Por Teodoro Bootddd
Antonio Salieri fue en su época un músico muy exitoso y admirado. Autor de más de cuarenta óperas, tuvo por alumnos nada menos que a Schubert y a Liszt. Todo le hubiera seguido yendo de maravillas en su vida de no ser por Wolfang Amadeus Mozart, a quien secretamente envidiaba, temía y tal vez admiraba. Salieri conspiró contra Mozart hasta el extremo de ser recordado más que nada por su rivalidad con el gran músico austriaco, y hasta por haberlo asesinado, peregrina leyenda que carece por completo de fundamento. Pero tanta fue la envidia y la rivalidad que, además de amargar su vida y ciertamente arruinar su carrera, sirvieron de inspiración a la ópera del ruso Nikolái Rimski-Kórsakov, en la que se basaría el film Amadeus, dirigido por Milos Forman, gracias al que Antonio Salieri resulta conocido por los neófitos contemporáneos. Entre los jóvenes argentinos fue León Gieco quien popularizó su nombre con su tema Somos los Salieri de Charly, abierto homenaje al indudable talento de Charly García.
Los ejemplos del asombroso cambio que en tan breve plazo experimentó la señora Carrió son demasiados como para nombrarlos sin abrumar al lector. Nos debería bastar con su oposición a la ley que estipulaba la movilidad de las retenciones a la exportación de productos agropecuarios, cuando había sido la misma Carrió (o así parece) la primera dirigente política en advertir (cuando, en tiempos de Duhalde, Lavagna las puso en práctica) sobre la imprescindible condición de que las retenciones fueran móviles a fin de que tuviesen alguna utilidad. Es cierto que en esos “lejanos” tiempos la señora Carrió era asesorada por el economista Rubén Lo Vuolo quien, siendo siempre crítico a la gestión gubernamental, nunca estuvo en las antípodas del rumbo general elegido por Néstor Kirchner. No lo suficiente, al menos, para la necesidad de la señora de “diferenciarse”, que por eso dejó de lado al lúcido Lo Vuolo reemplazándolo por el golden boy de la banca externa, Alfonso Prat Gay, cuyo principal mérito parece ser su tenaz oposición a cualquier intento de librar al país de la dependencia con los organismos financieros internacionales.
Bien mirado, fue un reemplazo lógico: desde su primer brote, Elisa Carrió actuó, sintió y pensó por reacción. Como si se tratara de una amante despechada, ante cualquier cosa que hiciera Néstor Kirchner ella estaría en contra, del mismo modo que militaría a favor de lo que fuere a que su numen se opusiera.
El vínculo de la señora Carrió con sus conmilitones no marcha por carriles de mayor normalidad, y no pasa día sin pelearse con alguno. En la última semana le tocó a Cobos, en la anterior a Margarita Stolbizer. Y así.
Sobre otros aspectos de su conducta y sus episodios delirantes apelo a la memoria del lector o acaso a los archivos periodísticos, cada tanto exhumados por algunos programas de TV para jolgorio general, prueba tal vez de que, fieles a la tradición, muchos argentinos seguimos riendo para no llorar.
En fin, que según podemos inferir, el actual estado de psicosis de la señora Carrió se habría originado en una suerte de “síndrome Salieri”, puesto que todo le hubiera resultado mejor tanto para ella como especialmente a los demás, si en vez de reaccionar con aquel incomprensible despecho hubiese aplaudido lo que el gobierno de Kirchner tenía de positivo y criticado lo que tenía de cuestionable, que ya de por sí era bastante. Además de ser esto una manifestación de cordura: es imposible que todo lo que haga un gobierno sea malo, especialmente si lo que hace es lo mismo que uno pretendía cinco minutos antes.
Fernando Solanas tuvo una desafortunada intervención política el año pasado apoyando la oposición de “su” diputado Claudio Lozano a la resolución 125, intervención de la que nunca acabó de entender sus consecuencias, a juzgar por sus dichos en el reportaje que le realizaran Gerardo Yomal y Hugo Presman, publicado en ZOOM. Pasa: un error lo comete cualquiera.
