El sábado 24 de marzo de 1951, la Argentina Potencia parecía una realidad
alcanzable. Ante una selecta concurrencia de funcionarios y periodistas, Juan
Domingo Perón hizo un anuncio que recorrería rápidamente todo el mundo: "El 16
de febrero de 1951, en la planta piloto de energía atómica en la isla Huemul, de
San Carlos de Bariloche, se llevaron a cabo reacciones termonucleares bajo
condiciones de control en escala técnica"
El Presidente argentino informaba, en síntesis, el desarrollo de un proceso
original para producir energía atómica mediante una reacción de fusión nuclear,
que no partía del uso del uranio y era no contaminante y barata. Parecía abrirse
la puerta a la utopía de una fuente inagotable de energía que reemplazaría para
siempre a los combustibles de origen fósil. La estructura de poder económico,
político y militar del mundo, de confirmarse el anuncio, se vería sacudida en
sus entrañas.
Ese verano de mediado el siglo XX parecía alentar los sueños de quienes
aspiraban a reubicar al país, como en el Centenario, entre las naciones llamadas
a convertirse en potencias emergentes. Apenas un mes antes, el 9 de febrero, los
habitantes de Buenos Aires podían contemplar con asombro la aerodinámica silueta
del Pulqui II, uno de los aviones de caza más avanzados del mundo, en el
Aeroparque de la ciudad. Diseñado por un equipo de ingenieros alemanes había
sido construido en la Fabrica Militar de Aviones de Córdoba, en la que desde
1927 se producían aeronaves bajo licencias internacionales y de diseño nacional,
luego, en series que llegaron en algunos modelos a superar las 200 unidades.
Para completar el panorama, en el siguientes 16 de octubre, entró en servicio la
locomotora Diesel-Eléctrica diseñada, construida y promovida por el ingeniero
Pedro Saccaggio en los talleres ferroviarios de Liniers. Un proyecto de
inversiones preveía una serie de 395 locomotoras similares de 2400 HP y 215 de
800 HP, para modernizar un sistema servido todavía por las antiguas máquinas a
vapor que consumían el carbón de Cardiff.
1946: ENRIQUE GAVIOLA Y LA BOMBA "A"
Aunque la enorme mayoría de los argentinos lo desconocía, no era la primera vez
que en medios científicos locales se abordaba de manera pública la construcción
de artefactos nucleares. En la séptima reunión de la Asociación Física Argentina,
realizada en La Plata en abril de 1946, el físico argentino Enrique Gaviola
presentó un trabajo titulado Empleo de la energía atómica (nuclear) para fines
industriales y militares.
"El trabajo de análisis que realizó Gaviola es notable, así como también lo es
el hecho de que sea tan poco conocido en la Argentina", sostiene el doctor Mario
Mariscotti, destacado científico argentino, con numerosos reconocimientos en el
ámbito internacional, en su libro El Secreto Atómico de Huemul ? Crónica del
origen de la energía atómica en la Argentina ? Editorial Sudamericana, 1985, una
de las fuentes consultadas para documentar esta investigación.
"El artículo concluye con una descripción, sorprendentemente detallada para el
momento en que es escrito, del posible diseño de una bomba atómica. ¡Nada más ni
nada menos! Sobre todo que con los conocimientos de hoy se puede apreciar que el
análisis de Gaviola, hecho a tientas, es correcto- Esta era una medida de la
capacidad existente entonces en la Argentina en materia atómica", dice
Mariscotti.
Nacido en Mendoza en 1900, Enrique Gaviola llegó al Instituto de Física de La
Plata, institución cumbre de la época de esa disciplina moderna en nuestro país,
en 1917, donde lo tomó bajo su tutela Ricardo Gans, científico alemán
especializado en magnetismo. Fue el primer peldaño de una carrera que lo llevó a
estudiar en Europa con integrantes de la elite que transitaba por los más altos
niveles del pensamiento de la teoría de la relatividad y de la mecánica cuántica,
como Einstein, Meitner, Hulbert, Courant, Born, Planck, Franck y von Laue.
