Política, fútbol y mercado en la visión del escritor uruguayo
Escribe frases sueltas y las convierte en obras inolvidables. Habla de los límites de los gobernantes, del racismo, de Obama, cuenta historias y asegura que lo suyo es escribir. Imperdible.
Por Miguel Russo
Eduardo Germán Hughes Galeano nació el 3 de septiembre de 1940 en Montevideo y escribe el mundo en unas libretitas así de chiquitas, de las que le caben dos en la palma de la mano. Fue caricaturista, mensajero, peón, cobrador, taquígrafo, cajero de banco, redactor de Marcha, director de Época y de Crisis, exiliado.
De Las venas abiertas de América latina, en 1971, hasta el reciente Espejos, sus libros encabezan las listas de más vendidos, aunque está muy alejado de las reglas del best seller. Tan alejado como para saber que el mundo cabe en una página de una cualquiera de sus libretitas. Y que, al dar vuelta las páginas, habrá otro mundo y otro y otro. Como haciéndole caso a Paul Eluard y su frase: “Hay otros mundos, pero están en este”.
Toma un jugo de naranja en el café de la librería El Ateneo, en Santa Fe y Callao. Cuesta encontrarlo, escondido casi en un rincón, entre cientos de personas que leen libros y charlan bajo una cortina de música andaluza a un volumen poco aconsejable. Cuesta encontrarlo, sobre todo, porque Galeano es sinónimo de cafés con historia. Y con historias. Como la de El Brasilero, en Montevideo, muy distinto a este coqueto fruto de la posmodernidad porteña. “Me gusta mucho este lugar –dice–, fue una gran idea convertir este enorme lugar, antes un teatro, en librería y café a la vez. El Brasilero es otra cosa. Pensar que me lo habían cerrado. Llegué ahí hace unas semanas y me encontré con una cortina de fierro hasta el piso.” Galeano cuenta que se impresionó, que quedó como mareado, que casi lo atropella un auto, que se sentó en el cordón de la vereda sin comprender por qué le habían sacado el café. “Como nadie sabía dar razones, me metí a gestionar y fui a pedirle a algunos amigos de los diarios y de la televisión que me ayudaran a resolver esa barbaridad. No en vano soy el socio número uno del café. No podía ser que a una ciudad con una memoria tan corta le rifaran algunos recuerditos. 1877: el café más antiguo de todos”, dice.
El desenlace es típica y genialmente uruguayo: “El nuevo dueño fue a la televisión a pedirme disculpas. Y se comprometió a reabrirlo. Espero ansioso: no tengo dónde tomar café en Montevideo”. Galeano sabe que las reglas de juego del mundo moderno no tienen en cuenta los lugares poco rentables, como un café donde sentarse a recordar: “Uno pide un café y se la pasa tres horas charlando con un amigo o mirando como un pavote por la ventana. Y sí, a la larga van quebrando. Ese es el último que quedaba. Pero el nuevo dueño va a hacer unos cambios y espero que sobreviva”.
–¿Qué significa ese café, todos los cafés, para usted?
–El símbolo de una ciudad que tenía lugares de encuentro, cada vez más difíciles de encontrar. Problema grave: la cultura del mundo actual conduce al desvínculo. Y estos cafés joden a esa cultura. Pertenecen a un tiempo en el que había tiempo para perder el tiempo.
Una historia: “Hace muchos años, yo era un pibe, trabajé en un banco como cadete. Me mandaban a las sucursales más lejanas. Una vez llegué a Cerro Chato, que como su nombre lo indica, no tiene ningún cerro, ni alto ni bajo, ni chato. Allí, la principal referencia era la casa del Doctor Galarza. Todo quedaba a dos cuadras, a la vuelta, hacia la derecha o hacia la izquierda de la casa del Doctor Galarza. Y pregunté si Galarza era abogado o médico. Ninguna de las dos cosas, me dijeron los lugareños. El viejo Galarza, el padre de este tipo, quería tener un hijo con diploma. Cuando el niño nació y su padre vio que no era digno de confianza, le puso de nombre Doctor. Doctor de nombre y Galarza de apellido”. Auténtico Galeano: un tipo que sabe qué hacer con el tiempo.
Tiempo. Perder o ganar el tiempo, dice Galeano. Y como si la palabra remitiera al poder de manera indudable, enumera: “Tabaré, Néstor y Cristina, Lula, Chávez, Correa. No hay nada más ilusorio que el poder. En primer lugar porque dura poco. Y, segundo, porque se parece bastante poco a las intenciones que se tuvo cuando nació. Todos llegan al poder queriendo cambiar la realidad y terminan cambiados por ella. Lo que hay ahora en nuestras tierras es una energía popular de cambio. La reciente despenalización del aborto votada en el Uruguay es una prueba de ello. Lo que no cabe es descalificar esa energía de antemano”.
–¿Descalificación de adentro o de afuera?
–Las dos, pero principalmente de afuera. Vengo de Europa. Y comprobé en las entrevistas que había una carga acusatoria casi, de populismo y demagogia. La vuelta al populismo caudillista en América latina, dicen. Y mi respuesta era siempre la misma con alguna sutil diferencia. En Italia contestaba: “Ustedes, tranquilos, que Berlusconi no tiene la menor influencia”. En Francia, cambiaba a Berlusconi por Sarkozy. Es increíble cómo siguen funcionando los mecanismos coloniales culturales y económicos que mantienen una manera de pensar, de ver el mundo, que de antemano descalifica cualquier proceso de cambio, sobre todo si ocurre en el sur del mundo y se sale un poquito de las normas que ellos van fijando para definir cuál es el cielo y cuál es el infierno.
–¿Otra vez el terror al otro que no es como ellos?
–Sí, el terror o el desprecio. Son estructuras de desprecio que van más allá de todos los títulos que ostenta Europa. A pesar del triunfo de Obama, el mundo sigue muy enfermo de racismo, con el tic de la invasión apelando al verso de salvar a los “pobres otros” llevándoles la democracia. Esperemos que Obama no se olvide que la Casa Blanca que va a ocupar fue construida por esclavos negros.
–Definió los vicios del poder en los países poderosos. ¿Cuáles son en América latina?
–La copianditis: un complejo colonial. La herencia de una concepción que adiestra para ejercer las virtudes del mono y del papagayo. Por suerte, creo que se fue avanzando bastante para terminar con eso. Creo que no hay aquel terror a la originalidad con que Simón Rodríguez, en la primera mitad del siglo XVIII, tenía calados a los nuevos dueños del poder. A naciones que decían ser independientes pero no eran, les decía: copian todo lo que viene de Europa o de Estados Unidos, ¿por qué no copian la originalidad, que es lo más importante? No se salvaba ni Bolívar, el alumno ejemplar de Rodríguez. Bolívar hizo la Constitución de Bolivia, el país que llevaba su nombre y era la niña de sus ojos, y fue excelente, con un único defecto: otorgaba la ciudadanía al 4 por ciento de los ciudadanos.
–¿Cómo?
–Establecía que sólo tenían derecho a la ciudadanía los varones que supieran leer y escribir correctamente en castellano. Es decir, mujeres: afuera. Y los que hablaban en otra lengua, también. En Bolivia había muchas otras lenguas, aymara, quechua, guaraní. Allá lejos y ahora cerca. Pero Bolívar ejerció la copiandería cuando creyó que lo mejor que podíamos hacer era copiar constituciones ajenas.
–Y ser blancos...
–Ser blancos, en definitiva. O parecerlo, por lo menos, ya que todas las clases dominantes latinoamericanas son más blancoides que blancas. Pero claro, se sintieron blancas, culturalmente blancas, que es lo peor que tiene esa expresión.
–Dice que la razón de su último libro es brindar la oportunidad de apreciar la belleza de los colores del arco iris terrestre, con todo su fulgor. ¿Es lo mismo Espejos en otro idioma?
–Para nada. La lengua original en que se pensó cada palabra es única. Hay infinidad de matices que inevitablemente se escapan en las traducciones. Uno debería saber todos los idiomas del mundo para poder leer la originalidad.
–Un monstruo prebabélico...
–Las lenguas fue una de las diversidades calumniadas en la Biblia. Cuando cuenta que Dios castiga a Babilonia con hablar lenguas distintas para que no pudieran entenderse y continuar con la idea de levantar una torre hasta el cielo, nos dice que, desde el comienzo, la diversidad de lenguas es un castigo y no una bendición. Y nos hizo un gran favor salvándonos del aburrimiento de hablar todos la misma lengua y pensar el mismo pensamiento, soñar los mismos sueños, sentir las mismas sensaciones. Las palabras brotan de cierto suelo y huelen de determinada manera.
–Pero en esa afirmación hay una contradicción: el conquistador unifica el idioma, pero los conquistados lo usan de manera inconveniente para el poderoso...
–Como bien dijo el barbudo, el planeta gira por sus contradicciones. Una actual, bien actual: Benicio del Toro haciendo de Guevara para que Hollywood junte más plata. O histórica: la lengua portuguesa hablada por los amos, y de aprendizaje obligatorio en los esclavos, que sirvió para que esos esclavos, provenientes de lugares muy diversos del África, se entendieran y pudieran defenderse. Lo que empezó siendo un factor de opresión, terminó como instrumento de libertad. Como Internet.
–¿Como Internet?
–Internet nació al servicio del Pentágono, que necesitaba diseñar en escala universal sus operaciones militares. Nació al servicio de la muerte y se convirtió en otra cosa. Porque hay una enorme cantidad de mensajes que antes sonaban en campanas de palo y hoy tienen una difusión que de otro modo no hubieran tenido. Y son mensajes alternativos, interesantes. Voces de la diversidad del mundo. Y si no fuera por eso estarían condenadas a sonar poquito.
–Palabras, ¿no le parece que muchas fueron vaciadas de contenido?
–Muchísimas. Proceso, por ejemplo. El diccionario de nuestro tiempo es un libro de puras traiciones. En el uso que les da a las palabras que nacieron significando otra cosa. Libertad es el nombre de una cárcel de Uruguay. Las barbaridades que se cometen en nombre de la democracia. La palabra “mercado”. Mercado era el lugar de encuentro con los vecinos; era colores, aromas. Y ahora el mercado es una suerte de dios todopoderoso que te vigila y te castiga. No hay más que escuchar un informativo para comprobar que todo cae. Y la caída es contagiosa, como demostrando que lo que el mercado de verdad quería era recompensar al revés: que la falta de escrúpulos fuera premiada y que el trabajo y la honestidad fueran castigados. Y este mundo, que tiene una veneración religiosa con el mercado, practica justamente la recompensa al revés. Basta sumar lo que el Estado dio al mercado...
–...es decir, lo que todos dieron a pocos...
–...a esos pocos que son tremendos vivos, los reyes de la fiesta. Cuando gano, gano yo; cuando pierdo, perdés vos. Y ahí viene el Estado que, se supone, expresa la voluntad de todos o que administra la riqueza colectiva, y otorga al mercado tres millones de millones. Dicho así suena a nada, pero si ponemos todos los ceros en fila son doce, con un tres adelante. Es la mayor limosna jamás otorgada en la historia de la humanidad. Hubiera alcanzado para dar de comer a los hambrientos del mundo por muchas décadas. Y, hay que decirlo, con postre incluido.
–¿A quién le serviría que la humanidad comiera, y encima con postre?