Como candidato a diputado nacional Solanas ensayó un discurso muy opositor al gobierno nacional y por completo prescindente de la existencia no ya política sino hasta biológica de Mauricio Macri. Le dio buenos resultados y resulta lógico que así fuera: Solanas consiguió unir la evocación de los pueblos originarios con el reclamo por la recuperación de la propiedad nacional del subsuelo, la defensa de los derechos humanos y la cerril oposición a Cristina Fernández. Esto le valió las simpatías de numerosos activistas juveniles, de varios peronistas de esos que uno duda si denominar ortodoxos, fundamentalistas o combativos, y del grupo Clarín, que lo consagró como su candidato predilecto. El resultado fue bueno, y así como los activistas de Proyecto Sur suelen exagerar la efímera incidencia que los votos de raigambre peronista pudieron haber tenido en su desempeño electoral, no valoran lo suficiente la importancia del voto juvenil, así como del que se nutrió de la generosa campaña de prensa del grupo Clarín, compuesto básicamente de opositores no macristas al gobierno nacional, que afluyeron en torrente hacia la lista de Solanas espantados por las representaciones melodramáticas de la señora Carrió. Bien de nuevo y hasta ahí, bravo por Solanas, que supo apelar a las ilusiones juveniles y usar en provecho propio el ansia antikirchnerista de Clarín y el gorilismo esencial de la clase media porteña.
El primer toque de alarma para algunos bienpensantes que observamos el derrotero de Solanas con cierta bonhomía, lo dio la presencia del cineasta en el programa de Mariano Grondona en la semana siguiente a las elecciones. Fue entonces que uno, que jamás acabará de ser un incauto, se preguntó: ¿A santo de qué?, que viene a ser la forma elegante de decir: “¿Qué carajo está haciendo ahí?”
Luego de otras incomprensibles intervenciones, Solanas volvió a Europa y todo en “su” fuerza política y en la heredada de Carrió pareció deslizarse hacia la normalidad. Ayudados por los resultados electorales que en cierta manera bajaron al oficialismo más cerca de la tierra, los diputados de la autodenominada centroizquierda tomaron alguna conciencia sobre su corresponsabilidad en los destinos del país, el bienestar de las gentes, los derechos de los trabajadores, la felicidad de los niños, la salud de los ancianos y otras tonterías por el estilo.
El gobierno, por su parte, mitigada en algo su arrogancia, pareció comprender la necesidad de concertar políticas, que viene a ser algo así como acordar y construir en común. Sin variar el rumbo, desde luego, porque pretenderlo es querer alterar el propósito básico de una fuerza política que, si tiene algo de valorable, es la tenacidad y la valentía con la que se aferra a un par de premisas nacionales que hacen a su existencia. Y si se permite, quien firma de nuevo afirma que en tales tenacidad y valentía se origina su involuntaria simpatía a las actuales autoridades que, justamente en eso, tanto se diferencian de la mariconería de sus predecesores, desde la primera vez que Raúl Alfonsín hocicó frente al FMI, allá por 1985 (conciente de su débil memoria, el autor pide desde ya disculpas por si el impulso antiimperialista del Dr. Alfonsín pudiera haber llegado más allá y se corrige y dice: desde que Raúl Alfonsín mandó a Bernardo Grinspun al desván de los trastos viejos, junto a algún ajado retrato de Hipólito Yrigoyen).
A propósito: cierta ingenuidad lleva a preguntarse por qué ese raro rasgo de valentía no es valorado por quienes cuestionan al actual gobierno desde la izquierda, o eso que dice serlo.
