Fidel Castro fue el último gran líder revolucionario del siglo XX, cuya acción política desbordó los límites de su Cuba natal para convertirse en un protagonista de la historia de América Latina y del comunismo. Tras a los 90 años de edad, el 25 de Noviembre de 2016, su nombre aparecerá en una reducida lista de personalidades que incluye a Emiliano Zapata, Ernesto ‘Che’ Guevara, Mao Tse-tung, Ho Chi Minh, Vladimir Ilich Lenin, José Stalin y Josip Broz “Tito”.
Al igual que ellos, la figura del Fidel Castro fue objeto de una enorme controversia histórica, marcada por la distancia abismal entre las opiniones de los que lo reverenciaban sin límite y los que lo odiaban hasta desear su asesinato. Dirigió el país caribeño durante casi medio siglo hasta que en 2008 su hermano Raúl Castro asumió sus cargos como primer secretario del partido Comunista y la presidencia. Para sus acólitos incondicionales, Fidel Castro no sólo fue quien liberó a Cuba de la sangrienta dictadura del general Fulgencio Batista, sino que también conquistó para la antigua colonia española la “segunda independencia”, la del poder que ejercía sobre la isla Estados Unidos, y puso en el mapa del mundo a la pequeña Cuba como potencia deportiva y médica y como uno de los países líderes del llamado Tercer Mundo. Los seguidores y admiradores de Fidel Castro también defendían apasionadamente a su “máximo líder” cuando se trataba de destacar conquistas revolucionarias como la supresión de las diferencias de clases sociales, la reforma agraria y urbana, y la implantación de un sistema de educación y salud pública gratuitas para toda la población.
Por el contrario, para los enemigos encarnizados del “comandante en jefe”, especialmente los que huyeron de Cuba para vivir como exiliados en Miami, Fidel Castro siempre fue el peor de los tiranos, a quien acusaban de haber traicionado los ideales de libertad y democracia de la revolución para implantar una férrea dictadura comunista que reprime cualquier manifestación de pensamiento político disidente, llevando a la cárcel o al paredón a miles de opositores, y que arruinó la economía cubana condenando a la población a una dura lucha por la supervivencia diaria.
Poderoso, carismático y gran orador
Quizás, tanto los idólatras como los detractores de Fidel Castro sólo coincidan en reconocer su poder omnímodo, su liderazgo avasallador, su excepcional inteligencia y astucia política, o su legendario talento oratorio, capaz de seducir a las masas. Todas estas cualidades contribuyeron a que Castro, nacido el 13 de agosto de 1926, lograra mantenerse en el poder durante 47 años consecutivos, hasta que una hemorragia intestinal lo obligó, el 31 de julio de 2006, pocos días antes de cumplir 80 años, a traspasar el poder a su hermano menor Raúl, primero de manera provisional y un año y medio después de manera definitiva.
Aunque antes de triunfar la Revolución cubana, en enero de 1959, había asegurado que el poder no le interesaba y que después de la victoria guerrillera retomaría su antigua profesión de abogado, Castro se convirtió en el político que más tiempo estuvo al frente del gobierno entre todos los líderes del siglo XX. “Soy un esclavo de mi pueblo”, expresó en cierta ocasión al justificar su prolongada permanencia en el poder.
Hijo de un terrateniente de origen gallego
Nació en la finca que poseía su familia en Birán, Mayarí, provincia de Oriente (hoy Holguín), el 13 de agosto de 1926. Hijo de la segunda unión de su padre, Ángel María Castro, un terrateniente de origen gallego, con Lina Ruz, del que nacieron siete hijos: cuatro mujeres (Angela, Juana, Emma y Agustina) y tres varones (Ramón, Fidel y Raúl). Sus padres contrajeron matrimonio en 1943, dos años después de iniciar el divorcio de su primera esposa, María Luisa Argota. Estudió interno en colegios de los jesuitas en Santiago y La Habana y en 1945 inició la carrera de Derecho en La Habana, que finalizó cinco años más tarde.
Los jesuitas del Colegio Belén de La Habana donde el joven Fidel Castro estudió en la década de los 40 ya lo intuían cuando vaticinaron en la evaluación final del alumno que Fidel tenía “madera” y llenaría “con páginas brillantes el libro de su vida”. Muchos biógrafos de Castro, al entrar en el terreno del análisis psicológico, coinciden en que Fidel no podía conformarse con un papel que no fuese de lo más destacado: si no hubiese optado por la política, seguramente se habría hecho notar como un excelente deportista, un renombrado escritor o un famoso actor de cine.
El asalto fallido que le consagró
Pero fue la política a la que decidió consagrar su vida desde temprana edad. Durante su etapa universitaria ya manifestó sus inquietudes políticas y participó en la fallida Legión del Caribe, que pretendió derrocar al dictador dominicano Rafael Trujillo, y encabezó la delegación de la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) en la Conferencia Interamericana de Bogotá en la que se produjeron disturbios de los que se acusó a los cubanos. En 1952 comenzó su lucha pública contra el dictador Fulgencio Batista, que acababa de dar un golpe de Estado ante su más que previsible derrota electoral. El 26 de julio de 1953 -cuando sólo tenía 26 años- encabezó el asalto armado al cuartel de la Moncada en Santiago de unos 120 jóvenes cubanos con el propósito de provocar un levantamiento popular contra el dictador Batista, quien un año antes se había hecho con el poder mediante un golpe de Estado militar. La acción del grupo rebelde terminó en un terrible fracaso: ocho integrantes perdieron la vida y la mayoría fueron capturados o asesinados tras ser sometidos a brutales torturas. Aun así, los rebeldes que sobrevivieron, entre ellos el propio Fidel Castro, capturado una semana después del fallido asalto, consiguieron una victoria moral cuando la prensa cubana publicó imágenes de la masacre perpetrada por los soldados de Batista, que pusieron en evidencia la feroz brutalidad de la dictadura.
Fidel Castro asumió su propia defensa en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada, durante el cual pronunció un extenso alegato político-ideológico, que incluía un amplio programa de reformas para una futura Cuba liberada de la dictadura. El 16 de octubre pronunció su emblemático alegato “condenadme, no importa, la historia me absolverá”, que después del proceso se haría famoso al publicarse con el título La historia me absolverá. Castro fue condenado a 15 años de prisión, pero en mayo de 1955 fue puesto en libertad en virtud de una amnistía decretada por Batista y junto con otros rebeldes excarcelados viajó a México, donde preparó la “expedición del Granma”, el nombre del yate que, con 82 combatientes a bordo, desembarcó el 2 de diciembre de 1956 en la costa suroriental de Cuba para iniciar la guerra de guerrillas contra la dictadura.
Aunque unos 70 expedicionarios fueron abatidos por el ejército de Batista nada más desembarcar en la costa cubana, los pocos supervivientes -12, según la mitología revolucionaria- lograron alcanzar las montañas de la Sierra Maestra, desde donde comenzaron, bajo el mando de Fidel Castro, a organizar un ejército rebelde integrado principalmente por campesinos y estudiantes de las ciudades que en poco más de dos años forzó la huida del país de Batista el 1 de enero de 1959. Fidel Castró entró triunfal en La Habana el 8 de enero.
Comunismo sobrevenido
En el Gobierno provisional, Castro se hizo con el control del Ejército y en febrero sumó el puesto de primer ministro. Aparentemente, la revolución no tenía un programa preestablecido para convertir a Cuba en un país comunista aliado a la Unión Soviética. En reiteradas ocasiones, tanto antes como después del triunfo de la revolución, Castro aseguraba que no era comunista, que no tenía un proyecto socialista para la isla y que habría elecciones en un plazo no mayor de un año para conformar un gobierno democrático. Sin embargo, la propia dinámica de los acontecimientos - nacionalizaciones de plantaciones de caña de azúcar y empresas petroleras estadounidenses durante el año 1960 y las consiguientes represalias económicas por parte de Washington- rápidamente radicalizaron el rumbo de la Revolución cubana y propiciaron su integración en la órbita soviética como escudo protector frente a las amenazas del “imperialismo norteamericano”. Estados Unidos rompió relaciones con Cuba en enero de 1961.
Tres meses después, en vísperas de la invasión de exiliados contrarrevolucionarios cubanos en Playa Girón (Bahía de los Cochinos), apoyada por la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, Castro proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana. En diciembre del mismo año, el líder cubano se autodefinió como marxista-leninista y juró que lo seguiría siendo hasta el último día de su vida. Al año siguiente, en octubre de 1962, el mundo llegó a estar al borde de una guerra nuclear cuando aviones de espionaje estadounidenses descubrieron la presencia en Cuba de misiles soviéticos dotados con cabezas atómicas capaces de alcanzar ciudades norteamericanas. La decisión del entonces líder soviético, Nikita Jruschov, de retirar los misiles tras las amenazas expresadas por el presidente estadounidense John F. Kennedy enfureció a Fidel Castro, quien se sintió profundamente humillado por no haber sido consultado por Jruschov cuando éste resolvió poner fin a lo que se conoce en los libros de la historia como la “Crisis de los Misiles”.
Austeridad y disciplina
Coincidiendo con la renuncia del “Che” a sus cargos, en octubre de 1965 dirigió la conversión del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) en Partido Comunista de Cuba (PCC), del que fue su secretario general hasta abril de 2011. A partir de los sesenta impuso un régimen de austeridad, disciplina y productividad, que tuvo un gran revés al no alcanzar la meta de los 10 millones de toneladas en la zafra de 1969-70, aunque el ingreso de Cuba en julio de 1972 en el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) contribuyó a casi dos décadas de bonanza para el país. Tras la aprobación en febrero de 1976 de la Constitución, el 3 de diciembre de ese año fue elegido presidente del Consejo de Estado y en enero de 1980 sumó el de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
En 1989 cuando el clima social estaba más tranquilo, excepto por el juicio y fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, se produjo la desintegración del bloque del Este, pero Castro se mantuvo fiel al marxismo-leninismo y rechazó la Perestroika.
Estrangulada la economía nacional, el 29 de agosto de 1990 decretó el “Período Especial en tiempos de paz”, imponiendo importantes restricciones. Luego, en agosto de 1993 intentó salvar la situación con una tímida apertura económica y en los años siguientes el PIB pasó a tasas positivas. Con la llegada al poder en Venezuela de Hugo Chávez, en 1999, se inició un acercamiento entre ambos países, que les llevó a firmar en octubre del año siguiente un importante acuerdo, por el que Cuba recibe petróleo en condiciones ventajosas a cambio del envío de miles de profesionales cubanos, sobre todo médicos.
Las mujeres de Fidel
Fidel Castro guardó con especial celo su intimidad y pese a haber tenido una numerosa familia, entre hermanos, hijos, nietos o sobrinos intentó que su vida personal estuviera siempre marcada por la discreción. Se casó por primera vez con Mirtha Díaz-Balart (1948-54), con quien tuvo un hijo, Fidel. Además, de su relación con Nati Revuelta nació Alina Fernández Revuelta.
Desde comienzos de los sesenta estaba unido en segundas nupcias a Dalia Soto del Valle, con la que tuvo cinco hijos (Alejandro, Alexis, Antonio, Alex y Ángel). Durante muchos años Soto del Valle se mantuvo en la sombra. Maestra de profesión, casi 20 años más joven que Castro, rubia y de ojos verdes, según algunos biógrafos del líder cubano se habrían conocido hace más de 40 años durante una campaña de alfabetización. También se le atribuyen otros dos hijos (Jorge Ángel y Francisca Pupo).
Retirada por causas médicas
El 31 de julio de 2006, tras someterse a una operación quirúrgica como consecuencia de una crisis intestinal, delegó provisionalmente en su hermano Raúl los cargos de primer secretario del Partido Comunista, presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Desde entonces fueron contadas las ocasiones que se vieron imágenes del Comandante, la mayoría con motivo de entrevistas con mandatarios extranjeros. La comunicación con la sociedad cubana la mantuvo desde marzo de 2007 con la publicación de sus Reflexiones en el diario oficial Granma y el digital Cubadebate, en el que continuó publicando artículos esporádicamente.
El 19 de febrero de 2008, un mes después de su reelección como diputado por Santiago, dio a conocer que no aceptaría ni aspiraría a un nuevo mandato como presidente del Consejo de Estado y comandante en jefe, y el 24 de ese mes el Parlamento eligió a su hermano Raúl para desempeñar esos puestos. En febrero de 2013 fue reelegido diputado por Santiago.
El 17 de diciembre de 2014 Cuba y EEUU anunciaron el restablecimiento de relaciones diplomáticas. En enero siguiente, cuando circularon rumores sobre su fallecimiento, envió una carta a Diego Armando Maradona y un mensaje a los estudiantes de la Federación Estudiantil Universitaria, en el que decía no confiar en la política de Estados Unidos, aunque respaldó la “solución pacífica” y “negociada” a los conflictos. En marzo de 2016 se produjo la histórica visita a Cuba del presidente estadounidense, Barack Obama, con el que no se entrevistó.
Señores magistrados, nunca un abogado ha
tenido que ejercer su oficio en tan difíciles
condiciones; nunca contra un acusado se había
cometido tal cúmulo de abrumadoras irregularidades.
Uno y otro son, en este caos, la misma persona.
Como abogado, no ha podido ni tan siquiera ver el
sumario y, como acusado, hace hoy 76 días que está
encerrado en una celda solitaria, total y
absolutamente incomunicado, por encima de todas
las prescripciones humanas y legales.
Si este juicio, como han dicho, es el más
importante que se ha ventilado ante un tribunal
desde que se instauró la República, lo que yo diga
aquí quizá se pierda en la conjura de silencio que me
ha querido imponer la dictadura pero, sobre lo que
ustedes hagan, la posteridad volverá muchas veces
los ojos. Piensen que ahora están juzgando a un
acusado, pero ustedes a su vez serán juzgados no una
vez, sino muchas, cuantas veces el presente sea
sometido a la crítica demoledora del futuro.
Entonces, lo que yo diga aquí se repetirá muchas
veces, no porque se haya escuchado de mi boca, sino
porque el
problema de la
Justicia es eterno,
y por encima de
las opiniones de
los jurisconsultos
y teóricos, el
pueblo tienen de
ella un profundo
sentido.
Los pueblos
poseen una lógica
sencilla pero
implacable, reñida
con todo lo
absurdo y
contradictorio, y si alguno, además, aborrece con
toda su alma el privilegio y la desigualdad, ése es el
pueblo cubano. Sabe que la Justicia se representa con
una doncella, una balanza y una espada. Si la ve
postrarse cobarde ante unos y blandir furiosamente
el arma sobre los otros, se le imaginará entonces
como una mujer prostituida esgrimiendo un puñal.
Mi lógica es la lógica sencilla del pueblo.
Les voy a referir una historia. Había una vez una
República. Tenía su Constitución, sus leyes, sus
libertades; presidente, Congreso, tribunales; todo el
mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir
con entera libertad. El gobierno no satisfacía al
pueblo, pero el pueblo podía cambiarlo y ya sólo
faltaban unos días para hacerlo. Existía una opinión
pública respetada. Había partidos políticos, horas
doctrinales de radio, programas polémicos de
televisión, actos públicos y en el pueblo palpitaba el
entusiasmo. Este pueblo había sufrido mucho y si no
era feliz, deseaba serlo y tenía derecho a ello. Creía
ciegamente que éste no podría volver; estaba
orgulloso de su amor a la libertad y vivía engreído de
que ella sería respetada como cosa sagrada; sentía
una noble confianza en la seguridad de que nadie se
atrevería a cometer el crimen de atentar contra sus
instituciones democráticas. Deseaba un cambio, una
mejora, un avance y lo veía cerca. Toda su esperanza
estaba en el futuro.
¡Pobre pueblo! Una mañana, la ciudadanía se
despertó estremecida; a las sombras de la noche los
espectros del pasado se habían conjurado, mientras
ella dormía, y ahora la tenían agarrada por las manos,
por los pies y por el cuello. Aquellas garras eran
conocidas, aquellas fauces, aquellas guadañas de
muerte, aquellas botas… No, no era una pesadilla; se
trataba de la triste y terrible realidad: un hombre
llamado Fulgencio Batista acababa de cometer el
horrible crimen que nadie esperaba. Ocurrió
entonces que un humilde ciudadano de aquel pueblo
que quería creer en las leyes de la República y en la
integridad de sus magistrados, a quienes había visto
ensañarse muchas veces contra los infelices, buscó
un Código de Defensa Social para ver qué castigo
prescribía la sociedad para el autor de semejante
hecho y encontró lo siguiente: <>
Señores magistrados, yo soy aquel ciudadano
humilde que un día se presentó inútilmente ante los
tribunales para pedirles que castigaran a los
ambiciosos que violaron las leyes e hicieron trizas
nuestras instituciones, y ahora, cuando es a mí a
quien se acusa de querer derrocar este régimen legal y
restablecer la Constitución legítima de la República,
se me tiene 76 días incomunicado en una celda, sin
hablar con nadie ni ver siquiera a mi hijo; se me
conduce por la ciudad entre dos ametralladoras de
trípode, se me traslada a este hospital para juzgarme
secretamente con toda severidad y un fiscal con el
Código en la mano, muy solemnemente, pide para mi
26 años de cárcel.
Cuba está sufriendo un cruel e ignominioso
despotismo, y ustedes no ignoran que la resistencia
frente al despotismo es legítima; éste es un principio
universalmente reconocido y nuestra Constitución de
1940 lo consagró expresamente.
Traicionada la Constitución de la República y
arrebatadas al pueblo todas su prerrogativas, sólo le
quedaba ese derecho, que ninguna fuerza le puede
quitar, el derecho de resistir a la opresión y a la
injusticia. Si alguna duda queda, aquí está un artículo
del Código de Defensa Social: <>. Era obligación de los magistrados de la
República resistir el cuartelazo traidor del 10 de
marzo. Se comprende perfectamente que cuando
nadie ha cumplido con la ley, cuando nadie ha
cumplido con el deber, se envíe a la cárcel a los
únicos que han cumplido con la ley y el deber.
¿ Cómo justificar la presencia de Batista en el
poder, al que llegó contra la voluntad del pueblo y
violando por la traición y por la fuerza las leyes de la
República? ¿Cómo calificar de legítimo un régimen
de sangre, opresión e ignominia? ¿Cómo llamar
revolucionario a un gobierno donde se han
conjugado los hombres, las ideas y los métodos más
ret´rogrados de la vida pública? ¿Cómo considerar
jurídicamente válida la alta traición de un tribunal
cuya misión era defender nuestra Constitución? ¿Con
qué derecho enviar a la cárcel a ciudadanos que
vinieron a dar por el decoro de su patria su sangre y
su vida? ¡Eso es monstruoso ante los ojos de la
nación y los principios de la verdadera justicia!
Pero hay una razón que nos asiste más poderosa
que todas las demás: somos cubanos, y ser cubano
implica un deber, no cumplirlo es crimen y es
traición. Vivimos orgullosos de la historia de nuestra
patria; la aprendimos en la escuela y hemos crecido
oyendo hablar de libertad, de justicia y de derechos.
Se nos enseñó a venerar desde temprano el ejemplo
glorioso de nuestros héroes y de nuestros mártires.
Céspedes, Agramante, Maceo, Gómez y Martí fueron
los primeros nombres que se grabaron en nuestro
cerebro. Se nos enseñó que el Titán había dicho que
la libertad no se mendiga, sino que se conquista con
el filo del machete. Se nos enseñó que el 10 de
octubre y el 24 de febrero son efemérides gloriosas y
de regocijo patrio porque marcan los días en que los
cubanos se revelaron contra el yugo de la infame
tiranía; se nos enseñó a querer y defender la hermosa
bandera de la estrella solitaria y a cantar todas las
tardes un himno cuyos versos dicen que vivir en
cadenas es vivir en oprobios y afrentas sumidos, y
que morir por la patria es vivir. Todo eso
aprendimos y no lo olvidaremos, aunque hoy en
nuestra patria se está asesinando y encarcelando a los
hombres por practicar las ideas que les enseñaron
desde la cuna. Nacimos en un país libre que nos
legaron nuestros padres, y primero se hundirá la isla
en le mar antes que consintamos ser esclavos de
nadie.
Termino mi defensa, pero no lo haré como
hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad
del defendido; no puedo pedirla cuando mis
compañeros están sufriendo ya en la isla de Pinos
ignominiosa prisión. Envíenme junto a ellos a
compartir su suerte, es concebible que los hombres
honrados estén muertos o presos en una República
donde está de presidente un criminal y un ladrón.
En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como
no lo ha sido nunca para nadie, preñada de
amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no
la temo, como no temo la furia del tirano miserable
que arrancó la vida a setenta hermanos míos.
Condénenme, no importa, la historia me absolverá.
Septiembre de 1953, durante el juicio por el
asalto militar de Moncada.
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