miércoles, junio 02, 2010

la asesina arrogancia del lenguaje


*Claudia Gantus

Desde ayer me da vueltas esta idea. Por suerte no pierdo la capacidad de asombro. Escucho al senador mendocino Ernesto Sanz, presidente de la UCR, afirmar con vehemencia que por el subsidio del Gobierno, los pobres consumen más drogas y gastan más en juego. Con ligereza se pasa a debatir sobre la Asignación Universal por Hijo. Pero, ¿qué es lo que hay que debatir? Las palabras de Sanz me suenan arrogantes. Tal vez para muchos sea benévolo mi calificativo. Sin embargo me parece necesario desenredar un poco este concepto. Palabra arrogante. La arrogancia es un creer saber del otro, que juzga desde la inacción. Soberbia del saber qué te pasa, qué necesitás, qué debés hacer. Arrogancia del que espera, inmóvil (al borde del camino, diría don Mario) que corrobores su prejuicio. Se jacta de su iluminado entendimiento, que cosifica al otro, lo vuelve objeto, lo mata. La arrogancia de las palabras de Sanz asesinan, disparan, matan al otro, para adueñarse de sus decisiones, de su libertad. Porque la libertad del otro asusta, hace tambalear esas propias seguridades, (falsas, como toda seguridad), y lo deja en falta. Arrogancia: no puedo darte dinero, porque no sabés en qué gastarlo. Yo sí sé cómo se gasta el dinero. Arrogancia: si te doy dinero, seguro lo gastarás en algo malo, inútil, inapropiado. Yo sí sé en qué debo gastar mi dinero (y el tuyo). Arrogancia: además de ser pobre, sos incapaz, incompetente, inepto. Yo soy el dueño de las capacidades, las aptitudes y las competencias necesarias para “saber”. Arrogancia asesina. Discurso que mata. Discurso exterminador. Discurso de la oligarquía. Discurso del poder que constituyen unos pocos poderosos que se unen para que todos los negocios y sus beneficios dependan de su arbitrio.

La Asignación Universal por Hijo es una política de Estado. No es una medida reparadora, en el sentido que pueden entenderse los parches con los que se remienda una situación. Es parte de un proyecto tendiente a construir un escenario más igualitario, más justo. No se trata de solidaridad ni de beneficencia. AUH, que suma controles de salud, escolaridad, documentación. AUH que le permite a Diego, de 16, volver a la escuela (aunque la escuela a veces, muchas veces, no sepa qué hacer con él). AUH que le permite a Mary ir al supermercado y elegir qué darle de comer a sus hijos (aunque la herencia de haber recibido el tapper con el guiso de la escuela durante años la deje desorientada frente a las góndolas). AUH que le permite a Darío tomarse unos mates a la mañana y llevar a las chiquitas al jardín, antes de juntarse con los compañeros para seguir arreglando la plaza del pueblo. Es inclusión, cimentada en la confianza. Y quien confía en el otro no sabe. La confianza es humilde. No sé de vos, pero confío y te espero. Sé que muchos considerarán ingenuo mi planteo. Y se que abundarán los ejemplos, y contra Diego me hablarán de Juan, y contra Mary me hablarán de Rosa, y contra Darío me hablarán de Pablo. Arrogante y soberbia clase media, que desde la inacción de su egoísmo, prefiere asesinar con su discurso. No es ingenuidad, sino proyecto. Los proyectos llevan tiempo. Un tiempo que no nos pertenece. Un tiempo del que no podemos adueñarnos. Porque hay algo que escapa a la propiedad privada: " El deseo de construir un país para TODOS".

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