–Eso alteraría una de las verdades que el mercado usa para perpetuarse. Y es la que distingue la caridad de la solidaridad. El mercado puede practicar la caridad, pero una ayuda de esa magnitud se convertiría en solidaridad, algo prohibido para el mercado.
–¿Y por qué el mercado no se prohíbe hacer caridad?
–Porque la caridad es vertical, humillante. Dice un proverbio africano: la mano que da está siempre arriba de la que recibe. Si esa inmensa masa de dinero se hubiera destinado a recompensar a las víctimas del sistema mundial de explotación, se hubiera alterado una base esencial del funcionamiento del mercado: la certeza de que la injusticia no existe. O sea, que la pobreza es el justo castigo a la ineficiencia. Así que si sos pobre y tenés hambre, te jodés.
–¿Por qué el fútbol más alegre sale de los países más pobres?
–El fútbol fiesta es una danza con pelota. Y cada pueblo danza de acuerdo con su manera de ser y de vivir. Y se da esa circunstancia de que, por lo general, los pueblos de origen africano tienen una capacidad de bailar la vida, aunque sea a orillas de la muerte, que se refleja en el fútbol. El brasileño tiene una marca negra que se impuso a pesar del racismo dominante durante años. El presidente Epitácio Pessoa, que tiene ahora una calle en la zona más rica de Río de Janeiro, había prohibido en 1921 la presencia de negros en la selección, no fueran a creer en Europa que Brasil era un país del África. Y claro que era un país africano, a mucha honra lo era, y qué suerte que tienen en ser no sólo un país africano, sino también europeo y tantos más. Cuantos más orígenes tenga un país, mejor. Cuantas más raíces te nutran, mejor. Pero para la visión racista del mundo, eso es atroz. Una vez que Brasil se libera de esa carga represiva, esa negación de sí mismo, brilla por encima de todos los demás. Cuando se ve jugar a los equipos africanos, se reconoce esa capacidad de diablura.
–Los dueños del fútbol permitieron a Brasil, Argentina, Uruguay. ¿Permitirán el desarrollo del fútbol africano?
–Bien difícil, ¿no? Pero ahí entra a tallar al antirracismo fronteras adentro cuando se acerca un Mundial. Yo cada vez me sorprendo más de que en Holanda, en Francia, en Alemania, sean todos negros. Los mismos países que ahora resucitan el racismo y se quieren liberar de la presencia incómoda de inmigrantes, les dieron la bienvenida cuando eran mano de obra gratuita y dispuesta a las tareas más cochinas. Ahora lucen el emblema de Francia campeona del mundo con un equipo en el cual había árabes, negros, argentinos, argelinos. Y fueron celebrados como nietos de Juana de Arco. De allí a que esa gente pueda llegar a tener representación política real hay una distancia enorme.
–Participación sí, pero con pantalón corto...
–Claro, el pantalón largo es para los blancos. Y es una contradicción que no tiene solución. En un mundo donde lo que no es rentable no tiene derecho de existencia y donde el único pecado sin expiación es el fracaso, un mundo que no sale de “el que gana está bien y el que pierde, mal”, se impone un fútbol de pura velocidad y fuerza que obliga a ganar y prohíbe perder y que, al mismo tiempo, deja en el camino los ingredientes de su popularidad: la belleza, la fantasía, la capacidad de diablura, de sorpresa. Es una contradicción que para los amos del fútbol no tiene solución. Porque si ellos van a armar las cosas para que siempre ganen los mismos, el fútbol morirá de aburrimiento, como se muere el mundo.
–La diversidad de maneras de jugar...
–Que es igual a la diversidad de lenguas que condenó la Biblia. El fútbol habla lenguas diversas. La del cuerpo, la que expresa su manera de vivir, de ser. El fútbol rioplatense es de una sola baldosa, fútbol tango. En cambio el brasileño es más abierto, más festivo. Y cada país anda con su manera de jugar. Jugar, qué otra bonita palabra. La posibilidad de vivir y de jugar. Tampoco hay que tomarse tan en serio todo.
–¿Y cómo se hace?
–Soy un drogadicto del fútbol sin solución. Aunque sea una mierda, voy a prender la televisión o ir al estadio y lo voy a padecer como si todavía creyera, como cuando era chico, que si sufría mucho iba a ir al cielo. Cuando estoy muy deprimido viendo el fútbol profesional, me voy a caminar por la playa. Y ahí, en Montevideo, en esa playa enorme, siempre algún partidito hay. De chiquilines, claro, que juegan por la alegría de jugar. Y me vuelve el alma al cuerpo.
Otra historia: Raúl Sendic visitaba la redacción del semanario El Sol, donde Eduardo, con poco más de 14 años, hacía caricaturas bajo el nombre de Gius. Sendic lo ayudaba con las condiciones más relevantes de los caricaturizados. Recuerda Galeano: “Después le gritaba al director: ‘Este pibe va a llegar a presidente de la república o a gran delincuente’, y se iba. Muchos años después, en una de mis caminatas por la rambla, me pegaron un pelotazo. El que se acercó a buscar la pelota era un Sendic de pantalones arremangados y descalzo. Me dijo: ‘¿Cómo andás, tanto tiempo?’, y me abrazó, como si no hubiera sido él quien se había comido once años y medio de cárcel. ‘Ya ves, cagando tus predicciones en un 50 por ciento’, le contesté, abrazándolo fuerte”.
–Los intelectuales parecen tener el mismo karma que los futbolistas: está todo bien si usan pantalones cortos, pero cuando se trata del poder quedan excluidos...
–Es cierto. Los que entran, lo hacen para cambiar algo y terminan siendo cambiados, aceptando lo inaceptable, confunden el realismo con el cinismo. El poder suele conducir a eso.
–¿Aceptaría algún cargo?
–No, no sirvo para eso. Lo mío es escribir, ir al café, caminar por la rambla con mi perro. Una posición de poder obliga, necesariamente, a callar algunas cosas o expresarlas con cuidado porque uno es parte de un equipo. Sigo creyendo con Rosa Luxemburgo que no hay nada más revolucionario que decir lo que uno piensa. Y para decir lo que uno piensa hay que estar libre de cualquier atadura.
–Pero también parece conducir a la soledad...
–El oficio de escribir es solitario y solidario, una permanente paradoja. Pero a mí que me dejen con mis tentativas de rescate de la historia no contada, en un mundo que la contradice. Muchas veces me dicen que no escribo libros optimistas. No sé si no lo hago. La realidad es pesimista y optimista. Yo, que soy el autor de mis libros, soy pesimista y optimista.
–Los que plantean eso, ¿son optimistas profesionales?
–Algunos periodistas que, en algunas entrevistas, parecen ser optimistas profesionales. Son aquellos tipos con los cuales no hay ni siquiera el mínimo espacio cultural en común, entonces las preguntas devienen en tren de optimismo o pesimismo.
–¿Qué le gustaría responder a esas preguntas?
–Que entre las 10 y las 12 soy optimista. De ahí a las tres de la tarde, me gana un pesimismo que se va retirando cuando hacia las seis.
–¿Qué hora es?
–La de saber que si alguien quiere leer un libro de autoayuda que lo compre, sobran los títulos. Uno es lo que es, pero sobre todo es lo que hace para cambiar lo que es. Si recibo estímulos de afuera que me sirven, más que nada para saber que el mundo no es tan chico como nos dijeron, bienvenidos sean los estímulos. Pedro Infante cantaba: “Tan grande no será el mundo si cabe en cinco letras”. Pero se equivocó: sí que es grande. Es inmenso. Pasa que en el oficio de escribir llega un momento en que uno se cansa de contemplar los laberintos de su propio ombligo. No es casual que dios o el diablo nos hayan puesto dos orejas y una sola boca, indica que hay que recibir lo que el mundo nos da.
–Y, en su caso, volcarlo en libros...
–Los libros me escriben: van creciendo de adentro hacia afuera. Si les doy órdenes no me hacen caso. Yo dejo que los textos me dicten lo que quieren ser.
–Suena lindo pero mentiroso...
–Poco convincente, ¿no? Pero juro que es lo que siento, que los textos me dictan las palabras. Y las que no entraron en un libro me tocan en el hombro y me preguntan: “¿Qué pasa conmigo, por qué yo no, qué hice de malo?”. Pero no hay nada que hacerle, cuando un libro se despliega, hay cuestiones de ritmo que deben ser coherentes para que el lector se sienta embarcado en un viaje placentero. Y en esa articulación, a veces hay que sacrificar algún relato.
–Es raro, desecha relatos pero después entra en pánico por no saber qué escribir en un nuevo libro...
–Un pánico idéntico al de la primera vez. Lo del terror a la hoja en blanco me acompaña desde el primer día. Y eso debe ser la prueba de que no me jubilé, de estar vivo. Por suerte me empujan cosas misteriosas que me ocurren cuando voy caminando por ahí, por la rambla de Montevideo, por las playas o por cualquier otro lado. Ideas, cosas deshilachadas que voy anotando en mis benditas libretitas. La semana pasada, una nenita, en la facultad de periodismo de La Plata, que acompañaba a su hermana o su hermano, se acercó y me dijo: “Oíme, cuando yo sea grande, quiero ser joven como vos”. Acá está, anotado en la libretita.
Da vueltas las páginas, letra apretada, pocas palabras, sensación de estar a tiro de piedra del infinito. Galeano encuentra una: “Esta es de Ourense, en Galicia. Estaba leyendo unos textitos y en la última fila había un gallego viejo con cara de campesino que me miraba con el ceño fruncido, enojadísimo. Al final, cuando se fueron todos, se me fue acercando. Pensé que iba a morir en manos del campesinado español, pero cuando estuvo a mi lado, enojado aún, dijo: ‘Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo’. Y se fue. Anotado. ¿Cómo puede alguien ser tan sabio y encima parecer enojado?”.
Cuenta, Galeano, otra historia: “Mi perro Morgan tenía un cáncer como una pelota de fútbol. Aclaro que el pirata Henry Smith se llamó Morgan en homenaje a mi perro cuando se enteró de sus hazañas. Sigo: la mañana en que lo íbamos a operar, yo iba caminando con él alrededor de nuestra casa en Montevideo y estábamos los dos tristísimos. Yo no sabía si lo iba a volver a ver vivo y él sabía muy bien lo que le iba a ocurrir. Y venía en dirección contraria a la nuestra una chiquita, no más de dos años, corriendo por el parque: ‘Buen día, pastito’, decía en su media lengua. Con Morgan nos quedamos con la boca abierta. La nena venía en plena celebración del mundo. Quizá porque a esa edad todavía somos paganos. Y se nos fue un poco la tristeza”.
Libretitas que le consiguió su mujer Helena en Italia; otras que le envía una lectora de Bahía Blanca; muchas que le llegan sin saber de dónde. Enanas, llenas de palabras: “La realidad, en el medio de tantos horrores, a veces regala algunas maravillas y hay que fijarlas, como a los médanos, para que no se las lleve el viento. Para eso están las libretitas”.
Fragmentos de "Espejos" (2008)
Tal y como recoge la portada, la obra es "una historia casi universal" por la que se pasean personajes tan diversos como Afrodita, Buffalo Bill, Mozart, Maradona o Hernán Cortes.
Muchas de esas pequeñas historias han surgido de casualidad, ha dicho el autor.
Preguntado por la relación entre el pasado y el presente, Galeano ha manifestado que "el tiempo pasado humilla al presente" y, en tono más humorístico, ha añadido que "sospecha que las máquinas beben de noche y por eso hacen cosas incomprensibles por la mañana, porque están resacosas".