Posteriormente desarrolla su actividad en Estados Unidos, primero en John
Hopkins y luego en Carnegie. Convive con la hight society de la física
internacional, participa en la intrépida empresa de investigar senderos del
conocimiento no transitados y trabaja denodadamente en los laboratorios que lo
aceptan. Por recomendación de Einstein es becado para trabajar con Robert W.
Wood y una foto, en la que aparece junto a Merle Tuve el 11 de noviembre de 1928,
trabajando en un experimento, está expuesta en el museo de Ciencia y Tecnología
de la Smithsonian Institution en Washington D.C.
No fue el único científico argentino que incursionó en los más altos niveles de
la ciencia de entonces. Cecilia Mossin Kotin se fue a París en 1938, donde
trabajó con el matrimonio Joliot-Curie, que había recibido el Premio Nobel cinco
años antes por el descubrimiento de la radiactividad artificial. La joven
investigadora tuvo la oportunidad de obtener uno de los primeros resultados de
la espectroscopía nuclear mundial al estudiar la radiación característica del
actinio.
La Argentina estaba en condiciones de aspirar a sumarse a las naciones que se
aprestaban a encaminarse en la senda de la energía atómica por la vía del uranio.
No le faltaban elementos humanos que, con la tutela de la nobleza científica
vacante en Europa a fines de la Segunda Guerra Mundial, la instalaran en un
lugar respetable en el mundo.
UN ATAJO SEDUCTOR
Con seguridad ése habría sido el camino elegido por el gobierno argentino de no
haberse presentado la seductora propuesta de tomar un atajo espectacular para
encontrar una respuesta definitiva y contundente al dilema de la producción de
energía; más aún, para dar con una fuente energética prácticamente inagotable.
Seguro y categórico, Juan Perón explicó que Estados Unidos, Gran Bretaña y la
Unión Soviética siguieron el camino de la fisión nuclear de átomos pesados, como
el isótopo 235 del uranio o el plutonio, en el desarrollo de sus planes.
"Durante el período de posguerra la Argentina se dedicó intensamente a
establecer si valía la pena copiar la fisión nuclear o si era preferible correr
el riesgo de crear un camino nuevo. La nueva Argentina decidió afrontar el
riesgo... los ensayos previos fueron coronados con el éxito, lo que nos alentó
para instalar en la isla Huemul una planta piloto. Allí, en oposición con los
proyectos extranjeros, los técnicos argentinos trabajaron sobre la base de
reacciones termonucleares que son idénticas a aquellas por medio de las cuales
se libera la energía atómica en el Sol. Para producir tales reacciones se
requieren enormes temperaturas de millones de grados. Por ello el problema
fundamental a resolver radicaba en la forma de conseguir tales temperaturas...
Para evitar explosiones catastróficas, era menester encontrar el procedimiento
mediante el cual fuera posible controlar las reacciones termonucleares en cadena.
Este objetivo, casi inalcanzable, fue logrado", afirmó el Jefe de Estado.
Presentó a la concurrencia al profesor Ronald Richter, 42 años, austríaco,
nacionalizado argentino, director de los ensayos, quien confirmó las
aseveraciones de Perón:
§"Tengo interés en afirmar que esto no es una copia del extranjero. Es un
proyecto completamente argentino. Para los extranjeros esto va a ser tan
totalmente nuevo como para nosotros, y deseo recalcarles que si no hubiera sido
por el amplio apoyo prestado a este proyecto por el Presidente de la Nación, la
realización del mismo hubiera resultado imposible"
§"La situación es completamente sensacional y como técnico que soy, no estoy
acostumbrado a producir tales sensaciones. Con este proyecto la Argentina ha
atacado en sus bases a los proyectos que sobre terrenos similares se desarrollan
en el exterior. Lo que los norteamericanos consiguen en el momento de la
explosión es una bomba de hidrógeno; en la Argentina ha sido realizada en
laboratorios y bajo control"
Richter contestó a algunas preguntas formuladas en el curso de la conferencia de
prensa:
"Yo controlo la explosión, la hago aumentar o disminuir a mi deseo. Cuando
explota una bomba atómica sin control hay una destrucción espantosa. Yo he
conseguido controlar la explosión para que la misma se produzca en forma lenta y
gradual"
"Usted se sorprendería mucho si supiera cuál es el material que se usa; pero
como otros tienen supersecretos, nosotros también los tenemos. Tenemos que
conservar los secretos de nuestros amigos para que ellos conserven los nuestros.
