Leonardo Boff, teólogo
Koinonía
Crece en el mundo por todas partes la resistencia al sistema de dominación del capital globalizado por las grandes compañías multilaterales, sobre las naciones, las personas concretas y sobre la naturaleza. Está surgiendo, bien o mal, una tendencia orientada ecológicamente por prácticas y proyectos que ya ensayan lo nuevo.
La base es siempre la economía solidaria, el respeto a los ciclos de la naturaleza, la sinergia con la Madre Tierra, la economía al servicio de la vida y no del lucro y una política sustentada en la hospitalidad, la tolerancia, la colaboración y la solidaridad entre los más distintos pueblos, suprimiendo de esta manera las bases para el fundamentalismo religioso y político, y para el terrorismo que hemos visto en Estados Unidos y, ahora, en Noruega.
De los muchos proyectos existentes en América Latina, como la economía solidaria, la agricultura orgánica familiar, las energías alternativas limpias, la Vía Campesina, el Movimiento Zapatista y otros, queremos destacar dos por la relevancia universal que representan: el primero es el de «Vivir bien» y el segundo el de la «Democracia Comunitaria y de la Tierra», como expresión de un nuevo tipo de socialismo.
El «Vivir bien» está presente a lo largo de todo el continente Abya Yala (nombre indígena para el Continente sudamericano), del extremo norte al extremo sur, bajo muchos nombres, siendo estos dos los más conocidos: suma qamaña (de la cultura aymara) y suma kawsay (de la cultura quechua). Ambos significan «el proceso de vida en plenitud». Ésta resulta de la vida personal y social en armonía y equilibrio material y espiritual. En primer lugar es un saber vivir y luego un saber convivir: con los otros, con la comunidad, con la Divinidad, con la Madre Tierra, con sus energías presentes en las montañas, en las aguas, en los bosques y selvas, en el suelo, en el sol, en la luna y en cada ser. Se busca una armonía, no de acumulación de riqueza, sino de producción de lo suficiente y digno para todos, respetando los ciclos de la Pachamama y las necesidades de las generaciones futuras.
Ese «Vivir bien» no tiene nada que ver con nuestro «vivir mejor» o «calidad de vida». Nuestro vivir mejor supone acumular medios materiales para poder consumir más dentro de la dinámica de un progreso ilimitado cuyo motor es la competición y una relación meramente de uso de la naturaleza, sin respetar su valor intrínseco y sin reconocerse parte de ella. Para que algunos puedan vivir mejor, millones tienen que vivir mal.
El «Vivir bien» no se identifica simplemente con nuestro «bien común» pensado solamente en función de los seres humanos en sociedad, en un antropo-y-sociocentrismo inconsciente. El «Vivir bien» abarca todo lo que existe, la naturaleza con sus diferentes seres, todos los humanos, la búsqueda de equilibrio entre todos, también con los espíritus, con las personas sabias (abuelas y abuelos fallecidos), con Dios, para que todos puedan convivir armónicamente. No se puede pensar el«Vivir bien» sin la comunidad, la más ampliada posible, humana, natural, terrenal y cósmica. La «minga», que es el trabajo comunitario, expresa bien este espíritu de cooperación.
Esta categoría del «Buen vivir» y del «Vivir bien» ha entrado en las constituciones de Ecuador y de Bolivia. La gran tarea del Estado es poder crear las condiciones de este «Vivir bien» para todos los seres y no solo para los humanos.
Esta perspectiva, nacida en la periferia del mundo, con toda su carga utópica, se dirige a todos, pues es un intento de respuesta a la crisis actual, que podrá garantizar el futuro de la vida, de la humanidad y de la Tierra.
La otra contribución latinoamericana para otro mundo posible es la «Democracia Comunitaria y de la Tierra». Se trata de un tipo de vida social, existente en las culturas de Abya Yala, reprimida por la colonización pero que ahora, con el movimiento indígena rescatando su identidad, está atrayendo la mirada de los analistas. Es una forma de participación que va más allá de la democracia clásica representativa y participativa de cuño europeo. Las incluye, pero aporta un elemento nuevo: la comunidad como un todo. Ésta participa en la elaboración de los proyectos, en su discusión, en la construcción del consenso y en su implementación. Presupone una vida comunitaria ya establecida en la población.
Se distingue del otro tipo de democracia por incluir a toda la comunidad, la naturaleza y la Madre Tierra. Reconoce los derechos de la naturaleza, de los animales, de las selvas, de las aguas, como aparece en las nuevas constituciones de Ecuador y Bolivia. Se amplía la personalidad jurídica a los demás seres, especialmente a la Madre Tierra. Por el hecho de ser seres vivos tienen un valor intrínseco y son portadores de dignidad y de derechos, y por eso merecedores de respeto.
La democracia será entonces socio-terrenal-planetaria, la democracia de la Tierra. Hay quienes dicen: todo esto es utopía. Y lo es. Pero es una utopía necesaria. Cuando hayamos superado la crisis de la Tierra (si la superamos), el camino de la humanidad será organizarnos globalmente en torno al «Vivir bien» y a la «Democracia de la Tierra», la Biocivilización (Sachs). Ya existen signos anticipadores de este futuro.
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