En ese sentido, el escritor ha admitido que tiene "mucha desconfianza" en esas tecnologías y ha añadido que Internet "es un terreno alfombrado lleno de cáscaras de bananas".
Eduardo Galeano también ha denunciado la tendencia actual de "uniformar las opiniones por parte del Estado o de las grandes empresas", consciente de esa multitud de voces que luchan por ser escuchadas.
Fragmentos de "Espejos"
Cada día, leyendo los diarios, asisto a una clase de historia.
Los diarios me enseñan por lo que dicen y por lo que callan.
La historia es una paradoja andante. La contradicción le mueve las piernas. Quizá por eso sus silencios dicen más que sus palabras y con frecuencia sus palabras revelan, mintiendo, la verdad.
De aquí a poco se publicará un libro mío que se llama Espejos. Es algo así como una historia universal, y perdón por el atrevimiento. "Yo puedo resistir todo, menos la tentación", decía Oscar Wilde, y confieso que he sucumbido a la tentación de contar algunos episodios de la aventura
humana en el mundo, desde el punto de vista de los que no han salido en la foto.
Por decirlo de alguna manera, se trata de hechos no muy conocidos.
Aquí resumo algunos, algunitos nomás.
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Cuando fueron desalojados del Paraíso, Adán y Eva se mudaron al África, no a París.
Algún tiempo después, cuando ya sus hijos se habían lanzado a los caminos del mundo, se inventó la escritura. En Irak, no en Texas.
También el álgebra se inventó en Irak. La fundó Mohamed al-Jwarizmi, hace mil 200 años, y las palabras algoritmo y guarismo derivan de su nombre.
Los nombres suelen no coincidir con lo que nombran. En el British Museum, pongamos por caso, las esculturas del Partenón se llaman "mármoles de Elgin", pero son mármoles de Fidias. Elgin se llamaba el inglés que las vendió al museo.
Las tres novedades que hicieron posible el Renacimiento europeo, la brújula, la pólvora y la imprenta, habían sido inventadas por los chinos, que también inventaron casi todo lo que Europa reinventó.
Los hindúes habían sabido antes que nadie que la Tierra era redonda y los mayas habían creado el calendario más exacto de todos los tiempos.
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En 1493, el Vaticano regaló América a España y obsequió el África negra a Portugal, "para que las naciones bárbaras sean reducidas a la fe católica". Por entonces, América tenía 15 veces más habitantes que España y el África negra 100 veces más que Portugal.
Tal como había mandado el Papa, las naciones bárbaras fueron reducidas. Y muy.
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Tenochtitlán, el centro del imperio azteca, era de agua. Hernán Cortés demolió la ciudad, piedra por piedra, y con los escombros tapó los canales por donde navegaban 200 mil canoas. Ésta fue la primera guerra del agua en América. Ahora Tenochtitlán se llama México DF. Por donde corría el agua, corren los autos.
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El monumento más alto de la Argentina se ha erigido en homenaje al general Roca, que en el siglo XIX exterminó a los indios de la Patagonia.
La avenida más larga del Uruguay lleva el nombre del general Rivera, que en el siglo XIX exterminó a los últimos indios charrúas.
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John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos.
Mientras nacía el siglo XVIII, el primero de los borbones, Felipe V, estrenó su trono firmando un contrato con su primo, el rey de Francia, para que la Compagnie de Guinée vendiera negros en América. Cada monarca llevaba un 25 por ciento de las ganancias.
Nombres de algunos navíos negreros: Voltaire, Rousseau, Jesús, Esperanza, Igualdad, Amistad.
Dos de los Padres Fundadores de Estados Unidos se desvanecieron en la niebla de la historia oficial. Nadie recuerda a Robert Carter ni a Gouverner Morris. La amnesia recompensó sus actos. Carter fue el único prócer de la independencia que liberó a sus esclavos. Morris, redactor de la Constitución, se opuso a la cláusula que estableció que un esclavo equivalía a las tres quintas partes de una persona.
El nacimiento de una nación, la primera superproducción de Hollywood, se estrenó en 1915, en la Casa Blanca. El presidente Woodrow Wilson la aplaudió de pie. Él era el autor de los textos de la película, un himno racista de alabanza al Ku Klux Klan.
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Algunas fechas:
Desde el año 1234, y durante los siete siglos siguientes, la Iglesia católica prohibió que las mujeres cantaran en los templos. Eran impuras sus voces, por aquel asunto de Eva y el pecado original.
En el año 1783, el rey de España decretó que no eran deshonrosos los trabajos manuales, los llamados "oficios viles", que hasta entonces implicaban la pérdida de la hidalguía.
Hasta el año 1986 fue legal el castigo de los niños en las escuelas de Inglaterra, con correas, varas y cachiporras.
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En nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la Revolución Francesa proclamó en 1793 la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Entonces, la militante revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. La guillotina le cortó la cabeza.
Medio siglo después, otro gobierno revolucionario, durante la Primera Comuna de París, proclamó el sufragio universal. Al mismo tiempo, negó el derecho de voto a las mujeres, por unanimidad menos uno: 899 votos en contra, uno a favor.
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La emperatriz cristiana Teodora nunca dijo ser revolucionaria, ni cosa por el estilo. Pero hace mil 500 años el imperio bizantino fue, gracias a ella, el primer lugar del mundo donde el aborto y el divorcio fueron derechos de las mujeres.
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El general Ulises Grant, vencedor en la guerra del norte industrial contra el sur esclavista, fue luego presidente de Estados Unidos.
En 1875, respondiendo a las presiones británicas, contestó:
–Dentro de 200 años, cuando hayamos obtenido del proteccionismo todo lo que nos puede ofrecer, también nosotros adoptaremos la libertad de comercio.
Así pues, en el año 2075, la nación más proteccionista del mundo adoptará la libertad de comercio.
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Lootie, Botincito, fue el primer perro pequinés que llegó a Europa.
Viajó a Londres en 1860. Los ingleses lo bautizaron así, porque era parte del botín arrancado a China, al cabo de las dos largas guerras del opio.
Victoria, la reina narcotraficante, había impuesto el opio a cañonazos. China fue convertida en una nación de drogadictos, en nombre de la libertad, la libertad de comercio.
En nombre de la libertad, la libertad de comercio, Paraguay fue aniquilado en 1870. Al cabo de una guerra de cinco años, este país, el único país de las Américas que no debía un centavo a nadie, inauguró su deuda externa. A sus ruinas humeantes llegó, desde Londres, el primer préstamo. Fue destinado a pagar una enorme indemnización a Brasil, Argentina y Uruguay. El país asesinado pagó a los países asesinos, por el trabajo que se habían tomado asesinándolo.
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Haití también pagó una enorme indemnización. Desde que en 1804 conquistó su independencia, la nueva nación arrasada tuvo que pagar a Francia una fortuna, durante un siglo y medio, para expiar el pecado de su libertad.
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Las grandes empresas tienen derechos humanos en Estados Unidos. En 1886, la Suprema Corte de Justicia extendió los derechos humanos a las corporaciones privadas, y así sigue siendo.
Pocos años después, en defensa de los derechos humanos de sus empresas, Estados Unidos invadió 10 países, en diversos mares del mundo.
Entonces Mark Twain, dirigente de la Liga Antimperialista, propuso una nueva bandera, con calaveritas en lugar de estrellas, y otro escritor, Ambrose Bierce, comprobó:
–La guerra es el camino que Dios ha elegido para enseñarnos geografía.
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Los campos de concentración nacieron en África. Los ingleses iniciaron el experimento, y los alemanes lo desarrollaron. Después Hermann Göring aplicó, en Alemania, el modelo que su papá había ensayado, en 1904, en Namibia. Los maestros de Joseph Mengele habían estudiado, en el campo de concentración de Namibia, la anatomía de las razas inferiores. Los cobayos eran todos negros.
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En 1936, el Comité Olímpico Internacional no toleraba insolencias. En las Olimpiadas de 1936, organizadas por Hitler, la selección de futbol de Perú derrotó 4 a 2 a la selección de Austria, el país natal del Führer. El Comité Olímpico anuló el partido.
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A Hitler no le faltaron amigos. La Fundación Rockefeller financió investigaciones raciales y racistas de la medicina nazi. La Coca-Cola inventó la Fanta, en plena guerra, para el mercado alemán. La IBM hizo posible la identificación y clasificación de los judíos, y ésa fue la primera hazaña en gran escala del sistema de tarjetas perforadas.
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En 1953 estalló la protesta obrera en la Alemania comunista.
Los trabajadores se lanzaron a las calles y los tanques soviéticos se ocuparon de callarles la boca. Entonces Bertolt Brecht propuso: ¿No sería más fácil que el gobierno disuelva al pueblo y elija otro?
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Operaciones de marketing. La opinión pública es el target. Las guerras se venden mintiendo, como se venden los autos.
En 1964, Estados Unidos invadió Vietnam, porque Vietnam había atacado dos buques de Estados Unidos en el golfo de Tonkin. Cuando ya la guerra había destripado a una multitud de vietnamitas, el ministro de Defensa, Robert McNamara, reconoció que el ataque de Tonkin no había existido.
Cuarenta años después, la historia se repitió en Irak.
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Miles de años antes de que la invasión estadunidense llevara la Civilización a Irak, en esa tierra bárbara había nacido el primer poema de amor de la historia universal. En lengua sumeria, escrito en el barro, el poema narró el encuentro de una diosa y un pastor. Inanna, la diosa, amó esa noche como si fuera mortal. Dumuzi, el pastor, fue inmortal mientras duró esa noche.
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Paradojas andantes, paradojas estimulantes:
El Aleijadinho, el hombre más feo del Brasil, creó las más hermosas esculturas de la era colonial americana.
El libro de viajes de Marco Polo, aventura de la libertad, fue escrito en la cárcel de Génova.
Don Quijote de La Mancha, otra aventura de la libertad, nació en la cárcel de Sevilla.
Fueron nietos de esclavos los negros que generaron el jazz, la más libre de las músicas.
Uno de los mejores guitarristas de jazz, el gitano Django Reinhardt, tenía no más que dos dedos en su mano izquierda.
No tenía manos Grimod de la Reynière, el gran maestro de la cocina francesa. Con garfios escribía, cocinaba y comía.
Artigas
La arquitectura de la muerte es una especialidad militar. En 1977, la dictadura uruguaya erigió un monumento funerario en memoria de José Artigas. Este enorme adefesio fue una cárcel de lujo: había fundadas sospechas de que el héroe podía escaparse, un siglo y medio después de su muerte. Para decorar el mausoleo, y disimular la intención, la dictadura buscó frases del prócer. Pero el hombre que había hecho la primera reforma agraria de América, el general que se hacía llamar ciudadano Artigas, había dicho que los más infelices debían ser los más privilegiados, había afirmado que jamás iba a vender nuestro rico patrimonio al bajo precio de la necesidad, y una y otra vez había repetido que su autoridad emanaba del pueblo y ante el pueblo cesaba. Los militares no encontraron ninguna frase que no fuera peligrosa. Decidieron que Artigas era mudo. En las paredes, de mármol negro, no hay más que fechas y nombres.
