienzos de 1919 la situación militar evolucionaba claramente a favor de la República soviética. Pero la derrota de Alemania modificó profundamente la correlación de fuerzas. Si por un lado el Poder soviético pudo denunciar inmediatamente la paz de Brest-Likovsk y recuperar algunos territorios, y se veía favorecido por la desaparición de uno de los peores enemigos imperialistas de la revolución, por el otro el fin del conflicto ínterimperialista significó que las victoriosas potencias de la Entente podían concentrar sus fuerzas en Contra del primer país socialista. De hecho el fin de la primera guerra mundial supuso una intensificación de la intervención extranjera y de la guerra civil. Fue en este momento de transición que se celebró el VIII Congreso del Partido, del que hemos hablado anteriormente en relación con la cuestión de la "oposición militar".
En el VIII Congreso se abordó también otra cuestión de extraordinaria importancia, y que adquirirá cada vez mayor relieve en la polémica con el trotskismo: la cuestión de los campesinos medios. Hasta el VIII Congreso la política del Partido había sido una política de neutralización de los campesinos medios. En el Congreso, Lenin planteó la necesidad de forjar una alianza con los campesinos medios. Gran parte de las dificultades de los bolcheviques en la guerra civil había sido el resultado de que en ciertas circunstancias, la reacción había encontrado el apoyo de los campesinos medios. Sin embargo, la experiencia de la guerra había enseñado al campesino medio que la victoria de los "blancos" significaba, pura y simplemente, la restauración del Poder del terrateniente. Existían por lo tanto las condiciones para una alianza entre el proletariado y este sector del campesinado, alianza que, sin embargo, era posible a condición de que la colectivización de la agricultura se llevara a cabo con la necesaria prudencia. En particular Lenin ponía el acento sobre la necesidad de no proceder a medidas de colectivización forzosa (sin el consentimiento de los mismos campesinos), de esforzarse por convencer a los campesinos de la utilidad y de la necesidad de las medidas que se tomaban y sobre la necesidad de llegar a un acuerdo con los campesinos medios sobre las formas de la colectivización. Lenin ponía al mismo tiempo el acento sobre la necesidad de no abandonar "ni siquiera por un instante" la lucha contra los kulaks. Estas directrices de Lenin serían defendidas más tarde por Stalin cuando Trotski negó la posibilidad de la alianza con el campesino medio, y Bujarin planteó la necesidad de aliarse con los kulaks,
Después del VIII Congreso del Partido, a partir de la primavera de 1919 comenzó la segunda parte de la guerra civil que fue caracterizada por tres grandes ofensivas de la Entente.
La primera ofensiva fue la ofensiva de Koltchak desde el este. Esta ofensiva fue acompañada por otra de Iudenic sobre Petrogrado que tenía el objeto de aligerar la situación de los blancos en el frente oriental y obligar a los soviéticos a luchar en dos frentes. La ofensiva sobre Petrogrado fue acompañada por una conjura del comandante del VII Ejército y de las guarniciones que rodeaban a la ex-capital. Muy pronto ésta se vió amenazada y Lenin envió a Stalin para restablecer la situación. Stalin actuó con la acostumbrada energía y tras la toma del fuerte de Krasnaia Gorka, que había caído en manos de los conspiradores, el peligro se vió alejado ("Los especialistas navales aseguran que la toma por mar de Krasnaia Gorka echa por tierra toda la ciencia naval. Só1o me resta compadecer a esta llamada ciencia. La rápida conquista de Krasnaia Gorka se debe a que yo y, en general, los civiles, hemos intervenido sin contemplaciones de ningún género en las operaciones, habiendo llegado hasta revocar las órdenes de mar y tierra e imponer órdenes propias")
A los pocos días de su estancia en Petrogrado, Stalin podía comunicar a Lenin que el Ejército Rojo había pasado a la ofensiva, que ya no se producían deserciones, que los desertores volvían por miles y que incluso "han pasado a nuestras filas cuatrocientos hombres del enemigo, casi todos con sus armas".
Pero, como hemos observado, el ataque sobre Petrogrado representaba una estratagema para favorecer la ofensiva en el frente principal, el Este, por parte del Kolchak. Stalin escribía a Lenin: "Kolchak es el enemigo más serio, pues tiene bastante espacio para retroceder, bastante material humano para el Ejército y una retaguardia rica en cereales". En abril de 1919 Kolchak sufrió una grave derrota y comenzó a retirarse. La inmensa mayoría del Partido, con Lenin y Stalin a la cabeza, era partidaria de continuar la ofensiva contra Kolchak, de tratar de liquidarle definitivamente. La opinión general era que, si se dejaba a Kolchak el dominio de la inmensa Asia soviética, éste con la ayuda
de ingleses y japoneses, podría reponerse fácilmente. Existía además la posibilidad de liquidar definitivamente la contrarrevolución en el oriente. Esta era también la opinión del jefe del frente del Este, S. S. Kámenev (a no confundir con el homónimo dirigente del Partido) Trotski defendía por su parte la postura del comandante en jefe del Ejército, Vaztetis, según el cual había que detener la ofensiva en los Urales. En realidad Trotski apoyaba incondicionalmente a Vaztetis frente a S.S. Kámenev, el cual, según la opinión de muchos bolcheviques, entre ellos Stalin, debería sustituir al primero al frente del Ejército. Esta cuestión ha sido presentada por muchos como un asunto de pura y simple apreciación de las cualidades militares de uno y otro. Trotski también presenta las cosas de esta forma (sin renunciar a alguna insinuación venenosa acerca de que Stalin "sacaba provecho" del asunto, etc.) En realidad se trataba, otra vez, de las concepciones de Trotski acerca de la forma de valorar a los cuadros del Ejército. Veamos lo que dice el mismo Trotski acerca de estos oficiales: tras aclarar que es difícil decir cuál de los dos fuera el más competente, añade: "Ambos eran sin duda estrategas, de primer orden, con amplia experiencia de la guerra mundial, y decididamente optimistas, cosa indispensable para ejercer el mando. Vaztetis era el más obstinado y quisquilloso, e indudablemente el más propio a ceder a la influencia de elementos hostiles a la revolución, Kámenev era más tratable, y se allanaba con mas facilidad a la influencia de los comunistas que trabajaban con él". (Los subrayados son nuestros.) Huelga decir que esta es una admisión a regañadientes de la quinta parte de la verdad. Vaztetis era un oficial sumamente inseguro y en julio del mismo año fue detenido, nada menos que por sospechas de traición. S.S. Kámenev era uno de los poquísimos altos oficiales del ex-ejército zarista que se identificaba con el nuevo poder y con la Revolución de Octubre, No es por casualidad que el Partido se inclinara por S. S. Kamenev.
Cuando Vaztetis, apoyado por Trotski, decidió detener la ofensiva hacia el este en los Urales, el Comité Central no vaciló: en la sesión del 3 de julio Vaztetis fue destituido y S. S. Kámenev fue nombrado comandante en jefe. Trotski, que defendió hasta el último momento el plan de su protegido, dimitió del Consejo Revolucionario de Guerra de la República. Sus dimisiones fueron rechazadas pero se le obligó a abandonar el frente oriental.
La ofensiva en el Este significó la victoria total contra la primera campana de la Entente. Kolchak fue perseguido hasta Siberia. Su Ejército fue completamente destruido y el mismo Kolchak, detenido, fue fusilado.
Stalin tuvo un papel destacado también en el curso de la segunda y tercera ofensiva de la Entente. La segunda ofensiva fue lanzada por el general Denikin desde el Sur. Ante la incapacidad de Trotski para hacer frente al enemigo Stalin fue enviado para relevarle, elaboró un nuevo plan de ataque para el Ejército Rojo, que preveía asestar el golpe principal sobre Rostov ("aquí no nos rodearía un medio hostil, sino al contrario un medio simpatizante, cosa que facilitaría nuestro avance. En segundo lugar dispondríamos de una importantísima red ferroviaria", etc.) El plan de Trotski preveía un ataque por las estepas del Don, en medio de poblaciones hostiles y en una zona sin vías de comunicación. Lenin apoyó el plan de Stalin y, tras dos victorias decisivas en Oriol y Voronez, Denikin fue definitivamente derrotado.
Después del fracaso de su segunda campaña, la Entente modificó su línea de acción. Varios países reconocieron a la URSS al mismo tiempo que Francia e Inglaterra alentaban a Polonia a lanzar una agresión contra el país de los Soviets. Esta se produjo en abril de 1920 al mismo tiempo que Wrangel (quien había sustituido a Denikin) apoyaba la invasión desde el Sur. La guerra duró hasta el mes de octubre, y Stalin tuvo un papel muy destacado en el curso de la misma. Un mes después las tropas de Wrangel eran completamente derrotadas. La guerra civil se había acabado con el completo triunfo del poder de los Soviets.
El fin de la guerra civil supuso la necesidad de una serie de reajustes importantes en la política de los comunistas. Con la insurrección de Octubre la clase obrera se había adueñado de las riquezas fundamentales del país, de la banca, de las grandes industrias y de las riquezas del subsuelo. La tierra, con el famoso decreto del 2ó de octubre, se había convertido en patrimonio de todo el pueblo del cual los campesinos podían gozar gratuitamente. Sin embargo, en el curso de la guerra civil, el poder soviético siempre había controlado una parte mínima del país, aproximadamente una décima parte. Rusia había sido sometida a un feroz bloqueo económico. La guerra había causado terribles destrucciones y las necesidades militares habían absorbido todos los recursos económicos. Por ello, la revolución estuvo acompañada por una grave decadencia de la economía.
En 1919 la producción industrial no llegaba a una cuarta parte de la de anteguerra. En 1920 la producción agrícola era aproximadamente la mitad de la de anteguerra. Las fábricas habían sufrido graves daños y lo mismo sucedía con las comunicaciones (7.000 puentes, de los cuales 3.500 de las líneas de ferrocarril, habían sido destruidos) Ante la caída de la producción industrial, muchos obreros abandonaban las ciudades y se refugiaban en el campo. La clase obrera se iba pulverizando.
Durante el conflicto el Poder soviético pudo superar esta situación a través del establecimiento de una disciplina militar para todos los sectores de la vida económica y social y a través de una colectivización acelerada. A esta política se la llamó «comunismo de guerra». El Poder soviético estableció un control sobre todos los depósitos de alimentos, de combustibles y de mercancías. Se socializaron también las empresas pequeñas y medianas. Se obligó a la burguesía a trabajar manualmente sobre la base del principio: «quien no trabaja no come».
Importante fueron las consecuencias del «comunismo de guerra» de cara a los campesinos (nunca hay que olvidar la importancia de la alianza obrero-campesina.) Para garantizar, dentro de la penuria existente, el abastecimiento del Ejército, de las ciudades y de toda la población se estableció el monopolio estatal del trigo, y la requisa de todos los excedentes de la producción agrícola. Todos los excedentes debían ser entregados al Estado al precio establecido.
Esta política fue apoyada, en lo esencial, por los campesinos. Los campesinos pobres, que habían obtenido la tierra, entendían la necesidad de estas medidas para garantizar la victoria militar en contra de la reacción. Hemos visto cómo, tras una serie de vacilaciones, también los campesinos medios habían aceptado esta política. Pero el fin de la guerra cambió por completo la situación. Ante la derrota del enemigo los campesinos comenzaron a protestar en contra de las requisas. Se produjeron algunas revueltas. El descontento se extendió a la clase obrera que, por la crisis industrial, se encontraba debilitada, incluso numéricamente. Las corrientes contrarrevolucionarias comenzaron a levantar la cabeza. La revuelta de Cronstadt representó la culminación de este proceso.
El estado mayor leninista decidió que era absolutamente necesario revisar la política económica. Estaba en peligro la alianza obrero-campesina,
Lenin planteo la necesidad de acabar con el método de la requisa de los excedentes y la necesidad de pasar al impuesto en especies. Una vez que hubieran pagado el impuesto, los campesinos estaban libres de utilizar los excedentes de la forma que querían y de comerciar con ellos. Ello suponía, evidentemente, un resurgir del comercio privado, suponía además la necesidad de revitalizar la industria para que los campesinos pudieran, efectivamente, intercambiar sus excedentes agrícolas con productos de las ciudades.
Esta fue la esencia de la NEP (Nueva Política Económica.) Evidentemente la NEP, en cierto sentido, constituía un retroceso. «El comunismo de guerra había consistido en un intento de asaltar la fortaleza de los elementos capitalistas de la ciudad y del campo con un ataque frontal. En aquella ofensiva el Partido había empujado hacia adelante corriendo el riesgo de despegarse de su propia base. Ahora Lenin proponía volver un poco hacia atrás, de replegarse temporalmente; de sustituir el asalto con un asedio mas prolongado de las posiciones enemigas, para reemprender el ataque una vez recuperadas las fuerzas.»
Stalin observa, en su «Historia del PC (b) de la URSS» que los trotskistas interpretaron la NEP «exclusivamente como un repliegue». Trotski, efectivamente, vió la NEP dentro del marco de su teoría de la imposibilidad de la construcción del socialismo en un sólo país; por ello, propondrá muy pronto concesiones muy amplias al capital nacional y extranjero, la formación de sociedades anónimas de capital mixto, etc. Lenin y Stalin, por el contrario, siempre concibieron la NEP como un repliegue parcial con el objetivo de reemprender muy pronto el asalto contra la fortaleza capitalista; la NEP les había parecido necesaria a fin de fortalecer los lazos del Partido con la clase obrera y los de la clase obrera con los campesinos. Nada mas lejos de su mente, por lo tanto, que la concepción de la imposibilidad de la construcción del socialismo en Rusia basada en la idea de la incompatibilidad de intereses entre obreros y campesinos.
Un aspecto de fundamental importancia de la NEP estaba constituido por el reconocimiento de la necesidad de revitalizar la industria: Pero ¿qué caminos seguir para lograr este objetivo? «El Comité Central se daba cuenta del hecho de que la primera tarea consistía en revitalizar la industria, pero consideraba que ello no era posible sin el concurso de la clase obrera y de sus sindicatos: consideraba que la clase obrera se hubiera dedicado a esta tarea, si se le explicaba que la ruina económica era un enemigo del pueblo tan peligroso como la intervención y el bloqueo; por fin, opinaba que el Partido y los sindicatos podían sin duda alcanzar este objetivo utilizando, con la clase obrera, el método de la persuasión en lugar del método de las órdenes militares, como se hacia en el frente en donde este método resultaba, efectivamente, necesario».
La necesidad de aplicar esta política de masas de cara a la clase obrera y a los sindicatos, chocó con la tozuda oposición del burocratismo trotskista. Trotski publicó un folleto en el que decía que «la mera contraposición de los métodos militares (la orden, el castigo) a los métodos sindicales (el esclarecimiento, la propaganda, la iniciativa) es una manifestación de prejuicios kautskiano-menchevicoeseristas... La contraposición de la organización del trabajo a la organización militar en un Estado obrero es de por si una bochornosa capitulación ante el kautskismo».
Stalin contestó valientemente a las posiciones de Trotski en el X Congreso del Partido, y en «Pravda». «Un grupo de funcionarios del Partido, con Trotski a la cabeza, embriagado por los éxitos de los métodos militares en el Ejército, supone que es posible y necesario trasplantar estos métodos a los medios obreros, a los sindicatos, con el fin de lograr análogos éxitos en el fortalecimiento de los sindicatos, en el renacimiento de la industria». Stalin observa que la clase obrera y el Ejército constituyen medios distintos, que el Ejército es heterogéneo en cuanto a su composición social y su mayoría está compuesto por campesinos. Por el contrario «la clase obrera constituye un medio social homogéneo con predisposición al socialismo en virtud de su situación económica; es fácilmente influenciable por la agitación comunista, se organiza voluntariamente en los sindicatos y constituye, por todo ello, la base, la médula del Estado soviético ... De ahí provienen métodos de influencia tan típicamente sindicales como el esclarecimiento, la propaganda de masas, el desarrollo de la iniciativa y de la actividad de las masas obreras, la elegibilidad de los cargos, etc.» Por ello, «en el momento de la liquidación de la guerra y del renacimiento de la industria» es necesaria e inevitable esa «contraposición de los métodos militares a los métodos democráticos (sindicales)» en contra de la cual Trotski tanto protesta. Stalin se opone a la idea según la cual «la democracia en los sindicatos es, en el fondo, una concesión, una concesión obligada a las demandas de los obreros, y que se trata más bien de diplomacia, que de algo auténtico y verdadero». Por el contrario, afirma que la democracia en los sindicatos «presupone la conciencia de que es necesario y conveniente aplicar en forma sistemática los métodos persuasivos para tratar con las masas de millones de obreros organizados en los sindicatos». Y más adelante: «Para movilizar a los millones de hombres que forman la clase obrera contra la ruina económica, era necesario elevar la iniciativa, la conciencia y la actividad de las amplias masas, es preciso convencerlas con hechos concretos de que la ruina económica representa un peligro tan real y tan mortal como ayer lo era el peligro militar, es necesario incorporar a los millones de obreros, al resurgimiento de la producción a través de sindicatos democráticamente estructurados. Sólo de esta manera es posible convertir en causa vital para toda la clase obrera la lucha de los organismos económicos contra la ruina de la economía. De no hacerlo así, es imposible vencer en el frente económico».