Corresponde decir que el oficialismo pudo haber llegado a esa conclusión no de motu propio sino que arrastrado por las circunstancias, a regañadientes, de la misma manera que fue recuperando el manejo estatal de algunas áreas del quehacer económico. Quien firma vuelve a afirmar que las motivaciones últimas de cualquier acto carecen de importancia, y si se dice que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, bien puede sostenerse exactamente lo contrario. En otras palabras, que si no podemos saludar al oficialismo por la recuperación de Aerolíneas Argentinas, felicitaremos entonces a la corrupción empresarial y a la venalidad opositora por haber empujado al oficialismo a tomar tan saludable decisión.
El señor Fernando Solanas no piensa como nosotros, evidentemente, y, para sorpresa de algunos muestra un grado de exigencia y purismo, digamos para ser suaves, inesperado.
Tras presentarse días pasados en el Parlamento para volcar hacia la negativa el voto positivo que los diputados bajo su influencia darían a la extensión por un año de algunas de las facultades que desde hace quince años el Congreso viene delegando en el Ejecutivo, Fernando Solanas afirmó: “No podemos convalidar este nuevo pacto de Olivos impulsado por el bipartidismo. Es una farsa esta oposición en bloque, impulsada por la Mesa de Enlace que quiere gobernar el país. Igual que el gobierno kirchnerista conserve los superpoderes y facultades delegadas”.
Desde luego, nadie es capaz de entender qué tiene de pacto bipartidista una votación en la que el principal partido de la oposición no coincide con el oficialismo, ni mucho menos en qué se parecería la votación de una de tantas leyes con el pacto que permitió una reforma constitucional que, entre otras cosas (y Solanas sigue haciéndose el burro al respecto, aun finalizada campaña electoral que autorizó a todo) impide la nacionalización de la propiedad del subsuelo y sus riquezas, llamémosle petroleras o mineras, tan reclamada por Solanas, que siempre se abstuvo de aclarar que para conseguirlo era preciso reformar la constitución vigente.
Es necesario agregar algo más: con el falaz argumento de bajar las retenciones a la exportación de soja, la negativa a prorrogar la delegación de la facultad de fijar los derechos aduaneros pretendía desfinanciar al Estado, o, en todo caso, quitarle al Ejecutivo los instrumentos para garantizar esa financiación. En este marco, poner a la Mesa de Enlace en un pie de igualdad con el gobierno nacional es un auténtico despropósito.
Solanas no consiguió que “sus” diputados se opusieran al proyecto oficialista, pero sí obtuvo su abstención, por lo que se ignora para qué diablos sirvió más que para contribuir a la campaña de deterioro gubernamental, que es justamente, el único objetivo de esa Mesa de Enlace que “de forma espuria quiere gobernar el país”, propósito al que el señor Solanas viene contribuyendo con todas sus intervenciones políticas de un año y medio a esta parte.
Y acá, en esa tan tenaz como infructuosa brega nuestra por tratar de comprender el alma humana, hacemos un alto para preguntarnos: ¿qué es lo que realmente tuvo el señor Solanas contra el gobierno de Néstor Kirchner y tiene ahora contra el de Cristina Fernández? ¿La negociación de contratos de explotación petrolera de la provincia de Santa Cruz? ¿La no nacionalización del subsuelo? ¿La continuidad de los convenios de explotación minera firmados por distintos gobernadores en época de Menem? ¿El veto a la ley de protección a los glaciares? ¿La no estatización ferroviaria? ¿Los acuerdos petroleros que la provincia de Mendoza firmó con el grupo Bulgheroni con la intercesión desinteresada de Julio Cobos y José Luis Manzano?