Dos traidores
Domingo Faustino Sarmiento odió a José Artigas. A nadie odió tanto. Traidor a su raza, lo llamó, y era verdad. Siendo blanco y de ojos claros, Artigas se batió junto a los gauchos mestizos y a los negros y a los indios. Y fue vencido y marchó al exilio y murió en la soledad y el olvido. Sarmiento también era traidor a su raza. No hay más que ver sus retratos. En guerra contra el espejo, predicó y practicó el exterminio de los argentinos de piel oscura, para sustituirlos por europeos blancos y de ojos claros. Y fue presidente de su país y egregio prócer, gloria y loor, héroe inmortal.
Constituciones
La principal avenida de Montevideo se llama 18 de Julio, en homenaje al nacimiento de la Constitución del Uruguay, y el estadio donde se jugó el primer campeonato mundial de fútbol fue construido para celebrar el primer siglo de vida de esa ley fundacional. El magno texto de 1830, calcado del proyecto de la Constitución argentina, negaba la ciudadanía a las mujeres, a los analfabetos, a los esclavos y a quien fuera sirviente a sueldo, peón jornalero o simple soldado de línea. Sólo uno de cada diez uruguayos tuvo el derecho de ser ciudadano del nuevo país, y el noventa y cinco por ciento no votó en las primeras elecciones. Y así fue en toda América, de norte a sur. Todas nuestras naciones nacieron mentidas. La independencia renegó de quienes, peleando por ella, se habían jugado la vida; y las mujeres, los pobres, los indios y los negros no fueron invitados a la fiesta. Las Constituciones dieron prestigio legal a esa mutilación. Bolivia demoró ciento ochenta y un años en enterarse de que era un país de amplia mayoría indígena. La revelación ocurrió en el año 2006, cuando Evo Morales, indio aymara, pudo consagrarse presidente por una avalancha de votos. Ese mismo año, Chile se enteró de que la mitad de los chilenos eran chilenas, y Michelle Bachelet fue presidenta.
La avenida más larga
Una matanza de indios inauguró la independencia del Uruguay. En julio de 1830, se aprobó la Constitución nacional, y un año después el nuevo país fue bautizado con sangre. Unos quinientos charrúas, que habían sobrevivido a siglos de conquista, vivían al norte del río Negro, perseguidos, acosados, exiliados en su propia tierra. Las nuevas autoridades los convocaron a una reunión. Les prometieron paz, trabajo, respeto. Los caciques acudieron, seguidos por su gente. Comieron, bebieron y volvieron a beber hasta caer dormidos. Entonces fueron ejecutados a punta de bayoneta y tajos de sable. Esta traición se llamó batalla. Y se llamó Salsipuedes, desde entonces, el arroyo donde ocurrió. Muy pocos hombres lograron huir. Hubo reparto de mujeres y niños. Las mujeres fueron carne de cuartel y los niños, esclavitos de las familias patricias de Montevideo. Fructuoso Rivera, nuestro primer presidente, planificó y celebró esta obra civilizadora, para terminar con las correrías de las hordas salvajes. Anunciando el crimen, había escrito: Será grande, será lindísimo. La avenida más larga del país, que atraviesa la ciudad de Montevideo, lleva su nombre.
Fundación de la tristeza
Montevideo no era gris. Fue agrisada. Allá por 1890, uno de los viajeros que visitaron la capital de Uruguay pudo rendir homenaje a la ciudad donde triunfan los colores vivos. Las casas tenían, todavía, caras rojas, amarillas, azules... Poco después, los entendidos explicaron que esa costumbre bárbara no era digna de un pueblo europeo. Para ser europeo, dijera lo que dijera el mapa, había que ser civilizado. Para ser civilizado, había que ser serio. Para ser serio, había que ser triste. Y en 1911 y 1913, las ordenanzas municipales dictaron que debían ser grises las baldosas de las veredas y se fijaron normas obligatorias para los frentes de las casas, donde sólo será permitida la pintura que imite materiales de construcción, como ser arenisca, ladrillo y piedras en general. El pintor Pedro Figari se burlaba de esta estupidez colonial: -La moda exige que hasta las puertas, ventanas y celosías se pinten de gris. Nuestras ciudades quieren ser Parises... A Montevideo, ciudad luminosa, la embadurnan, la trituran, la castran...
Y Montevideo sucumbió a la copiandería.
En aquellos años, sin embargo, Uruguay era el centro latinoamericano de la audacia y probaba con hechos su energía creadora. El país tuvo educación laica y gratuita antes que Inglaterra, voto femenino antes que Francia, jornada de trabajo de ocho horas antes que los Estados Unidos y ley de divorcio setenta años antes de que la ley se restableciera en España. El presidente José Batlle, don Pepe, nacionalizó los servicios públicos, separó la Iglesia del Estado y cambió los nombres del almanaque. La Semana Santa todavía se llama, en el Uruguay, Semana de Turismo, como si Jesús hubiera tenido la mala suerte de ser torturado y asesinado en una fecha así.
Los derechos civiles en el fútbol
El pasto crecía en los estadios vacíos. Pie de obra en pie de lucha: los jugadores uruguayos, esclavos de sus clubes, simplemente exigían que los dirigentes reconocieran que su sindicato existía y tenía el derecho de existir. La causa era tan escandalosamente justa que la gente apoyó a los huelguistas, aunque el tiempo pasaba y cada domingo sin fútbol era un insoportable bostezo. Los dirigentes no daban el brazo a torcer, y sentados esperaban la rendición por hambre. Pero los jugadores no aflojaban. Mucho los ayudó el ejemplo de un hombre de frente alta y pocas palabras, que se crecía en el castigo y levantaba a los caídos y empujaba a los cansados: Obdulio Varela, negro, casi analfabeto, jugador de fútbol y peón de albañil. Y así, al cabo de siete meses, los jugadores uruguayos ganaron la huelga de las piernas cruzadas. Un año después, también ganaron el campeonato mundial de fútbol. Brasil, el dueño de casa, era el favorito indiscutible. Venía de golear a España 6 a 1 y 7 a 1 a Suecia. Por veredicto del destino, Uruguay iba a ser la víctima sacrificada en sus altares en la ceremonia final. Y así estaba ocurriendo, y Uruguay iba perdiendo, y doscientas mil personas rugían en las tribunas, cuando Obdulio, que estaba jugando con un tobillo inflamado, apretó los dientes. Y el que había sido capitán de la huelga fue entonces capitán de una victoria imposible.
Maracaná
Los moribundos demoraron su muerte y los bebés apresuraron su nacimiento. Río de Janeiro, 16 de julio de 1950, estadio de Maracaná: la noche anterior, nadie podía dormir; y la mañana siguiente, nadie quería despertar.
Peligro en las calles
Desde hace más de medio siglo, Uruguay no ha ganado ningún campeonato mundial de fútbol, pero durante la dictadura militar conquistó otros trofeos: fue el país que más presos políticos y torturados tuvo, en proporción a la población. Libertad se llamó la cárcel más numerosa. Y como rindiendo homenaje al nombre, se fugaron las palabras presas. A través de sus barrotes se escurrieron los poemas que los presos escribieron en minúsculas hojillas de papel de fumar. Como éste: A veces llueve y te quiero. A veces sale el sol y te quiero. La cárcel es a veces. Siempre te quiero. Peligro en las fuentes Según informa el Apocalipsis (21:6), Dios hará un mundo nuevo, y dirá: -A los sedientos ofreceré, gratuitamente, agua de los manantiales. ¿Gratuitamente? ¿El mundo nuevo no tendrá ni un lugarcito para el Banco Mundial, ni para las empresas consagradas al noble negocio del agua? Eso parece. Mientras tanto, en el mundo viejo en el que todavía vivimos, las fuentes del agua son tan codiciadas como las reservas de petróleo y se están convirtiendo en campos de batalla. En América, la primera guerra del agua fue la invasión de México por Hernán Cortés. Los más recientes combates por el oro azul ocurrieron en Bolivia y en Uruguay. En Bolivia, el pueblo alzado recuperó el agua perdida; en Uruguay, un plebiscito popular evitó que el agua se perdiera.
La celeste, que estuvo en los cielos
Hace más de medio siglo que el Uruguay fue campeón del mundo, en el inmenso estadio de Maracaná. Desde entonces, traicionados por la realidad, buscamos consuelo en la memoria.
Si aprendiéramos de ella, todo bien, pero no: nos refugiamos en la nostalgia cuando sentimos que nos abandona la esperanza, porque la esperanza exige audacia y la nostalgia no exige nada.
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El Bebe Coppola, de profesión peluquero, era también el director técnico del club de fútbol del pueblo de Nico Pérez. Esta era la orientación ideológica que daba a sus jugadores:
–La pelota al suelo, los punteros bien abiertos y buena suerte muchachos.
El Bebe Coppola no tuvo nada que ver con Maracaná. Pero fue como si lo estuvieran escuchando: así de simple, así de bien, jugaron aquellos uruguayos la final de 1950.
Más de medio siglo después, todo al revés: jugamos al pelotazo y que Dios se apiade; nuestros punteros, los wings, los alados, ya no vuelan y parecen más bien sonámbulos que deambulan por el centro de la cancha; nuestro fútbol es cerrado, avaro, pesado; y la buena suerte no nos acompaña. Mucho no la ayudamos, la verdad sea dicha, aunque nos sobran ideólogos dispuestos a proporcionar inteligentísimas explicaciones a cada uno de nuestros desastres.
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En aquella final de Maracaná, Uruguay cometió la mitad de las faltas que cometió Brasil.
Pero más de medio siglo después, abundan los uruguayos que dentro y fuera de la cancha confunden el coraje con las patadas y creen que la garra charrúa es otro nombre del crimen. En los partidos internacionales, nunca faltan los inflamados locutores y los hinchas rugientes que antes gritaban: métale, métale, y ahora mandan: mátelo, mátelo. Y hasta hay expertos comentaristas que elogian lo que llaman la falta bien hecha, que es el asesinato cometido cuando el árbitro está de espaldas, y la patada de ablande, que es la que se propina cuando el partido recién empieza y el árbitro no se anima a echar a nadie.
Hemos llegado a creer que no hay nada más uruguayo que jugar al borde de la tarjeta roja. Y si el árbitro la muestra, y quedamos con diez jugadores, ésta es la prueba de que el rival juega con doce: el juez nos ha robado, una vez más, el partido. Y entonces la autocompasión, pobrecito paisito, se nos llena de diminutivos.
A partir de Maracaná, en realidad, hemos ido de mal en peor.
Quizás algo tenga que ver la decadencia del fútbol con la crisis de la educación pública. Nuestros años dorados han quedado muy atrás: en la década del veinte fuimos dos veces campeones olímpicos, en 1930 ganamos el primer campeonato mundial y 1950 fue nuestro canto del cisne. Aquellos milagros parecían inexplicables, en un país con menos gente que un barrio de Ciudad de México, San Pablo o Buenos Aires. Pero desde principios de siglo nuestra educación pública, laica y gratuita había sembrado campos de deporte en todo el país, para educar el cuerpo sin divorciarlo de la cabeza y sin distinguir pobres de ricos.
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Un drama de identidad. Triste anda quien no se reconoce en la sombra que proyecta. Y entre las causas de nuestra desdicha futbolera, que es la gran desdicha nacional, hay que mencionar también la venta de gente.
Exportamos mano de obra y también pie de obra. Los uruguayos, habitantes de un país deshabitado, estamos desparramados por el mundo. Nuestros jugadores también. Tenemos 248 futbolistas profesionales en 39 países. El fútbol es un deporte asociado, una creación colectiva, y no resulta nada fácil armar una selección nacional con jugadores que se conocen en el avión.