Considerando todo lo anterior, cabe preguntarse cómo Trotski ha podido «fabricarse» la fama de «batallador infatigable contra la burocracia» y por la «democracia socialista» que algunos, como se sabe, tozudamente quieren ver en él. La verdad es que esta inmerecida «fama», Trotski ha pretendido ganársela en el curso de otra batalla: la que pocos meses después emprenderá, como veremos, en pro de la disgregación del Partido, de la «libertad» en el Partido, del derecho de formar fracciones en el Partido, todo ello a medida que se seguía defendiendo la «disciplina militar» para el sindicato, y para las amplias masas populares. Toda esta polémica, vista en su conjunto, y no fragmentada según los gustos y exigencias de los «teóricos» trotskistas, permite entender cabalmente los puntos de vista de los unos y de los otros y la verdadera naturaleza de las contradicciones existentes. El X Congreso del Partido, el mismo en el cual se proclamó, en contra de Trotski, la democratización de los sindicatos, su funcionamiento plenamente democrático, la posibilidad dentro de ellos de amplios debates y discusiones: el principio según el cual los comunistas debían ganarse un puesto dirigente en los mismos a pulso, y no copando por decreto burocrático todos los puestos dirigentes, en ese mismo Congreso, se prohibieron definitivamente las fracciones dentro del Partido, se planteó abiertamente la necesidad de realizar, hasta el fondo, una disciplina «rayana en lo militar» dentro del mismo. Lenin propuso en el Congreso una resolución especial «Sobre la unidad del Partido». Trotski, por su parte, defendía el principio de la «militarización» de la vida social del país, al mismo tiempo que propugnaba el liberalismo más absoluto dentro del Partido.
Esta posición de Trotski representaba la expresión más acabada del burocratismo y del despotismo, que, como es sabido, siempre conjugó la defensa de la irresponsabilidad de las «altas esferas» con las órdenes «militares» hacia abajo. Lenin y Stalin siempre concibieron la lucha contra el burocratismo en el Partido como una lucha en dos frentes: por un lado reforzar la disciplina en el Partido, su unidad interna al mismo tiempo que se estimulaba la democracia socialista entre las amplias masas y su iniciativa. Trotski siempre concibió al Partido como una casta privilegiada de burócratas que organizaban cada uno por su lado sus propias parcelas y plataformas de poder, al mismo tiempo que lanzaban «órdenes» a las amplias masas.
En toda la obra de Stalin encontramos, casi ininterrumpidamente, un llamamiento a utilizar con las masas populares, con la clase obrera, con los campesinos, los métodos de persuasión, de la paciente obra de convencimiento, la necesidad de movilizar a las amplias masas alrededor de los, objetivos marcados por el Partido. Sobre esta cuestión Stalin insistió, con particular intensidad después de la toma del poder, cuando, par el mismo hecho de tener el poder en sus manos, el Partido podía caer en errores burocráticos graves en sus relaciones con el amplio movimiento de masas y con sus organismos. Al mismo tiempo encontramos una defensa tenaz del principio de la unidad y de la disciplina del Partido. Ambos principios son inseparables en la lucha contra el burocratismo, y Stalin los defendió durante toda su vida.
A finales de 1922 Lenin cayó enfermo. No se repondrá nunca de su enfermedad a pesar de algunas provisionales mejorías que le permitirán, a pesar de todo, seguir trabajando. En abril de ese mismo año, inmediatamente después del XI Congreso, Stalin había sido nombrado Secretario General del Partido. La enfermedad de Lenin hizo que arreciaran los ataques de los trotskistas. Se trató, como ya hemos mencionado antes, de un ataque directo en contra del Partido, de su unidad, disfrazado como un ataque contra el «burocratismo». Las posiciones de Trotski fueron condenadas por la XIII Conferencia del Partido. Fue en esta época que Stalin escribió «Los principios del leninismo».
El 21 de enero de 1924, en Gorki, moría Lenin.
El socialismo en un solo país
«Pero al llegar aquí, surgía en toda su envergadura el problema de las perspectivas, del carácter de nuestro desarrollo y de nuestra edificación, el problema de la suerte del socialismo en la Unión Soviética. ¿En qué dirección debía orientarse la edificación económica de la Unión Soviética, en la dirección del socialismo o en alguna otra dirección? ¿Debía y podía el País Soviético construir una economía socialista, o estaba condenado a abonar el terreno para otra clase de economía, para una economía capitalista? ¿Era posible, en general, construir una economía socialista en la URSS, y caso de que así fuera, era posible construirla cuando la revolución se demoraba en los países capitalistas y el capitalismo se estabilizaba? ¿Era posible construir una economía socialista por la senda de la nueva política económica que, al mismo tiempo que fortalecía y desarrollaba por todos los medios las fuerzas del socialismo dentro del país, daba también por el momento un cierto incremento del capitalismo? ¿Cómo había que construir una economía nacional de tipo socialista? ¿Por dónde había que empezar este obra de edificación?». («Historia del PC(b) de la URSS». Moscú 1947, Pág. 348).
Con estas palabras, en su «Historia del Partido bolchevique» Stalin sintetizaba la situación y los problemas ante los que se encontraba el Partido a finales del período de reconstrucción y construcción de la economía, es decir en el periodo inmediatamente sucesivo a la muerte de Lenin.
Por aquel entonces, Stalin ya se había convertido en el dirigente de más prestigio dentro de la vieja Guardia bolchevique. En la época de la enfermedad de Lenin, Stalin se había hecho cargo de gran parte del trabajo práctico de dirección del Partido.
Sobre esta época de la vida de Stalin existe gran número de relatos tendenciosos de origen trotskista, que más que nada consisten en la descripción monótona de una serie de «conjuras» e intrigas, de «alianzas» entre éste o aquel dirigente, etc. Por nuestra parte, al tratar de esta materia, nos atendremos esencialmente a las cuestiones políticas y de principios, es decir a los temas en torno a los cuales se desarrolló la polémica.
¿Cuál era la situación económica de la URSS hacia 1925? Por aquellos años la reconstrucción económica de la URSS se iba completando. Como Stalin puso de relieve en el XIV Congreso, los niveles de producción económica habían alcanzado prácticamente los niveles de antes de la guerra.
Sin embargo Stalin, en el curso del mismo Congreso, observaba que Rusia seguía siendo un país atrasado: dos tercios de la producción correspondían a la producción agrícola y un tercio solamente a la producción industrial. Se planteaba la cuestión: ¿sobre qué bases desarrollar en lo sucesivo la economía del país? Si había que industrializar a Rusia ¿sobre qué bases proceder a este proceso de industrialización?
En el plano internacional la situación había evolucionado hacia una estabilización relativa del sistema capitalista. No cabía esperar, a corto plazo, una revolución en Occidente. No cabía esperar, por lo tanto, una ayuda inmediata, para la industrialización, de algún país socialista más desarrollado.
Podemos decir que hacia 1925 los bolcheviques se encontraron ante el problema de dar solución, en el plano práctico, a la cuestión de construir el socialismo en un país atrasado. Esta cuestión, este problema, estaba implícito en toda la discusión que había tenido lugar en el Comité Central en vísperas de Octubre, e incluso en la vieja polémica entre mencheviques y bolcheviques.
Como se recordará, los mencheviques siempre habían negado la posibilidad de realizar la revolución en Rusia, debido a su atraso. En cuanto a la polémica en el Partido después de la revolución de febrero, las viejas posiciones mencheviques habían hecho su aparición bajo una nueva forma. En el VI Congreso Stalin había planteado la cuestión de manera tajante ante Preobrazhenski. Stalin había tenido que atacar con fuerza a quienes sostenían el punto de vista de que el socialismo podía triunfar sobre el capitalismo solamente en una fase de máximo desarrollo de éste y en los países en los cuales se había producido este máximo desarrollo.
Como es notorio, en vísperas de Octubre, Lenin había insistido sobre la proximidad de la revolución en Europa y los numerosos síntomas que se iban manifestando, sobre todo en Alemania. Sin embargo la concepción leninista, en todo el análisis de Lenin sobre las fuerzas motrices de la revolución rusa desde 1905 en adelante, el acento se había puesto en los factores internos del proceso revolucionario: la estrategia de la revolución interrumpida siempre tuvo su eje en la alianza obrero-campesina (que asumiría distintas formas en las distintas etapas de la revolución).
Para Lenin el apoyo internacional (el que la revolución en occidente acudiera en apoyo de la Rusia revolucionaria) constituía una cuestión importante pero no esencial. Lo esencial para Lenin era en primer lugar la conquista del poder y su mantenimiento y afianzamiento sobre la base de la alianza con la masa fundamental de los campesinos. Ello no era posible sin un apoyo del proletariado mundial, pero esto último no debía concebirse mecánicamente en la forma de una revolución socialista en Europa.
Sobre esta cuestión Lenin y Trotski habían mantenido una polémica antes de la Revolución de Octubre. Lenin había atacado la posición de Trotski, el cual afirmaba que ninguna revolución en Europa podía triunfar, a menos que no triunfara simultáneamente en todo el continente. Por ello Trotski defendía su consigna de los «Estados Unidos de Europa», Lenin atacaba esta consigna basándose en su teoría del desarrollo desigual del capitalismo, que definía como una ley absoluta del capitalismo que hacía «posible la victoria del socialismo primero en algunos países capitalistas o también en un sólo país capitalista, tomado por separado».
Esta posición antileninista de Trotski se veía acentuada en el caso de Rusia por su teoría de la «revolución permanente». Si la revolución socialista no era posible en ningún país europeo tomado por separado, mucho menos podía serlo en Rusia, país entre los más atrasados de Europa, en el cual la base social del socialismo (el proletariado) y el desarrollo de las fuerzas productivas era menor. Es preciso recordar que la «teoría de la revolución permanente» afirmaba (citando al mismo Trotski) que «la vanguardia proletaria, desde los primeros días de su poder, tendrá que golpear profundamente, no sólo la propiedad feudal, sino también la burguesa. Ella llegará por lo tanto a choques hostiles, no solamente con todos los grupos de la burguesía que la habrán sostenido en los primeros tiempos de la lucha revolucionaria, sino también con las grandes masas campesinas, con el apoyo de las cuales habrá llegado al poder».
Para Trotski resultaba evidente, por lo tanto, que en Rusia no existía una base social interna para construir el socialismo, y que la única salvación del nuevo poder, que había sido instaurado por la insurrección de Octubre, estaba en la revolución europea, es decir, fuera de Rusia.
Cabe preguntarse las razones por las cuales Trotski en el verano de 1917 se había incorporado al Partido bolchevique. Los argumentos anteriores constituían, efectivamente, los argumentos en base a los cuales los mencheviques habían atacado furibundamente la política leninista entre febrero y octubre. Muchos mencheviques estaban convencidos de que había la posibilidad de conquistar el poder en aquellos días, pero argumentaban que ese poder no se podría mantener porque la base social del socialismo era demasiado reducida en Rusia, porque la fuerza de la burguesía era mucho mayor que la del proletariado, razón por la cual una insurrección era una aventura.
Trotski estaba perfectamente de acuerdo con todo lo anterior, en realidad no tenía diferencias de principios con los mencheviques, pero si tenía divergencias tácticas, ya que opinaba que la coyuntura internacional, la proximidad de la revolución en Europa, daban a la insurrección esa base para mantenerse que le faltaba por las condiciones internas del país. Por ello Trotski se pronunció a favor de la insurrección, de la toma de poder. Tenía, por lo tanto, una coincidencia táctica con Lenin y los bolcheviques y apoyó momentáneamente su política, si bien le dividían de ellos graves diferencias de principio, todo el abismo que separa su concepción de la revolución permanente (las masas fundamentales de los campesinos son hostiles al socialismo) y la concepción de la revolución ininterrumpida (existe una batalla entre burguesía y proletariado para conquistar las masas fundamentales de campesinos: todo depende del resultado de esta batalla: existe la posibilidad, máxime si el proletariado se encuentra en el poder, de atraer al socialismo a las masas fundamentales de campesinos).
La insistencia de Lenin sobre la situación revolucionaria en occidente se debía a que Lenin consideraba, justamente, esta circunstancia como un factor de extraordinaria importancia que jugaba en favor de la revolución rusa. Además, en un momento de vacilaciones e incomprensiones par parte de muchos, la situación revolucionaria que existía en occidente le proporcionó un argumento más para reforzar el campo de los partidarios de la insurrección (atrayéndose, entre otros, a Trotski). Pero Lenin jamás «jugó» la carta de la insurrección basándose sobre un factor imponderable como la posibilidad de una revolución en Alemania. Desde 1905 había elaborado una estrategia para la revolución rusa, basada en el principio de que la revolución burguesa que estaba pendiente en Rusia podía transformarse en revolución socialista, a condición de que el proletariado lograra forjar, en el curso de la revolución, una alianza con los campesinos bajo su propia hegemonía. Para Lenin existían, por lo tanto, algunos factores permanentes, en la base misma de la sociedad rusa, que podían servir de punto de apoyo para la construcción del socialismo. Para Lenin Rusia estaba madura para el socialismo: por ello, cuando en 1917 se presentaron todas las condiciones políticas y subjetivas para la toma del poder, no vaciló ni un sólo instante y se pronunció por la insurrección.
Todos los problemas, en particular el problema de la «revolución permanente» de Trotski, hasta 1925, quedaron en parte tapados (las contradicciones con Trotski pusieron en primer piano, en la etapa anterior la cuestión de su concepción antileninista del Partido) porque a la orden del día no estaba tanto la cuestión de la construcción del socialismo como la cuestión de volver a alcanzar los niveles productivos de la preguerra dentro del marco de la NEP. Además, la situación en Europa occidental aún no se había aclarado y no se podía excluir un nuevo ascenso de la revolución en esos países.
Pero, a partir de 1925, la situación se aclara definitivamente. La economía ya se había reconstituido y se plantea la cuestión de su sucesivo desarrollo, Por otra parte, la revolución en Europa no se había producido.
Trotski desempolvó con gran virulencia su «revolución permanente»: «Hasta que en los Estados europeos la burguesía siga en el poder nos veremos obligados, en la lucha en contra del aislamiento económico, a buscar acuerdos con el mundo capitalista; al mismo tiempo se puede afirmar con certeza que estos acuerdos, en el mejor de los casos, pueden ayudarnos a sanear estas o aquellas llagas económicas, a dar este o aquel paso adelante, pero un efectivo ascenso de la economía socialista en Rusia será posible solamente después de la victoria del proletariado en los principales países de Europa».
Trotski encontró para sus posiciones el apoyo de Kámenev y Zinoviev, tras una etapa de vacilaciones por parte de estos últimos. En muchos libros de «historia» inspirados por Trotski se lee que todo consistió en una «maniobra» de Stalin, el cual se apoyo en una primera fase en Kámenev y Zinoviev para luego «desembarazarse» de ellos. Nosotros, por nuestra parte, nos fijaremos en las cuestiones de fondo, de principios. Observaremos, sin embargo, de pasada, que el «maní obrerismo» en política consiste en actuar haciendo caso omiso de los principios, en pasar de un bando a otro, etc. En toda la batalla que se desarrolló en la URSS entre los años 20 y 30 sobre la cuestión de la construcción del socialismo, Stalin, tuvo, es cierto, adversarios distintos en las diferentes etapas de la Lucha; pero siempre actuó de una forma absolutamente coherente, siempre defendió los mismos principios y la misma línea, la línea leninista de la construcción del socialismo en la URSS basándose en las propias fuerzas, es decir en alianza entre el proletariado y las masas fundamentales de los campesinos. Durante años esto se puede comprobar fácilmente gracias a los documentos, es decir, en sus propios escritos Stalin defendió el leninismo en la URSS, «la revolución ininterrumpida» de Lenin y el modelo de construcción del socialismo que Lenin había bosquejado en sus últimos escritos, y todo ello con una gran coherencia, una gran paciencia y sin moverse ni un ápice de sus planteamientos de fondo. ¿Dónde está pues su maní obrerismo? Stalin se mantuvo firme como una roca.
