CALENDARIO GREGORIANO: Sistema definido por reglas para designar las divisiones del tiempo en años, meses, semanas, días, determinando fechas y feriados. Se supone que los primeros rudimentos en la materia se remontan al 2000 a. de C., cuando se construían alincamientos de piedras para determinar el paso de cada día, el tiempo de repetición de la Luna o reiteración de las estaciones. Los más antiguos calendarios conocidos se basaban en la Luna y sus fases, porque ofrecían a los observadores ciertas
constantes repetibles y luego previsibles.
La India, China, Mesopotamia, Grecia, Roma, tuvieron diferentes tipos de calendarios y los mayas dividieron el año en meses de 18 a 20 días con un período de cinco días al final del año para ceremonias o rituales.
La piedra calendario azteca es un disco labrado con exquisita firmeza y precisión, presidido al centro por la imagen del Sol con la lengua afuera, indicando que está brillando. Su rostro está rodeado por los cuatro puntos cardinales o las cuatro creaciones del mundo y sus consiguientes catástrofes. La primera destrucción producida por el tigre; la segunda, por los vientos; la tercera, por las lluvias y la cuarta, por el DILUVIO. Ellos vivían el quinto tiempo o el quinto Sol.
Como el año solar estricto tiene una duración real de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, se acumulaban esas horas de más y se producían serias discrepancias con el paso del tiempo.
En tiempos de Julio César, los romanos manejaron un calendario con suficientes errores como para que llamaran al astrónomo Sosígenes para encuadrarlo. Así fue como al año 46 a. de C. se le otorgaron 445 días de duración.
En 1582, el papa Gregorio XIII ordenó que se saltearan 10 días y que los años bisiestos sólo lo fueran cuando resultaran divisibles por 400. Se determinan, además, cuando las dos últimas cifras son divisibles por 4 (1912, 1916, 1944, 1996). Los años seculares no son bisiestos a menos que sean divisibles por 4 sus primeras dos cifras: 1900 no fue bisiesto y el 2000 sí.
Desde el calendario gregoriano, todos los años tendrían 365 días y cada cuatro años habría un bisiesto de 366. Bisiesto proviene del latín porque según el cómputo romano el 28 de febrero que en los años ordinarios era el sexto kalendas martzz, con el agregado de un día más a febrero pasó a ser bl'sexto kalen das martii.
El año 2000 del calendario gregoriano corresponde al 6236 del antiguo calendario egipcio; al 5760 del calendario judío; al 5119 del antiguo calendario maya y al 1420 del calendario musulmán.
El año platónico, año perfecto o gran año, Annus magnus, es un ciclo que los astrónomos griegos estimaron en 26.000 años, al fin de los cuales todos los cuerpos celestiales retornarían al mismo lugar que ocupaban en el momento de la Creación.
¿Qué es lo que uno le pide a un año por venir? Por empezar que sea bueno, pero además que coincida con el año astronómico (365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos). Al fin y al cabo, un año es el tiempo que tarda la Tierra en completar una órbita entera alrededor del Sol y una de las mínimas exigencias que debe tener un año de buena calidad es que su duración y la del viaje de la Tierra en su órbita sean iguales. No se trata de un mero capricho: es interesante que las estaciones empiecen más o menos siempre en la misma fecha: que el otoño y la primavera (equinoccios) se produzcan el 21 de marzo y el 21 de septiembre, y que el comienzo del verano y del invierno (solsticios), el 21 de diciembre y de junio respectivamente. El asunto de las estaciones era de vital importancia para las antiguas sociedades agrícolas que debían determinar las fechas de siembra y recolección.
Los primeros y primitivos calendarios lunares no conseguían encajar en el año solar: las discrepancias se corregían de tanto en tanto agregando un mes o algunos días extra. Pero en el siglo I antes de Cristo, en Roma, los errores acumulados habían logrado que el año civil y el solar estuvieran desfasados en tres meses: el invierno empezaba en marzo y el otoño en diciembre, lo cual sin duda era bastante incómodo.
Julio César introdujo la primera gran reforma. Impuso el uso universal del calendario solar en todo el mundo romano, fijó la duración del año en 365 días y seis horas, y para que esas seis horas de diferencia no se fueran acumulando se intercaló un día extra cada cuatro años: los años bisiestos tienen trescientos sesenta y seis días. La reforma entró en vigencia el 10 de enero del año 45 a. de C. —805 de la fundación de Roma—. Con el tiempo, se impuso la costumbre de tomar como bisiestos los años que son múltiplos de cuatro.
Pero aquí no acabó la cosa, ya que el año juliano de 365 días y seis horas era un poco más largo (11 minutos y 14 segundos) que el año astronómico real, y otra vez los errores empezaron acumularse: a fines del siglo XVI las fechas estaban corridas alrededor de diez días, y la primavera empezaba el 11 de septiembre: el Papa Gregorio XIII emprendió una nueva reforma para corregir las discrepancias y obligar a las estaciones a empezar cuando deben: por un decreto pontificio de marzo de 1582, abolió el calendario juliano e impuso el calendario gregoriano. Se cambió la fecha, corriéndola diez días: el 11 de septiembre (día en que se producía el equinoccio de primavera) se transformó “de facto” en el 21 de septiembre, con lo cual se eliminó el retraso acumulado en dieciséis siglos y el año civil y el astronómico volvieron a coincidir.
Pero además se modificó la regla de los años bisiestos: de ahí en adelante serían bisiestos aquellos anos que son múltiplos de cuatro, salvo que terminen en dos ceros. De estos últimos son bisiestos sólo aquellos que sean múltiplos de cuatrocientos (como el 1600). Los otros (como el 1700) no. Así, ni el 1800 ni el 1900 fueron años bisiestos. El año 2000, sin embargo, lo será (porque aunque termina en dos ceros es múltiplo de cuatrocientos): la formula permite eliminar tres días cada cuatro siglos, que es la diferencia que acumulaba el calendario juliano en ese lapso.
Sin embargo, aun el “año gregoriano” con todas sus correcciones es 26 segundos más largo que el año astronómico, lo cual implica un día de diferencia cada 3323 años. Para corregir esta pequeña discrepancia se ha propuesto sacar un día cada cuatro mil años de tal manera que el año 4000, el 8000 o el 16000 no sean bisiestos (aunque les toca). En todo caso, de la longitud del año ocho mil, o dieciséis mil, no necesitamos preocuparnos ahora: los años que estamos usando tienen una duración más que aceptable.
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