Por Sergio Zamora
C omo dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el latín vulgar, propagado en España desde fines del siglo III a.C., que se impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de no ser una de ellas. De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos autónomos conservados hasta nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló, como: cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza.
Otros autores atribuyen a la entonación ibérica la peculiar manera de entonar y emitir el latín tardío en el norte peninsular, que sería el origen de una serie de cambios en las fronteras silábicas y en la evolución peculiar del sistema consonántico.
Otro elemento conformador del léxico en el español es el griego, puesto que en las costas mediterráneas hubo una importante colonización griega desde el siglo VII a.C.; como, por otro lado, esta lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado en el español en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, los términos huérfano, escuela, cuerda, gobernar, colpar y golpar (verbos antiguos origen del moderno golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue pórpola y polba) proceden de épocas muy antiguas, así como los topónimos Denia, Calpe. A partir del Renacimiento siempre que se ha necesitado producir términos nuevos en español se ha empleado el inventario de las raíces griegas para crear palabras, como, por ejemplo, telemática, de reciente creación, o helicóptero. Entre los siglos III y VI entraron los germanismos y su grueso lo hizo a través del latín por su contacto con los pueblos bárbaros muy romanizados entre los siglos III y V.
Forman parte de este cuerpo léxico guerra, heraldo, robar, ganar, guiar, guisa (compárese con la raíz germánica de wais y way), guarecer y burgo, que significaba 'castillo' y después pasó a ser sinónimo de 'ciudad', tan presente en los topónimos europeos como en las tierras de Castilla, lo que explica Edimburgo, Estrasburgo y Rotemburgo junto a Burgos, Burguillo, Burguete, o burgués y burguesía, términos que entraron en la lengua tardíamente. Hay además numerosos patronímicos y sus apellidos correspondientes de origen germánico: Ramiro, Ramírez, Rosendo, Gonzalo, Bermudo, Elvira, Alfonso. Poseían una declinación especial para los nombres de varón en -a, -anis, o -an, de donde surgen Favila, Froilán, Fernán, e incluso sacristán. Junto a estos elementos lingüísticos también hay que tener en cuenta al vasco, idioma cuyo origen se desconoce, aunque hay varias teorías al respecto.
Algunos de sus hábitos articulatorios y ciertas particularidades gramaticales ejercieron poderosa influencia en la conformación del castellano por dos motivos: el condado de Castilla se fundó en un territorio de influencia vasca, entre Cantabria y el norte de León; junto a eso, las tierras que los castellanos iban ganando a los árabes se repoblaban con vascos, que, lógicamente, llevaron sus hábitos lingüísticos y, además, ocuparon puestos preeminentes en la corte castellana hasta el siglo XIV. Del substrato vasco proceden dos fenómenos fonéticos que serán característicos del castellano.
La introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro, cazurro, guijarro, pizarra, llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno al latín y a todas las lenguas románicas, que es, sin embargo, uno de los rasgos definidores del sistema fonético español; se trata del fonema ápico-alveolar vibrante múltiple de la (r). La otra herencia del vasco consiste en que ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición inicial, las palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas tempranas por una aspiración, representada por una h en la escritura, que con el tiempo se perdió: así del latín farina > harina en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es irin. La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, y el español es una de ellas, pues en la península se asienta durante ocho siglos la dominación de este pueblo. Durante tan larga estancia hubo muchos momentos de convivencia y entendimiento. Los cristianos comprendieron muy pronto que los conquistadores no sólo eran superiores desde el punto de vista militar, sino también en cultura y refinamiento. De su organización social y política se aceptaron la función y la denominación de atalayas, alcaldes, robdas o rondas, alguaciles, almonedas, almacenes.
Aprendieron a contar y medir con ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas; aprendieron de sus alfayates (hoy sastres), alfareros, albañiles que construían zaguanes, alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas que cuidaban y regaban por medio de acequias, aljibes, albuferas, norias y azadones. Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón del latín 'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la formación de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos topónimos como por ejemplo Zaragoza de "Caesara(u)gusta", o Baza de "Basti". No podría entenderse correctamente la evolución de la lengua y la cultura de la península sin conceder al árabe y su influencia el lugar que le corresponde. Si consideras que esta información es insuficiente o estás interesado en conocer más de la historia del idioma español, por favor envíame un correo y con gusto ampliaré el tema.
Esta lengua también se llama castellano, por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del territorio de sus comunidades autónomas respectivas; son esos hablantes bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo la lengua, castellano entendido como 'lengua de Castilla'.
En los países hispanoamericanos se ha conservado esta denominación y no plantean dificultad especial a la hora de entender como sinónimos los términos castellano y español. En los primeros documentos tras la fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por acuerdo la denominación de lengua española. Quien mejor ha estudiado esta espinosa cuestión ha sido Amado Alonso en un libro titulado Castellano, español, idioma nacional. Historia espiritual de tres nombres (1943). Volver a llamar a este idioma castellano representa una vuelta a los orígenes y quién sabe si no sería dar satisfacción a los autores iberoamericanos que tanto esfuerzo y estudio le dedicaron, como Andrés Bello, J. Cuervo o la argentina Mabel Manacorda de Rossetti. Renunciar al término español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una lengua que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y tolerancias que han contribuido a su condición. Por otro lado, tanto derecho tienen los españoles a nombrar castellano a su lengua como los argentinos, venezolanos, mexicanos, o panameños de calificarla como argentina, venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual podría significar el primer paso para la fragmentación de un idioma, que por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo. En España se hablan además el catalán y el gallego, idiomas de tronco románico, y el vasco, de origen controvertido. Sergio Zamora B. Guadalajara, Jalisco, México 1999
En la formación del español cabe distinguir tres grandes períodos: el medieval, también denominado del castellano antiguo, fechado entre los siglos X al XV; el español moderno, que evolucionó desde el sigloXVI a finales del XVII, y el contemporáneo, desde la fundación de la Real Academia Española hasta nuestros días.
El nombre de la lengua procede de la tierra de castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede hablarse de ella. Por entonces existían cuatro grandes dominios lingüísticos en la Península que pueden fijarse por el comportamiento de la vocal breve y tónica latina o en sílaba interior de palabra como la o de portam que diptongó en ué en el castellano, puerta, y vaciló entre ue, uo y ua en el leonés y aragonés (puorta) y mozárabe (puarta). En términos generales, se mantuvo la o del latín (porta) en la lengua del extremo occidental, el galaico-portugués -del que surgiría el gallego y el portugués-, y en el catalán del extremo oriental, que ejercería su influencia posterior por las tierras mediterráneas, fruto de la expansión política.
El castellano fue tan innovador en la evolución del latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político. A esta época pertenecen las Glosas Silenses y las Emilianenses, del siglo X, que son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y construcciones que no se entendían ya.
Las primeras se escribieron en el monasterio benedictino de Silos, donde para aclarar el texto de un penitencial puede leerse "quod: por ke", "ignorante: non sapiendo"; las Glosas Emilianenses se escriben en el monasterio de San Millán de la Cogolla o de Suso.
En el sur, bajo dominio árabe, hablaban mozárabe las comunidades hispanas que vivían en este territorio y conservaron su lengua heredada de épocas anteriores. La mantuvieron sin grandes alteraciones, bien por afirmación cultural que marcara la diferencia con las comunidades judía y árabe, bien por falta de contacto con las evoluciones que se estaban desarrollando en los territorios cristianos. En esta lengua se escriben algunos de los primeros poemas líricos romances: las jarchas, composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas corresponden a una lengua arábigo-andaluza.
De los cambios fonéticos que produjeron en esta época en el castellano, el más original consistió en convertir la f- inicial del latín en una aspiración en la lengua hablada, aunque conservada en la escritura. El primer paso para convertir el castellano en la lengua oficial del reino de Castilla y León lo dio en el sigloXIII AlfonsoX, que mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas, astronómicas y legales.
El castellano medieval desarrolló una serie de fonemas que hoy han desaparecido. Distinguía entre una -s- sonora intervocálica, que en la escritura se representaba por s, como en casa, y una s sorda, que podía estar en posición inicial de palabra como silla, o en posición interna en el grupo -ns-, como en pensar o en posición intervocálica que se escribía -ss- como en viniesse.
Las letras ç y z equivalían a los sonidos africados (equivalente a ts, si era sordo, y a ds, si era sonoro), como en plaça y facer. La letra x respondía a un sonido palatal fricativo sordo, como la actual ch del francés o la s final del portugués y también existía correspondiente sonoro, que se escribía mediante j o g ante e, i: así dixo, coger, o hijo. Distinguía entre una bilabial oclusiva sonora -b-, que procedía de la -p- intervocálica del latín o b de la inicial sonora del latín (y que es la que hoy se conserva), y la fricativa sonora, que procedía de la v del latín, cuyo sonido se mantiene hoy en Levante y algunos países americanos.
Desde el punto de vista gramatical ya habían desaparecido las declinaciones del latín y eran las preposiciones las que señalaban la función de las palabras en la oración. El verbo haber todavía tenía el significado posesivo tener, como en había dos fijos y se empleaba para tener y para formar las perífrasis verbales de obligación que originarían a partir del siglo XIV los tiempos compuestos; por eso, entre la forma del verbo haber y el infinitivo siguiente era posible interponer otro material léxico, hoy impensable, como en "Enrique vuestro hermano había vos de matar por las sus manos".
Los adjetivos posesivos iban precedidos de artículo, como aún hoy ocurre en portugués; así, se decía los sus ojos alza. El español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de la Biblia que mandó traducir Alfonso X; uno de los manuscritos del siglo XIII se conserva en la biblioteca de El Escorial. Gracias al Camino de Santiago entraron en la lengua los primeros galicismos, escasos en número, y que se propagaron por la acción de los trovadores, de la poesía cortesana y la provenzal.
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