No se puede decir lo mismo de Kámenev y Zinoviev, quienes en una primera fase se opusieron a Trotski, para pasarse luego, con armas y bagajes, al campo trotskista. No hubo, por lo tanto, ninguna «maniobra» por parte de Stalin, sino una defensa intransigente de una postura de principios, sin ninguna consideración por los lazos personales o las coincidencias que en otros momentos se habían dado.
Quienes cambiaron de bando, fueron Kámenev y Zinoviev. Si el menchevismo (una especie particular de menchevismo) era algo orgánico en Trotski, sustentado por una teoría a la que siempre se mantuvo fiel (la «revolución permanente»), en Kámenev y Zinoviev el oportunismo semimenchevique afloraba en los momentos de viraje, en los momentos decisivos. Ello se debía a su naturaleza vacilante que acabó empujándoles en los brazos del trotskismo.
Si examinamos la trayectoria de Kámenev y Zinoviev vemos que está jalonada por una serie de posiciones (vacilaciones ante la cuestión de la primera guerra imperialista, contra la insurrección de Octubre, a favor de una coalición con los oportunistas después de la toma del poder) que reflejaban este espíritu vacilante, particularmente vacilante en los momentos difíciles, en los cuales había que adoptar decisiones trascendentales y había que escoger el camino más duro.
Para entender bien el conjunto de la polémica entre el C.C. del PCUS y la «oposición», para captar el espíritu de la «oposición», es preciso examinar las posiciones trotskistas en su formulación «positiva». Trotski estaba en contra de la construcción del socialismo «en un sólo país», pero ¿qué proponía a cambio? ¿Que alternativas proponía de cara a la misma URSS?
En «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas» Stalin escribía:
¿Y qué hacer si la revolución mundial ha de llegar con retraso? ¿Le queda a nuestra revolución un rayo de esperanza? Trotski no nos deja ningún rayo de esperanza, Pues «las contradicciones en la situación de un Gobierno obrero... podrán solucionarse sólo... en la palestra de la revolución mundial del proletariado». Con arreglo a este plan no le queda a nuestra revolución más que una perspectiva: la de vegetar en sus propias contradicciones y pudrirse en vida, esperando la revolución mundial». (Stalin: «La Revolución de Octubre y la táctica de los comunistas rusos», en «Cuestiones del leninismo», Moscú 1947, Pág. 111-112).
Pudrirse hasta la médula y vegetar en las contradicciones: ésta era la alternativa trotskista; Trotski no proponía ninguna salida particular. La salida de Trotski era de permanecer a la espera «saneando estas o aquellas llagas económicas», dando «este o aquel paso adelante» pero, fundamentalmente, permaneciendo a la espera.
Este aspecto del trotskismo explica por qué el bando trotskista, independientemente de la brillante fraseología «izquierdista» empleada por su jefe, acabó reuniendo a todos los elementos más vacilantes y derechistas, acabó atrayéndolos como la miel atrae a las abejas. Estar con el trotskismo significaba permanecer a la espera, significaba no escoger el camino (extremadamente difícil en las condiciones de Rusia) de la construcción del socialismo significaba además hacer todo esto con la comodísima cobertura de una etiqueta «ultra revolucionaria» que justificaba el abandono de este camino duro y difícil -la construcción del socialismo en el único país en el que ello era factible pues era el único que permitía al proletariado detentar el poder bajo la consigna de la «revolución mundial».
Stalin aclaró cómo, tampoco en el terreno del internacionalismo, la «revolución permanente» trotskista podía presumir de un gran espíritu revolucionario.
«Esta teoría no sólo es inaceptable como esquema del desarrollo de la revolución mundial, ya que está en contradicción con hechos evidentes: es todavía más inaceptable como consigna, parque no deja libre, sino que encadena la iniciativa de los países que, en virtud de ciertas condiciones históricas, se encuentran en la posibilidad de abrir por su cuenta una brecha en el frente del capital; porque no estimula a los diferentes países a emprender por separado una ofensiva activa contra el capital, sino que los condena a mantenerse pasivamente a la expectativa, en espera del momento del «desenlace general», porque fomenta en los proletarios de los diferentes países no el espíritu de la decisión revolucionaria...» (Stalin: «La Revolución de Octubre...» Ed. cit. Pág. 133-134).
El trotskismo era, por lo tanto, la teoría de la espera, de la pasividad, del tapar «esta o aquella llaga», del «dar este o aquel paso», es decir, la teoría que reflejaba la actitud, el espíritu de los burócratas y de los vacilantes. El «izquierdismo» de Trotski estaba todo en el lenguaje apocalíptico por medio del cual, este apacible vegetar de burócratas y derechistas que se negaban a construir el socialismo se presentaba como «heroísmo revolucionario».
Ante el fracaso de la revolución en Occidente la «oposición» proclamaba la necesidad de que el proletariado ruso y su Partido de vanguardia se encerraran en un espléndido aislamiento, se consideraran dentro de la misma Rusia como una fortaleza sitiada, defendieran el «socialismo» en contra de todos y de todo según el método defendido por Trotski de «sacudir» a los sindicatos y a las masas y se dedicaran a esperar, dentro de esta desesperación («desesperación permanente» decía Stalin) y soledad, la revolución socialista europea. Si ésta no se producía -y aún hoy (1979) no se ha producido la revolución rusa perecería entre fuego, relámpagos y truenos, proporcionando al mundo un hermoso espectáculo de impotencia y heroísmo.
El «izquierdismo» de Trotski se sustentaba en estos relámpagos y truenos, en la «frase revolucionaria», pero escarbando por debajo de ésta lo que salía a flote era el burocrático y apacible «vegetar en las contradicciones» y son estos rasgos del trotskismo los que acabarían atrayendo a Kámenev y Zinoviev en el momento en que las terribles dificultades implícitas en el duro camino escogido por el Partido, les harán vacilar una vez más y retroceder.
El paso a la «oposición» de Kámenev y Zinoviev supuso graves dificultades para el Partido. Zinoviev tenía una gran influencia en la organización de Leningrado y la mayoría de los delegados en el XIV Congreso lo apoyaban. En la «Historia del PC(b)» Stalin escribe: «Desde que el Partido existía jamás se había visto una delegación de un gran centro del Partido, como Leningrado, prepararse a intervenir en contra de su Comité Central».
Sin embargo, Kámenev y Zinoviev fueron completamente derrotados en el Congreso. Efectivamente, por las características mismas que tiene un Congreso de Partido, en el curso de sus sesiones se vieron obligados, no solamente a atacar la perspectiva de la construcción del socialismo en un sólo país, defendida por Stalin, sino también a defender una alternativa propia. Se vio entonces claramente que, no sólo la oposición no tenia más alternativa que el «vegetar», sino que ese mismo «vegetar» consistía, en realidad, llana y sencillamente, en la completa restauración del capitalismo en la URSS, en la rendición, en toda la línea, ante el imperialismo.
«El zinovievista Sokolnikov opuso al plan de industrialización socialista de Stalin, el plan burgués que se cotizaba entre los tiburones del imperialismo. Este plan consistía en que la URSS siguiese siendo un país agrario que produjese, fundamentalmente, materias primas y artículos alimenticios exportando estos artículos e importando la maquinaria que no producía ni debía según ellos, producir. Dentro de las condiciones existentes en 1925, este plan tenia todo el carácter de un plan de esclavización económica de la URSS por los países extranjeros industrialmente desarrollados, de un plan destinado a mantener el atraso industrial de la URSS en provecho de los tiburones imperialistas de los países del capitalismo». («Historia del P. C. (b) de la URSS» Ed. cit, págs. 353 y 354)
En realidad la política de «sanear esta o aquella llaga» en 1925 ya no era viable. En 1925 la base económica de la URSS ya se había reconstituido y lo que se planteaba era el camino a seguir en el futuro. ¿El camino socialista o el camino capitalista? La «oposición» al negar la posibilidad de construir el socialismo abogaba por el camino capitalista, que, en las condiciones de atraso de la URSS significaba la supeditación del país al imperialismo extranjero, la claudicación completa ante el imperialismo.
Pero ¿existía la posibilidad de construir el socialismo en Rusia? Stalin afirmaba con fuerza que si. «¿En qué consiste la posibilidad de la victoria del socialismo en un sólo país? Es la posibilidad de resolver las contradicciones entre el proletariado y los campesinos apoyándose en las fuerzas internas de nuestro país, es la posibilidad de la toma del poder por parte del proletariado y de la utilización del poder para edificar una sociedad socialista integral en nuestro país, con la simpatía y con el apoyo de los proletarios de los demás países, pero sin la previa victoria de la revolución proletaria en los demás países».
Stalin insistía en que la desconfianza de la «oposición» en la imposibilidad de construir el socialismo en Rusia basándose en las propias fuerzas de la URSS tenia su base, no en erróneas valoraciones de las posibilidades técnico-materiales de la URSS, sino en una profunda desviación ideológica del leninismo, en el abandono de la concepción leninista de la revolución ininterrumpida . La clave seguía siendo la actitud de los campesinos.
Stalin, siguiendo a Lenin, negaba que los campesinos (sus masas fundamentales, es decir, los campesinos pobres y los medios) acabarían oponiéndose a la construcción del socialismo. A su juicio la desconfianza en la victoria del socialismo en la URSS consistía:
«Ante todo, falta de seguridad en que las masas fundamentales del campesinado, debido a determinadas condiciones del desarrollo de nuestro país, puedan incorporarse a la edificación socialista. Significa, en segundo lugar, falta de seguridad en que el proletariado de nuestro país, dueño de las posiciones dominantes de la economía nacional, sea capaz de arrastrar a las masas fundamentales del campesinado a la edificación socialista».
Gran parte de las obras de Stalin en este periodo están dedicadas a dilucidar esta cuestión. Stalin lo aborda en «Los Fundamentos del Leninismo» y en «Cuestiones del Leninismo» y en gran número de artículos, escritos y discursos.
En «Los Fundamentos del Leninismo» Stalin aclara que:
«No hay que confundir al campesinado de la Unión Soviética con el campesinado de Occidente. Un campesinado que ha pasado por la criba de tres revoluciones, que ha luchado del brazo del proletariado y bajo la dirección del proletariado contra el Zar y el poder burgués, un campesinado que ha recibido de manos de la revolución proletaria la tierra y la paz y que por ello se ha convertido en reserva del proletariado...»
Pero no se trata solamente de esto. La «oposición» no solamente pasa por alto las transformaciones producidas en la conciencia de los campesinos por todo un período histórico de luchas revolucionarias del lado del proletariado; la «oposición» pasa por alto las nuevas condiciones materiales creadas por el poder soviético.
«No hay que confundir la agricultura de Rusia con la de Occidente. En Occidente, la agricultura se desarrolla siguiendo la ruta habitual del capitalismo, en medio de una profunda diferenciación de los campesinos, con grandes fincas y latifundios privados capitalistas en uno de los polos, y, en el otro, pauperismo, miseria y esclavitud asalariada. Allí son completamente naturales, a consecuencia de ello, la disgregación y la descomposición. No sucede así en Rusia. En nuestro país, la agricultura no puede desarrollarse siguiendo esa ruta, ya que la existencia del Poder Soviético y la nacionalización de los instrumentos y medios de producción fundamentales no permiten semejante desarrollo. En Rusia, el desarrollo de la agricultura debe seguir otro camino, el camino de la cooperación de millones de campesinos pequeños y medios, el camino del desarrollo de la cooperación en masa en el campo, fomentada por el Estado mediante créditos concebidos en condiciones ventajosas».
La vía capitalista de desarrollo de la agricultura:
«Es inevitable en los países capitalistas, porque el campo, la economía campesina, depende de la ciudad, de la industria, del crédito concentrado en la ciudad, del carácter del Poder, y en la ciudad impera la burguesía, la industria capitalista, el sistema capitalista de crédito, el Poder capitalista del Estado».
La vía socialista:
«Consiste en incorporar en masa los millones de haciendas a todos los terrenos de la cooperación; en unir las haciendas campesinas dispersas en torno a la industria socialista en implantar los principios del colectivismo entre el campesinado, primero en lo tocante a la venta de los productos agrícolas y al abastecimiento de las haciendas campesinas con artículos de la ciudad, y, luego en lo que se refiere a la producción agrícola".
Está de moda hoy acusar a Stalin de "subjetivismo". Esta acusación la lanzan en coro los trotskistas y los revisionistas modernos. La cuestión se plantea casi como si Stalin hubiera defendido, ante el retrasarse de la revolución en occidente, su propia línea por un deseo subjetivo de "seguir adelante" independientemente de las condiciones objetivas existentes. Esta acusación, como estamos viendo, es completamente falsa. Stalin basaba su convencimiento en consideraciones científicas y, hay que recalcarlo, apoyándose en Lenin.
Cuando Lenin afirmaba que Rusia estaba madura para el socialismo, que "Rusia podía empezar", no se refería solamente a la toma del poder sino a la posibilidad de construir el socialismo. En cuanto a los argumentos y los enfoques en base a los cuales Lenin sustentaba este convencimiento suyo, aparte los planteamientos de tipo general (teoría del desarrollo desigual), poco antes de morir Lenin, en una serie de escritos, bosquejó algunas soluciones particulares basadas en los primeros años de la experiencia soviética: Stalin se mantuvo fiel a estas indicaciones del hombre a quien siempre consideró como su maestro. La acusación del subjetivismo no va por lo tanto en contra de Stalin solamente, sino también en contra de Lenin.
Stalin, por otra parte, jamás subvaloró las dificultades de la industrialización.
"En primer lugar, sólo existían las viejas fábricas y empresas industriales, con su técnica vieja y atrasada, que podían quedar inservibles muy pronto. La tarea consistía en equipar de nuevo estas fábricas y empresas industriales con arreglo a la nueva técnica. En segundo lugar, el periodo de restauración de la economía se encontró con una industria cuya base era demasiado reducida, pues entre las fábricas y empresas industriales existentes se echaban de menos decenas y centenares de fábricas de construcción de máquinas, absolutamente necesarias para el país, fábricas que no existían entonces y que eran indispensable construir, ya que sin ellas no puede existir una verdadera industria. La tarea consistía por tanto en crear estas fábricas y equiparlas con una maquinaria moderna. En tercer lugar, el período de restauración de la economía se preocupaba, primordialmente, de la industria ligera, que desarrolló y puso a flote. Pero el progreso mismo de la industria ligera tropezaba con la dificultad representada por la existencia de una industria pesada pobre, aparte de que otras exigencias del país reclamaban también para su satisfacción una industria pesada desarrollada. Planteábase pues el problema de hacer pasar a primer plano, en adelante, la industria desarrollada" (Ibidem, pág. 359)
Stalin no se desanimó en absoluto ante la dificultad de la tarea: veía que por su carácter de clase el nuevo poder soviético poseía una base para su desarrollo industrial que ningún país capitalista jamás había podido soñar. Pero esa misma circunstancia indicaba que este desarrollo podía producirse exclusivamente en un sentido socialista.
"La URSS descubrió fuentes de acumulación desconocidas en todos los Estados capitalistas. El Estado soviético disponía de todas las fábricas y empresas industriales, de todas las tierras confiscadas por la Revolución Socialista de Octubre a los capitalistas y terratenientes, del transporte, de los bancos, del comercio exterior e interior" (Ib. pág. 360)
Todas las ganancias de la industria podían dedicarse al desarrollo industrial, así como el dinero que anteriormente era absorbido para amortizar la deuda zarista. Además:
«Al abolir la propiedad de los terratenientes sobre la tierra, el Poder Soviético liberó a los campesinos de la obligación de abonar todos los años a los terratenientes cerca de 500 millones de rublos oro, a que ascendían las rentas de la tierra. Las masas campesinas, libres de esta carga, podían ayudar al Estado a construir una nueva y poderosa industria» (lb. Pág. 3ó0)
Los argumentos de Stalin convencieron plenamente al XIV Congreso. La «nueva oposición» de Trotski, Kamenev y Zinoviev fue derrotada en toda la línea. Sus dirigentes trataron de organizar el contraataque y Zinoviev logró que el Comité Provincial de la Juventud de Leningrado decidiera no aplicar las decisiones del Congreso. Pero pronto se puso de manifiesto que la aplastante mayoría de los militantes de la ex-capital no se sentían representados por sus dirigentes. En una conferencia extraordinaria la inmensa mayoría de la organización de
Leningrado acabó apoyando las decisiones del Congreso.
