Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, Occidente festeja la democratización de los países de Europa del este. Sin embargo, las naciones de la antigua Yugoslavia, tienen poco que celebrar: 1989 significó para ellas el inicio de un conflicto bélico cuyas consecuencias aún padecen.
"1989 es más un momento para reflexionar acerca de lo que no se hizo y de lo se perdió en el desarrollo político, económico y social con respecto a la Europa Central", dice Luka Zanoni, jefe de redacción de Observatorio de los Balcanes, organización civil italiana que da seguimiento a la situación en esta región,
Mientras para muchos países como Polonia, Hungría y Checoslovaquia, la caída del Muro de Berlín representa "un momento de gran cambio hacia la democracia (...), para la Yugoslavia ese año coincide con el inicio de su cruento final", dice Zanoni en entrevista telefónica con el reportero.
Con una disidencia interna debilitada frente al creciente nacionalismo fomentado desde el poder, sin la atención mediática internacional y perdido su papel de fiel de la balanza en la disputa entre Este y Oeste, Yugoslavia se dirigía hacia la guerra fratricida, misma que "muy poca gente pensaba podía suceder, menos con tal grado de violencia".
Pero "el largo 89 de la Yugoslavia" aún no termina. Después de la caída del muro en Berlín, la Unión Europea levantó otro muro que actualmente rodea a la región: la frontera de Shengen.
La caída hacia el nacionalismo
Según Zanoni, en 1989 había todos los elementos para que explotara la crisis en Yugoslavia. Con la súbita muerte del mariscal Josif Broz, alias Tito, el 4 de mayo de 1980, "la región siguió su curso aprovechando su floreciente economía".
Sin embargo, el antiguo régimen dibujado por Tito fue blanco de las acusaciones cuando, a partir de la mitad de los años 80, "una fuerte crisis económica golpeó a todo el país".
Zanoni explica que a diferencia de otros países del este europeo, "en Yugoslavia son pocos los intelectuales que se opusieron a las crecientes olas nacionalistas en la región (…) A mitad de los 80 Milosevic, el expresidente serbio, comenzó su ascenso al poder".
Ciencias y las Artes de Serbia publicó un manifiesto con un fuerte tinte nacionalista y comenzó a divulgar uno de los lemas del nacionalismo serbio: 'donde hay una tumba serbia, ahí es territorio de Serbia'".
Al año siguiente, en 1987, "Milosevic se fue a Kosovo y comenzó a jugar esa carta, en favor de la comunidad serbia", recuerda Zanoni.
Y cuenta que en noviembre de 1989, cuando en el mundo se festejaba la caída del Muro en la capital alemana, "en Serbia, Milosevic ya tenía en sus manos el poder, controlaba los medios de comunicación y ya había empapado a la población de su nacionalismo".
Al mismo tiempo, continúa, "en Eslovenia, el líder Milan Kucan pregonaba la separación de la federación yugoslava, y en Croacia se fundaba secretamente al partido HDZ de Franjo Tudman", líder de Croacia durante la guerra de década siguiente.
Así, señala Zanoni, "mientras en otros países la caída del Muro representa un gran cambio --el inicio del surgimiento de las democracias, la apertura de espacios para que las disidencias tuvieran voz--, en Yugoslavia eso no sucede". En el país, explica el analista italiano, "estaba ya sumergido en la sopa nacionalista". La disidencia política era muy débil. "La mayoría de los intelectuales tanto de Serbia, como de Croacia o de Eslovenia, se habían casado con las tesis nacionalistas".
Tihomir Loza, subdirector de Transitions on Line, portal de información de la capital serbia, recordó la semana pasada que "mientras polacos y húngaros aprovechaban la repentina libertad adquirida para construir instituciones democráticas y economías de mercado, los de Yugoslavia utilizaban dicha libertad para poner en claro las cuestiones de identidad étnica y soberanía nacional", un ámbito, según el periodista serbio, "en el que ni en la época de oro de la exYugoslavia había acuerdo".
Zanoni señala además que Yugoslavia perdió en muy poco tiempo su papel de fiel de la balanza entre los dos bloques, el occidental y el oriental. Coincide en ello Loza quien afirma que "Yugoslavia pagó un precio en 1989 porque perdió su importancia estratégica frente a Occidente [...]. Cayendo el Muro, repentinamente mitad del continente estaba al alcance del Occidente. La distancia entre Yugoslavia y Moscú, un tiempo extraordinariamente sobrevalorada y financiada por Occidente, se volvió irrelevante".
La ocasión perdida
Veinte años después, afirma Zanoni, "es fácil ver que las condiciones para lo que sucedió después ya estaban dada en 1989". Sin embargo, señala, "es urgente mencionar que muy poca gente creía que pudiera suceder lo que pasó". Quizás, afirma, "sólo Milosevic creía en la guerra".
