Por Felipe Pigna
La derecha argentina surgió a la escena política del siglo XX como una expresión claramente reaccionaria frente a hechos como la expansión de la democracia liberal en Europa; y nacionales como la sanción de la Ley Sáenz Peña, la llegada al poder del radicalismo y el crecimiento de la movilización, organización y combatividad del movimiento obrero argentino y el temor a la expansión de la Revolución Rusa.
Uno de los autores más leídos y admirados por los derechistas argentinos fue Marcelino Menéndez y Pelayo (1852-1912) que planteaba que la gloria de España estaba en relación directa con su intolerancia política y religiosa: “Nunca se escribió más y mejor en España que durante los dos siglos de la Inquisición”. Parece que según don Marcelino, la expulsión de los judíos y los moros y la quema de supuestos “herejes” en Plazas públicas resultaron inspiradoras para un Cervantes, un Quevedo, un Góngora, un Lope de Vega, aunque leyéndolos, uno no encuentre ningún elemento que vinculen su genialidad con las masacres perpetradas por el Santo Oficio, ni lea en sus páginas alegatos reaccionarios sino más bien todo lo contrario. Pero lo interesante y lo que cautivaba a los derechistas argentinos era aquello de que la gloria de una Nación estaba en relación directa con la poca atención que se le prestaba a los reclamos y aspiraciones de las mayorías populares, aquella invitación a ejercer sin pudor el “derecho divino a mandar” de aquella clase patricia que se había construido una historia de guerreros y sacerdotes a la manera de aquella “España evangelizadora de medio mundo, a la España flagelo de los herejes, a la España luz del Concilio de Trento, a la España cuna de San Ignacio de Loyola”. Menéndez y Pelayo y los derechistas europeos estaban convencidos de que la Ilustración y las ideas difundidas con la Enciclopedia y el triunfo de la Revolución Francesa significaron la decadencia de la humanidad y el ingreso en “la época de la historia más perversa y descreída” donde “se desmoronó piedra a piedra este hermoso edificio de la España Antigua… olvidando su religión y su lengua, su ciencia y su arte, y cuanto le había hecho sabia, poderosa y temida en el mundo”.
Siguiendo al pensador español, nuestros nacionalistas glorificaban el espíritu guerrero y apostólico de la Edad Media y los Reyes Católicos. Añoraban aquella sociedad donde no había clases sociales móviles sino castas inamovibles, donde el que nacía rico moría más rico y el que nacía pobre sabía resignadamente que moriría más pobre porque “así lo quería Dios”. Aquel mundo donde el poder de los Papas podía negar que la tierra girara en torno al sol y que la tierra se movía y giraba sobre su eje, y condenar al autor de tales teorías a la hoguera de la que pudo escapar sólo retractándose. Aquella sociedad donde los reyes lo eran por derecho divino, porque Dios así lo quería y por lo tanto cualquier oposición al poder real lo era también al poder y al deseo de Dios. Aquella sociedad donde a la ciencia se la presentaba como enemiga de la religión y donde las mayorías populares solo ingresaban en la historia para engrosar los ejércitos destinados a cuidar y a aumentar el tesoro real.
Era un pensamiento fundamentalista, que desdeñaba del progreso y pugnaba por la restauración definitiva de un orden autoritario y jerárquico de un Estado absolutista en profunda relación con el poder eclesiástico donde la disciplina social y el sometimiento a los poderosos estuviesen fuera de discusión. Defendían como una de las “empresas más nobles de la humanidad” el genocidio conocido como la conquista española de América porque les había dado dignidad a los infieles y los había unido bajo una misma lengua y una misma religión.