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De fútbol somos. El lenguaje cotidiano lo revela:
quien no hace caso, no da pelota;
quien elude su responsabilidad o desvía la atención, tira la pelota afuera;
para enfrentar una crisis, hay que parar la pelota o ponerse la pelota bajo el brazo;
quien hace algo bien, mete un gol, y si lo hace muy bien, un golazo;
quien da una respuesta justa, pone la pelota cortita y al pie;
quien comete deslealtades, ensucia el partido, embarra la cancha, pega de atrás;
quien se equivoca por poquito, pega en el palo;
una buena respuesta es una buena atajada;
quien se descoloca en cualquier situación queda fuera de juego;
quien se equivoca feo se hace un gol en contra;
los niños muy niños están empezando el partido;
los viejos muy viejos están jugando los descuentos;
cuando la mujer echa de casa al marido infiel, le saca tarjeta roja.
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Los uruguayos, pueblo futbolizado, creemos que la patria se acabó en Maracaná.
En el fondo, sospecho, el problema está en que todavía creemos en esta gran mentira impuesta como verdad universal, esta infame ley de nuestro tiempo que nos obliga a ganar para demostrar que tenemos el derecho de existir.
Pero nuestra mayor victoria en el Mundial de 1950 ocurrió después del partido que nos coronó en Maracaná. Nuestro triunfo más alto encarnó en el gesto de Obdulio Varela, el capitán celeste, el caudillo del equipo. Al fin del partido, él huyó del hotel y del festejo. Y se fue a caminar y pasó la noche bebiendo en los bares de Río, callado la boca, de bar en bar, abrazado a los vencidos.
Julio 2007
Abracadabra
"Aquí no hay desaparecidos" fue, durante treinta años, la versión oficial en el Uruguay.
Ahora empiezan a aparecer. Muertos en la tortura, enterrados en los cuarteles.
En el sepelio del primero de ellos, que el 14 de marzo congregó a una multitud en las calles de Montevideo, habló Eduardo Galeano.
Cada 14 de marzo, las uruguayas y los uruguayos que fueron presas y presos de la dictadura celebran el Día del Liberado.
Es algo más que una coincidencia.
Los desaparecidos que están empezando a aparecer, Ubagesner Chaves, Fernando Miranda, nos llaman a luchar por la liberación de la memoria, que sigue presa.
Nuestro país quiere dejar de ser un santuario de la impunidad, impunidad de los asesinos, impunidad de los ladrones, impunidad de los mentirosos, y en esa dirección estamos dando, por fin, después de tantos años, los primeros pasos.
Este no es un fin de camino. Es un inicio. Mucho costó, pero estamos empezando el duro y necesario recorrido de la liberación de la memoria en un país que parecía condenado a pena de amnesia perpetua.
Todos los que aquí estamos compartimos la esperanza de que más temprano que tarde habrá memoria y habrá justicia, porque la historia enseña que la memoria puede sobrevivir porfiadamente a todas sus prisiones y enseña que la justicia puede ser más fuerte que el miedo, cuando la gente la ayuda.
Dignidad de la memoria, memoria de la dignidad.
En el desigual combate contra el miedo, en ese combate que cada uno libra cada día, ¿qué sería de nosotros sin la memoria de la dignidad?
El mundo está sufriendo un alarmante desprestigio de la dignidad. Los indignos, que son los que en el mundo mandan, dicen que los indignados somos prehistóricos, nostalgiosos, románticos, negadores de la realidad.
Todos los días, en todas partes, escuchamos el elogio del oportunismo y la identificación del realismo con el cinismo, el realismo que obliga al codazo y prohíbe el abrazo, el realismo del vale todo y del arreglate como puedas y si no podés, jodete.
El realismo, también, del fatalismo. El más jodido de los muchos fantasmas que acechan, hoy por hoy, a nuestro gobierno progresista, aquí en el Uruguay, y a otros nuevos gobiernos progresistas de América latina. El fatalismo, perversa herencia colonial, que nos obliga a creer que la realidad puede ser repetida, pero no puede ser cambiada, que lo que fue es y será, que mañana no es más que otro nombre de hoy.
Pero, ¿acaso no fueron reales, acaso no son reales, las mujeres y los hombres que han luchado y luchan por cambiar la realidad, los que han creído y creen que la realidad no exige obediencia? ¿No son reales Ubagesner Chaves y Fernando Miranda y todos los que están llegando, desde el fondo de la tierra y del tiempo, a dar testimonio de otra realidad posible? Y todas y todos los que con ellos creyeron y quisieron, ¿no fueron, no siguen siendo reales? ¿Fueron irreales los verdugos, irreales las víctimas, irreales los sacrificios de tanta gente en este país que la dictadura convirtió en la mayor cámara de torturas del mundo?
La realidad es un desafío.
No estamos condenados a elegir entre lo mismo y lo mismo.
La realidad es real porque nos invita a cambiarla y no porque nos obliga a aceptarla. Ella abre espacios de libertad y no necesariamente nos encierra en las jaulas de la fatalidad.
Bien decía el poeta que un gallo solo no teje la mañana. No estuvo solo en la vida, y en la muerte no está solo, este criollo Ubagesner, de nombre tan raro, que hoy es un símbolo de nuestra tierra y nuestra gente.
Este militante obrero encarna el sacrificio de muchas compañeras y de muchos compañeros que creyeron en nuestro país y en nuestra gente, y que por creer se jugaron la vida.
Hemos venido a decirles que valió la pena.
Hemos venido a decirles que no se murieron por morir nomás.
Aquí estamos hoy, reunidos, para decirles qué razón tienen los tangos en eso de que la vida es un ratito, pero hay vidas que duran asombrosamente mucho, porque duran en los demás, en los que vienen.
Tarde o temprano nosotros, caminantes, seremos caminados, caminados por los pasos de después, así como nuestros pasos caminan, ahora, sobre las huellas que otros pasos dejaron.
Ahora que los dueños del mundo nos están obligando a arrepentirnos de toda pasión, ahora que tan de moda se ha puesto la vida frígida y mezquina, no viene nada mal recordar aquella palabrita que todos aprendimos en los cuentos de la infancia, abracadabra, la palabra mágica que abría todas las puertas, y recordar que abracadabra significa, en hebreo antiguo: "Envía tu fuego hasta el final".
Esta jornada, más que sepelio, es una celebración. Estamos celebrando la memoria viva de Ubagesner y de todas y de todos las mujeres y los hombres generosos que en este país enviaron su fuego hasta el final,
los que nos siguen ayudando a no perder el rumbo,
y a no aceptar lo inaceptable,
y a no resignarnos nunca,
y a nunca bajarnos del caballito lindo de la dignidad.
Porque en las horas más difíciles, en aquellos tiempos enemigos, en los años de mugre y miedo de la dictadura militar, ellos supieron vivir para darse y se dieron enteros, se dieron sin pedir nada a cambio, como si viviendo cantaran aquella antigua copla andaluza que decía, y dice todavía, por siempre dice:
Tengo las manos vacías,
pero las manos son mías.
Marzo 2006
Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano
12 de Octubre: Nada que festejar
El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe.
En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y
manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso. Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve.
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El 12 de octubre de 1492, Cristóbal Colón escribió en su diario que él quería llevarse algunos indios a España para que aprendan a hablar ("que deprendan fablar"). Cinco siglos después, el 12 de octubre de 1989, en una corte de justicia de los Estados Unidos, un indio mixteco fue considerado retardado mental ("mentally retarded") porque no hablaba correctamente la lengua castellana. Ladislao Pastrana, mexicano de Oaxaca, bracero ilegal en los campos de California, iba a ser encerrado de por vida en un asilo público. Pastrana no se entendía con la intérprete española y el psicólogo diagnosticó un claro déficit intelectual. Finalmente, los antropólogos aclararon la situación: Pastrana se expresaba perfectamente en su lengua, la lengua mixteca, que hablan los indios herederos de una alta cultura que tiene más de dos mil años de antigüedad.
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El Paraguay habla guaraní. Un caso único en la historia universal: la lengua de los indios, lengua de los vencidos, es el idioma nacional unánime. Y sin embargo, la mayoría de los paraguayos opina, según las encuestas, que quienes no entienden español son como animales. De cada dos peruanos, uno es indio, y la Constitución de Perú dice que el quechua es un idioma tan oficial como el español. La Constitución lo dice, pero la realidad no lo oye. El Perú trata a los indios como África del Sur trata a los negros. El español es el único idioma que se enseña en las escuelas y el único que entienden los jueces y los policías y los funcionarios. (El español no es el único idioma de la televisión, porque la televisión también habla inglés.)
Hace cinco años, los funcionarios del Registro Civil de las Personas, en la ciudad de Buenos Aires, se negaron a inscribir el nacimiento de un niño. Los padres, indígenas de la provincia de Jujuy, querían que su hijo se llamara Qori Wamancha, un nombre de su lengua. El Registro argentino no lo aceptó por ser nombre extranjero. Los indios de las Américas viven exiliados en su propia tierra. El lenguaje no es una señal de identidad, sino una marca de maldición.
No los distingue: los delata. Cuando un indio renuncia a su lengua, empieza a civilizarse. ¿Empieza a civilizarse o empieza a suicidarse?
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Cuando yo era niño, en las escuelas del Uruguay nos enseñaban que el país se había salvado del problema indígena gracias a los generales que en el siglo pasado exterminaron a los últimos charrúas. El problema indígena: los primeros americanos, los verdaderos descubridores de América, son un problema. Y para que el problema deje de ser un problema, es preciso que los indios dejen de ser indios.
Borrarlos del mapa o borrarles el alma, aniquilarlos o asimilarlos: el genocidio o el otrocidio. En diciembre de 1976, el ministro del Interior del Brasil anunció, triunfal, que el problema indígena quedará completamente resuelto al final del siglo veinte: todos los indios estarán, para entonces, debidamente integrados a la sociedad brasileña, y ya no serán indios. El ministro explicó que el organismo
oficialmente destinado a su protección (FUNAI, Fundacao Nacional do Indio) se encargará de civilizarlos, o sea: se encargará de desaparecerlos. Las balas, la dinamita, las ofrendas de comida envenenada, la contaminación de los ríos, la devastación de los bosques y la difusión de virus y bacterias desconocidos por los indios, han acompañado la invasión de la Amazonia por las empresas ansiosas de minerales y madera y todo lo demás. Pero la larga y feroz embestida no ha bastado. La domesticación de los indios sobrevivientes, que los rescata de la barbarie, es también un arma imprescindible para despejar de obstáculos el camino de la conquista.
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Matar al indio y salvar al hombre, aconsejaba el piadoso coronel norteamericano Henry Pratt. Y muchos años después, el novelista peruano Mario Vargas Llosa explica que no hay más remedio que modernizar a los indios, aunque haya que sacrificar sus culturas, para salvarlos del hambre y la miseria. La salvación condena a los indios a trabajar de sol a sol en minas y plantaciones, a cambio de jornales que no alcanzan para comprar una lata de comida para perros. Salvar a los indios también consiste en romper sus refugios comunitarios y arrojarlos a las canteras de mano de obra barata en
la violenta intemperie de las ciudades, donde cambian de lengua y de nombre y de vestido y terminan siendo mendigos y borrachos y putas de burdel. O salvar a los indios consiste en ponerles uniforme y mandarlos, fusil al hombro, a matar a otros indios o a morir defendiendo al sistema que los niega. Al fin y al cabo, los indios son buena carne de cañón: de los 25 mil indios norteamericanos enviados a la segunda guerra mundial, murieron 10 mil. El 16 de diciembre de 1492, Colón lo había anunciado en su diario: los indios sirven para les mandar y les hacer trabajar, sembrar y hacer todo lo que fuere menester y que hagan villas y se enseñen a andar vestidos y a nuestras costumbres. Secuestro de los brazos, robo del alma: para nombrar esta operación, en toda América se usa, desde los tiempos coloniales, el verbo reducir. El indio salvado es el indio reducido. Se reduce hasta desaparecer: vaciado de sí, es un no-indio, y es nadie.