Según el experto italiano, "muchos intelectuales de la región hoy en día admiten que la ilusión era otra: no sólo no creían se pudiera desatar una guerra tan violenta, sino que, viendo lo que sucedía en el resto de Europa, creían que la solución para los países del ex-bloque soviético era el socialismo yugoslavo".
Explica: "Muchos creían todavía en el socialismo 'del rostro humano' que según existía en Yugoslavia. Y pensaron que esa era la solución para todos".
En este sentido, aún en medio de una disidencia casi inexistente, la Asociación por la Iniciativa Democrática Yugoslava (UJDI) "fue fundada a principio de 1989 y representó durante mucho tiempo la única alternativa real al discurso oficialista y nacionalista", dice Zanini.
Loza, exmiembro de la UJDI, apunta que "la intención de la organización era transformar a Yugoslavia en una comunidad democrática y federal (…) era trabajar para construir estructuras democráticas necesarias para la transición del país hacía una democracia parlamentaria moderna".
Para alcanzar dichos objetivos, "eran necesarias nuevas leyes sobre la libre asociación de los ciudadanos, el sistema electoral y la libertad de expresión".
Zanoni abunda en el análisis de la experiencia de la UJDI: "Fue el primer grupo realmente concentrado en enfrentar al monopolio del régimen y en invocar la democratización del país".
Añade: "En 1989 esa parecía una posibilidad real, se creía que el país podía comenzar un camino parecido al de otros países del este. Se trató quizás de la última expresión histórica del yugoslavismo, ya en ese entonces cada vez menos presente en el discurso oficialista".
Señala que también para el comunismo yugoslavo hubo algunas consecuencias a raíz de los eventos europeos de 1989: "En 1990, desapareció la Liga de los Comunistas y hubo las primeras elecciones multipartidistas".
Sin embargo, con la caída del Muro, "en Yugoslavia también comenzaron a levantarse otros muros: los muros étnicos, y nacieron nuevas fronteras hasta ese entonces desconocidas".
La propaganda, explica el analista, fue tan fuerte y difundida que "la ya débil sociedad civil fue desapareciendo, perseguida y encubierta por los gritos nacionalistas del poder". Los pocos intelectuales que rechazaban al nacionalismo, "eran señalados como traidores de la patria".
Zanoni pide considerar otro aspecto: "Mientras en Polonia existe en términos generales sólo una etnia, aquí las cosas son diferentes. Especialmente en Bosnia, donde la población estaba mezclada". En este contexto, "lanzar la consigna 'donde hay tumbas serbias, es territorio serbio' es equivalente a provocar un enorme caos".
El papel de Europa
Zanoni explica que a lo largo de los últimos 20 años se ha especulado mucho acerca del papel de Europa en la crisis yugoslava y en la guerra que ésta provocó. Sin embargo, aclara, "querer endosar a la UE responsabilidades directas acerca de este desastre sería muy atrevido, pues la UE apenas se estaba formando, no tenía instituciones sólidas en política exterior que tuvieran capacidad para frenar la descomposición en Yugoslavia".
En este contexto, se explicaría la toma de posición autónoma de Italia, Alemania y el Vaticano que casi de inmediato reconocieron la independencia de Eslovenia y Croacia.
Según Zanoni, "claro está que hubiera sido mejor tratar de conservar la unidad yugoslava, pero los europeos estaban concentrados en otro lado: Berlín y el fin de la Guerra Fría".
Pero después de la cruenta guerra, Zanoni comenta que "la UE sigue cometiendo algunos errores". Explica: "Se cayó el Muro de Berlín en 1989 y poco tiempo después la UE levantó otro muro, el de Shengen", es decir la frontera migratoria de la UE.
"Los países de los Balcanes Occidentales, es decir todos los de exYugoslavia --menos Eslovenia y más Albania-- están rodeados por un cinturón de países de la UE", describe Zanoni. Este "cinturón, si bien es un freno para evitar eventuales conflictos, encierra a la región impidiendo en los hechos la movilidad de las personas, pues la población local necesita realizar un largo trámite burocrático para conseguir visas que les permitan ingresar a la UE".
Y aunque las perspectivas de integración a la Unión Europea existen y se refuerzan con el paso de los años, "para estos países el 'largo 89' aún no terminado, pues sigue viva la frustración de una revolución que representara un regreso a Europa", dice Zanoni.
Tal regreso, "significaba la esperanza un mejor nivel de vida, aún aceptando pasivamente los paradigmas del capitalismo occidental (…) Aunque se ha demostrado que esa esperanza no es del todo cierta, la ilusión vuelve hoy a cobrar vida".
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