A partir de ese momento comienza el inexorable declive de la «nueva oposición». A pesar de que en 1926 y 1927 arreciaron sus ataques contra el Comité Central, sus exponentes se encontraban cada vez más aislados dentro del Partido. En las elecciones de delegados para el XV Congreso (1927) su derrota resultó evidente: por el Comité Central votaron 724.000 miembros, por la «oposición» 4.000
A partir de ese momento el «bloque» pasó a la actividad clandestina. Montó una imprenta ilegal y trató de organizar manifestaciones callejeras que fracasaron estrepitosamente. La «oposición» pasaba del fraccionalismo a la escisión abierta, tratando de organizar en la URSS, un partido clandestino contrapuesto al Partido Comunista, sobre la base de su «plataforma» opuesta a la construcción del socialismo. El 14 de noviembre de 1927 Trotski y Zinoviev eran expulsados del Partido.
La política de industrialización alcanzó rápidamente éxitos importantes. La producción industrial superó rápidamente los niveles de antes de la guerra. El peso del sector socialista pasó del 81 por 100 (1924-25) al 86 por 100 (1926-27) El comercio privado pasó del 42 por 100 (1924-25) al 32 por 100 (1926-27)
Sin embargo, muy pronto, el mismo proceso de la industrialización socialista puso al descubierto la grave situación de la agricultura que no lograba caminar al ritmo del desarrollo industrial.
La Revolución de Octubre había destruido el poder de los grandes terratenientes cuyos inmensos latifundios habían sido confiscados. Pero la Revolución, al entregar la tierra a los campesinos, había determinado también una fragmentación de las explotaciones agrícolas. Hasta la guerra en Rusia existían unos 15-16 millones de haciendas agrícolas. Con la Revolución éstas habían pasado a ser unos 24-25 millones.
El desarrollo de la economía socialista necesitaba de una agricultura moderna, basada en explotaciones en las que pudiera utilizarse una técnica avanzada. Esta condición podía cumplirse exclusivamente sobre la base de una extensión de las dimensiones de las explotaciones agrícolas.
En su «En el frente del trigo» Stalin proporciona una tabla estadística de la cuál extrae importantes conclusiones. Antes de la guerra las grandes explotaciones agrícolas (terratenientes) producían 600 millones de punds de trigo [5].
En 1926-27 las grandes explotaciones (sovjos y koljos) producían 80 millones solamente. En cambio, los campesinos pequeños y medios antes de la guerra producían 2.500 millones de punds; en 1926-27 su producción era de 4.052 millones. Conclusión: la gran masa de la producción de trigo procedía del pequeño y medio productor independiente: la Revolución había reforzado la pequeña explotación agrícola».
Esta situación era incompatible con la construcción del socialismo, la cual estaba ligada a la industrialización del país y requería abastecer de abundantes productos agrícolas a las ciudades y exportar parte de la producción ante la imposibilidad de obtener créditos del extranjero. Ahora bien, los datos proporcionados por Stalin demostraban que mientras las grandes explotaciones daban el 47 por 100 de su producción para el mercado, los pequeños productores daban solamente el 11,2 por 100. El reforzamiento de las pequeñas explotaciones agrícolas había determinado una escasez de cereales para las ciudades y la exportación.
Es evidente la necesidad de reorganizar la agricultura sobre la base de las grandes haciendas agrícolas. Pero ¿cómo realizar esto? Trotski, a la luz de la «revolución permanente», interpretaba esta situación como una prueba de la justeza de su planteamiento según el cual las tareas de la construcción del socialismo llevarían a un enfrentamiento directo entre e1 proletariado y los campesinos.
La conclusión de Stalin era completamente distinta: era absolutamente necesario ampliar las dimensiones de las haciendas agrícolas sobre la base de la colectivización de la agricultura. Pero esto sólo era posible manteniendo la alianza con los campesinos, en la medida en que el proletariado podía atraer a la producción colectiva (sovjos y koljos) a la gran masa de los campesinos. Stalin insistía mucho en que se trataba de atraer a los campesinos pobres y medios, de que se trataba de convencerles sobre la base de la demostración práctica de la superioridad de la producción colectiva frente a la individual.
¿Era posible esto? Stalin insistía que sí. No solamente era posible de cara a los campesinos pobres, sino también de cara a los medios, que se habían acercado al poder soviético después de la Revolución de Octubre. Stalin afirmaba que los elementos intermedios de la sociedad rusa, que habían permanecido a la espera cuando el poder soviético aún no había sido instaurado o no se había aún consolidado, al darse cuenta de que el nuevo poder tenía una fuerte base, iban aceptando un compromiso con ese nuevo poder y amoldándose a las nuevas condiciones de vida. En el campo, si se actuaba con la necesaria prudencia y se respetaban ciertos intereses de estas capas, seria posible atraerlas paulatinamente hacia la construcción del socialismo.
Sin embargo, para Stalin, esto no significaba en absoluto atenuar la lucha de clases en el campo. En el campo seguían existiendo elementos capitalistas, los kulaks. Como se ha indicado anteriormente, los kulaks en 1926-27 producían aún 617 millones de punds de trigo. De las cifras citadas se deduce también otro dato de gran importancia. Si antes de la guerra los kulaks entregaban al mercado el 34 por 100 de su producción global, en 1926-27 este índice había descendido al 20 por 100. ¿Qué significaba esto?
«Hay muchos que hasta ahora aún no pueden explicarse el hecho de que los kulaks hayan entregado espontáneamente su trigo hasta 1927 y a partir de esta fecha hayan dejando de entregarlo de la misma manera espontánea... Si antes el kulak era relativamente débil, si no tenía la posibilidad de organizar seriamente su economía, no contaba con bastante capital para fortalecerla, lo cual le obligaba a lanzar al mercado todo o casi todo el sobrante de su producción de cereales, ahora, después de una serie de años de buenas cosechas, después de conseguir organizar su economía y acumular el capital necesario, cuenta ya con la posibilidad de maniobrar en el mercado, con la posibilidad de ir almacenando trigo, esta divisa de las divisas, formándose una reserva personal, y prefiere llevar al mercado carne, avena, cebada y otros artículos de segunda categoría» («Sobre la desviación derechista en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo». Ed. cit. pág. 275).
La aceptación voluntaria, por parte de los campesinos pobres y medios, de la colectivización de la agricultura no debía concebirse como una atenuación de la lucha de clases en el campo. Colectivizar la agricultura suponía intensificar la lucha de clases en contra de los residuos capitalistas, a saber, en contra de los kulaks, los campesinos ricos. Estos se oponían con uñas y dientes a la colectivización, boicoteaban la industrialización socialista almacenando y ocultando el trigo, aprovechaban cualquier ocasión y cualquier recurso para dañar a los sovjoses y a los koljoses, recurriendo incluso al incendio y al asesinato.
A esta posición de Stalin se opuso abiertamente Bujarin. Bujarin afirmaba que el plan de Stalin era completamente utópico, y que para garantizar unas dimensiones mínimas de las explotaciones agrícolas había que basarse precisamente en los kulaks. Bujarin, para defender esta posición, formuló la teoría de la suavización progresiva de las contradicciones de clase en el socialismo que más tarde seria desempolvada por Jruschov. Según esta teoría, a medida que el socialismo avanzaba, las antiguas clases dominantes, al verse derrotadas, disminuían su resistencia, lo que suponía que se podía prever una integración pacifica de los kulaks en el socialismo.
Como se ve, Bujarin extendía a los kulaks, al enemigo de clase, lo que Stalin había afirmado de los campesinos pobres y medios, de los aliados del proletariado en la construcción del socialismo.
Aparentemente las posiciones de Bujarin y Trotski eran absolutamente distintas. Trotski negaba toda posibilidad de participación de los campesinos en la construcción del socialismo. Bujarin extendía esta posibilidad hasta los kulaks. Pero había algunos elementos ideológicos en común y, sobre todo, unas conclusiones políticas comunes.
El elemento ideológico en común era el de la consideración de todo el campesinado como una masa única, sin diferenciaciones internas de clase, sin una dinámica interna, sin contradicciones de clase entre los distintos sectores campesinos.
Este elemento ideológico común había llevado a Bujarin, en el pasado, a posiciones casi idénticas a la «revolución permanente». Por ejemplo, en 1917, durante el VI Congreso, había planteado un esquema de la revolución en dos etapas con las siguientes palabras: «La primera etapa contará con la participación de los campesinos que quieren tener la tierra; la segunda fase, después de que los campesinos se hayan retirado satisfechos, será la fase de la revolución proletaria; entonces el proletariado de Rusia será apoyado solamente por elementos proletarios y por el proletariado de la Europa Occidental». En el VI Congreso Stalin había calificado este esquema de «pueril» y había planteado la pregunta (de cara a la segunda etapa del esquema de Bujarin): ¿En contra de quién está dirigida esta segunda revolución?».
Quince años más tarde, Bujarin, sobre la misma base ideológica de considerar a los campesinos como una masa única, había “revolucionado» su esquema y se encontraba aparentemente muy lejos de Trotski: ahora a su juicio todos los campesinos podían incorporarse al socialismo. A la pregunta que Stalin le había dirigido en el VI Congreso, Bujarin contestaría que no había enemigo de clases contra el cual dirigir una segunda revolución porque en la URSS no existía un enemigo de clase capaz de ofrecer una resistencia apreciable.
Sin embargo, Bujarin mantenía una clara coincidencia política con Trotski. Ambos predicaban una política de claudicación total ante el capitalismo en la URSS. El primero, sobre la base de su «izquierdismo» afirmaba que, al no tener aliados (fuerzas suficientes) el proletariado no podía construir el socialismo en la URSS. El segundo, al negar que en la URSS existiera una encarnizada resistencia por parte del enemigo de clase, predicaba que no era necesario luchar en contra del capitalismo en la URSS. Arrancando de premisas distintas llegaban ambos a la misma conclusión; idénticas eran sus proposiciones políticas y sus alternativas.
Trotski y Bujarin acabaron por ello coincidiendo en la misma plataforma y, a través de Kámenev, estrecharon su alianza.
«Para Bujarin el punto de partida no es el ritmo rápido de desarrollo de la industria, como palanca para la reconstrucción de la economía agrícola, sino el desarrollo de la hacienda campesina individual. Para él, lo primordial es la «normalización» del mercado y la admisión del libre juego de los precios en el mercado de los productos agrícolas, lo que equivale, en el fondo, a admitir la libertad completa de comercio. De aquí su actitud recelosa hacia los koljoses... De aquí su actitud negativa ante todas y cada una de las formas de medidas extraordinarias contra los kulaks para el aprovisionamiento de cereales» (lb. pág. 305).
Estas eran las posiciones de Bujarin. En este contexto Bujarin afirmaba la necesidad de disminuir el «ritmo de desarrollo» de la industria socialista. Stalin atacaba esta posición:
«Amortiguar el ritmo de desarrollo de la industria significaría debilitar a la clase obrera, pues cada paso de avance que damos en el desarrollo de la industria, cada nueva fábrica, cada nuevo establecimiento industrial, representa, según la expresión de Lenin, una «nueva fortaleza» de la clase obrera que afianza las posiciones de ésta en la lucha contra las tendencias anárquicas pequeño burguesas y contra los elementos capitalistas de nuestra economía. Por el contrario, debemos mantener el ritmo actual de desarrollo de la industria y debemos, en cuanto se nos presente la ocasión, acelerarlo, para llenar de mercancías el campo y sacar de él más trigo, para dotar a la agricultura, y sobre todo a los koljoses y sovjoses, de maquinaria, para industrializar la agricultura y elevar el contingente comercial de su producción» («En el frente del trigo», en «Cuestiones del leninismo» Ed. Cit. pág. 24142).
Stalin trató de analizar las razones del surgimiento de la desviación bujarinista:
«No se puede decir que estos errores de la nueva oposición hayan caído del cielo. Lejos de ello, están relacionados con esa fase de desarrollo que hemos recorrido ya y a la que se da el nombre de periodo de restauración de la economía nacional durante el cual el trabajo de edificación marchaba por la vía pacifica, de un modo espontáneo, por decirlo así, durante el cual no se daban aún esos cambios en las relaciones de las clases que existen ahora, no se daba aún esa agudización de la lucha de clases con la que en los momentos actuales nos encontramos» (En «Sobre la desviación derechista...» Ed. cit. pág. 285)
Las concepciones de Bujarin tienen muchos rasgos en común con el revisionismo jruschovista y casi constituyen un antecedente del mismo. Ello, explica el que, a menudo, los «eurocomunistas» pidan la «rehabilitación» de este hombre tan ligado a ellos por comunes lazos ideológicos. Por ello queremos concluir este apartado con una cita de Stalin que (por desgracia) resulta casi profética:
«Cuando algunos círculos de nuestros comunistas intentan hacer retroceder a nuestro Partido para que no aplique los acuerdos del XV Congreso, negando la necesidad de la ofensiva contra los elementos capitalistas del campo, o exigiendo el amortiguamiento del desarrollo de nuestra industria, par entender que su ritmo actual de desarrollo es ruinoso para nuestro país, o negando la conveniencia de asignar subvenciones del Estado a los koljoses y a los sovjoses por creer que esto es dinero tirado a la calle, o negando la conveniencia de la lucha contra el burocratismo sobre la base de la autocrítica, par entender que la autocrítica quebranta nuestro aparato, o exigiendo que se suavice el monopolio del comercio exterior, etc., etc., esto quiere decir que en las filas de nuestro Partido hay gente que -sin que tal vez ella misma se dé cuenta de lo que hace- intenta adaptar la obra de nuestra construcción socialista a los gustos y a las necesidades de la burguesía «soviética»... el triunfo de la desviación de derechas en nuestro Partido significaría la maduración de las condiciones necesarias para la restauración del capitalismo en nuestro país» («Sobre el peligro de derecha en el PC (b) de la URSS» en «Cuestiones del leninismo», Ed. cit. pág. 2ó0),
La ofensiva para la colectivización de la agricultura y en contra de los kulaks se decidió en el XV Congreso del Partido que se abrió el 2 de diciembre de 1927. Stalin defendió el punto de vista de que la única salida para resolver los problemas de la agricultura estaba en la colectivización «gradual pero constante», basada en la «persuasión», es decir «no ejerciendo en absoluto presiones sino a través de la enseñanza de los hechos». Se decidió también «desarrollar ulteriormente la ofensiva en contra de los kulaks y tomar una serie de nuevas medidas que limiten el desarrollo del capitalismo en el campo y orienten la economía campesina hacia el socialismo».
Como vemos, Stalin seguía planteando esta cuestión con la necesaria prudencia, es decir, asegurándose de que la colectivización se realizara sobre la base de la alianza con las masas fundamentales de campesinos. En «Sobre la desviación de derecha», preguntándose si el plan koljosiano no había sido lanzado con retraso, escribía:
«Para poder llevar a la práctica el plan de un movimiento de masas en pro de los koljoses y sovjoses, era necesario ante todo, que la dirección del Partido se viese apoyada en esto por la masa del Partido,.. Para ello era necesario, además, que entre los campesinos se produjese un movimiento de masa hacia los koljoses, que los campesinos no desconfiasen de los koljoses, sino que afluyesen a ellos por su propio impulso, convenciéndose por experiencia de las ventajas de los koljoses sobre la hacienda individual... Era necesario, además, que el Estado dispusiese de los medios materiales precisos para financiar el movimiento, para financiar los koljoses y sovjoses... Era necesario, finalmente, que se hubiese desarrollado la industria en el grado mas o menos suficiente para dotar a la agricultura de la maquinaria agrícola, de tractores, de abonos orgánicos, etc...» («Sobre la desviación derechista... « Ed. cit. pag. 308-9).
Como se ve, Stalin planteaba la necesidad de que la colectivización de la agricultura se realizara con los ritmos y en la medida en que se hubieran creado las bases sociales y materiales para emprenderla. Con el mismo espíritu la ofensiva en contra de los kulaks, en una primera fase no adoptó la forma de un intento de liquidar a los kulaks como clase, sino que consistió en el establecimiento de una serie de trabas, legales y económicas, para debilitarles.
«El Poder Soviético sometía a los kulaks a un elevado impuesto, les obligaba a vender el trigo al Estado a precios de tasa, restringía hasta cierto punto el disfrute de la tierra por los kulaks, con arreglo a la ley sobre los arriendos de tierras, limitaba las proporciones de las explotaciones de los kulaks, mediante la ley sobre empleo del trabajo asalariado por los campesinos individuales» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit, pag. 389).