No mantenemos el secreto por razones armamentistas, sino simplemente por razones
económicas e industriales, puesto que además del espionaje para la guerra existe
el espionaje económico, y la Argentina deberá proteger el secreto"
EL ENIGMATICO DR. RICHTER
En una de las notas correspondientes al Capítulo I de su libro, el Dr.
Mariscotti no deja de señalar que hasta ese día ninguna bomba de hidrógeno había
explotado y que "la referencia de Richter demuestra que estaba al tanto de los
esfuerzos que, con Edward Teller a la cabeza, se realizaban en Estados Unidos en
ese tema"
Las reacciones ante el anuncio realizado en la Casa Rosada ese 24 de marzo de
195l oscilaron entre el escepticismo, la ironía, el agravio, y las dudas
respetuosas, con el correr del tiempo. Particularmente, a partir del momento en
que se puso fin a los experimentos en la isla Huemul.
§Cuando Perón hizo el anuncio, las reacciones de fusión controladas no eran
posibles. Sin embargo, poco después el tema comenzó a ser analizado e
investigado. Grupos dedicados al estudio de ese campo de la física comenzaron a
formarse durante esa década. Revistas especializadas como "Review of Moderns
Physicis", "Scientific American", "Nucleonics" e inclusive libros, publicaron
artículos de actualización en esa materia. En pocos años el tema se convirtió de
imposible en "pensable" y se comenzó a hablar de "difícil pero posible".
§En 1955 H.J.Bhabha, destacado físico hindú, que presidía la Primera Conferencia
Internacional sobre los Usos Pacíficos de la Energía Atómica en Ginebra, predijo
que el problema de la fusión nuclear estaría controlado en 20 años
§Ese mismo año, el presidente de la Comisión de Energía Atómica de los EE.UU.
anunció oficialmente que dicha institución estaba apoyando el proyecto Sherwood,
un programa de investigación a largo plazo para lograr la fusión nuclear
controladas para usos pacíficos
§El 14 de agosto de 1955, "el diario suizo "Die Wocke" señalaba que "esa
posibilidad ya había sido mencionada unos años atrás por el investigador atómico
Richter, calificado entonces de charlatán, puesto que en esa época se opinaba en
general que el elevado grado de temperatura necesario para el proceso sólo
podría alcanzarse mediante la explosión de una bomba de uranio"
§El New York Times, diario que expresa el pensamiento de la izquierda
progresista norteamericana, se caracterizó por una decidida hostilidad hacia el
régimen peronista e integró el grupo de los críticos que no creyeron en el
descubrimientos que se atribuía el austríaco. Sin embargo en su edición del lº
de Abril publicó un comentario de un especialista, Waldemar Kaempffert, de tono
menos escéptico. Lo hizo bajo el título "Argentina no posee recursos, aunque al
menos en teoría sus pruebas atómicas son posibles"
Kaemffert recordaba que Sir Jhon Cockcroft, director del laboratorio inglés de
Hardwell, coautor de la primera reacción nuclear artificial en l932, se había
referido a las posibilidades de obtener la fusión nuclear controlada. En una
conferencia en Oxford, en junio de l950 sostuvo: "Medios serán encontrados algún
día de producir temperaturas adecuadas para lograr la fusión de los núcleos de
deuterio y convertirlos en helio"
§El colaborador del Times menciona estudios teóricos del profesor Motz, de la
Universidad de Columbia sobre el particular y sostiene que éste "no considera el
proyecto de Richter como una cuestión absurda"
RICHTER y LOS ESTUDIOS SOBRE FUSION
Para Mariscotti el anuncio realizado por Perón y Richter, a pesar de que a la
postre el proyecto quedó trunco, actuó "de estímulo para el comienzo de las
investigaciones formales en este tema en los Estados Unidos. El hecho quedó
documentado en las actas desclasificadas oportunamente de la Comisión de Energía
Atómica. El 26 de julio de 1951, esta institución consideró un contrato de
investigación propuesto por el doctor Lyman Spitzer, de la Universidad de
Princeton, para estudiar fenómenos de transporte y reacción de elementos
livianos y aprobó al efecto un aporte de 50 mil dólares.