Tal vez tenga todo eso y mucho más. Nadie pretenda que Solanas sea oficialista, pero hay algo raro, algo anormal o en todo caso mórbido en ese estar mirando siempre la falta olvidando por completo los méritos, que el kirchnerismo también tiene, y a carradas, de compararse estos gobiernos con los de todos sus predecesores desde casi cuarenta años a esta parte. Es lógico que no los advierta Mariano Grondona, un hombre lo bastante coherente como para considerar defectos lo que nosotros, Proyecto Sur incluido, llamaríamos méritos, pero ¿qué pasa con Solanas que no se da cuenta? ¿Cree realmente que este gobierno es una continuación del de Carlos Menem, del que, y de paso cañazo, él formó parte junto con los personeros de Bunge y Born y otros impresentables, hasta que Carlos Menem no le cedió las Galerías Pacífico para la creación de un complejo cultural? Porque bastante tiempo le llevó a Fernando Solanas advertir lo que quedó perfectamente claro al día siguiente de la toma de posesión de Carlos Menem ¿O acaso creyó que Roig o Rapanelli eran discípulos de Aldo Ferrer?
Pero no vamos aquí a ensañarnos con los errores que el señor Solanas pudo haber cometido. Parafraseando el dicho inglés, se trata de un hombre “con un pasado”, lo que no lo desmerece ni mucho menos. Por el contrario: nadie aprende sin obrar ni actúa sin equivocarse, y suelen enseñar más los reveses que los triunfos. Pero ese “pasado”, esa experiencia debería inducir a una mirada más amplia y responsable de las cosas, especialmente cuando se trabaja tan esforzadamente por quitarle a las actuales autoridades capacidad para gobernar a sabiendas de que, de fracasar, no serán reemplazadas por una fuerza más popular y revolucionaria, sino por la derecha más recalcitrante y reaccionaria.
Tal vez Fernando Solanas se mostraría más prudente y menos irreductible si esta vez no pudiera irse a París y se viera obligado a compartir el destino con los demás argentinos. Claro que de tratarse del síndrome Salieri es vano cualquier razonamiento y más recomendable una terapia. Lamentablemente, hay muy pocos León Gieco y demasiados Salieri en este mundo.
Pimpinela
En los denodados y del todo inútiles esfuerzos que aquí hacemos para comprender el alma humana, un presumible “síndrome Salieri” es todo lo que nos permite aproximarnos al origen de la extraña conducta y estrafalario rumbo de la señora Elisa Carrió: bastó con que el flamante gobierno de Néstor Kirchner llevara a cabo algunas de las iniciativas que ella había pregonado para que de súbito entrara en un espiral descendente rumbo a la psicosis, enfermedad mental caracterizada por la alteración de los vínculos con otras personas, la pérdida de contacto con la realidad y, en algunos casos, una acentuada tendencia al delirio.Los ejemplos del asombroso cambio que en tan breve plazo experimentó la señora Carrió son demasiados como para nombrarlos sin abrumar al lector. Nos debería bastar con su oposición a la ley que estipulaba la movilidad de las retenciones a la exportación de productos agropecuarios, cuando había sido la misma Carrió (o así parece) la primera dirigente política en advertir (cuando, en tiempos de Duhalde, Lavagna las puso en práctica) sobre la imprescindible condición de que las retenciones fueran móviles a fin de que tuviesen alguna utilidad. Es cierto que en esos “lejanos” tiempos la señora Carrió era asesorada por el economista Rubén Lo Vuolo quien, siendo siempre crítico a la gestión gubernamental, nunca estuvo en las antípodas del rumbo general elegido por Néstor Kirchner. No lo suficiente, al menos, para la necesidad de la señora de “diferenciarse”, que por eso dejó de lado al lúcido Lo Vuolo reemplazándolo por el golden boy de la banca externa, Alfonso Prat Gay, cuyo principal mérito parece ser su tenaz oposición a cualquier intento de librar al país de la dependencia con los organismos financieros internacionales.
Bien mirado, fue un reemplazo lógico: desde su primer brote, Elisa Carrió actuó, sintió y pensó por reacción. Como si se tratara de una amante despechada, ante cualquier cosa que hiciera Néstor Kirchner ella estaría en contra, del mismo modo que militaría a favor de lo que fuere a que su numen se opusiera.
El vínculo de la señora Carrió con sus conmilitones no marcha por carriles de mayor normalidad, y no pasa día sin pelearse con alguno. En la última semana le tocó a Cobos, en la anterior a Margarita Stolbizer. Y así.
