Al igual que hace dos años Cristina Kirchner se sacó una foto con los jefes de Estado de la región. El 9 de diciembre de 2007, en la víspera de su asunción, el encuentro fue en Buenos Aires. Esta vez fue en Montevideo, donde participó de la XXXVIII Edición del Consejo del Mercosur y de una nueva cumbre de mandatarios. Las políticas de profundización del cambio tuvieron, en estos días, resultados contundentes. Y sin duda estarán en la agenda de los líderes regionales. Muchos aplaudieron el abrazo entre los dos grandes triunfadores: Pepe Mujica y Evo Morales. No sólo ambos representan ideas de izquierda militante sino que son personas de una austeridad poco común en la historia de los presidentes de la región. El primero vive hasta hoy en su chacra, en las afueras de Montevideo. El segundo convirtió su ascetismo personal en una bandera de credibilidad. Hay que subrayar que ambos ganaron las elecciones con la prensa del establishment en contra y, sin embargo, lograron que algunas franjas de las clases medias les dieran su respaldo. Eso debería ser un dato a analizar profundamente por los sectores progresistas y, especialmente, por la dirigencia del Frente para la Victoria. Porque, si bien faltan dos años para las elecciones presidenciales, el recambio parlamentario es un desafío para el oficialismo, tanto para recuperar su base social como para formular alianzas de gobernabilidad. Especialmente en lo que refiere a programas sociales, ya que después de haber lanzado la asignación universal por hijo, se impone terminar con los programas dispersos con los que el kirchnerismo aportó a la inclusión social.
BOLIVIA, URUGUAY, BRASIL. Bolivia fue –y sigue siendo– uno de los países con mayor pobreza. Sin embargo, en tres años de mandato, desarrolló una activa política social: Bono Juancito Pinto, para más de un millón de niños; Renta Dignidad, para todos los bolivianos mayores de 60 años que carezcan de otra fuente de ingresos; Bono Juana Azurduy para mujeres embarazadas; programa Yo Sí Puedo, que permitió alfabetizar a más de un millón y medio de personas y que llevó a la Unesco a declarar a Bolivia territorio libre de analfabetismo. Se construyeron numerosos hospitales y centros médicos, se registraron avances en materia de reforma agraria, se recuperaron riquezas básicas (hidrocarburos) y, por primera vez en la historia, el manejo de la economía en manos populares llevó las reservas a 10.000 millones de dólares utilizadas para realizar obras de infraestructura en los municipios y financiar su ambiciosa agenda social.
En Uruguay el Plan Ceibal revolucionó cualquier programa de niñez. De los 2.360 colegios primarios estatales en todo el país, en tres años se completó la entrega de una computadora portátil por niño, que tiene dos características importantes: se las llevan a la casa y tienen conectividad. Fueron 400 mil equipos y cada aparato costó unos 200 dólares. En una entrevista al semanario Brecha, Mujica adelantó recientemente algunas de las medidas que tomará: la política agropecuaria –que bautiza como “agrointeligencia”– y que distribuirá 250 mil hectáreas en concepto de “arrendamiento” a los pequeños productores porque “si no, la tierra se transforma en un bien inmobiliario y empieza otra vez el ciclo de la concentración”. Compara al Uruguay con lo que resultó Holanda, que con pocas tierras tuvieron que desarrollar actividades científicas, intensamente productivas, para valorizar los productos agrarios, especialmente semillas.
Otra prioridad pasará por incentivar la construcción de viviendas populares en los asentamientos marginales, con ayuda del voluntariado militante: “Porque hay algunos que se creen que éste es un problema arquitectónico. Pero nadie pensó en el matungo que tiene el tipo, y como tiene miedo de que se lo afanen, lo mete en el comedor. No es así la cosa”. Un tercer aspecto que pondría en marcha durante los primeros cien días de gestión sería una fábrica de durmientes: “Estamos gastando un disparate en carreteras y en camiones, y ni hablo del costo ambiental que estamos pagando”.
Brasil, que gana las tapas de diarios del Primer Mundo con el carisma de su presidente Luiz Ináçio Lula da Silva, desarrolló programas sociales que achicaron la brecha de las desigualdades. Luego de casi ocho años en el poder, Lula determinó convertir en ley todos los planes sociales. “Con la consolidación de las leyes sociales estará garantizado que independientemente del pensamiento de los futuros gobiernos, Brasil seguirá caminando en el sentido de eliminar el hambre y erradicar la pobreza”. Así, quien asuma el gobierno el primer día de 2011, deberá dar continuidad a las políticas sociales, creadas por decretos o medidas provisorias. Esas políticas permitieron sacar de la pobreza extrema a unos 44 millones de brasileños en estos ocho años. El alma máter de la política social de Lula es el plan Bolsa Familia que integró al más famoso de los planes del Partido de los Trabajadores, el Hambre Cero, creado para garantizar el derecho humano a una alimentación adecuada. A través del Bolsa Familia, el gobierno federal concede cada mes beneficios en dinero a las familias más pobres (con renta mensual por persona de 70 a 140 reales –unos 40 y 80 dólares–) y extrema pobreza (con renta mensual por persona de hasta 70 reales) y el acceso a derechos sociales básicos: salud, alimentación y educación, entre otros. Ahora, todos los planes están sometidos a la misma autoridad y se integraron Bolsa Escuela, Hambre Cero, Bolsa Alimentación, Tikets de alimentación, Luz Para Todos y Auxilio Gas. Así se redujo la burocracia, se facilita la fiscalización de recursos y se le da transparencia al programa. Lula decidió incrementar en un 10% los fondos para planes sociales, lo que incrementó en 200 millones de dólares el presupuesto nacional.
LO QUE VIENE. En su más reciente informe sobre el Panorama Social del Continente 2009, la Cepal trazó un paisaje de Latinoamérica que dista mucho de tranquilizar. La misma Cristina, tras su lectura, recordó que esta región no es la más pobre pero “sí la más inequitativa en la distribución del ingreso”. Según Cepal, antes de finalizar este año, los pobres en América latina aumentarían en 1,1% y los indigentes en 0,8% en relación con el 2008. Esta cifra equivale a que 189 millones de latinoamericanos caigan en situación de pobreza (34% de una población total de 550 millones) y aumentarían de 71 a 76 millones (13,7%) las personas que acabarán en la indigencia. Las 9 millones de personas más que pasarán penurias antes de terminar la primera década del siglo XXI equivalen a casi un cuarto de la población que había superado esa situación entre 2002 y 2008 (41 millones) debido al crecimiento económico, la expansión del gasto social y las mejoras distributivas. La crisis financiera internacional que se desató con la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers obligará a que los gobiernos de la región deban atender las urgencias sociales derivadas aumentando el gasto público que, entre 1990 y 2007, alcanzó al 60% del total de sus presupuestos.
Sin el FMI como tutor de los mandatarios y con la revalorización de los productos primarios en sus precios internacionales, Latinoamérica está realizando una acumulación económica inédita: gobiernos populares con crecimiento. Argentina, después del traspié de la pelea con las entidades rurales, puede recuperar terreno en el despliegue de políticas sociales ejemplares. La misma Cristina, el viernes pasado en La Matanza, pidió perdón por si esta medida llegaba tarde. Lo importante es tener la convicción de avanzar. El desafío está planteado.
*** Eduardo Anguita
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