Sin embargo los bujarinianos se insurgieron muy pronto contra todo intento de combatir a los kulaks. Comenzaron a decir que se estaba «arruinando la agricultura», que la colectivización de la misma era una «utopía innecesaria», que ésta se produciría de una forma espontánea y paulatina y que el plan de industrialización socialista era irrealizable.
Bujarin encontró el apoyo de Rykov, de Tomski y de algunos dirigentes de la organización de Moscú. Sin embargo ya en 1928 esta «oposición» de derechas estaba prácticamente aislada y derrotada en los organismos dirigentes del Partido. En 1929 Bujarin fue excluido del Buró Político.
No es nuestra intención relatar aquí todas las vicisitudes de esta lucha contra la «oposición» hasta 1938. De manera deliberada hemos preferido centrarnos en las cuestiones ideológicas y políticas, es decir, sobre el contenido de las divergencias. Por lo general, la burguesía suele presentar esta lucha como una lucha «entre camarillas» para adueñarse «del poder» dejando completamente de lado las razones de fondo, los reales motivos de esta lucha. En realidad, el conflicto tenía unas bases ideológicas y políticas muy claras, raíces que pueden ser fácilmente comprobadas pues los escritos e intervenciones públicas de unos y otros han sido publicadas y están a disposición de todo el mundo.
La lucha entre el Comité Central, encabezado por Stalin y el «bloque» de la «oposición» fue una lucha a muerte por el socialismo en contra del capitalismo, entre el marxismo-leninismo y la ideología burguesa disfrazada de «marxismo». El significado de esta lucha puede comprenderse claramente cuando se consideren las consecuencias de la victoria que mas tarde alcanzó la camarilla jruschovista en la URSS, a raíz del XX Congreso. Jruschov fue el epígono de la oposición, el sucesor de Trotski y de Bujarin, que se impuso en el XX Congreso esgrimiendo en gran parte los argumentos políticos e ideológicos de sus antecesores. El resultado de ello puede ser fácilmente comprobado: transformaciones de la URSS en una superpotencia imperialista, en uno de los puntales del campo imperialista.
La agudeza del conflicto que se planteó en el Partido esta relacionada con lo que allí estaba en juego y no con el «mal genio» de Stalin, su «rudeza» o «intransigencia». Las raíces de la lucha fueron políticas e ideológicas y no «psicológicas», debidas a las características personales de éste o de aquél.
En su entrevista a Emil Ludwig, Stalin dijo: «... Cuando los bolcheviques llegaron al poder eran débiles e indulgentes con sus enemigos. Mencheviques y Socialistas Revolucionarios tenían ambos su periódico; hasta el partido de los cadetes tenía sus órganos de prensa. Cuando el viejo general Krasnov marchaba sobre Leningrado y le hicimos prisionero, debería haber sido fusilado en base a la ley marcial, por lo menos encarcelado. Nosotros le dejamos libre aceptando su palabra de honor. Más tarde nos dimos cuenta de que de esta forma debilitábamos a nuestro régimen. Habíamos comenzado con un gran error: la tolerancia hacia esta gente constituía un delito en contra de las clases trabajadoras. Reconocimos que había que actuar con severidad y dureza...».
En realidad, bastante antes de la muerte de Lenin, el Partido se dio cuenta claramente de que la lucha contra la burguesía no se había acabado. Más tarde el mismo Lenin formuló el principio de que esta lucha se agudizaba cada vez más a medida que se consolidaba en todos los órdenes el poder del proletariado. Lo que resultó perfectamente claro además es que no se trataba solamente de una lucha en contra de errores y desviaciones, sino que su esencia era la de una lucha en contra de la burguesía y del imperialismo, en contra de los intentos de restauración del capitalismo en la URSS.
La «oposición» acabó evolucionando según esta lógica. Los «errores» y desviaciones ideológicas acabaron desembocando en una abierta alianza entre el imperialismo internacional y el «bloque». El imperialismo apoyaba a los «oposicionistas» con el fin de debilitar a la URSS y los oposicionistas acabaron buscando el apoyo de las distintas camarillas reaccionarias internacionales para «acabar con Stalin». El resultado fue la completa degeneración de la «oposición» en una camarilla antisocialista, de traidores al marxismo-leninismo y de agentes del imperialismo.
Stalin, en todo momento, trató, apoyándose en el Partido, en el espíritu de Partido, en la crítica y la autocrítica, de salvar a los distintos miembros de la «oposición»; de atraerlos a las posiciones correctas y al trabajo constructivo, al Partido, y en muchos casos tuvo éxito. Pero fue implacable en su defensa del socialismo y en ningún momento perdió de vista que estaba en juego el destino de la revolución en su país e incluso en el mundo entero.
Hoy, a la luz de la degeneración de la URSS, de sus terribles consecuencias a escala mundial, sobre la base de esta trágica experiencia, debemos estar aún más agradecidos a Stalin, al espíritu intransigente e intrépido con el cual, hasta el último momento, defendió el socialismo y la revolución proletaria en contra de sus enemigos.
En su «Stalin» el conocido escritor francés Henri Barbusse, poco después de haber conocido a Stalin en el Kremlin, hizo de él la siguiente descripción: «Se sube al piso que tiene visillos blancos. Estas tres ventanas son las de la vivienda de Stalin. En el reducido vestíbulo tropiézase uno con un capotón de soldado colgado bajo una gorra. Hay tres habitaciones, más un comedor. Las habitaciones son sencillas, como las de un hotel -decoroso- de segundo orden. El comedor es de forma ovalada y en él se sirve una comida que traen de un restaurante o que prepara una sirvienta... Un chiquillo juega en el local. El hijo mayor, Jascheka, duerme por la noche en el comedor, en un diván que se transforma en cama. El hijo menor en un pequeño reducto que se abre allí a manera de alcoba.
Terminada la comida, el hombre fuma su pipa junto a la ventana, sentado en un sillón cualquiera. Siempre viste lo mismo. ¿De uniforme? Seria macho decir. Es más bien una evocación de uniforme, simplificación del indumento de un soldado raso: botas altas, y pantalón y guerrera de color caqui. Repasa uno la memoria, pero no, nunca le ha visto de otro modo, a no ser en verano, de blanco. Gana al mes los escasos cientos de rublos que constituyen el exiguo sueldo máximo de los funcionarios del Partido Comunista».
Desde estas sencillas habitaciones del Kremlin a partir de 1927 y durante los años 30 el hombre que allí habitaba dirigió la más colosal transformación social y económica que jamás la historia había conocido. El XV Congreso había tomado la decisión de lanzar el Primer Plan Quinquenal. Se trataba de una inversión de 64.400 millones de rublos en la industrie, la agricultura y los transportes. Pero esa cifra de por si no refleja cabalmente la magnitud de las transformaciones planteadas. Se trataba de transformar en el plazo de cinco años a un país atrasado, esencialmente agrícola (atrasado también en el plano agrícola), con una industria escasa, anticuada y mal distribuida, en un país moderno, industrial; se trataba de construir literalmente desde la nada, ramas enteras de la producción; se necesitaba equiparlo con la base técnica necesaria para esta transformación; se trataba de colectivizar la agricultura y proporcionarle los instrumentos técnicos necesarios para ello; se trataba de hacer todo esto absolutamente sin ninguna ayuda del exterior, basándose en las propias fuerzas.
¿Se trataba de un milagro? ¿De un desesperado esfuerzo voluntarista con el cual se pretendía obtener en pocos años lo que el mundo capitalista había alcanzado a través de decenios? No se trataba de eso. Se trataba de una confianza total, pero lúcida, en la absoluta superioridad del sistema socialista sobre el capitalista, con la seguridad de que a través de una movilización consciente, centralizada, armónica de los hombres y de los recursos, la URSS podrá alcanzar un poderío económico comparable al de los países industriales, y ello sin explotar ni saquear a otros pueblos como habían hecho los países capitalistas. Y se trataba de alcanzar tales índices sobre la base de la construcción del socialismo, es decir, liquidando las bases explotadoras, desarrollando el bienestar general, garantizando el poder del proletariado y su alianza con las grandes masa campesinas.
El primer Plan Quinquenal se cumplió en cuatro años. Veamos algunas cifras: en esos cuatro años la URSS se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo (después de los Estados Unidos) En 1934 (con respecto a 1928) la producción nacional se había triplicado. El peso de la industria en la producción global había pasado del 48 por 100 al 70 por 100. Entre 1928 y 1932 se crearon las siguientes ramas industriales de la producción que antes no existían: siderurgia, tractores, automóviles, máquinas herramientas, industria química, aeronáutica. La participación del sector socialista en la producción industrial global alcanzó el 99,93 por 100. La renta nacional aumentó en un 85 por 100. El monto total de salarios de 8.000 a 30.000 millones de rublos. El número de obreros de 9.500.000 a casi 14 millones. El paro fue aniquilado.
La revista Norteamérica «The Nation» escribía en 1932: «El rostro del país se transforma literalmente, al punto de ser hoy irreconocible. Esto es cierto en lo que se refiere a Moscú con sus centenares de calles y avenidas recientemente asfaltadas, con sus nuevos edificios, sus barrios y un cinturón de nuevas fábricas en la periferia. Es también cierto en lo que se refiere a las ciudades menos importantes. Nuevas ciudades han surgido en las estepas y en los desiertos, y no unas pocas, sino por lo menos cincuenta, con una población de 50.000 a 250.000 habitantes. Todas ellas han surgido en los últimos cuatro años, y cada una es el centro de una nueva empresa o de una serie de empresas construidas para la explotación de las riquezas naturales del país. Centenares de nuevas centrales eléctricas locales y algunas gigantescas, como la central eléctrica del Dnieper convierten en realidad la fórmula de Lenin «El socialismo es el poder soviético más la electrificación»... La Unión Soviética ha organizado la producción en serie de un número de objetos que Rusia antes jamás había producido: tractores, segadoras-trilladoras, aceros extrafinos, caucho sintético, rodamientos, motores Diesel, turbinas de más de 50.000 kilowatios, material telefónico, máquinas eléctricas para la minería, aviones, automóviles, bicicletas y centenares de nuevas máquinas... Por primera vez en su historia Rusia produce aluminio, magnetitas, apatitas, yodo, potasa y muchos otros productos. Los puntos de referencia en las llanuras soviéticas ya no eran las cruces y las cúpulas de las iglesias, sino los elevadores de trigo y las torres de los silos. Los koljoses construyen establos, casas. Los obreros aprenden a trabajar con las máquinas más modernas».
En el campo, las grandes transformaciones estuvieron marcadas por la colectivización y la lucha contra los kulaks. Se pasó de la política de limitación de los kulaks, a su liquidación como clase. Se procedió a confiscar el trigo que los kulaks se negaban a entregar garantizando a los campesinos pobres el 25 por 100 del trigo confiscado. En los años de 1929-30, se había producido la adhesión masiva de los campesinos y los koljoses.
«Los campesinos acudían en masa a los sovjoses y las estaciones de máquinas y tractores, veían cómo trabajaban éstos y las máquinas agrícolas, manifestaban su entusiasmo y decidían allí mismo ingresar en los koljoses» («Historia del PC (b) de la URSS» Ed. cit. pág. 380)
Este movimiento de masas permitió liquidar a los kulaks como clase, expropiándoles y pasando sus medios de producción a los koljoses. Haciendo el balance del Primer Plan Quinquenal, Stalin podía anunciar que se habían organizado más de 200.000 granjas colectivas y que la superficie sembrada había aumentado en 21.000.000 de hectáreas. El dato más importante era sin embargo el siguiente: los koljoses comprendían más del 70 por 100 de las tierras de los campesinos. La batalla para la colectivización de la agricultura se había ganado. La producción colectiva había desplazado a un segundo plano a la producción individual.
Stalin se preocupó mucho de que la campaña de colectivización se basara en la alianza obrero-campesina, es decir, que esta campaña consistiera en atraer a los campesinos pobres y medios, a la producción colectiva. Hablando de los campesinos medios, Lenin había dicho: «En primer lugar debemos basarnos sobre esta verdad: que aquí con los métodos violentos no es posible en sustancia obtener nada... Aquí actuar con la violencia quiere decir arruinarlo todo. Nada más insensato que la idea misma de aplicar la violencia en la esfera de las relaciones económicas del campesino medio». Lenin observaba que el campesino medio representa un estrato de muchos millones, y que era absolutamente necesario ganarle para la causa del socialismo. Como ya hemos observado esta cuestión había constituido uno de los mayores puntos de desacuerdo con los trotskistas. En 1930, ante la aparición de graves errores que consistían esencialmente en un intento de forzar los ritmos de la colectivización a través de medidas burocráticas y acudiendo incluso a medidas violentas contra los campesinos, Stalin publicó algunos escritos de gran importancia». En ellos Stalin insistía en que, en ningún caso, podía admitirse la violencia en contra de los campesinos medios, que no se podían confundir los aliados con el enemigo de clase, que había que tener en cuenta la diversidad de condiciones en las distintas regiones de la URSS y que había que realizar la colectivización en intima ligazón con las masas. Por ello Stalin afirma que, al crear los koljoses, había que basarse en la forma del artel (en la cual se colectivizaban los principales medios de producción pero no el terreno alrededor de la casa, las casas de habitación y parte del ganado) respecto a la comuna.
A pesar de estos errores, el Plan Quinquenal había determinado, también en la agricultura, una transformación completa de los métodos de producción y de las condiciones de vida de los campesinos. El Parque de Tractores había pasado de 34.000 tractores en 1929 a 204.000 en 1933. En 1930 había 7 trilladoras; en 1932 había 11.500 En 1930 había 100 talleres de reparación para maquinaria agrícola, en 1932 había 2.000. En 1930 los campesinos podían disponer de 200 camiones, en 1932 de 13.500. Estos resultados se habían obtenido en una situación de cerco imperialista, creando literalmente desde la nada ramas enteras industriales. Ninguno de estos productos se producían en la URSS antes de 1930.
Este extraordinario desarrollo económico estuvo acompañado por un gran desarrollo y elevación de las condiciones de vida y culturales de los trabajadores. El salario medio subió de los 991 rublos en 1930 a los 1,519 en 1933 (manteniendo fijos los precios) En toda la industria se adoptó la jornada de 7 horas. El analfabetismo bajó del 33 por 100 al 10 por 100. Los alumnos de las escuelas pasaron de 14 millones a 26 millones. Los niños en guarderías de 800.000 a 6 millones. Los institutos superiores de 91 en 1814 a 600 en 1933. Los cines de 10.000 a 30.000. La tirada de periódicos de 12 millones de copias en 1929, a 36 millones en 1933.
El triunfo del Plan Quinquenal no fue un triunfo puramente técnico e industrial. Constituyó una gran victoria política del Partido encabezado por Stalin. En la lucha contra la derecha revisionista de Bujarin, la cuestión había sido precisamente la siguiente: la derecha afirmaba que dado su atraso industrial, Rusia no podía respaldar con máquinas y medios técnicos la colectivización de la agricultura y que al mismo tiempo la agricultura atrasada de Rusia no podía proporcionar a los ciudadanos (a la industria) la producción suficiente para su desarrollo. Este era también el punto de vista de Trotski, el cual veía la única salida en la revolución socialista en los países más desarrollados y en la ayuda por parte de éstos. El Plan Quinquenal, demostró que esto no era cierto y que el control de los principales medios de producción, por parte del proletariado, podía permitir la construcción del socialismo sobre la base de la alianza obrero-campesina. El Plan Quinquenal significó la victoria en la práctica de la línea de la revolución ininterrumpida de Lenin formulada por primera vez en 1905 y en nombre de la cual en 1917 el Partido bolchevique había realizado la victoriosa insurrección y Revolución de Octubre.
La II Guerra Mundial
Los grandes éxitos alcanzados por la Unión Soviética durante el 1er Plan Quinquenal, el constante ascenso de su economía, se había producido mientras el mundo capitalista se veía sacudido por una de las mayores crisis económicas de su historia. Los índices de la producción industrial de todos los principales países capitalistas descendieron en vertical. El paro, se extendió masivamente.
