Por Eduardo Blaustein
De los ritos sublimes que rodearon la muerte de Alfonsín, y de sus eventuales, deseables efectos virtuosos, a la bajeza de esta vieja pieza literaria.
“A fuerza de oír tantas veces soberanía, democracia, y a fuerza de no haber presenciado sino el fracaso sistemático de esa soberanía popular y de esa democracia, esas palabras no me dicen nada.”
“Usted dijo: ‘Si el general Leopoldo Fortunato Galtieri ha dicho que las urnas electorales están guardadas, nosotros le respondemos que le vayan pasando plumeros porque las llenaremos de votos’.”
Estas palabras seguían así:
“Señor Alfonsín: cuando usted pide la inmediata convocatoria a elecciones, ¿está muy seguro de que las condiciones ideales para esa alternativa están ya dadas? ¿Por qué tanto apresuramiento? Primero construyamos la democracia, ¿no? Recién después pensemos en el voto.”
Al país de esas palabras vendría a gobernar Raúl Alfonsín. Quien en abril de 1980 firmó esta Carta abierta a un político argentino en la revista Gente se llama Renée Sallas. El que escribe es muy burro en lo que refiere al llamado periodismo de espectáculos. Sólo sabe que en esa región Renée Sallas es una reina. Un toque de Google alcanza para dar con una noticia del año pasado: allí aparece destacando en el staff de la revista Susana, presentada “con un cóctel para la prensa y una cena de gala para 200 invitados en el Hotel Alvear”. Para algún setentista descarriado: Susana es la revista de Susana Déjense de Joder con los Derechos Humanos Giménez.
En estos días tristes los medios, han switcheado a un formato a la vez excepcional y conocido: la cadena santurrona nacional. Se apagan las trompetas, cesan las crispaciones, nos ponemos hondos, no hay un solo arrebato en las calles. Desde ya que el fallecimiento de quien fue el más descollante líder político de los últimos 30 años (calificación que no necesariamente se transmite al ejercicio de la presidencia) amerita serenidad e introspección. Eso no se asegura mediante la pura imagen, la subutilización del archivo, el gesto compungido, la política de la corrección. Buena parte de lo que en estos días se dijo en las pantallas se redujo a la sórdida visión prontuarial de la política (“Alfonsín no tenía cuentas en Suiza”, “Alfonsín siempre vivió en el mismo departamento”), al abuso de una expresión que empobrece al caudillo radical y a todos nosotros: padre de la democracia, como si se tratara de un buen Dios que dirige a sus corderos perdidos en la pura inexistencia de la historia. Desde ya que la memoria mediática fue parcial. Desde ya que lo mejor que hizo Alfonsín, el Juicio a las Juntas, hubiera sido imposible sin el empuje de los organismos de derechos humanos, y lo digo a una altura de la vida en que se descree de la matemática de las movilizaciones.
En estos días se ha sostenido la idea de lo mal que valoramos los años de Alfonsín, el hombre honesto, íntegro, el demócrata. Faltaron en los medios contenidos que ayudaran a entender por qué pasó eso, quiénes y desde qué posiciones y desde qué espacios políticos, mediáticos o de poder agredieron o lastimaron. ¿En qué archivos televisivos se perdieron los gastes de Sofovich y Moria Casán contra la patota cultural? ¿Quién le bajó el sonido a las rechiflas en la Sociedad Rural? ¿Y aquel vicario castrense, Miguel Medina, al que Alfonsín salió a retrucar subiéndose al púlpito? ¿Dónde quedaron las imágenes de las misas de Famus en que se gritaba contra la “sinagoga radical” y se pedía “MM, Muchos Más”, por los NN? ¿Y aquellos programas periodísticos en los que se empataban paneles sangrientos entre familiares de desaparecidos y familiares de muertos por la guerrilla? ¿Y el gesto de Mariano Grondona cuando decía que una cosa era hacer un allanamiento y otra grave, muy distinta,… afanarse un reloj? ¿Y cuando Neustadt y Grondona preguntaban qué hacer en caso de dar con un subversivo que supiera dónde iba a estallar la bomba?
