sábado, mayo 29, 2010

Filosofia barata.....

El heredero del trono

En un pueblo lejano, un rey muy anciano convocó a sus cinco hijos a una audiencia privada en la que les daría una importante noticia. Todos asistieron y el rey les dijo: "Os voy a entregar una semilla diferente a cada uno de vosotros. Al cabo de seis meses deberéis traerme la planta que haya crecido. El que presente la planta más bella heredará el trono".

Así hicieron todos, pero uno de los jóvenes plantó su semilla y no germinaba por más cuidados que le daba. Mientras, todos los demás no paraban de hablar de las hermosas plantas que habían crecido de sus semillas.

Llegó el momento y acudieron a su padre con sus preciosas y grandes plantas. Todos menos uno, que llevaba en la mano la semilla que su padre le había dado seis meses atrás. Cabizbajo, triste y avergonzado, se presentó el último ante su padre. Al ver el resto de los hermanos que no llevaba nada, hablaban entre ellos y se burlaban de él.

El alboroto fue interrumpido por la llegada del rey a la sala que, con atención, observó las cuatro plantas y la semilla, que permanecía en la palma de la mano de uno de sus hijos. Se sentó en el trono y llamó a su lado al joven sin planta. "Aquí tenéis a mi heredero -dijo el rey ante el asombro de todos-. Eres sincero y valiente, pues fuiste el único que no cambió una planta crecida por una semilla infértil"


Señales

Un hombre iba paseando por el campo cuando de improviso susurró: "Dios mío, dime algo". Y un árbol cantó, pero el hombre no estaba escuchando. Entonces dijo en voz alta: "¡Señor, háblame!". Y un el viento silbó a su alrededor, pero el caminante no estaba atento. Miró alrededor y dijo con fuerte voz: " ¡Dios, déjame que te vea!". Y en ese momento brilló con fuerza una estrella en el cielo, pero el hombre no levantó la vista. Al cabo de un poco, gritó "¡Dios, muéstrame un milagro!". Y en ese momento, un niño nació, pero el hombre no lo supo.

Luego el caminante, ya desesperado, pidió a voces: "¡¡Tócame, Dios!! ¡Hazme saber que estás aquí!" Y Dios bajó y le tocó. Pero el hombre espanntó despistadamente la mariposa que revoloteaba a su alrededor y continuó caminando.

La sequía

En un pueblecito que vivía del trabajo del campo acaeció una vez una larga y dura sequía que amenazaba con arruinar a los agricultores. Los habitantes del lugar fueron a ver al cura del pueblo y le dijeron:
- Padre, ¿por qué no pedimos a Dios que nos mande la lluvia?
- De acuerdo - respondió él-, pero debemos pedírselo con fe, con mucha fe, para que nos lo conceda.

La gente pensó en que era una condición muy sencilla y fueron a casa esperanzados. Sin embargo, pasaron las semanas y la sequía continuaba, a pesar de que ellos iban a misa puntualmente cada domingo. Cansados de esperar, los vecinos fueron de nuevo a ver al cura y le protestaron:
- Nos ha engañado. Dijo que si pedíamos a Dios con fe, nos mandaría la lluvia, pero ya han pasado muchos días y no ha caído una sola gota.

El cura les preguntó si habían pedido con verdadera fe, a lo que ellos contestaron que sí, por supuesto.

-Entonces - replicó el cura -, ¿cómo es que ninguno a venido a misa con paraguas?

Tirarse de cabeza

Un joven de una familia cristiana tenía multitud de dudas sobre su religión y, debido a la influencia deuna migo ateo, decidió dejar de creer en Dios. El joven era deportista y, sobre todo, le gustaba nadar.

Una noche de verano se coló en la piscina de su universidad. Todas las luces estaban apagadas, pero como la noche estaba clara y la luna brillaba había suficiente luz para practicar. El joven subió al trampolín más alto, fue hasta el borde y se giró para lanzarse de espaldas a la piscina, al mismo tiempo que levantaba los brazos. En ese momento abrió los ojos y miró al frente, viendo su propia sombra en la pared. La silueta de su cuerpo dibujaba exactamente la forma de una cruz. Entonces, sin saber muy bien por qué, se quitó del trampolín y se arrodilló pidiendo a Dios que volviera a entrar en su vida.

Mientras el joven permanecía quieto, el peronal de limpieza entró en el local y encenció las luces para trabajar en la piscina que habían vaciado varias horas antes.

Las tres pipas

Una vez un miembro de la tribu se presentó furioso ante su jefe para informarle de que estaba decidido a tomar venganza de un enemigo que lo había ofendido gravemente. ¡Quería ir inmediatamente y matarlo sin piedad!

El jefe lo escuchó atentamente y luego le propuso que fuera a hacer lo que tenía pensado, pero que antes de hacerlo llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado del pueblo.