En 1933 la crisis se transformó en estancamiento. Después de 1934 hubo cierta reanimación, pero a partir de 1937 aparecieron los primeros síntomas de una nueva crisis económica. Esta crisis era particularmente grave en los Estados Unidos y ya se extendía a Francia e Inglaterra. Menos afectados aparecían los países que habían procedido a una intensa militarización de su economía (Alemania, Italia, Japón) Pero Stalin preveía que pronto esta crisis se extendería también a estos países:
¿Qué significa encarrilar al país por los cauces de la economía de guerra? Significa imprimir a la industria una dirección unilateral, de guerra; extender por todos los medios la producción de artículos necesarios para la guerra, producción que no está relacionada con el consumo de la población; restringir por todos los medios la producción y, sobre todo, el suministro al mercado de artículos de consumo popular; por lo tanto reducir el consumo de la población y llevar al país a una crisis económica». («Informe ante el XVIII Congreso del Comité Central del PC (b)» en «Cuestiones del leninismo» Ed. cit. pág. ó97)
Stalin preveía que:
«La crisis actual será más dura y será más difícil de combatir que la crisis anterior» porque «la nueva crisis se ha iniciado no después de un florecimiento de la industria, como ocurrió en 1929, sino después de la depresión y de una cierta reanimación, la que, no obstante, no se convirtió en florecimiento» (Ibíd. pág. ó94-5)
Por otra parte la guerra, que estaba a punto de extenderse a escala mundial complicaba extraordinariamente la crisis y la agravaba.
Mientras el mundo capitalista se debatía en estas contradicciones, la economía de la URSS experimentaba un ascenso incontenible. El segundo Plan Quinquenal, presentado en el XVII Congreso (1934) preveía que la Unión Soviética alcanzaría una producción industrial ocho veces superior a la de antes de la I Guerra Mundial. El segundo Plan preveía una inversión global de 133.000 millones de rublos (en el primer Plan habían sido 64.000 millones)
En el siguiente Congreso (1938) Stalin pudo anunciar que el volumen de la producción industrial de la URSS se había casi quintuplicado con respecto a 1929. En el mismo periodo la producción industrial había bajado en un 28 por 100 en los Estados Unidos en un 30 por 100 en Francia, y en los demás países capitalistas había permanecido estancada o se había incrementado ligeramente. La economía soviética había crecido impetuosamente sin verse afectada por la «gran depresión».
Con respecto a la preguerra (1913) la producción industrial había crecido en un 900 por 100: los objetivos del Plan habían sido superados. Con respecto al mismo periodo la producción de los Estados Unidos se había incrementado en un 20 por 100, la de Inglaterra en un 13 por 100, la de Alemania en un 31 por 100. La de Francia había bajado en un 7 por 100.
En la industria el sector socialista había desplazado casi totalmente al sector privado (0,03 por 100 del total) En el XVIII Congreso (10 de marzo de 1939) Stalin afirmaba:
«La desaparición de la industria privada no puede ser considerada como una casualidad. Sucumbió, ante todo, porque el sistema socialista de la economía es superior comparado con el capitalista. Sucumbió en segundo lugar, porque el sistema socialista de la economía nos dio la posibilidad de reequipar, en el curso de unos cuantos años toda nuestra industrie socialista sobre una base técnica nueva, moderna. Semejante posibilidad no la proporciona ni puede proporcionarla el sistema capitalista de la economía. Es un hecho que, desde el punto de vista de la técnica de la producción, desde el punto de vista del grado de saturación de la producción industrial con nuevos elementos técnicos, nuestra industria ocupa el primer puesto en el mundo» (Ibíd., pág. 708)
Stalin indicaba que, desde el punto de vista de la producción industrial, la URSS estaba por detrás de los países industrializados del Occidente solamente desde el punto de vista de la producción industrial per cápita. Para alcanzarles también en este terreno aún se necesitarían algunos anos.
En la agricultura se había experimentado un constante incremento de la producción. La superficie sembrada había aumentado en un 30 por 100 con respecto a 1913. El número de tractores había pasado, en el curso del Plan, de 200.000 a 400.000. El número de trilladoras de 25.000 a 600.000. El número de camiones en el campo de 26.000 a 730.000.
La colectivización de la agricultura había dado un ulterior paso hacia adelante. Los koljoses agrupaban al 93,5 por 100 de todas las familias campesinas. La superficie cerealista cultivada individualmente había bajado al 0,6 por 100.
Las condiciones de vida y culturales del pueblo habían experimentado una extraordinaria mejoría. El salario medio había subido de 1.500 rublos a 3.500 rublos. Las inversiones del Estado en obras culturales y sociales habían aumentado de 6.000 millones a 35.000 millones. El número de alumnos en las escuelas había aumentado en un 142,6 por 100.
A partir de 1935 el movimiento stajanovista, que fue esencialmente un movimiento de apropiación de la técnica por parte de la clase obrera, se extendió por todo el país.
«Observad, en efecto, a los camaradas stajanovistas. ¿Quiénes son estos hombres? Son, principalmente obreros y obreras jóvenes o de mediana edad, hombres preparados desde el punto de vista cultural y técnico, modelos de precisión y de exactitud en el trabajo... Están exentos del conservadurismo y de la rutina de algunos ingenieros técnicos y dirigente de la economía. Marchan audazmente hacia adelante, destruyendo las normas técnicas anticuadas y creando otras nuevas, más avanzadas. Introducen enmiendas en las previsiones de capacidad de las empresas o de los planes económicos establecidos por los dirigentes de nuestra industria. A menudo completan y corrigen a los ingenieros y técnicos. Frecuentemente los instruyen y los empujan hacia adelante, pues son hombres que dominan plenamente la técnica de su ramo y saben hacer que la técnica rinda al máximo de lo que se le puede hacer rendir» («Discurso pronunciado en la 1 Conferencia de stajanovistas» en «Cuestiones del leninismo» Ed: cit. pág. ó15)
En 1939, en el XVIII Congreso, Stalin podía anunciar que las clases explotadoras habían visto su poderío económico aniquilado y que el socialismo había triunfado en la URSS. Los pueblos de la Unión estaban reunidos alrededor del Gobierno soviético y del Partido Comunista que había acabado con la explotación del hombre por el hombre y que había abierto el camino del bienestar a la inmensa población del viejo imperio zarista. Stalin dijo:
«He aquí donde reside la base de la solidez del régimen soviético y la fuente de la fuerza inagotable del Poder de los Soviets. Esto significa, entre otras cosas, que en caso de guerra, la retaguardia y el frente de nuestro Ejército, dada su homogeneidad y unidad interior, serán más sólidos que los de cualquier otro país, lo que no deberían olvidar los aficionados extranjeros a los conflictos militares» («Informe ante el XVIII Congreso» Ed. cit. p g. 725)
Uno de los aspectos de la actividad de Stalin que ha sido más atacado y que ha dado lugar al mayor número de calumnias y difamaciones, ha sido su obra de dirigente de la URSS y del Partido Comunista durante la II Guerra Mundial. Como todos saben la guerra mundial terminó con una clamorosa, derrota del nazi fascismo, con la victoria de la URSS (que políticamente salía considerablemente reforzada del conflicto), con una extensión extraordinaria del campo socialista y el reforzamiento del movimiento comunista internacional. Sin embargo un gran número de historiadores se dedican a calumniar o a deformar la obra de Stalin en aquella época. Entre ellos, en primera fila se encuentran los «historiadores» trotskistas para los cuales, en el curso de la II Guerra Mundial la URSS actuó según una lógica completamente nacionalista y chovinista. Más tarde Jruschov, en el curso del XX y del XXII Congreso del PCUS se unió al coro de los calumniadores de Stalin proporcionando una versión alucinante de la actuación de éste en el curso del conflicto, con afirmaciones del tipo de que, «Stalin preparaba las operaciones sobre un mapamundi» e insinuando la idea de que era «un perfecto incapaz en cuestiones militares»; estas calumnias han tenido gran difusión en la URSS y fuera de ella en los últimos años. Según Jruschov la principal «victima» de Stalin y a la vez artífice de la victoria seria Zukov el cuál, sin embargo, en plena «era» jruschoviana escribiría en sus memorias: «Tuve la posibilidad de estudiar a fondo a Stalin como estratega militar, porque hice toda la guerra junto a él. Stalin dominaba los problemas organizativos inherentes a las operaciones de frentes enteros o grupos de frentes y dirigía estas operaciones con pleno conocimiento, porque era competente también en las grandes cuestiones estratégicas. Estas cualidades de Stalin como Comandante Supremo se manifestaron sobre todo a partir de Stalingrado. En la dirección general de la guerra Stalin se apoyaba en su ingenio natural y en su rica intuición, Sabia encontrar el elemento principal de una situación estratégica y basarse en él para resistir al enemigo o para conducir ésta o aquélla operación ofensiva. Está fuera de duda que fue un excelente Comandante Supremo».
Sin embargo, estas afirmaciones de Zukov (escritas en «una época en la cuál el hablar bien de Stalin no resultaba nada provechoso en la URSS) no se recogen en los escritos de los historiadores burgueses, que citan por otra parte sin recato las tonterías de Jruschov sobre el «mapamundi».
Recientemente se ha difundido un tercer tipo de deformación de la política staliniana durante la Guerra Mundial: es la de los teóricos «tercermundistas» (nos referimos a los revisionistas chinos) que pretenden, a veces, basarse en Stalin para defender su política chovinista de gran potencia. Para ello presentan la táctica de Stalin en vísperas y durante la guerra bajo un ángulo que en nada se diferencia de la versión trotskista: abandono de toda perspectiva revolucionaria y actuación a remolque de las grandes potencias imperialistas. Como veremos se trata pura y simplemente de burdas calumnias: nos limitaremos aquí a indicar que la oreja trotskista -la intoxicación ideológica trotskista acerca de la cuestión de Stalin-, asoma detrás de las argumentaciones de los revisionistas chinos.
La política de Stalin en vísperas de la II Guerra Mundial representa en realidad uno de los máximos logros del gran dirigente revolucionario. Para juzgar este aspecto de la dirección política de Stalin deberían ser suficientes los éxitos que al fin y al cabo se alcanzaron. La mayoría de los historiadores burgueses acepta que la actividad política de Stalin en vísperas del conflicto fue absolutamente genial y fue coronada por el éxito. No renuncian, sin embargo, a rodear esta política de cierto halo «maquiavélico» y «sin principios» para desprestigiar a Stalin en el plano de la «moral», para transformarlo todo en un turbio complot.
En realidad los éxitos de Stalin en esta época se deben sin duda alguna a la aplicación por su parte de una política de principios, es decir, una política basada en criterios científicos marxista-leninistas y movida por el deseo de servir la causa revolucionaria del proletariado.
Stalin supo apreciar desde un primer momento que la guerra que se iba aproximando tenía su origen en las contradicciones ínter imperialistas y en particular en la voluntad expansionista de la Alemania hitleriana cuyo potencial económico y militar requería un nuevo reparto del mundo entre las distintas potencias imperialistas. Stalin supo apreciar también que esta situación encerraba graves peligros para la URSS. Efectivamente la Unión Soviética -el primer país socialista del mundo- constituía, en el marco de las contradicciones a escala mundial, el enemigo de todas las potencias imperialistas; surgía por lo tanto el peligro de que la agresión hitleriana se desencadenara directamente en contra de la URSS, con el beneplácito de los mismos «adversarios» imperialistas de Alemania (las potencias imperialistas occidentales) Por otra parte, éstas, no podían permitir un excesivo reforzamiento de Alemania, ni siquiera a expensas de la Unión Soviética. Pero podían aplazar su intervención en el conflicto hasta el momento en que lo estimaran más oportuno, reservando sus fuerzas, haciendo que el peso de la guerra recayera en primer lugar completamente sobre la URSS, desgastándola, al mismo tiempo que se debilitaría también Alemania.
Stalin interpretó en este sentido el constante retroceder (hasta 1939) de las potencias occidentales ante el chantaje nazi-fascista. Su opinión era que este retroceder no era producto de la debilidad (como se debía demostrar más tarde, el Occidente era muy fuerte) sino del designio -sobre todo por parte del imperialismo británico- de evitar un conflicto con Alemania antes de que ésta entrara en guerra con la URSS.
“¿Cómo ha podido ocurrir que los países no agresores que disponen de formidables posibilidades, hayan renunciado tan fácilmente y sin resistencia a sus posiciones y a sus compromisos en favor de los agresores?...
La causa principal es que la mayoría de los países no agresores, y ante todo Inglaterra y Francia, renuncian a la política de la seguridad colectiva, a la política de resistencia colectiva a los agresores; que pasan a las posiciones de no intervención, a las posiciones de 'neutralidad'”. (Informe ante el XVIII Congreso. Ed. cit. pág. 701)
Pero ¿se trataba de una auténtica política de neutralidad? Stalin contestaba que no:
«En la política de no intervención se trasluce la aspiración, el deseo, de no impedir a los agresores que lleven a cabo su obra funesta; no impedir, por ejemplo, que el Japón se enrede en una guerra contra China, y mejor aún contra la Unión Soviética; no impedir, por ejemplo, que Alemania se hunda en los asuntos europeos, se enrede en una guerra contra la Unión Soviética; hacer que todos los beligerantes se empantanen profundamente en el cieno de la guerra, alentarlos para esto por debajo de cuerda, dejarles que se debiliten y agoten entre si, para luego, cuando ya estén suficientemente quebrantadas, aparecer en la liza con fuerzas frescas, intervenir, claro está, «en interés de la paz»y dictar a los beligerantes, ya debilitados, las condiciones de la paz» (Informe ante el XVIII Congreso págs. 702-3)
La guerra de España, la agresión italiana en contra de Abisinia, la invasión japonesa de China y de Manchuria, la ocupación de Austria. de los Sudetes y por fin la conferencia de Munich y su desarrollo, confirmaron esta afirmación. En una primera fase, Stalin se orientó hacia una alianza de tipo defensivo con Francia e Inglaterra. El objetivo era el de desalentar a Hitler quitándole toda ilusión de poder enfrentarse a sus enemigos por separado. Pero los británicos perseguían justamente el objetivo de un enfrentamiento separado y frontal entre la URSS y la Alemania nazi. Hasta abril de 1939 los soviéticos insistieron en lograr esta alianza. El 17 de abril propusieron a Francia e Inglaterra un pacto de no agresión y de reciproco apoyo. Pero la respuesta inglesa fue inaceptable. Los ingleses pretendían de parte de la URSS una intervención inmediata en el caso de producirse una agresión en contra de Francia y de Inglaterra, pero no aceptaban una actitud correspondiente en el caso de una agresión alemana contra la URSS o en contra de los Estados del Báltico.
Bajo estas circunstancias y en estas condiciones, un pacto con Francia e Inglaterra, lejos de desalentar a Hitler, le orientaría justamente en dirección de una agresión en contra del país de los Soviets.
Por ello Stalin acabó inclinándose por un pacto con Alemania. Si la actitud inglesa hacía imposible un frente común entre los países que constituían el blanco potencial de las miras expansionistas alemanas, había que evitar que la URSS se convirtiera en el primer objetivo de la agresión nazi. Stalin entendió inmediatamente que este objetivo era alcanzable porque Alemania, que se encontraba cercada, no podía no valorar positivamente el ofrecimiento de la URSS; Hitler, además, presionaba sobre Polonia, y tenía interés en que la URSS mantuviera una actitud neutral.
Este fue, muy en resumen, el trasfondo del pacto Von Ribbentrop-Molotov. Y este pacto precisamente ha dado origen a un sin fin de interpretaciones calumniosas y de falsas «teorizaciones».
En su apreciación de las circunstancias Stalin se basó en un análisis de clase marxista-leninista. En primer lugar supo valorar a los adversarios de la URSS por lo que eran: potencias imperialistas agresivas. Stalin rehuyó cualquier análisis mecanicista y en su apreciación no se encuentra rasgo alguno de las brumosas y confusas teorías acerca del supuesto «ascenso» o «descenso» de éste o aquél imperialista como lo hacen hoy los revisionistas chinos. Stalin sabía muy bien que el conflicto que se acercaba podía asumir formas distintas y que no podía formularse una previsión exacta sobre «quién atacaría a quién». Por ello no encerró la política exterior de la URSS en un molde estrecho, basado en ideas preconcebidas sobre el desarrollo de los acontecimientos futuros. Su preocupación primordial fue: 1) mantener a la URSS al margen del conflicto, si ello resultaba factible; 2) hacer que la URSS, en caso de verse implicada en la guerra, interviniera en las mejores condiciones posibles.
El segundo punto implicaba la necesidad de «ganar tiempo» y la idea de evitar el aislamiento de la URSS y, sobre todo, su intervención en la guerra en una situación de inferioridad y sin aliados.