Sobre otros aspectos de su conducta y sus episodios delirantes apelo a la memoria del lector o acaso a los archivos periodísticos, cada tanto exhumados por algunos programas de TV para jolgorio general, prueba tal vez de que, fieles a la tradición, muchos argentinos seguimos riendo para no llorar.
En fin, que según podemos inferir, el actual estado de psicosis de la señora Carrió se habría originado en una suerte de “síndrome Salieri”, puesto que todo le hubiera resultado mejor tanto para ella como especialmente a los demás, si en vez de reaccionar con aquel incomprensible despecho hubiese aplaudido lo que el gobierno de Kirchner tenía de positivo y criticado lo que tenía de cuestionable, que ya de por sí era bastante. Además de ser esto una manifestación de cordura: es imposible que todo lo que haga un gobierno sea malo, especialmente si lo que hace es lo mismo que uno pretendía cinco minutos antes.
El enano Salieri que todos llevamos dentro
El síndrome parece aquejar también a otras gentes, lo que explicaría algunas conductas de otro modo incomprensibles, en particular la de Fernando Solanas, quien viene fastidiado, de origen y en principio, por la no-política (por decirlo bondadosamente) del gobierno nacional respecto a algunas áreas estratégicas de la vida nacional, como pueden serlo la energía y el transporte. Quien esto firma, afirma –con disculpas del ripio y en sintonía con Solanas–, que no existe la menor posibilidad de una política económica independiente si se prescinde del manejo de los recursos energéticos. Este es un axioma que todos aquí suscribimos, lo que no habilita para cualquier desmesura.Fernando Solanas tuvo una desafortunada intervención política el año pasado apoyando la oposición de “su” diputado Claudio Lozano a la resolución 125, intervención de la que nunca acabó de entender sus consecuencias, a juzgar por sus dichos en el reportaje que le realizaran Gerardo Yomal y Hugo Presman, publicado en ZOOM. Pasa: un error lo comete cualquiera.
Como candidato a diputado nacional Solanas ensayó un discurso muy opositor al gobierno nacional y por completo prescindente de la existencia no ya política sino hasta biológica de Mauricio Macri. Le dio buenos resultados y resulta lógico que así fuera: Solanas consiguió unir la evocación de los pueblos originarios con el reclamo por la recuperación de la propiedad nacional del subsuelo, la defensa de los derechos humanos y la cerril oposición a Cristina Fernández. Esto le valió las simpatías de numerosos activistas juveniles, de varios peronistas de esos que uno duda si denominar ortodoxos, fundamentalistas o combativos, y del grupo Clarín, que lo consagró como su candidato predilecto. El resultado fue bueno, y así como los activistas de Proyecto Sur suelen exagerar la efímera incidencia que los votos de raigambre peronista pudieron haber tenido en su desempeño electoral, no valoran lo suficiente la importancia del voto juvenil, así como del que se nutrió de la generosa campaña de prensa del grupo Clarín, compuesto básicamente de opositores no macristas al gobierno nacional, que afluyeron en torrente hacia la lista de Solanas espantados por las representaciones melodramáticas de la señora Carrió. Bien de nuevo y hasta ahí, bravo por Solanas, que supo apelar a las ilusiones juveniles y usar en provecho propio el ansia antikirchnerista de Clarín y el gorilismo esencial de la clase media porteña.
El primer toque de alarma para algunos bienpensantes que observamos el derrotero de Solanas con cierta bonhomía, lo dio la presencia del cineasta en el programa de Mariano Grondona en la semana siguiente a las elecciones. Fue entonces que uno, que jamás acabará de ser un incauto, se preguntó: ¿A santo de qué?, que viene a ser la forma elegante de decir: “¿Qué carajo está haciendo ahí?”
Luego de otras incomprensibles intervenciones, Solanas volvió a Europa y todo en “su” fuerza política y en la heredada de Carrió pareció deslizarse hacia la normalidad. Ayudados por los resultados electorales que en cierta manera bajaron al oficialismo más cerca de la tierra, los diputados de la autodenominada centroizquierda tomaron alguna conciencia sobre su corresponsabilidad en los destinos del país, el bienestar de las gentes, los derechos de los trabajadores, la felicidad de los niños, la salud de los ancianos y otras tonterías por el estilo.
El gobierno, por su parte, mitigada en algo su arrogancia, pareció comprender la necesidad de concertar políticas, que viene a ser algo así como acordar y construir en común. Sin variar el rumbo, desde luego, porque pretenderlo es querer alterar el propósito básico de una fuerza política que, si tiene algo de valorable, es la tenacidad y la valentía con la que se aferra a un par de premisas nacionales que hacen a su existencia. Y si se permite, quien firma de nuevo afirma que en tales tenacidad y valentía se origina su involuntaria simpatía a las actuales autoridades que, justamente en eso, tanto se diferencian de la mariconería de sus predecesores, desde la primera vez que Raúl Alfonsín hocicó frente al FMI, allá por 1985 (conciente de su débil memoria, el autor pide desde ya disculpas por si el impulso antiimperialista del Dr. Alfonsín pudiera haber llegado más allá y se corrige y dice: desde que Raúl Alfonsín mandó a Bernardo Grinspun al desván de los trastos viejos, junto a algún ajado retrato de Hipólito Yrigoyen).
A propósito: cierta ingenuidad lleva a preguntarse por qué ese raro rasgo de valentía no es valorado por quienes cuestionan al actual gobierno desde la izquierda, o eso que dice serlo.
Llegó el cineasta y mandó parar
Fernando Solanas arribó desde Europa a tiempo para entorpecer una ardua negociación que en Diputados el oficialismo venía llevando a cabo con los representantes del centroizquierda, conciente, capaz que por primera vez en seis años, de que sus verdaderos enemigos se encuentran en el extremo opuesto del arco político y, básicamente, en los sectores concentrados de la economía.Corresponde decir que el oficialismo pudo haber llegado a esa conclusión no de motu propio sino que arrastrado por las circunstancias, a regañadientes, de la misma manera que fue recuperando el manejo estatal de algunas áreas del quehacer económico. Quien firma vuelve a afirmar que las motivaciones últimas de cualquier acto carecen de importancia, y si se dice que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones, bien puede sostenerse exactamente lo contrario. En otras palabras, que si no podemos saludar al oficialismo por la recuperación de Aerolíneas Argentinas, felicitaremos entonces a la corrupción empresarial y a la venalidad opositora por haber empujado al oficialismo a tomar tan saludable decisión.
El señor Fernando Solanas no piensa como nosotros, evidentemente, y, para sorpresa de algunos muestra un grado de exigencia y purismo, digamos para ser suaves, inesperado.
Tras presentarse días pasados en el Parlamento para volcar hacia la negativa el voto positivo que los diputados bajo su influencia darían a la extensión por un año de algunas de las facultades que desde hace quince años el Congreso viene delegando en el Ejecutivo, Fernando Solanas afirmó: “No podemos convalidar este nuevo pacto de Olivos impulsado por el bipartidismo. Es una farsa esta oposición en bloque, impulsada por la Mesa de Enlace que quiere gobernar el país. Igual que el gobierno kirchnerista conserve los superpoderes y facultades delegadas”.
Desde luego, nadie es capaz de entender qué tiene de pacto bipartidista una votación en la que el principal partido de la oposición no coincide con el oficialismo, ni mucho menos en qué se parecería la votación de una de tantas leyes con el pacto que permitió una reforma constitucional que, entre otras cosas (y Solanas sigue haciéndose el burro al respecto, aun finalizada campaña electoral que autorizó a todo) impide la nacionalización de la propiedad del subsuelo y sus riquezas, llamémosle petroleras o mineras, tan reclamada por Solanas, que siempre se abstuvo de aclarar que para conseguirlo era preciso reformar la constitución vigente.
Es necesario agregar algo más: con el falaz argumento de bajar las retenciones a la exportación de soja, la negativa a prorrogar la delegación de la facultad de fijar los derechos aduaneros pretendía desfinanciar al Estado, o, en todo caso, quitarle al Ejecutivo los instrumentos para garantizar esa financiación. En este marco, poner a la Mesa de Enlace en un pie de igualdad con el gobierno nacional es un auténtico despropósito.
Solanas no consiguió que “sus” diputados se opusieran al proyecto oficialista, pero sí obtuvo su abstención, por lo que se ignora para qué diablos sirvió más que para contribuir a la campaña de deterioro gubernamental, que es justamente, el único objetivo de esa Mesa de Enlace que “de forma espuria quiere gobernar el país”, propósito al que el señor Solanas viene contribuyendo con todas sus intervenciones políticas de un año y medio a esta parte.
Y acá, en esa tan tenaz como infructuosa brega nuestra por tratar de comprender el alma humana, hacemos un alto para preguntarnos: ¿qué es lo que realmente tuvo el señor Solanas contra el gobierno de Néstor Kirchner y tiene ahora contra el de Cristina Fernández? ¿La negociación de contratos de explotación petrolera de la provincia de Santa Cruz? ¿La no nacionalización del subsuelo? ¿La continuidad de los convenios de explotación minera firmados por distintos gobernadores en época de Menem? ¿El veto a la ley de protección a los glaciares? ¿La no estatización ferroviaria? ¿Los acuerdos petroleros que la provincia de Mendoza firmó con el grupo Bulgheroni con la intercesión desinteresada de Julio Cobos y José Luis Manzano?
Tal vez tenga todo eso y mucho más. Nadie pretenda que Solanas sea oficialista, pero hay algo raro, algo anormal o en todo caso mórbido en ese estar mirando siempre la falta olvidando por completo los méritos, que el kirchnerismo también tiene, y a carradas, de compararse estos gobiernos con los de todos sus predecesores desde casi cuarenta años a esta parte. Es lógico que no los advierta Mariano Grondona, un hombre lo bastante coherente como para considerar defectos lo que nosotros, Proyecto Sur incluido, llamaríamos méritos, pero ¿qué pasa con Solanas que no se da cuenta? ¿Cree realmente que este gobierno es una continuación del de Carlos Menem, del que, y de paso cañazo, él formó parte junto con los personeros de Bunge y Born y otros impresentables, hasta que Carlos Menem no le cedió las Galerías Pacífico para la creación de un complejo cultural? Porque bastante tiempo le llevó a Fernando Solanas advertir lo que quedó perfectamente claro al día siguiente de la toma de posesión de Carlos Menem ¿O acaso creyó que Roig o Rapanelli eran discípulos de Aldo Ferrer?
Pero no vamos aquí a ensañarnos con los errores que el señor Solanas pudo haber cometido. Parafraseando el dicho inglés, se trata de un hombre “con un pasado”, lo que no lo desmerece ni mucho menos. Por el contrario: nadie aprende sin obrar ni actúa sin equivocarse, y suelen enseñar más los reveses que los triunfos. Pero ese “pasado”, esa experiencia debería inducir a una mirada más amplia y responsable de las cosas, especialmente cuando se trabaja tan esforzadamente por quitarle a las actuales autoridades capacidad para gobernar a sabiendas de que, de fracasar, no serán reemplazadas por una fuerza más popular y revolucionaria, sino por la derecha más recalcitrante y reaccionaria.
Tal vez Fernando Solanas se mostraría más prudente y menos irreductible si esta vez no pudiera irse a París y se viera obligado a compartir el destino con los demás argentinos. Claro que de tratarse del síndrome Salieri es vano cualquier razonamiento y más recomendable una terapia. Lamentablemente, hay muy pocos León Gieco y demasiados Salieri en este mundo.
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