Con el tiempo, dicha universidad reconoció oficialmente que Spitzer, destacado
astrofísico especializado en plasma, había sido estimulado a pensar en el tema a
raíz del trabajo de Richter y a concebir un dispositivo magnético capaz de
confinar el plasma.
En consonancia con esta información, recuerdo la confidencia de un joven físico
argentino, hecha por los años 80, de haber sido sorprendido por el gesto de
algunos colegas norteamericanos que le mostraron en el laboratorio de Livermore,
dedicado al estudio del plasma, una placa que mencionaba a Richter como pionero
en las investigaciones sobre energía de fusión.
Richter, no era tan loco ni tan estafador como lo hicieron aparecer tanto buena
parte de sus colegas argentinos como la oposición a Perón, que encontró en el
episodio un venero inagotable de elementos para atacar su política. A punto tal
que Agustín Rodríguez Araya, un dirigente radical caracterizado por su
constantes diatribas y furibunda oposición al régimen, aprovechó la hospitalidad
del diario brasileño "Folha da Manha" para denunciar que la constitución de la
Comisión Nacional de la Energía Atómica, concretada el 31 de mayo de 1950,
algunos meses antes de la detonante conferencia de prensa, no era sino un telón
de fondo para esconder la ambición de los militares argentinos de dominar a la
América Latina. Episodio que basta para calificar su iracundia y su ignorancia
sobre los objetivos que se habían impuesto todos los científicos y técnicos de
la CNEA desde su fundación hasta la actualidad, de trabajar exclusivamente con
objetivos pacíficos. Ese solemne compromiso no ha sido traicionado hasta el día
de hoy.
Hay un aspecto que se insinúa en el libro de Mariscotti y que se relaciona con
la presunta influencia de Richter en la apertura de una nueva línea de
investigaciones en materia atómica por los círculos oficiales y académicos de
Estados Unidos. En momentos en que las relaciones del egocéntrico y autoritario
austríaco con los hombres de confianza de Perón llegaron a cierto grado de
tirantez, los informes de inteligencia aludían a repetidas visitas de Richter a
la embajada de ese país, en ocasiones en que viajaba a Buenos Aires. Obviamente
esa actitud, al tratarse de un tema de tanta sensibilidad, suscitó suspicacias;
a punto tal de que se impartieron directivas para que su pequeña hija no se
moviera de Bariloche. Todo indica que era una manera, más o menos sutil, de
tener un rehén adecuado para evitar una presunta transferencia hacia el norte
del hemisferio. Richter había estado en negociaciones para emigrar a Estados
Unidos apenas concluida la guerra, sin lograr concretar su empeño.
¿Cómo se compadece esto con el reconocimiento oficial del fracaso de los
experimentos de Richter que, de alguna manera, implicó un escándalo que lesionó
severamente la imagen del gobierno?
TECNICOS ALEMANES EN LA ARGENTINA
Para intentar una aproximación al tema conviene preguntarse por qué conductos
llegó el científico austríaco a la Argentina.
Uno de los grandes logros tecnológicos de la época peronista fue la construcción
del primer avión a reacción fuera del ámbito de las grandes potencias. El
ingeniero francés Emile Dewoitine llegó a Buenos Aires el 28 de mayo de 1946.
Poco más de un año después, el 9 de agosto de 1947, convierte al país en el
primero de América Latina en construir un jet, octavo en la historia y sexto en
el momento, debido a que Alemania y Japón habían sido ocupados por las fuerzas
aliadas que desmantelaron su estructura industrial.
El IAE-Pulqui"(Flecha en lengua india) era un caza totalmente metálico, con ala
baja y recta de perfil, dotado de una turbina Rolls Royce "Derwent V" de 1.632
kg de empuje, con una velocidad máxima de 720 km/h.
A pesar de que significaba un importante paso de la industria aeronáutica local,
su performance no satisfizo las necesidades que la época requería y finalmente
se desistió de continuar con el proyecto.
Una de las razones para tomar esta determinación fue la llegada al país del
profesor ingeniero Kurt Tank, uno de los pocos proyectistas alemanes de primera
magnitud que no habían sido captados por los estadounidenses, los rusos o los
británicos. Llegó acompañado de un valioso tesoro: los planos microfilmados del
proyecto TA-138 en pleno desarrollo por la fábrica Focke-Wulf al terminar la
guerra mundial.