Para lograr estos objetivos, debido a la naturaleza de clases del enemigo y de los potenciales aliados, había que mantener la absoluta independencia de acción de la política soviética, adaptándola al desarrollo de los acontecimientos.
Aunque Stalin sabia que Alemania representaba el principal peligro de agresión en contra de su país, entendió perfectamente que las contradicciones entre la URSS y Alemania eran de naturaleza distinta de las contradicciones entre Alemania y los demás países imperialistas; por ello jamás consideró a las potencias occidentales como aliados «naturales» de la URSS y supo crear las condiciones de la alianza con espíritu táctico, sacando todas las ventajas posibles a partir de una postura independiente, sin encajonarse en una «alianza» predeterminada que muy probablemente le hubiera dejado solo frente al enemigo.
La política de la URSS antes del conflicto fue sobre todo una política de paz. Stalin, hizo todo lo posible por evitar la guerra en primer lugar y para mantener a la URSS al margen de la misma. Esta fue la base de la actitud independiente de la URSS, pues la URSS fue el único país que trabajó activamente para evitar la masacre. Por ello la política de la URSS no se confundió en ningún momento con la de ningún país imperialista. Basándose en esta posición de principio y manteniéndola hasta el final, Stalin supo sacar de ella todas las ventajas tácticas, valorando todas las posibilidades de maniobra que esta posición independiente le proporcionaba. Pero, sobre todo, Stalin jamás perdió de vista la perspectiva revolucionaria, el hecho de que la política de la URSS se situaba en el marco más amplio de la revolución mundial socialista y de las necesidades del movimiento comunista internacional. Esta posición la mantuvo antes y durante la guerra.
La mayor parte de los historiadores burgueses (en primer lugar los trotskistas) sostienen la tesis de que Stalin en esta época abandonó por completo la perspectiva de las necesidades de la revolución mundial para escoger una línea de actuación completamente chovinista. Según ellos el movimiento comunista internacional fue sacrificado frente a las necesidades de la política de Estado de la URSS. Esta versión está en completa contradicción con los hechos. De todos es sabido que el movimiento comunista salió extraordinariamente reforzado del conflicto mundial. Su posición y desarrollo después de la guerra no puede ni lejanamente compararse con la situación de antes del conflicto.
Algunos escritores hablan de la «inexplicable» popularidad de Stalin entre los comunistas del mundo entero en un momento en que los «abandonaba». Pero hay una explicación muy sencilla de ello: en realidad jamás se produjo tal «abandono». Lo cierto es que la II Guerra Mundial fue acompañada por un desarrollo sin precedentes del movimiento revolucionario dirigido por los comunistas. El eje de este proceso consistió en la participación en primera línea de los comunistas en los movimientos de liberación y democráticos que se desarrollaron en el marco del conflicto, sobre todo en Europa y en Asía.
Esta participación de los comunistas en primera línea, verdadera posición dirigente y de vanguardia, fue preparada por toda la política de los Frentes Populares y por la actividad de la Internacional Comunista. Los partidos comunistas de los diferentes países se convirtieron, ya antes de que estallara el conflicto mundial, en los principales animadores de la resistencia al fascismo en el frente interno y en un poderoso respaldo de la política de paz de la Unión Soviética. Cuando los Ejércitos de las potencias del Eje invadieron países de Europa, Asía y África, los partidos comunistas se convirtieron en los principales abanderados de la lucha por la democracia y por la resistencia nacional. Esta fue la línea seguida también de cara a nuestra guerra nacional revolucionaria en contra de la rebelión franquista. La URSS por su parte apoyó al Gobierno republicano en el plano material y en el plano político, y la Internacional Comunista envió a sus mejores hijos a luchar en nuestras trincheras.
En realidad Stalin supo, en vísperas y durante la II Guerra Mundial, combinar eficazmente las necesidades de la defensa de la URSS (el primer y hasta entonces único país socialista) con los intereses del movimiento revolucionario internacional. La prueba está en las justas posiciones de principio que siempre mantuvo y en los resultados prácticos que acabó por alcanzar.
El 21 de junio de 1941 Alemania atacó por sorpresa a la URSS. El pacto de no agresión había permitido a la Unión Soviética ganar algunos meses para reforzarse militarmente y, sobre todo, había creado las condiciones para que Alemania entrara en guerra con Francia e Inglaterra antes de atacar a la URSS. Pero la extensión del conflicto hacia el Este se había hecho prácticamente inevitable. Francia se había desplomado de manera asombrosamente rápida ante las divisiones hitlerianas. No existió prácticamente un frente occidental. Según parece, Hitler llegó a la conclusión de que había que aprovechar el momento favorable para «acabar» con la URSS antes de que la apertura de un frente en el Oeste, por parte de los norteamericanos e ingleses, le atara definitivamente las manos.
Jruschov en el XX Congreso acusó a Stalin de haber dejado a la URSS sin defensas adecuadas ante unos claros síntomas de agresión por parte de Alemania y de no haber previsto el ataque. Esto no es cierto. A primeros de mayo Stalin sustituyó a Molotov como Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Oficialmente se explicó que Molotov estaba sobrecargado de trabajo, pero era evidente que también Stalin lo estaba. Efectivamente, había síntomas de una actitud distinta de Alemania hacia la URSS. En primer lugar la «fuga» de Herman Hesse a Londres que podía interpretarse como un «cable» lanzado por los alemanes a los ingleses. Al respecto se lanzaron un sin fin de rumores que fueron recogidos par la prensa y por los servicios de información. Pero, justamente, Stalin se mantuvo extraordinariamente cauteloso ante tales rumores. En realidad, desde el comienzo de la guerra, los ingleses difundieron cuanto antes toda clase de falsas noticias para provocar ese enfrentamiento entre Alemania y la URSS que constituía el objetivo de su política exterior desde hacia varios años. Jruschov, en su famoso «informe secreto», habla de que se capturó a éste o aquél desertor, que el tal desertor dijo que se iba a producir un ataque, etc. Es absolutamente ridículo pensar que las decisiones del Gobierno soviético pudieran basarse sobre tales hechos. En realidad Stalin actuó muy correctamente resistiéndose a movilizar al Ejército Rojo hasta el momento de la evidencia de la agresión: sabía muy bien que la movilización significaba la guerra y no quería verse envuelto en la misma como resultado de una trampa británica.
En realidad, desde el comienzo del conflicto, Stalin mantuvo una actitud totalmente coherente: siempre se esforzó por basarse en los factores permanentes de fuerza que estaban del lado de la URSS y dejó en un segundo plano (aún sin perderlos de vista) los aspectos circunstanciales y secundarios. Su actitud de evitar a toda costa asumir la iniciativa de la guerra fue una decisión acertada pero difícil y que supuso pagar un precio muy alto: la pérdida de la iniciativa en la primera fase del conflicto. Las tropas alemanas, con su ataque traicionero y por sorpresa, lograron penetrar profundamente en el territorio soviético.
El 3 de julio Stalin habló por radio a los pueblos de la URSS. Sus primeras palabras fueron, al mismo tiempo, solemnes y emocionadas: «Hermanos, hermanas, me dirijo a vosotros amigos míos». Pidió al pueblo que se mantuviera unido alrededor del Partido. Volvió a reiterar las razones del pacto con Alemania, resaltó que a través del mismo se había ganado año y medio y agradeció el ofrecimiento de ayuda por parte de ingleses y norteamericanos. Luego pasó a analizar la situación en el frente.
Stalin no ocultó en absoluto las dificultades de la situación y las graves pérdidas sufridas. Grandes extensiones de la URSS se encontraban ocupadas por el enemigo. Numerosas ciudades habían sido bombardeadas. Pero no había que desanimarse. Los alemanes habían atacado de improviso y no había que olvidar que se encontraban en pie de guerra desde hacia dos años. El Ejército Rojo, en el momento del ataque, aún no había sido movilizado. A continuación lanzó sus primeras directrices al pueblo de cara a la resistencia: había que formar la milicia popular en las ciudades amenazadas, hacía falta «formar grupos guerrilleros, a caballo, a pie, crear grupos de combate para luchar contra las unidades enemigas, para desencadenar en todas partes la guerra de guerrillas, para volar los puentes, las carreteras, para interrumpir las comunicaciones telefónicas y telegráficas, para incendiar los bosques, los almacenes...»
Con su primer discurso Stalin llamaba al pueblo de la URSS a sumarse a la guerra, instándole a que hiciera «tierra quemada» de la retaguardia del enemigo. Desde el primer momento Stalin consideraba al pueblo como el primero y fundamental factor de la victoria.
Muchos observadores, más tarde, han destacado las analogías entre la táctica adoptada por Stalin en la primera fase del conflicto y la que había empleado más de un siglo antes Kuzutov para hacer frente a la invasión napoleónica. Stalin, efectivamente, supo aprovechar el que el enemigo se viera cada vez más alejado de sus fuentes principales de abastecimiento.
Los alemanes al adentrarse cada vez más en el territorio enemigo, se enfrentaban en la retaguardia con la hostilidad y a menudo con la resistencia abierta de la población local. Como veremos, Stalin supo aprovechar también los factores climatológicos (el invierno ruso) para la contraofensiva en los alrededores de Moscú. Sin embargo en los años de 1941-42 el papel de estos factores no fue el mismo que en el siglo pasado.
La guerra en curso era una guerra moderna, en la cuál participaban Ejércitos mucho más numerosos. La tecnología reducía las distancias, y algunos factores que en el pasado habían sido decisivos, ya no lo eran. Por ello el Ejército Rojo no pudo limitarse a una simple retirada sino que tuvo que aplicar una táctica de defensa activa, librando encarnizados combates, esforzándose por inflingir el mayor número de pérdidas y de bajas al enemigo, retirándose, pero defendiéndose ininterrumpidamente.
Esta retirada basada en la defensa activa desgastó al enemigo hasta que en las puertas de Moscú se dieron las condiciones para la contraofensiva. Jruschov se ha esforzado por desfigurar esta fase de la guerra, presentándola como una especie de desastre militar, causado por los «errores» de Stalin, y tratando de separar mecánicamente la primera fase del conflicto de la segunda.
Algunos comentaristas insisten en presentarnos a un Stalin casi «aterrorizado» por el desarrollo de los acontecimientos.
La táctica seguida en la primera fase de la guerra había sido dictada, según ellos, por un desesperado y casi irracional deseo de impedir el avance del enemigo. Se habla a menudo de una tozuda y ciega hostilidad de Stalin contra cualquier forma de «retirada estratégica». En realidad Stalin sabía valorar las condiciones de la guerra moderna y temía un avance demasiado rápido y sin resistencias del enemigo.
Pero en sus discursos de esta época se aprecia una lúcida conciencia de que el avance enemigo en las condiciones en que se realizaba iba creando para los alemanes problemas cada vez más insolubles.
La encarnizada resistencia del Ejército Rojo iba impidiendo a los alemanes utilizar su táctica favorita basada en los planes-horario y en la guerra relámpago. El factor sorpresa, que había constituido el elemento principal de sus primeros éxitos iba perdiendo cada vez más eficacia.
Otros factores iban pasando a un primer plano: la solidez de la retaguardia, el número de divisiones y su armamento, la capacidad de los mandos y el espíritu de las tropas.
Por otra parte, Stalin sabía perfectamente analizar todo el conjunto de factores que determinaban, por encima de los éxitos parciales logrados por los alemanes, una evolución de la guerra favorable a la URSS.
El 7 de noviembre de 1941 Stalin había pronunciado un importante discurso en el desfile militar con ocasión del aniversario de la Revolución de Octubre. El desfile tenía lugar con la capital prácticamente sitiada por el enemigo, y su celebración constituía a la vez un desafío y una gran prueba de firmeza y de serenidad. El día anterior una importantísima reunión, presidida por Stalin, del Consejo de la Capital había tenido lugar en el ferrocarril subterráneo. Stalin, a pesar de la amenaza del enemigo, se había negado a que el Gobierno abandonara la ciudad (solamente el Cuerpo diplomático había dejado Moscú.)
Según su costumbre, Stalin no ocultó las dificultades del momento. Dijo claramente que la situación era gravísima y que gran parte del territorio de la URSS había sido ocupado por el enemigo. Sin embargo, añadía, la situación era favorable. El enemigo, a medida que avanzaba en el territorio soviético se alejaba de sus propias bases. En estas circunstancias la acción de los guerrilleros se convertía en un factor de primera importancia. Un segundo factor estaba constituido por el hecho de que el imperialismo no había logrado fraguar una «santa alianza» en contra de la URSS. Además, el régimen soviético había demostrado ser interiormente sólido y tenía el apoyo de la abrumadora mayoría del pueblo. Existían además otros factores, políticos y morales. La ideología nazi, por su carácter corrompido y decadente, constituía un elemento de debilidad del enemigo. Los nazi-fascistas, en todos los territorios ocupados, se habían abandonado a actos de un salvajismo monstruoso. Un colosal movimiento de resistencia armada iba surgiendo en todos los países de Europa: «solamente los tontos hitlerianos no logran entender que los pueblos esclavizados de Europa lucharán y se sublevarán en contra de la tiranía hitleriana». En último lugar Stalin mencionaba la coalición militar en contra del imperialismo alemán.
Como se ve, Stalin estaba lejos de encontrarse a remolque de los acontecimientos. Por el contrario mantenía intacta su extraordinaria capacidad de analizar los acontecimientos en profundidad, de sintetizar los aspectos esenciales de la situación, relegando a un segundo plano lo accesorio. En particular siempre colocó en un primer plano lo político y lo ideológico, y jamás consideró la guerra como un asunto puramente militar. Por ello incluso en una fase en que el Ejército Rojo sufría graves reveses, es decir, en una fase en que las cosas, en el plano militar, no marchaban de manera satisfactoria, jamás perdió la confianza en la victoria final, porque sabía que el esfuerzo bélico que su país estaba soportando estaba respaldado por una justa política y por una ideología revolucionaria.
Stalin jamás ocultó lo difícil de la situación y tampoco el hecho de que en la primera fase de la guerra se hubieran cometido algunos errores. En un discurso pronunciado el 24 de mayo de 1945 diría: «Nuestro Gobierno cometió muchos errores. Hemos conocido momentos en los que la situación era desesperada cuando, en 1941 y en 1942, nuestro Ejército se retiraba, cuando abandonaba nuestras ciudades y nuestros pueblos de Ucrania, de Bielorrusia, de Moldavia, de la región de Leningrado, de las repúblicas bálticas, de la región carelo-finlandesa. Otro pueblo hubiera dicho a su Gobierno: `No habéis respondido a nuestra confianza, marchaos, tomaremos otro gobierno que haga la paz con Alemania y que nos asegure la tranquilidad'. El pueblo ruso no lo ha hecho, porque tenía confianza en la justeza de la política de su Gobierno. Ha aceptado el sacrificio para que Alemania fuera aplastada. Esta confianza del pueblo ruso en el Gobierno de los Soviets ha sido la fuerza decisiva que ha asegurado la victoria histórica sobre el enemigo de la humanidad, sobre el fascismo».
Como vemos Stalin ponía por encima de todo, por encima de los errores que se habían dado en la dirección militar, la justeza de la política y de la ideología comunista. La política del Partido y su ideología marxista-leninista constituían la base que aseguraba la victoria. Por ello, lo fundamental era que el pueblo se mantuviera unido alrededor del Partido, que respaldara su política, e ir solucionando sobre esta base, con audacia y espíritu científico, los problemas militares.
así pues, Stalin jamás trató de «ocultar» los errores cometidos en la fase inicial, ni de disminuir ante los ojos del pueblo la gravedad de la situación que se había creado en el rápido avance alemán, ni tampoco el hecho de que el Ejército Rojo se había visto obligado a retirarse a causa de la superioridad inicial del enemigo. Pero al mismo tiempo que reconocía estos hechos, insistía una y otra vez en los factores político-ideológicos de la guerra al mismo tiempo que en el plano estrictamente militar, trataba de determinar los puntos débiles que el «victorioso» avance alemán iba creando en el dispositivo enemigo. Todo ello, para los revisionistas e historiadores burgueses, significaba echar humo a los ojos del pueblo, hablar de una forma «triunfalista», para ocultar» el desastre militar».