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El shamán de los indios chamacocos, de Paraguay, canta a las estrellas, a las arañas y a la loca Totila, que deambula por los bosques y llora. Y canta lo que le cuenta el martín pescador:
-No sufras hambre, no sufras sed. Súbete a mis alas y comeremos peces del río y beberemos el viento. Y canta lo que le cuenta la neblina:
-Vengo a cortar la helada, para que tu pueblo no sufra frío. Y canta
lo que le cuentan los caballos del cielo:
-Ensíllanos y vamos en busca de la lluvia.
Pero los misioneros de una secta evangélica han obligado al chamán a dejar sus plumas y sus sonajas y sus cánticos, por ser cosas del Diablo; y él ya no puede curar las mordeduras de víboras, ni traer la lluvia en tiempos de sequía, ni volar sobre la tierra para cantar lo que ve. En una entrevista con Ticio Escobar, el shamán dice:
- Dejo de cantar y me enfermo. Mis sueños no saben adónde ir y me atormentan. Estoy viejo, estoy lastimado. Al final, ¿de qué me sirve renegar de lo mío?
El shamán lo dice en 1986. En 1614, el arzobispo de Lima había mandado quemar todas las quenas y demás instrumentos de música de los indios, y había prohibido todas sus danzas y cantos y ceremonias para que el demonio no pueda continuar ejerciendo sus engaños. Y en 1625, el oidor de la Real
Audiencia de Guatemala había prohibido las danzas y cantos y ceremonias de los indios, bajo pena de cien azotes, porque en ellas tienen pacto con los demonios.
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Para despojar a los indios de su libertad y de sus bienes, se despoja a los indios de sus símbolos de identidad. Se les prohíbe cantar y danzar y soñar a sus dioses, aunque ellos habían sido por sus dioses cantados y danzados y soñados en el lejano día de la Creación. Desde los frailes y funcionarios del reino colonial, hasta los misioneros de las sectas norteamericanas que hoy proliferan en América Latina, se crucifica a los indios en nombre de Cristo: para salvarlos del infierno, hay que evangelizar a los paganos idólatras. Se usa al Dios de los cristianos como coartada para el saqueo. El arzobispo Desmond Tutu se refiere al África, pero también vale para América:
-Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia.
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Los doctores del Estado moderno, en cambio, prefieren la coartada de la ilustración: para salvarlos de las tinieblas, hay que civilizar a los bárbaros ignorantes. Antes y ahora, el racismo convierte al despojo colonial en un acto de justicia. El colonizado es un sub-hombre, capaz de superstición pero incapaz de religión, capaz de folclore pero incapaz de cultura: el sub-hombre merece trato subhumano, y su escaso valor corresponde al bajo precio de los
frutos de su trabajo. El racismo legitima la rapiña colonial y neocolonial, todo a lo largo de los siglos y de los diversos niveles de sus humillaciones sucesivas. América Latina trata a sus indios como las grandes potencias tratan a América Latina.
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Gabriel René-Moreno fue el más prestigioso historiador boliviano del siglo pasado. Una de las universidades de Bolivia lleva su nombre en nuestros días. Este prócer de la cultura nacional creía que los indios son asnos, que generan mulos cuando se cruzan con la raza blanca. Él había pesado el cerebro indígena y el cerebro mestizo, que según su balanza pesaban entre cinco, siete y diez onzas menos que el cerebro de raza blanca, y por tanto los consideraba celularmente incapaces de concebir la libertad republicana. El peruano Ricardo Palma, contemporáneo y colega de Gabriel René-Moreno, escribió que los indios son una raza abyecta y degenerada. Y el argentino Domingo Faustino Sarmiento elogiaba así la larga lucha de los indios araucanos por su libertad: Son más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para la Civilización y la asimilación europea. El más feroz racismo de la historia latinoamericana se encuentra en las palabras de los intelectuales más célebres y celebrados de fines del siglo diecinueve y en los actos de los políticos liberales que fundaron el Estado moderno. A veces, ellos eran indios de origen, como Porfirio Díaz, autor de la modernización capitalista de México, que prohibió a los indios caminar por las calles principales y sentarse en las plazas públicas si no cambiaban los calzones de algodón por el pantalón europeo y los huaraches por zapatos. Eran los tiempos de la articulación al mercado mundial regido por el Imperio Británico, y el desprecio científico por los indios otorgaba impunidad al robo de sus tierras y de sus brazos. El mercado exigía café, pongamos el caso, y el café exigía más tierras y más brazos. Entonces, pongamos por caso, el presidente liberal de Guatemala, Justo Rufino Barrios, hombre de progreso, restablecía el trabajo forzado de la época colonial y regalaba a sus amigos tierras de indios y peones indios en cantidad.
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El racismo se expresa con más ciega ferocidad en países como Guatemala, donde los indios siguen siendo porfiada mayoría a pesar de las frecuentes oleadas exterminadoras. En nuestros días, no hay mano de obra peor pagada: los indios mayas reciben 65 centavos de dólar por cortar un quintal de café o de algodón o una tonelada de caña. Los indios no pueden ni plantar maíz sin permiso militar y no pueden moverse sin permiso de trabajo. El ejército organiza el reclutamiento masivo de brazos para las siembras y cosechas de
exportación. En las plantaciones, se usan pesticidas cincuenta veces más tóxicos que el máximo tolerable; la leche de las madres es la más contaminada del mundo occidental.
Rigoberta Menchú: su hermano menor, Felipe, y su mejor amiga, María, murieron en la infancia, por causa de los pesticidas rociados desde las avionetas. Felipe murió trabajando en el café. María, en el algodón. A machete y bala, el ejército acabó después con todo el resto de la familia de Rigoberta y con todos los demás miembros de su comunidad. Ella sobrevivió para contarlo. Con alegre impunidad, se reconoce oficialmente que han sido borradas del mapa 440 aldeas indígenas entre 1981 y 1983, a lo largo de una campaña de aniquilación más extensa, que asesinó o desapareció a muchos miles de hombres y de mujeres. La limpieza de la sierra, plan de tierra arrasada, cobró también las vidas de una incontable cantidad de niños. Los militares guatemaltecos tienen la certeza de que el vicio de la rebelión se transmite por los genes. Una raza inferior, condenada al vicio y a la holgazanería, incapaz de orden y progreso, ¿merece mejor suerte? La violencia institucional, el terrorismo de Estado, se ocupa de despejar las dudas. Los conquistadores ya no usan caparazones de hierro, sino que visten uniformes de la guerra de Vietnam. Y no tienen piel blanca: son mestizos avergonzados de su sangre o indios enrolados a la fuerza y obligados a cometer crímenes que los suicidan. Guatemala desprecia a los indios, Guatemala se auto desprecia.
Esta raza inferior había descubierto la cifra cero, mil años antes de que los matemáticos europeos supieran que existía. Y habían conocido la edad del universo, con asombrosa precisión, mil años antes que los astrónomos de nuestro tiempo. Los mayas siguen siendo viajeros del tiempo: ¿Qué es un hombre en el camino? Tiempo. Ellos ignoraban que el tiempo es dinero, como nos reveló Henry Ford. El tiempo, fundador del espacio, les parece sagrado, como sagrados son su hija, la tierra, y su hijo, el ser humano: como la tierra, como la gente, el tiempo no se puede comprar ni vender. La Civilización sigue haciendo lo posible por sacarlos del error.
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¿Civilización? La historia cambia según la voz que la cuenta. En América, en Europa o en cualquier otra parte. Lo que para los romanos fue la invasión de los bárbaros, para los alemanes fue la emigración al sur. No es la voz de los indios la que ha contado, hasta ahora, la historia de América. En las vísperas de la conquista española, un profeta maya, que fue boca de los dioses, había anunciado: Al terminar la codicia, se desatará la cara, se desatarán las manos, se desatarán los pies del mundo. Y cuando se desate la boca, ¿qué dirá? ¿Qué dirá la otra voz, la jamás escuchada? Desde el punto de vista de los vencedores, que hasta ahora ha sido el punto de vista único, las costumbres de los indios han confirmado siempre su posesión demoníaca o su inferioridad biológica. Así fue desde los primeros tiempos de la vida colonial: ¿Se
suicidan los indios de las islas del mar Caribe, por negarse al trabajo esclavo? Porque son holgazanes. ¿Andan desnudos, como si todo el cuerpo fuera cara? Porque los salvajes no tienen vergüenza. ¿Ignoran el derecho de propiedad, y comparten todo, y carecen de afán de riqueza? Porque son más parientes del mono que del hombre. ¿Se bañan con sospechosa frecuencia? Porque se parecen a los herejes de la secta de Mahoma, que bien arden en los fuegos de la Inquisición. ¿Jamás golpean a los niños, y los dejan andar libres? Porque son incapaces de castigo ni doctrina. ¿Creen en los sueños, y
obedecen a sus voces? Por influencia de Satán o por pura estupidez. ¿Comen cuando tienen hambre, y no cuando es hora de comer? Porque son incapaces de dominar sus instintos. ¿Aman cuando sienten deseo? Porque el demonio los induce a repetir el pecado original. ¿Es libre la homosexualidad? ¿La virginidad no tiene importancia alguna? Porque viven en la antesala del infierno.
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En 1523, el cacique Nicaragua preguntó a los conquistadores: -Y al rey de ustedes, ¿quién lo eligió? El cacique había sido elegido por los ancianos de las comunidades. ¿Había sido el rey de Castilla elegido por los ancianos de sus comunidades? La América precolombina era vasta y diversa, y contenía modos de democracia que Europa no supo ver, y que el mundo ignora todavía. Reducir la realidad indígena americana al despotismo de los emperadores incas, o a las prácticas sanguinarias de la dinastía azteca, equivale a reducir la
realidad de la Europa renacentista a la tiranía de sus monarcas o a las siniestras ceremonias de la Inquisición. En la tradición guaraní, por ejemplo, los caciques se eligen en asambleas de hombres y mujeres -y las asambleas los destituyen si no cumplen el mandato colectivo. En la tradición iroquesa, hombres y mujeres gobiernan en pie de igualdad. Los jefes son hombres; pero son las mujeres quienes los ponen y deponen y ellas tienen poder de decisión, desde el Consejo de Matronas, sobre muchos asuntos fundamentales de la confederación entera. Allá por el año 1600, cuando los hombres iroqueses se lanzaron a guerrear por su cuenta, las mujeres hicieron
huelga de amores. Y al poco tiempo los hombres, obligados a dormir solos, se sometieron al gobierno compartido.
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En 1919, el jefe militar de Panamá en las islas de San Blas, anunció su triunfo:
-Las indias kunas ya no vestirán molas, sino vestidos "civilizados". Y anunció que las indias nunca se pintarían la nariz sino las mejillas, como debe ser, y que nunca más llevarían aros en la nariz, sino en las orejas. Como debe ser. Setenta años después de aquel canto de gallo, las indias kunas de nuestros días siguen luciendo sus aros de oro en la nariz pintada, y siguen vistiendo sus molas, hechas de muchas telas de colores que se cruzan con siempre asombrosa capacidad de imaginación y de belleza: visten sus molas en la vida y con ella se hunden en la tierra, cuando llega la muerte.
En 1989, en vísperas de la invasión norteamericana, el general Manuel Noriega aseguró que Panamá era un país respetuosos de los derechos humanos:
-No somos una tribu -aseguró el general.
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Las técnicas arcaicas, en manos de las comunidades, habían hecho fértiles los desiertos en la cordillera de los Andes. Las tecnologías modernas, en manos del latifundio privado de exportación, están convirtiendo en desiertos las tierras fértiles en los Andes y en todas partes. Resultaría absurdo retroceder cinco siglos en las técnicas de producción; pero no menos absurdo es ignorar las catástrofes de un sistema que exprime al hombre y arrasa los bosques y viola la tierra y envenena los ríos para arrancar la mayor ganancia en el plazo menor.
¿No es absurdo sacrificar a la naturaleza y a la gente en los altares del mercado internacional? En ese absurdo vivimos; y lo aceptamos como si fuera nuestro único destino posible. Las llamadas culturas primitivas resultan todavía peligrosas porque no han perdido el sentido común. Sentido común es también, por extensión natural, sentido comunitarios. Si pertenece a todos el aire, ¿por qué ha de tener dueño la Tierra? Si desde la tierra venimos, y hacia la tierra vamos, ¿acaso no nos mata cualquier crimen que contra la tierra se
comete? La tierra es cuna y sepultura, madre y compañera. Se le ofrece el primer trago y el primer bocado; se le da descanso, se la protege de la erosión. El sistema desprecia lo que ignora, porque ignora lo que teme conocer. El racismo es también una máscara del miedo. ¿Qué sabemos de las culturas indígenas? Lo que nos han contado las películas del Far West. Y de las culturas africanas, ¿qué sabemos? Lo que nos ha contado el profesor Tarzán, que nunca estuvo. Dice un poeta del interior de Bahía: Primero me robaron del
África. Después robaron el África de mi. La memoria de América ha sido mutilada por el racismo. Seguimos actuando como si fuéramos hijos de Europa, y de nadie más.
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A fines del siglo pasado, un médico inglés, John Down, identificó el síndrome que hoy lleva su nombre. Él creyó que la alteración de los cromosomas implicaba un regreso a las razas inferiores, que generaba mongolian idiots, negroid idiots y aztec idiots. Simultáneamente, un médico italiano, Cesare Lombrosos, atribuyó al criminal nato los rasgos físicos de los negros y de los indios. Por entonces, cobró base científica la sospecha de que los indios y los
negros son proclives, por naturaleza, al crimen y a la debilidad mental. Los indios y los negros, tradicionales instrumentos de trabajo, vienen siendo también desde entonces, objetos de ciencia. En la misma época de Lombroso y Down, un médico brasileño, Raimundo Nina Rodrigues, se puso a estudiar el problema negro. Nina Rodrigues, que era mulato, llegó a la conclusión de que la mezcla de sangres perpetúa los caracteres de las razas inferiores, y que por tanto la raza negra en el Brasil ha de constituir siempre uno de los factores
de nuestra inferioridad como pueblo. Este médico psiquiatra fue el primer investigador de la cultura brasileña de origen africano. La estudió como caso clínico: las religiones negras, como patología; los trances, como manifestaciones de histeria. Poco después, un médico argentino, el socialista José Ingenieros, escribió que los negros, oprobiosa escoria de la raza humana, están más próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados. Y para demostrar su irremediable inferioridad, Ingenieros comprobaba: Los negros no tienen ideas religiosas.
En realidad, las ideas religiosas habían atravesado la mar, junto a los esclavos, en los navíos negreros. Una prueba de obstinación de la dignidad humana: a las costas americanas solamente llegaron los dioses del amor y de la guerra. En cambio, los dioses de la fecundidad, que hubieran multiplicado las cosechas y los esclavos del amo, se cayeron al agua. Los dioses peleones y enamorados que completaron la travesía, tuvieron que disfrazarse de santos blancos, para sobrevivir y ayudar a sobrevivir a los millones de hombres y mujeres violentamente arrancados del África y vendidos como cosas.
Ogum, dios del hierro, se hizo pasar por san Jorge o san Antonio o san Miguel, Shangó, con todos sus truenos y sus fuegos, se convirtió en santa Bárbara. Obatalá fue Jesucristo y Oshún, la divinidad de las aguas dulces, fue la Virgen de la Candelaria... Dioses prohibidos.
En las colonias españolas y portuguesas y en todas las demás: en las islas inglesas del Caribe, después de la abolición de la esclavitud se siguió prohibiendo tocar tambores o sonar vientos al modo africano, y se siguió penando con cárcel la simple tenencia de una imagen de cualquier dios africano. Dioses prohibidos, porque peligrosamente exaltan las pasiones humanas, y en ellas encarnan. Friedrich Nietzsche dijo una vez: "-Yo sólo podría creer en un dios que sepa danzar." Como José Ingenieros, Nietzsche no conocía a los dioses africanos. Si los hubiera conocido, quizá hubiera creído en ellos. Y quizá hubiera cambiado algunas de sus ideas. José Ingenieros, quién sabe.
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La piel oscura delata incorregibles defectos de fábrica. Así, la tremenda desigualdad social, que es también racial, encuentra su coartada en las taras hereditarias. Lo había observado Humboldt hace doscientos años, y en toda América sigue siendo así: la pirámide de las clases sociales es oscura en la base y clara en la cúspide. En el Brasil, por ejemplo, la democracia racial consiste en que los más blancos están arriba y los más negros abajo. James Baldwin, sobre los negros en Estados Unidos: -Cuando dejamos Mississipi y
vinimos al Norte, no encontramos la libertad. Encontramos los peores lugares en el mercado de trabajo; y en ellos estamos todavía.
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Un indio del Norte argentino, Asunción Ontíveros Yulquila, evoca hoy el trauma que marcó su infancia:
-Las personas buenas y lindas eran las que se parecían a Jesús y a la Virgen. Pero mi padre y mi madre no se parecían para nada a las imágenes de Jesús y la Virgen María que yo veía en la iglesia de Abra Pampa. La cara propia es un error de la naturaleza. La cultura propia, una prueba de ignorancia o una culpa que expiar. Civilizar es corregir.
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El fatalismo biológico, estigma de las razas inferiores congénitamente condenadas a la indolencia y a la violencia y a la miseria, no sólo nos impide ver las causas reales de nuestra desventura histórica. Además, el racismo nos impide conocer, o reconocer, ciertos valores fundamentales que las culturas
despreciadas han podido milagrosamente perpetuar y que en ellas encarnan todavía, mal que bien, a pesar de los siglos de persecución, humillación y degradación. Esos valores fundamentales no son objetos de museo. Son factores de historia, imprescindibles para nuestra imprescindible invención de una América sin mandones ni mandados. Esos valores acusan al sistema que los niega.
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Hace algún tiempo, el sacerdote español Ignacio Ellacuría me dijo que le resultaba absurdo eso del Descubrimiento de América. El opresor es incapaz de descubrir, me dijo:
-Es el oprimido el que descubre al opresor. Él creía que el opresor ni siquiera puede descubrirse a sí mismo. La verdadera realidad del opresor sólo se puede ver desde el oprimido. Ignacio Ellacuría fue acribillado a balazos, por creer en esa imperdonable capacidad de revelación y por compartir los riesgos de la fe en su poder de profecía. ¿Lo asesinaron los militares de El Salvador, o lo asesinó un sistema que no puede tolerar la mirada que lo delata?
Tomado de: Eduardo Galeano, Ser como ellos y otros artículos, Siglo XXI, México, 1992
Eduardo Galeano cuenta la historia de la Revolución Sandinista
1963
Río Coco
En los hombros lleva el abrazo de Sandino,
Que el tiempo no ha borrado. Treinta años después, el coronel Santos López vuelve a la guerra, en la selva del norte, para que Nicaragua sea.
Hace un par de años nació el Frente Sandinista. Lo nacieron, junto a Santos López, Carlos Fonseca Amador y Tomás Borge y otros muchachos que no conocieron a Sandino pero quieren continuarlo. La tarea costará sangre, y ellos lo saben:
- Tanta inmundicia no puede ser lavada con agua, por muy bendita que esté -dice Carlos Fonseca.
Perdidos, sin armas, ensopados por la lluvia eterna, sin comer pero comidos, jodidos, rejodidos, deambulan por la selva los guerrilleros. No hay peor momento que la caída del sol. El día es día y la noche, noche, pero el atardecer es hora de agonía y espantosa soledad; y los sandinistas no son nada todavía, o casi nada.
1976
Selva de Zinica
Carlos
Criticaba de frente, elogiaba por la espalda. Miraba como gallo enojado, por miope y por fanático, bruscos ojos azules del que veía más allá de los otros, hombre de todo o nada; pero las alegrías lo hacían brincar como a niño chico y cuando dictaba órdenes parecía que estaba pidiendo favores.
Carlos Fonseca Amador, jefe de la revolución de Nicaragua, ha caído peleando en la selva.
Un corones trae la noticia e la celda donde Tomás Borge yace reventado por la tortura.
Juntos habían andado mucho camino, Carlos y Tomás, desde los tiempos en que Carlos vendía diarios y caramelos en Matagalpa; y juntos habían fundado, en Tegucigalpa, el Frente Sandinista.
- Murió -dice el coronel.
- Se equivoca, coronel -dice Tomás
1977
Managua
Tomás
Atado a una argolla, tiritando, todo enchastrado de mierda y sangre y vómito, Tomás Borge es un montoncito de huesos rotos y de nervios desnudos, una piltrafa que yace en el suelo esperando el próximo turno de suplicio.
Pero ese resto de él todavía puede navegar por los secretos ríos que lo viajan más allá del dolor y la locura. Dejándose ir llega a otra Nicaragua; y la ve.
A través de la capucha que le estruja la cara hinchada por los golpes, la ve: cuenta las camas de cada hospital, las ventanas de cada escuela, los árboles de cada parque, y ve a los dormidos parpadeando, encandilados, los muertos de hambre y los muertos de todo que están siendo despertados por los soles recién nacidos de su vuelo.
1977
Archipiélago de Solentiname
Cardenal
Las garzas, que están mirándose al espejo, alzan los picos: ya vuelven las barcas de los pescadores, y tras ellas las tortugas que vienen a parir a la playa.
En un barracón de madera, Jesús come sentado a la mesa de los pescadores. Come huevos de tortuga y carne de guapotes recién pescados, y come yuca. La selva, buscándolo, mete sus brazos por las ventanas.
A la gloria de este Jesús escribe Ernesto Cardenal, el monje poeta de Solentiname. A su gloria canta el zanate clarinero, pájaro sin adornos, siempre volando entre pobres, que en las aguas del lago se refresca las alas. Y a su gloria pintan los pescadores. Pintan cuadros fulgurantes que anuncian el Paraíso, todos hermanos, nadie patrón, nadie peón; hasta que una noche los pescadores que pintan el Paraíso deciden empezar a hacerlo y atraviesan el lago y se lanzan al asalto del cuartel de San Carlos.
- ¡Jo-dío! ¡Jo-dío!
A muchos mata la dictadura mientras los buscadores del Paraíso caminan por las montañas y los valles y las islas de Nicaragua. La masa se levanta, el gran pan se eleva...
1978
Managua
"La Chanchera"
llama el pueblo nicaragüense al Palacio Nacional. En el primer piso de este pretencioso partenón discursean los senadores. En el segundo, los diputados.
Un mediodía de agosto, un puñado de guerrilleros al mando de Edén Pastora y Dora María Téllez asalta la Chanchera, t en tres minutos se apodera de todos los legisladores de Somoza. Para recuperarlos, Somoza no tiene más remedio que liberar a los sandinistas presos. El pueblo ovaciona a los sandinistas todo a lo largo del camino al aeropuerto.
Éste va siendo un año de guerra continua. Somoza lo inauguró mandando matar al periodista Pedro Joaquín Chamorro. Entonces el pueblo en furia incendió varias empresas del dictador. Las llamas arrasaron a la próspera Plasmaféresis, S. A., que exportaba sangre nicaragüense a los Estados Unidos; y el pueblo juró que no descansará hasta enterrar al vampiro, en algún lugar más oscuro que la noche, con un a estaca clavada en el corazón.
1979
Siuna
Retrato de un obrero en Nicaragua
José Villarreina, casado, tres hijos. Minero de la empresa norteamericana Rosario Mines, que hace setenta años volteó al presidente Zalaya. Desde 1952, Villarreina escarba oro en los socavoces de Siuna; pero sus pulmones no están todavía del todo podridos.
A la una y media de la tarde del 3 de julio de 1979, Villarreina asoma por una de las chimeneas del socavón y un vagón de mineral le arranca la cabeza. Treinta y cinco minutos después, la empresa comunica al muerto que de conformidad con lo dispuesto por los artículos 18, 115, y 119 del Código de Trabajo, queda suspendido por incumplimiento de contrato.
1979
En toda Nicaragua
Corcovea la tierra
mas que en todos los terremotos juntos. Los Aviones sobrevuelan la selva inmensa arrojando napalm y bombardean las ciudades erizadas de barricadas y trincheras. Los sandinistas se apoderan de León, Masaya, Jinotega, Chinandega, Estelí, Carazo, Jinotepe...
Mientras Somoza espera un préstamo de 65 millones de dólares, que cuenta con el visto bueno del Fondo Monetario Internacional, en toda Nicaragua se pelea árbol por árbol y casa por casa. Enmascarados tras las caretas o pañuelos, los muchachos atacan con fusiles o machetes o palos o piedras o lo que venga; y si el fusil no es de verdad el de juguete sirve para impresionar.
En Masaya, que en lengua india significa Ciudad que arde, el pueblo, sabio en pirotecnia, convierte los tubos de agua en cañones de morteros y también inventa la bomba de contacto, sin mecha, que estalla al golpear. En medio del tiroteo caminan las viejecitas cargando grandes bolsas llenas de bombas, y las van distribuyendo como quien reparte pan.
1979
En toda Nicaragua
Que nadie quede solo,
que nadie se pierda, que se armó la runga, reventó la mierda, el gran corre-corre, el pueblo arrecho peleando a puro pecho contra tanques y tanquetas, camiones y avionetas, rifles y metralletas, todos el mundo a la bulla, de aquí nadie se raja, sagrada guerra mía y tuya y no guerrita de rifa y rafa, pueblo fiero, arsenal casero, a verga limpia peleando, si no te morís matando vas a morirte muriendo, que codo a codo es el modo, todos con todo, pueblo siendo.
1979
Managua
"Hay que estimular el turismo",
ordena el dictador mientras arden los barrios orientales de Managua, incendiados por los aviones.
Desde el búnker, gran útero de acero y cemento, gobierna Somoza. Allí no se escucha el trueno de las bombas, ni los aullidos de la gente, ni nada se ve ni se huele. En el búnker vive Somoza desde hace tiempo, en pleno centro de Managua pero infinitamente lejos de Nicaragua; y en el búnker se reúne, ahora con Fausto Amador.
Fausto Amador, padre de Carlos Fonseca Amador, es el administrador general del hombre más rico de Centroamérica. El hijo, fundador del Frente Sandinista, entendía de patria; el padre, de patrimonio.
Rodeados de espejos y de flores de plástico, sentados ante una computadora, Somoza y Fausto Amador organizan la liquidación de los negocios y el desvalije total de Nicaragua.
Después , Somoza declara por teléfono:
- Ni me voy ni me van.
1979
Managua
El nieto de Somoza
Lo van y se va. Al alba, Somoza sube al avión hacia Miami. En estos últimos días los Estados Unidos lo han abandonado, pero él no ha abandonado a los Estados Unidos:
- En mi corazón, yo siempre seré parte de esa gran nación.
Somoza se lleva de Nicaragua los lingotes de oro del Banco Central, ocho papagayos de colores y los ataúdes de su padre y de su hermano. También se lleva, vivo, al príncipe heredero.
Anastasio Somoza Portocarrero, nieto del fundador de la dinastía, es un corpulento militar que ha aprendido las artes del mando y el buen gobierno en los Estados Unidos. En Nicaragua fundó y dirigió, hasta hoy, la Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería, un juvenil cuerpo del ejército especializado en el interrogatorio de prisioneros y famoso por sus habilidades: armados de pinza y cuchara, estos muchachos saben arrancar uñas sin quebrar las raíces y saben arrancar ojos sin lastimar los párpados.
La estirpe de los Somoza marcha al destierro mientras Augusto César Sandino pasea por toda Nicaragua, bajo lluvia de flores, medio siglo después de su fusilamiento. Se ha vuelto loco este país: el plomo flota, el corcho se hunde, los muertos se escapan del cementerio y las mujeres de la cocina.
1979
Granada
Las comandantes
A la espalda, un abismo. Por delante y a los costados, el pueblo armado acometiendo. El cuartel La Pólvora, en la ciudad de Granada, último reducto de la dictadura, está al caer.
Cuando el coronel se entera de la fuga de Somoza, manda callar las ametralladoras. Los sandinistas también dejan de disparar.
Al rato se abre el portón de hierro del cuartel y aparece el coronel agitando un trapo blanco.
- ¡No disparen!
El coronel atraviesa la calle.
- Quiero hablar con el comandante.
Cae el pañuelo que cubre la cara:
- La comandante soy yo -dice Mónica Baltodano, una de las mujeres sandinistas con mando de tropa.
- ¿Que qué?
Por boca del coronel, macho altivo, habla la institución militar, vencida pera digna, hombría del pantalón, honor del uniforme:
- ¡Yo no me rindo ante una mujer! -ruge el coronel.
Y se rinde.
1979
En toda Nicaragua
Naciendo
Tiene unas horas de edad la Nicaragua recién nacida en los escombros, verdor nuevito entre las ruinas del saqueo y de la guerra; y la cantora luz del primer día de la Creación alegra el aire que huele a quemado.
1980
En toda Nicaragua
Andando
La revolución sandinista no fusila a nadie; pero del ejército de Somoza no queda ni la banda de música. A manos de todos pasan los fusiles, mientras se desencadena la reforma agraria en los campos desolados.
Un inmenso ejército de voluntarios, armados de lápices y de vacunas, invade su propio país. Revolución, revelación, de quienes creen y crean: no infalibles dioses de majestuoso andar sino personitas nomás, durante siglos obligadas a la obediencia y entrenadas para la impotencia. Ahora, a los tropezones, se echan a caminar. Van en busca del pan y la palabra: esta tierra, que abrió la boca, está ansiosa de comer y de decir.
1980
En toda Nicaragua
Descubriendo
Cabalgando, remando, caminando, los brigadistas de la alfabetización penetran las más escondidas comarcas de Nicaragua. A la luz del candil, enseñan a manejar el lápiz a quien no sabe, para que nunca más lo engañen los que se pasan de vivos.
Mientras enseñan, los brigadistas comparten la poca comida, se agachan en el acarreo y la deshierba, se pelan las manos hachando leña y pasan la noche tendidos en el suelo, aplaudiendo mosquitos. Descubren miel silvestre dentro de los árboles y dentro de las gentes leyendas y coplas y perdidas sabidurías; poquito a poco van conociendo los secretos lenguajes de las hierbas que alegran sabores y curan dolencias y mordeduras de serpientes. Enseñando, los brigadistas aprenden toda la maldición y la maravilla de este país, su país, habitado por sobrevivientes: en Nicaragua, quien no se muere de hambre o peste o tiro, se muere de risa.
1983
Río Tuma
Realizando
Entre la dignidad y el desprecio andan zumbando las balas en Nicaragua; y a muchos la guerra les apaga la vida.
Éste es uno de los batallones que están peleando contra los invasores. Desde los barrios más pobres de Managua han venido estos voluntarios hasta los lejanos llanos del río Tuma. Cada vez que cesa el estrépito, el Beto, el profe, contagia letras. El contagio ocurre cuando algún miliciano le pide que le escriba una carta. El Beto cumple y después:
- Ésta es la última que te escribo. Te ofrezco algo mejor.
Sebastián Fuertes, soldador de hierro del barrio El Maldito, hombre de unos cuantos años y guerras y mujeres, es unos de los que se arrimó y fue condenado a la alfabetización. Lleva unos pocos días rompiendo grafos y desgarrando papeles en los respiros del tiroteo, y aguantándose a pie firme mucha broma pesada, cuando llega el primero de mayo y sus compañeros lo eligen para el discurso.
En un potrero lleno de bosta y garrapatas, se celebra el acto. Sebastián se alza sobre un cajón, saca del bolsillo un papelito doblado y lee las primeras palabras nacidas de su mano. Lee de lejos, estirando el brazo, porque la vista no lo ayuda y lentes no tiene:
- ¡Hermanos del batallón 8221!...
1983
Managua
Desafiando
Penachos de humo brotan de las bocas de los volcanes y de las bocas de los fusiles. Los campesinos van a la guerra en burro, con un papagayo al hombro. Dios era pintor primitivo cuando imaginó esta tierra de hablar suavecito.
Los Estados Unidos, que entrenan y pagan a los contras, la condenan a morir y a matar. Desde Honduras la atacan los somocistas; desde Costa rica, Edén Pastora la traiciona.
Y en eso viene el Papa de Roma. El Papa maldice a los sacerdotes que aman a Nicaragua más que al alto cuelo, y manda a callar, de mala manera, a quienes le piden que rece por las almas de los patriotas asesinados. Tras pelearse con la católica multitud reunida en la plaza, se marcha, furioso, de esta tierra endemoniada.
1984
Washington
"1984"
El Departamento de Estado de los Estados Unidos decide suprimir la palabra asesinato en sus informes sobre violación de derechos humanos en América Latina y en otras regiones. En lugar de asesinato, ha de decirse: ilegal o arbitraria privación de vida.
Hace tiempo que la CIA evita la palabra asesinar en sus manuales de terrorismo práctico. Cuando la CIA mata o manda matar a un enemigo, no lo asesina: lo neutraliza.
El Departamento de Estado llama fuerzas de paz a las fuerzas de guerra que los Estados Unidos suelen desembarcar al sur de sus fronteras; y llama luchadores de la libertad a quienes luchan por la restauración de sus negocios en Nicaragua.
Eduardo Galeano - Memoria del fuego 3