"Básicamente se trataba de un avión con alas en flecha, ágil y maniobrable, para
volar en los límites de la barrera del sonido, con un armamento del 8% de su
peso total.
Asimismo debía operar en pistas con poca preparación, con lo cual se hacía
indispensable un tren de aterrizaje resistente, despegues y aterrizajes cortos (STOL)
y fácil mantenimiento en operaciones", lo describe Ricardo Burzaco en su
documentado libro "Las alas de Perón"- Aeronáutica Argentina 1945/1960,
Editorial Da Vinci, Buenos Aires 1995.
Kurt Tank y un brillante conjunto de proyectistas, ingenieros, técnicos y
aviadores germanos dieron un gran impulso de actualización a la industria
aeronáutica y a la Fuerza Aérea Argentina, cuya eficiencia y arrojo asombraron a
los analistas militares del mundo durante la guerra de Malvinas, a pesar de
contar con equipamiento inferior al enemigo.
Es lógico suponer que en ese momento Perón, cuya percepción estratégica es uno
de los atributos que incluso sus opositores no le niegan, preveía la posibilidad
cercana de proyectar al país a la condición de potencia emergente. Baste señalar
que el politólogo y economista norteamericano Dennis Small sostuvo en uno de sus
trabajos que, de haberse mantenido la tendencia de avance de la tecnología
impuesta por los proyectos iniciados o concretados por el equipo alemán y sus
aventajados discípulos locales, la industria aeronáutica argentina hubiera
alcanzado en los años 80 del siglo pasado, el nivel de la francesa y un papel
preponderante en el mundo. Basta esto para comprender por qué Perón tenía en
alta estima al profesor Tank y por qué aceptó con interés la calurosa
recomendación que le formulara para traer a Buenos Aires a un físico que había
conocido en Londres: Ronald Richter.
EL CIENTÍFICO Y EL HOMBRE
El archivo personal del coronel Enrique P. González, uno de los líderes del
Grupo de Oficiales Unidos (G.O.U.) que protagonizó la revolución militar del 4
de junio de 1943, designado por Perón secretario general de la Comisión Nacional
de Energía Atómica, creada por decreto del 31 de mayo de 1950, constituyó una de
las fuentes primordiales para el libro del doctor Mariscotti. Con poco frecuente
generosidad, el militar cedió esos materiales al investigador y a través de esa
documentación y de las confidencias de carácter personal que le hizo, es posible
intentar una aproximación a la compleja personalidad de Richter.
Aplomado, podía carecer de cualquier atributo menos de una alta autovaloración.
Para las pocas personas que tuvieron acceso a su trato, la duda siempre fue si
se estaba ante una personalidad genial o mitomaníaca. O una extraña mezcla de
ambas cosas.
Categórico, soberbio, mordaz, imperativo, respondía perfectamente al perfil del
exponente de la raza germana surgido de las teorías raciales de la doctrina
nacionalsocialista: parece difícil que aceptara las opiniones y las críticas,
por constructivas que fueren, surgidas de un país cuya mayor mezcla de sangres
estaba determinada por el aporte de españoles e italianos, con incorporación de
árabes y judíos y una avalancha de emigrantes de dispares procedencias. Algo
para nada congruente con los ideales de la superioridad de los arios.
Acompañado por el profesor Tank, que lo avalaba, luego de no concretarse un
intento de viajar a los Estados Unidos, el 24 de agosto de 1948 tuvo oportunidad
de explicar su teoría a Juan Domingo Perón. El 29 de junio de 1951, en un
diálogo con periodistas en la Casa Rosada, éste rememoró las circunstancias de
aquel encuentro.
"Richter me dijo que nosotros podíamos iniciar los trabajos atómicos por los
procedimientos que siguen los norteamericanos, pero para eso necesitaríamos unos
seis mil millones de dólares. ¿``Es posible?´´, me preguntó. Claro que yo ni le
contesté. Entonces Richter continuó: ``Eso es seguro. Por ese procedimiento
nosotros produciremos energía si usted me da los seis mil millones de dólares.
El otro procedimiento es el de la fusión´´. Y me lo explicó tan bien que yo
ahora tengo bastantes conocimientos de lo que es la fusión nuclear. Entonces
agregó: ``Por ese camino podemos llegar o no llegar. Hay que hacer dos o tres
descubrimientos y podremos llegar o no, pero lo haremos con chirolitas. ¿Usted
se anima?´´ Y yo le respondí: ¿Y usted se anima? Richter me contestó que él
estaba decidido; entonces le respondí: ¡Métale no más! Le dimos los medios y
empezó. Los demás procedimientos los ha descartado por caros e inoperantes. Este
es el método barato"
De esa conversación surge que Richter previno a su interlocutor sobre el riesgo
de "llegar" o no llegar, con lo que planteaba en el fondo que la base del método
de investigación científica es la del "ensayo y error", donde a menudo una serie
de fracasos puntuales conduce finalmente al éxito y, con mucha frecuencia, a un
callejón sin salida. Pero ése es el precio a pagar.
Seguramente al presidente argentino, que tenía de todo menos que de ingenuo, no
se le escapaba esa perspectiva. Pero como estratega que era, sabía también que
la marcha hacia los objetivos propuestos está signada, siempre, por la
introducción de variables desconocidas, para las cuales es necesario contar con
propuestas substitutivas que permitan superar las incertidumbres de carácter
táctico y persistir en la búsqueda de la meta inicial.
Una de las preocupaciones mayores de Perón era la de poblar el enorme desierto
patagónico. Cuando Richter, que había comenzado a trabajar en Córdoba junto a la
gente de Kurt Tank, llegó a malquistarse con sus compatriotas, se hizo necesario
buscar un nuevo asentamiento para sus equipos. Esa fue una de las razones por
las que, luego de un detallado estudio de las perspectivas que ofrecía el
territorio nacional, finalmente se eligió a la isla Huemul, situada en el Lago
Nahuel Huapi, en adyacencias de San Carlos de Bariloche.
Los trabajos se iniciaron el 21 de julio de 1949, a todo ritmo y dentro de
estrictas medidas de seguridad. Como nota curiosa, la responsabilidad en ese
campo correspondió al jefe del 2º Batallón del Regimiento 21 de Infantería de
Montaña, mayor Carlos Monti, un brillante oficial que cargaba en sus
antecedentes con un desembozado antiperonismo. El 12 de Octubre de 1945, cuando
en el Círculo Militar una tumultuosa asamblea debatía la suerte de Perón,
pretendió cortar por lo sano con una frase que había quedado registrada: "Lo que
hay que hacer es pegarle un tiro en la cabeza"
Su destino en el confín austral era una manera de castigo que tuvo como
atenuante sus cualidades castrenses.
Paradojas de la vida: ahora tenía una de las misiones que solamente se confía a
hombres de indiscutida lealtad. Perón objetó en principio la propuesta de su
comando militar, pero a la postre aceptó el argumento del ministro de Defensa,
el general Sosa Molina: "Este tipo será lo que usted quiera, pero es un soldado
ante todo. Si le da una misión, la va a cumplir"
Se trabajaba de día y de noche, entre la curiosidad de los pobladores de la zona
a los que despertaba la atención la brillante iluminación que surgía de la isla.
En marzo de 1950, Richter y su esposa se establecieron en Bariloche, con lo cual
se daban las condiciones para lanzar la etapa decisiva del programa nuclear. Un
plantel de 400 personas, entre técnicos, albañiles, carpinteros, electricistas y
otros oficios de la construcción, además de soldados, acarreaban materiales
desde Bariloche y los volcaban febrilmente en las obras. El 8 de abril, Perón y
Eva Duarte fueron impactados por el encofrado del reactor principal, de 12
metros de altura por otro tanto de diámetro. Un mes más tarde ya se realizó el
hormigonado, con un volumen estimado en unos 1400 metros cúbicos (demandó veinte
mil bolsas de cemento).
El grupo humano desbordó de alegría cuando, quitado el encofrado, el reactor se
mostró ante los ojos. Todos experimentaban la sensación de ser testigos de una
obra de suma importancia para el país.
Por Sergio Ceron, periodista y funcionario de la Secretaria de Ciencia Técnica
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