Pero la historia misma demuestra que no se trataba de «humo», sino de una profunda capacidad de captar la esencia de los problemas prácticos planteados: nadie puede negar que las cosas acabaron desarrollándose tal y como Stalin había previsto, que la guerra terminó con una estrepitosa victoria soviética, y que el avance alemán se convirtió en retirada, hasta la derrota total en las mismas calles de Berlín. En realidad los calumniadores de Stalin, por mucho que hablen o escriban sobre el tema, se enfrentan con el hecho innegable de que la URSS, con Stalin al frente, acabó ganando la guerra y de que esta guerra se ganó por la acción de aquellos factores esenciales que a lo largo de todo el conflicto, en sus escritos y discursos, Stalin puso de relieve.
Para Stalin la guerra en ningún momento fue una cuestión «puramente militar». La II Guerra Mundial no fue combatida solamente por el Ejército Rojo sino es el caso de decirlo, por todo el pueblo de la URSS.
En su primer discurso por radio a los pocos días de la agresión alemana Stalin llamó al pueblo entero a la resistencia y en particular a la formación de núcleos armados guerrilleros en los territorios ocupados por el enemigo. Durante todo el curso de la guerra el movimiento guerrillero, en la retaguardia del enemigo infringió al mismo duras pérdidas, le impidió crear sólidas bases en territorio ruso, le hostigó continuamente impidiéndole consolidarse definitivamente.
Pero la participación del pueblo ruso en la guerra no se limité a ello. Las masas rusas supieron convertir la industria de la URSS en una industria bélica moderna, capaz de hacer frente, a los medios técnicos alemanes. Esto se hizo en condiciones dificilísimas, cuando la mayoría de los hombres en edad de trabajar se encontraban movilizados para el frente, bajo los bombardeos y ante el avance del enemigo. En estas condiciones hubo que transportar toda la industria hacia el oriente para impedir que cayera en manos del enemigo. Fue una auténtica epopeya, un episodio casi sin precedentes en la historia. Toneladas y toneladas de maquinaria, de equipos industriales de todo tipo, fueron removidas de sus emplazamientos y transportadas a miles de kilómetros de distancia. Al mismo tiempo, en Moscú y en otras capitales, se creó un movimiento de masas de obreros ancianos que, utilizando los rectos del equipo que habían permanecido en las naves semiabandonadas, pusieron en marcha una industria de emergencia. Las mujeres se volcaron en la producción.
La juventud comunista se movilizó en masa en contra de los bombardeos. De manera particular en Moscú, donde la mayoría de los edificios estaban construidos fundamentalmente con madera, por lo que en cada bombardeo había el peligro de incendios de amplísimas proporciones, los jóvenes permanecían en los tejados durante los ataques de la aviación enemiga para apagar los fuegos. Toda la población de las ciudades estaba encuadrada en un organismo de defensa pasiva (OSOAVIOKHIM) y realizaba tareas de preparación para defenderse en contra de la guerra química y para la neutralización de las bombas incendiarias.
La victoria de la URSS en la guerra fue posible porque todo el pueblo ruso se mantuvo unido alrededor del Partido Comunista y fue movilizado para la guerra. El pueblo ruso fue un arma cien veces más poderosa que todos los «panzer» alemanes, que todas las divisiones nazis.
La ofensiva «decisiva» contra Moscú fue lanzada por los alemanes el 16 de noviembre y alcanzó su punto de máxima intensidad hacia finales del mes. En algunos puntos el Ejército nazi llegó a diez kilómetros de la capital. El 6 de diciembre comenzó la contraofensiva del Ejército Rojo. Las reservas que durante semanas habían afluido desde el este y que habían permanecido ocultas en los bosques próximos a la capital, pasaron al contraataque y rechazaron al enemigo obligándole a retroceder varios kilómetros.
Como Stalin había afirmado una y mil veces, las reservas, la solidez de la retaguardia se convirtieron en un factor decisivo. También influyó la mayor preparación del Ejército Rojo para la guerra invernal. En este aspecto Stalin supo aprovechar un factor ambiental tradicionalmente favorable en el plano militar a los ejércitos rusos. Por ello la contraofensiva se lanzó al comenzar el gran invierno ruso. Pero las condiciones de 1942 no eran las del siglo XIX. Por ello, en este aspecto, la superioridad soviética fue sobre todo una superioridad técnica de tipo moderno para combatir una guerra en tales condiciones: el Ejército Rojo tenía una preparación superior porque había desarrollado motores especiales, aceites especiales, transportes, abastecimiento, vestuario, diversas técnicas de camuflaje particularmente adecuadas para las condiciones del invierno.
La contraofensiva de Moscú abrió una nueva fase en el desarrollo de la guerra. Es cierto que durante el año de 1942 el Ejército Rojo no pudo llevar hasta sus últimas consecuencias el contraataque comenzado en los alrededores de la capital. Las mismas condiciones invernales que habían permitido dar la vuelta a la situación establecían al mismo tiempo las limitaciones de la contraofensiva. Las carreteras, los ríos, toda la gran llanura al oeste de Moscú se encontraban cubiertas por una espesa capa de hielo. Por otra parte el frente cubría una superficie inmensa. En tales condiciones no podía concebirse una contraofensiva en gran escala, que suponía grandes movimientos de tropas. Además, durante 1942 los alemanes lanzaron un ataque hacia el sur, con el objetivo de apoderarse de los pozos petrolíferos del Cáucaso y, desde allí, tratar de atacar Moscú desde el sur, con una maniobra envolvente. Pero de esta forma los alemanes, al empeñarse en dos direcciones al mismo tiempo, crearon ellos mismos las condiciones para la batalla de Stalingrado («Cazando dos liebres -diría más tarde Stalin- los estrategas fascistas se han encontrado en una situación embarazosa».) Pero la ofensiva en el sur supuso en un primer momento la necesidad de un esfuerzo de contención suplementario.
De todos es sabido que la batalla de Stalingrado representó el comienzo del fin para el nazi fascismo. Todo el VI Ejército alemán y parte del IV fueron capturados. El Ejército soviético hizo más de cien mil prisioneros, entre los cuales el mariscal Von Paulus y veinte generales.
A partir de Stalingrado comenzó la inexorable retirada alemana hacia Berlín. Los historiadores burgueses se esfuerzan hoy por disminuir aquel éxito presentándolo como un acontecimiento grandioso, pero casi casual en el desarrollo del conflicto, determinado por el error de éste o aquél general alemán o del mismo Hitler. En realidad la batalla de Stalingrado representó el inevitable desenlace de un conflicto que veía enfrentadas, no solamente dos ejércitos, sino dos opuestas concepciones ideológicas, dos clases sociales, dos sistemas sociales, dos mundos distintos.
Millones de hombres interpretaron de esta forma aquel grandioso acontecimiento. En Stalingrado, por primera vez desde el comienzo de la guerra, los Ejércitos nazis que como una pesadilla se habían extendido por Europa, mordían el polvo y sufrían una estrepitosa derrota. La batalla de Stalingrado dio al movimiento de resistencia contra el nazismo en toda Europa un impulso mayor del que había tenido hasta entonces.
La victoria de Stalingrado agigantó la figura de Stalin. El triunfo del Ejército Rojo se convirtió en el símbolo de la victoria y de la resistencia contra el nazi fascismo. Stalin, el máximo dirigente del PCUS, el Comandante Supremo del Ejército Rojo que había vencido en Stalingrado, se convirtió en una figura legendaria, que encendía la imaginación y los sentimientos de millones de seres. Más tarde, se escribirían páginas y páginas acerca del «culto a la personalidad», para desprestigiar y disminuir a Stalin, para presentarle como un personaje mezquino y vanidoso; pero los sentimientos que la figura de Stalin despertaron y aún despiertan, en millones de personas, tenían su origen en el hecho de que este hombre había estado en el centro de dos acontecimientos históricos -la Revolución de Octubre y la derrota del nazismo- con los cuales centenares de millones de personas se habían identificado. Mucho más sin duda, algo infinitamente más profundo y más permanente, de lo que logran para si los modernos «héroes» de la política burguesa con sus mezquinas maniobras publicitarias, con sus «campañas» televisadas, con sus pequeños «cultos de la personalidad» que no se apoyan en ninguna verdadera batalla, que no pueden suscitar ningún sentimiento auténtico y profundo.
Después de la victoria de Stalingrado se puso de manifiesto claramente que el rumbo de la guerra había cambiado definitivamente y que la derrota de la Alemania nazi era ya simplemente una cuestión de tiempo. A la actividad puramente militar, se añadió una actividad diplomática cada vez más intensa, entre las potencias aliadas. El carácter de esta actividad puede ser entendido solamente si se considera que estos aliados eran, en realidad, potenciales enemigos.
Stalin había afirmado correctamente que el carácter de la guerra se había modificado después de la agresión nazi contra la URSS. Este nuevo carácter de la guerra se había acentuado por la extensión y la consolidación en Europa y en Asía, de los movimientos de liberación nacional y de resistencia contra los agresores. Pero Stalin jamás perdió de vista que Inglaterra y los EE.UU. eran dos grandes potencias imperialistas. La alianza entre estos dos países y la URSS había surgido por la existencia de un enemigo común: la Alemania nazi. Pero este enemigo estaba a punto de ser derrotado. ¿Qué sucedería después? El Ejército Rojo avanzaba hacia Berlín y gran parte de Europa estaba salpicada de guerrillas dirigidas por los comunistas. La guerra, otra vez, se iba transformando en revolución.
Al conflicto abierto, contra las potencias del Eje se añadió un segundo conflicto, subterráneo, que estallaría abiertamente después de terminada la guerra mundial. La habilidad diplomática de Stalin había logrado evitar que la URSS se encontrara sola frente a Alemania después de Munich. Pero sus «aliadas» seguían intrigando. La URSS se encontraba soportando el mayor peso del conflicto. Los EE.UU. e Inglaterra se resistían a abrir un segundo frente en la Europa Occidental y en lugar de desembarcar en Francia lo habían hecho en el extremo sur de Italia, en Sicilia, lo cual suponía un largo y difícil avance a lo largo de la península mediterránea.
¿A qué obedecía todo esto? En realidad se trataba de una continuación de la política seguida en vísperas del conflicto, ahora con una proyección directa en el plano militar: hacer que la URSS y Alemania se desgastaran hasta el extremo límite, e intervenir sólo después desde una posición de fuerza. Estas cuestiones fueron objeto de la primera conferencia entre las potencias aliadas. Stalin, Roosevelt y Churchill se encontraron en Teherán.
En Teherán, Stalin consiguió un compromiso abierto de cara a la apertura de un segundo frente. Churchill se oponía abiertamente a un desembarco en el norte de Francia, alegando toda clase de excusas y proponía un desembarco en el Adriático Norte, con el secreto designio de cortar al Ejército Rojo el camino hacia Berlín y tomar posiciones en los Balcanes para poder intervenir, en su momento, en contra del movimiento comunista y de resistencia que se desarrollaba poderoso en esa región.
Stalin en Teherán, supo explotar hábilmente, en el terreno diplomático, los éxitos alcanzados por el Ejército Rojo. Stalin observó que no había un canal de la Mancha entre Rusia y Berlín y que había mucho que recorrer entre el norte de Francia y Alemania. Churchill y Roosevelt entendieron que su propio juego se estaba haciendo peligroso y que cabía la posibilidad de que Alemania se desplomara antes de que los anglonorteamericanos se hubieran consolidado en Francia. De la conferencia de Teherán salió la decisión de abrir un segundo frente.
La conferencia de Teherán y los acontecimientos sucesivos prepararon en cierta medida la conferencia de Yalta. Churchill, obligado ya a aceptar la apertura del frente occidental intrigaba sin recato en los asuntos del Este. En Londres actuaban toda clase de gobiernos títeres montados por los imperialistas occidentales y que deberían de ocupar el poder en los países del este de Europa. Los ingleses tomaron contacto con los alemanes de cara a una paz separada.
En este clima y en esta situación, la conferencia de Yalta llegó a ser una necesidad absoluta. Los trotskistas suelen afirmar que en Yalta la URSS participó en un «reparto del mundo» por esferas de influencia. Se trata de una total deformación de la realidad. En Yalta jamás se hipotecaron los destinos de la revolución en ningún, país del mundo. En Yalta se definió un primer esbozo de acuerdo general entre los aliados de cara a una serie de cuestiones (destino de Alemania, fronteras de Polonia, etc.) cuya definición era absolutamente necesaria si no se quería que la agudización de las contradicciones entre la URSS por un lado y las dos potencias imperialistas occidentales, por el otro, se transformara en guerra abierta en el momento de quedar derrotada Alemania.
El 16 de abril, el Ejército Rojo lanzó la última ofensiva contra Berlín. Fue una terrible batalla por las calles de la capital alemana que cayó el 2 de mayo. El 9 de mayo Alemania capitulaba. La agresión imperialista contra el primer país socialista, había fracasado.
Con el fin de la II Guerra Mundial, en mayo de 1945, concluye nuestro relato biográfico de Stalin. Como se sabe, Stalin murió algunos años más tarde, en 1953. Los últimos años de su vida estuvieron marcados por algunas grandes batallas políticas e ideológicas: contra el imperialismo norteamericano, que tras su victoria en la guerra se convirtió en el Estado más poderoso dentro del campo imperialista; contra el revisionismo moderno, que con el titismo había hecho su primera aparición; para continuar la edificación socialista en la URSS; por el fortalecimiento y la unidad del movimiento comunista internacional. En la última etapa de su vida Stalin escribió también, algunas obras de gran importancia, entre las cuales destaca, «Problemas económicos del socialismo en la URSS».
La publicación del presente trabajo se ha realizado en el marco del año Stalin, con motivo del primer centenario de su nacimiento. Con ella hemos pretendido dar a todos aquellos que se interesan por la historia del movimiento obrero y por la ideología comunista, una guía para orientarse de forma correcta en la interpretación de la obra de Stalin y en el conocimiento de su verdadero perfil político. Se trata de un trabajo militante y polémico al mismo tiempo, en la medida en que la figura y la obra de Stalin han sido tendenciosamente deformadas por la burguesía y el revisionismo.
Nos damos perfecta cuenta de que en el plano biográfico e histórico, este trabajo tiene muchas lagunas. Algunos aspectos se han omitido o reducido voluntariamente. Muy poco se dice acerca de la obra de Stalin al frente de la Internacional Comunista. Nada acerca de los últimos años de su vida. La parte posterior a 1925 está muy resumida. Algunos períodos de su actividad (por ejemplo, su etapa al frente de «Pravda» en 1916 han sido apenas mencionados. Pero nuestro objetivo esencial ha sido el centrar algunas cuestiones ideológicas fundamentales en el marco de un trabajo de tipo biográfico más que en el escribir una biografía completa. Este ha sido el criterio rector y a él nos hemos atenido. Por otra parte, opinamos que algunas cuestiones podrán ser desarrolladas y abordadas en otros trabajos o artículos en el curso del presente año.
Entre estas últimas cuestiones está sin dada el problema de la Internacional Comunista y la actuación de Stalin como dirigente revolucionario del movimiento mundial. Se trata, obviamente, de una cuestión de gran trascendencia ideológica pero por su amplitud y por la implicación de algunos aspectos con la polémica ideológica actual, hemos pensado que sería más oportuno abordarla en otro contexto.
Otras limitaciones han sido impuestas por la escasez de materiales y documentos. Como se sabe ni siquiera existe una edición de las obras de Stalin posteriores a los últimos años 30. Ello obstaculiza una investigación sistemática de los últimos años de su vida. La actuación de Stalin en este período por otra parte, guarda estrecha relación, con la batalla ideológica contra el revisionismo chino. En particular en «Problemas económicos del socialismo en la URSS» encontramos una exposición sistemática que está en radical contraposición con el revisionismo «maoísta». Lo mismo puede decirse «Sobre el proyecto de Constitución en la URSS». Pensamos que, durante el «año Stalin» y en el marco de la batalla ideológica contra el revisionismo chino, se podrá abordar también este aspecto.
En relación con la gran batalla ideológica a, partir de 1925 nuestro objetivo ha sido el de esclarecer, sobre todo, el significado profundo de esa batalla. Muy poco hemos dicho acerca de los avatares y los distintos episodios de la misma. Este último aspecto tiene interés en el plano estrictamente histórico pero, lo repetimos, nuestro interés ha sido más bien ideológico.
Nuestra pretensión ha sido pura y simplemente la de contribuir, con un trabajo concreto, en la tarea más amplia de impulsar el estudio de la figura y de la obra de Stalin para que las enseñanzas contenidas en su actividad teórica y práctica puedan servirnos en nuestra lucha de hoy.
1: El término «insurrección».
2: Se refiere a la resolución del día 10
3: a Trotski
4: En el VIII Congreso del Partido
5: Un pund corresponde a 16,38 Kgs