El otro intelectual extranjero que influyó decididamente en la formación ideológica del nacionalismo argentino fue el francés monárquico Charles Maurras (1868-1952). Cuando a comienzos de la década del 90 se produjo el affaire Dreyfuss, surgió en Francia una fuerte corriente antisemita fogoneada por Edouard Drumond a través de su periódico “La Libre Parole” y la publicación “La France Juive” (La Francia Judia). En ese contexto Maurras funda la Acción Francesa, una agrupación antisemita de extrema derecha que propugnaba una vuelta a la monarquía absoluta y la vuelta a los valores políticos y sociales previos a la Revolución Francesa; profesaba el ateísmo pero le asignaba a la Iglesia un rol fundamental en la restauración de los valores tradicionales y en la disciplina social, porque como escribía Chateaubriand; "a la fuerza de las guarniciones podemos agregar la omnipotencia de las esperanzas religiosas". Para los “nacionalistas” el liberalismo y el marxismo son sus principales enemigos. El primero por su defensa acérrima y egoísta del individuo y el segundo su concepción clasista de la sociedad cuestionadora de la propiedad privada y de la idea de nación.
Eugenio Cambaceres en su libro “En la sangre” publicado en 1887, hace una verdadera descripción zoológica de los inmigrantes que comenzaban a poblar la Argentina. Julián Martel, haciéndose eco de las ideas de la derecha francesa, les echaba la culpa a los judíos por la crisis de 1890 que tenía causantes y beneficiarios claramente criollos y de apellidos “patricios” occidentales y cristianos. El autor de Juvenilia, Miguel Cané lanzó una campaña contra los “extranjeros indeseables” que culminaría en 1902 con la sanción de una nefasta Ley de su autoría, la 4144, más conocida como la Ley de Residencia, que permitía la expulsión de inmigrantes sin más trámite que una denuncia en su contra que lo sindicara como agitador social. Pero además de la abundante tradición literaria, la tradición política de la oligarquía argentina previa a la Ley Sáenz Peña avalaba de hecho un pensamiento autoritario de derecha a través del fraude electoral, el desprecio por la voluntad y la opinión popular, la marginación del inmigrante, la persecución al gaucho para transformarlo en peón, el despojo de sus tierras y el asesinato en masa de los pueblos originarios, y la represión sangrienta del movimiento obrero y de las rebeliones radicales.
El pensamiento nacionalista que rescataba y reclamaba el protagonismo del pensamiento católico reconocía en los militares, desde las cruzadas, la reconquista española y la conquista de América la otra pata de los representantes del orden, la jerarquía y los valores occidentales y cristianos. Manifestaciones de aquel nacionalismo autoritario fueron la reacción del centenario contra el movimiento huelguístico de 1910; la Liga Patriótica surgida en 1919.
El poeta Leopoldo Lugones, que había pasado por el anarquismo y el socialismo, fue sistematizando los temas preferidos de la derecha argentina: la decadencia de la democracia, terminar con el sufragio universal, la descalificación de toda la clase política, la “necesaria” represión al movimiento obrero y la desconfianza y el desprecio hacia el pueblo en general y al inmigrante en particular. Lugones sabía que para lograr que aquellas ideas que iban a contramano de la historia y de la voluntad popular hacía falta un cambio de régimen y ese cambio no vendría de las urnas sino de las espadas y decidió lanzar a viva voz la convocatoria al primer golpe de Estado del siglo XX en nuestro país. Fue en Lima, en ocasión de la conmemoración de los 100 años de la batalla de Ayacucho, aquella que puso fin a más de 300 años de dominación hispánica. Allí dijo el autor de “La guerra gaucha”: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo único enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy, fatalmente derivada, porque ésa es su consecuencia natural, hacia la demagogia o el socialismo. El sistema constitucional del silgo XX está caduco. El ejército es la última aristocracia; vale decir, la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta entre la disolución demagógica”.
La gravedad de las palabras de Lugones que invitaban abiertamente a terminar con el sistema democrático, a no respetar la ley, a la búsqueda de un caudillo predestinado para reemplazar al sistema constitucional caduco, serán el prólogo del nefasto golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 del que tendrá el “honor” de ser el redactor del comunicado oficial que firmó el golpista Uriburu, inaugurando un lamentable género literario argentino que perduró durante décadas renovando los escribas y comunicadores pero manteniendo el estilo y los contenidos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario