lunes, abril 26, 2010

No creemos víctimas

* Por Raúl Degrossi

Pensaba en eso el otro día, cuando veía por televisión el mensaje grabado de los hijos de Ernestina, con ese indefinible sentimiento a mitad de camino entre la pena y el asco que se siente cada vez que hay utilizados y utilizadores.

Hay una ola creciente de victimización berreta, fundamentalmente en periodistas y políticos opositores que buscan de ese modo legitimar éticamente sus miserias, cada vez más expuestas, tan grandes que para taparlas no alcanza una foto de Cabezas.

Quieren hacernos creer que tienen miedo, que nosotros les causamos miedo, que somos capaces de hacerles cualquier cosa, simplemente por el hecho de pensar distinto o de criticar al gobierno, que por otra parte contaría con mano de obra disponible dispuesta a hacer realidad esos miedos.

Están sacados, bajo estado de emoción violenta, crispados, como dirían ellos que estamos nosotros. Y se les nota.

Por eso no les demos el gusto, no creemos víctimas.

Hace dos años nos vinieron con el cuento lacrimógeno del pobre chacarero que se levantaba a la madrugada a sembrar y cosechar, coartada perfecta para defender a millonarios panzones con demasiado tiempo libre.

Que se reveló eficaz para lograr que un montón de boludos caceroleen para que los ricos paguen menos impuestos, y dos años después, si los para De Angeli en un corte de ruta, lo pasan por encima con el auto.

Entonces el problema era la piña de D’Elía o el Napia Moreno cantando la marcha en la Plaza de Mayo, rodeado de Acero Cali y sus muchachos.

Hoy son afiches -de dudosímo origen- contra periodistas de Clarín, o una presunta red de blogueros difamadores a sueldo, o una senadora que dice que esta sola y tiene miedo.

O una probable marcha para pedir la renuncia de Cobos, o el juicio político para destituirlo, o Duhalde que dice que lo persigue a todos lados una patota armada por la SIDE.

Aderezado todo, claro, por boludos que esperan a las cámaras de TN para empezar a las patadas contra las cortinas metálicas de la UIA, o arman bardo en la asamblea de la UBA, o en la Feria del Libro cuando habla Hilda Molina.

No les demos el gusto de que nos digan que tienen miedo de ser perseguidos por contar la verdad tipejos como Majul, que lo único que quieren es hacer negocios vendiendo unos cuantos libros.

No dejemos que se convierta en víctima Cobos, que se cagó y se caga todos los días en la Constitución y en ocho millones y medio de votos, mientras pone cara de prócer y se asume como el guardián de las instituciones.

No permitamos que circulen fábulas de milicias armadas por el gobierno, de policías secretas que difaman opositores y estarían dispuestas a atentar contra ellos, difundidas por tipos que todavía no rindieron cuentas en la justicia por las muertes de diciembre del 2001, o por el autor intelectual de los asesinatos de Kostecky y Santillán.

No convirtamos en voceras de la preocupación ciudadana por la inseguridad, a vedettongas descerebradas famosas por otras cualidades, no precisamente vinculadas al desarrollo intelectual.

No dejemos que nos den lecciones sobre que hacer con la deuda los tipos que la llevaron a cifras astronómicas y los que la dejaron de pagar alegremente, ni nos digan como usar las reservas los que las vaciaron.

No consintamos que nos digan que defienden la libertad de expresión tipos que apelan a argucias y chicanas en la justicia para frenar la ley de medios que votó por amplia mayoría el Congreso de la democracia.

No permitamos que nos digan que está sola una senadora que, a juzgar por sus propios proyectos, está acompañada nada menos que por el grupo Clarín.

No admitamos que Lilita Carrió, que discrimina la legitimidad del voto según el color de la piel y recorre embajadas socavando al gobierno, nos diga que ella defiende las instituciones.

Y no podemos permitirnos nada de eso, porque en el fondo tenemos razón, porque podemos mostrar lo que hicimos, y ellos no pueden decir lo que harían.

Es posible que se le haya ocurrido a otros la asignación universal a la niñez, pero la hicimos nosotros.

Es verdad que la lucha por los derechos humanos no empezó en el 2003 y el mérito es de las Madres, las Abuelas y los demás organismos, pero también es cierto que fue este proceso político el que la asumió como propia, aportando el apoyo para que hoy Bignone, Bussi, Menéndez, Astiz y muchos otros estén presos y condenados.

Es cierto que hay una larga y meritoria lucha de un montón de gente por tener una ley de medios de la democracia; tanto como que fue este espacio político que gobierna la Argentina, el que le puso el moño a esa lucha mandándola al Congreso y presionando por su sanción, y hoy no anda por los estudios de TN pidiendo perdón por haberlo hecho, como Pino Solanas.

Las instituciones las defendemos nosotros, a los que el pueblo eligió por amplia mayoría para gobernar cuatros años, como manda la Constitución, y no para irnos en helicóptero antes de la mitad del mandato.

Nosotros, que nos bancamos cien días de rutas cortadas y desabastecimiento, sin reprimir ni matar a nadie, y respetamos el voto en contra del Congreso, consumado con la defección del traidor.

Nosotros, que no amañamos las interpretaciones de la Constitución cuando nos faltan los votos, ni presentamos proyectos de ley diciendo que algún poder del Estado no tiene las atribuciones que esa misma Constitución le da.

Si fuimos capaces de acompañar hasta acá a las Abuelas en la búsqueda de la verdad (y no sólo sobre los hijos de Ernestina), tenemos que ser capaces de ponernos al costado, atentos y vigilantes, para que ellas mismas (que solitas pudieron contra todo y contra todos) la coronen ahora, cuando está en la punta de los labios hasta de los mismos apropiadores.

No les regalemos el motivo para teñir de sospecha una de las cosas más puras y transparentes que hay en la historia política argentina: la lucha de los organismos de derechos humanos contra la impunidad por los crímenes de la dictadura.

Que el ejemplo de lo que pasó con el campo -desde la cacerola hasta la puteada a De Angeli- nos sirva, para entender que hay mucha gente a la que hay que darle tiempo para entender como son las cosas.

¿O acaso nosotros mismos no necesitamos tiempo para entender tantas otras?

Es refrescante el fenómeno de 6, 7 y 8 y los grupos de Facebook, protagonizado por gente capaz de expresarse a favor de este proceso político, que se identifica a partir de sentirse traicionada en su confianza por el mensaje de los medios; quizás muchos más defraudados como espectadores o como oyentes, que como ciudadanos o votantes. No importa en definitiva, todo suma.

Pero nunca perdamos de vista el contexto: militemos a favor de la aplicación de la ley de medios, pero defendamos que siga habiendo paritarias; pidamos saber la verdad sobre los hijos de Ernestina, pero expliquemos a los que nos rodean, como impacta en la pobreza y la indigencia la asignación universal.

Digamos todas las veces que haga falta: “Clarín miente”, pero usemos la misma energía para decir nuestra propia verdad, para explicarle a muchos como los benefician millones de nuevas jubilaciones o puestos de trabajo, o por que es necesario que el Estado intervenga en la economía o aumente el gasto público.

Defendamos lo logrado estos años (que nos es poco, aunque falte mucho) sin vergüenza, con pasión, con mística, pero con alegría y con inteligencia, con paciencia infinita para no ceder a la provocación del que sabe que, por más que se esfuerce, no siempre logrará que la realidad responderá a sus deseos, y si no pregúntenle a Morales Solá.

No creemos víctimas, donde simplemente hay victimarios.

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