Pobre Alfonso que quiso llevar un proyecto socialdemócrata y que hablaba de solidaridad en aquel país de 1983 salido de lo Oscuro y lo pelotudo, el de los torturadores y el de Renée Sallas. Pobre cultura nacional de revistas que pasaron del reino de la pavada, del apoyo a la dictadura, del belicismo populista de Malvinas, a encontrar un filón cuando el Juicio a las Juntas. Lo llamamos el Show del Horror, sangre sin historia.
Esos mismos medios que desde siempre construyeron la cultura de la bajeza, de lo chiquito, del estado de sospecha permanente y ruin, son los que en estos días honran la estatura del estadista. Siempre serruchan temprano, siempre llegan tarde al rescate. El alfonsinismo, con todos sus problemas y carencias, más la resta de un peronismo catatónico y horrible, debió ser gobierno en ese contexto. Porque somos tilingos, pronto importamos de España el destape y el desencanto, ambas expresiones del posfranquismo. De a poco, insidiosa, fue ganando la mierda a la renovación y el cambio. Alguna vez escribí esto: “Después de unos primaverales primeros años, los amores y abundancias discursivas del alfonsinismo se trocaron en impotencia. Bernardo Neustadt emergió triunfante del desencanto mientras el alfonsinismo se retiraba lamiendo sus ‘fracasos comunicacionales’”.
Antropólogos y psicólogos sociales hablan de una suerte de sabiduría ante la muerte cuando las sociedades y los hombres construimos ritos. Alfonsín se ganó en buena ley la despedida de estos días: capillas ardientes y coronas florales, granaderos y cureñas. Queda la paradoja de este rescate para un hombre cuyo gobierno no fue bueno. Alfonsín no pudo parar el dramático retroceso histórico iniciado en 1975.
Ante un hombre inteligente, formado, orador extraordinario y no producto, con alguna cosa de estadista y más de rosquero viejo, caudillo de la recorrida territorial y el comité, de la biografía hecha de abajo y no por la billetera, queda la otra paradoja de estos tiempos: C5N transmitiendo las exequias con la banda sonora del Truman Show. Queda lo de siempre: costará construir una mejor sociedad con los medios que tenemos.
De los ritos sublimes que rodearon la muerte de Alfonsín, y de sus eventuales, deseables efectos virtuosos, a la bajeza de esta vieja pieza literaria.
“A fuerza de oír tantas veces soberanía, democracia, y a fuerza de no haber presenciado sino el fracaso sistemático de esa soberanía popular y de esa democracia, esas palabras no me dicen nada.”
“Usted dijo: ‘Si el general Leopoldo Fortunato Galtieri ha dicho que las urnas electorales están guardadas, nosotros le respondemos que le vayan pasando plumeros porque las llenaremos de votos’.”
Estas palabras seguían así:
“Señor Alfonsín: cuando usted pide la inmediata convocatoria a elecciones, ¿está muy seguro de que las condiciones ideales para esa alternativa están ya dadas? ¿Por qué tanto apresuramiento? Primero construyamos la democracia, ¿no? Recién después pensemos en el voto.”
Al país de esas palabras vendría a gobernar Raúl Alfonsín. Quien en abril de 1980 firmó esta Carta abierta a un político argentino en la revista Gente se llama Renée Sallas. El que escribe es muy burro en lo que refiere al llamado periodismo de espectáculos. Sólo sabe que en esa región Renée Sallas es una reina. Un toque de Google alcanza para dar con una noticia del año pasado: allí aparece destacando en el staff de la revista Susana, presentada “con un cóctel para la prensa y una cena de gala para 200 invitados en el Hotel Alvear”. Para algún setentista descarriado: Susana es la revista de Susana Déjense de Joder con los Derechos Humanos Giménez.
En estos días tristes los medios, han switcheado a un formato a la vez excepcional y conocido: la cadena santurrona nacional. Se apagan las trompetas, cesan las crispaciones, nos ponemos hondos, no hay un solo arrebato en las calles. Desde ya que el fallecimiento de quien fue el más descollante líder político de los últimos 30 años (calificación que no necesariamente se transmite al ejercicio de la presidencia) amerita serenidad e introspección. Eso no se asegura mediante la pura imagen, la subutilización del archivo, el gesto compungido, la política de la corrección. Buena parte de lo que en estos días se dijo en las pantallas se redujo a la sórdida visión prontuarial de la política (“Alfonsín no tenía cuentas en Suiza”, “Alfonsín siempre vivió en el mismo departamento”), al abuso de una expresión que empobrece al caudillo radical y a todos nosotros: padre de la democracia, como si se tratara de un buen Dios que dirige a sus corderos perdidos en la pura inexistencia de la historia. Desde ya que la memoria mediática fue parcial. Desde ya que lo mejor que hizo Alfonsín, el Juicio a las Juntas, hubiera sido imposible sin el empuje de los organismos de derechos humanos, y lo digo a una altura de la vida en que se descree de la matemática de las movilizaciones.
En estos días se ha sostenido la idea de lo mal que valoramos los años de Alfonsín, el hombre honesto, íntegro, el demócrata. Faltaron en los medios contenidos que ayudaran a entender por qué pasó eso, quiénes y desde qué posiciones y desde qué espacios políticos, mediáticos o de poder agredieron o lastimaron. ¿En qué archivos televisivos se perdieron los gastes de Sofovich y Moria Casán contra la patota cultural? ¿Quién le bajó el sonido a las rechiflas en la Sociedad Rural? ¿Y aquel vicario castrense, Miguel Medina, al que Alfonsín salió a retrucar subiéndose al púlpito? ¿Dónde quedaron las imágenes de las misas de Famus en que se gritaba contra la “sinagoga radical” y se pedía “MM, Muchos Más”, por los NN? ¿Y aquellos programas periodísticos en los que se empataban paneles sangrientos entre familiares de desaparecidos y familiares de muertos por la guerrilla? ¿Y el gesto de Mariano Grondona cuando decía que una cosa era hacer un allanamiento y otra grave, muy distinta,… afanarse un reloj? ¿Y cuando Neustadt y Grondona preguntaban qué hacer en caso de dar con un subversivo que supiera dónde iba a estallar la bomba?
Pobre Alfonso que quiso llevar un proyecto socialdemócrata y que hablaba de solidaridad en aquel país de 1983 salido de lo Oscuro y lo pelotudo, el de los torturadores y el de Renée Sallas. Pobre cultura nacional de revistas que pasaron del reino de la pavada, del apoyo a la dictadura, del belicismo populista de Malvinas, a encontrar un filón cuando el Juicio a las Juntas. Lo llamamos el Show del Horror, sangre sin historia.
Esos mismos medios que desde siempre construyeron la cultura de la bajeza, de lo chiquito, del estado de sospecha permanente y ruin, son los que en estos días honran la estatura del estadista. Siempre serruchan temprano, siempre llegan tarde al rescate. El alfonsinismo, con todos sus problemas y carencias, más la resta de un peronismo catatónico y horrible, debió ser gobierno en ese contexto. Porque somos tilingos, pronto importamos de España el destape y el desencanto, ambas expresiones del posfranquismo. De a poco, insidiosa, fue ganando la mierda a la renovación y el cambio. Alguna vez escribí esto: “Después de unos primaverales primeros años, los amores y abundancias discursivas del alfonsinismo se trocaron en impotencia. Bernardo Neustadt emergió triunfante del desencanto mientras el alfonsinismo se retiraba lamiendo sus ‘fracasos comunicacionales’”.
Antropólogos y psicólogos sociales hablan de una suerte de sabiduría ante la muerte cuando las sociedades y los hombres construimos ritos. Alfonsín se ganó en buena ley la despedida de estos días: capillas ardientes y coronas florales, granaderos y cureñas. Queda la paradoja de este rescate para un hombre cuyo gobierno no fue bueno. Alfonsín no pudo parar el dramático retroceso histórico iniciado en 1975.
Ante un hombre inteligente, formado, orador extraordinario y no producto, con alguna cosa de estadista y más de rosquero viejo, caudillo de la recorrida territorial y el comité, de la biografía hecha de abajo y no por la billetera, queda la otra paradoja de estos tiempos: C5N transmitiendo las exequias con la banda sonora del Truman Show. Queda lo de siempre: costará construir una mejor sociedad con los medios que tenemos.
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