El hombre cargó su pipa y fue a sentarse bajo la copa del gran árbol.

Tardó una hora en terminar la pipa. Luego sacudió las cenizas y decidió volver a hablar con el jefe para decirle que lo había pensado mejor, que era excesivo matar a su enemigo pero que sí le daría una paliza memorable para que nunca se olvidase de la ofensa.

Nuevamente el anciano lo escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que ya que había cambiado de parecer, llenara otra vez la pipa y fuera a fumarla al mismo lugar.

También esta vez el hombre cumplió su enacargo y gastó media hora meditando.

Después regresó a donde estaba el cacique y le dijo que consideraba excesivo castigar físicamente a su enemigo, pero que iría a echarle en cara su mala acción y le haría pasar vergüenza delante de todos.

Como siempre, fue escuchado con bondad, pero el anciano volvió a ordenarle que repitiera su meditación como lo había hecho las veces anteriores.

El hombre medio molesto pero ya mucho más sereno se dirigió a árbol centenario y allí sentado fue convirtiendo en humo, su tabaco y su bronca.

Cuando terminó, volvió al jefe y le dijo: "Pensándolo mejor, veo que la cosa no es para tanto. Iré donde me espera mi agresor para darle un abrazo. Así recuperaré un amigo que seguramente se arrepentirá de lo que ha hecho".

El jefe le regaló dos cargas de tabaco para que fueran a fumar juntos al pie del árbol, diciéndole: "Eso es precisamente lo que tenía que pedirte, pero no podía decírtelo yo; era necesario darte tiempo para que lo descubrieras tú mismo".

Los tres árboles

En lo más alto de una montaña había tres pequeños árboles que habían crecido próximos y hablaban a menudo entre sí de lo que querían llegar a ser.

El primer árbol decía: "A mí me gustaría llegar a ser un cofre. Quiero contener tesoros y ser llenado de riquezas. Seré el cofre con el tesoro más grande del mundo". El segundo arbolito soñaba: "Yo seré un gran barco. Llegaré a viajar por aguas terribles y a llevar a poderosos reyes sobre mí. Seré el barco más importante del mundo". El tercero decía: "A mí me encantaría quedarme para siempre en este monte, y crecer tanto que la gente al mirarme alce los ojos al cielo y piense en Dios. Seré el árbol más alto del mundo".

El tiempo transcurrió, cayó la lluvia y brillo el sol, y los tres arbolitos crecieron mucho y se convirtieron en robustos árboles con grandes copas de hojas verdes, ramas extensas y buena madera. Por eso, cierto día, tres leñadores subieron a la cumbre de la montaña para talar los magníficos árboles.

El primer leñador se dijo que estaba ante un hermoso árbol que le serviría muy bien para sus propósitos, por lo que lo cortó. Mientras caía, el primer árbol pensaba: "Ahora me convertirán en el cofre con el mejor tesoro del mundo". El segundo leñador, mirando para el otro fuerte árbol, comentó que era perfecto para él, y, a u golpe de hacha, el segundo árbol cayó. "Ahora me convertirán en un importante barco, navegaré por aguas terribles y sobre mí irán reyes poderosos y temidos". El último leñador se acercó al árbol restante, el que deseaba quedarse allí, mientras él se sentía abatido al ver la intención del leñador, el cual ni siquiera se molestó en mirar al pobre árbol, pues pensaba: "Cualquier árbol me sirve". Y le hizo caer. El árbol se lamentaba: "Yo solamente deseaba quedarme aquí y apuntar hacia Dios..."

El primer árbol se emocionó cuando vio que le llevaban a una carpintería, pero el carpintero no hizo un cofre con su madera, sino que lo convirtió en un comedero para animales. La desilusión del árbol fue muy grande cuando se vio cubierto de serrín y paja, y de cebada para los animales.

El segundo árbol se puso muy contento al ser llevado cerca de un embarcadero, aunque no hicieron con él un majestuoso barco, sino un pequeño y endeble bote de pesca, tan simple que sólo servía para navegar por un lago cercano, al que fue llevado.

El tercer árbol no sabía lo que estaba pasando. Lo cortaron para hacer tablas y le abandonaron en un almacén.

Y pasó el tiempo; tanto, que a los tres árboles casi se olvidaron de sus sueños.

Pero en una noche oscura, la luz de una estrella iluminó al primer árbol, cuando una joven posó sobre el comedero a su hijo recién nacido. "Me gustaría haberle hecho una cuna al niño", dijo el esposo. "Éste es un hermoso pesebre". Y el árbol supo que contenía el mayor tesoro del mundo.

Una tarde, un hombre y sus amigos subieron al bote de pesca construido con la madera del segundo árbol. El hombre se quedó dormido mientras el árbol hecho bote navegaba tranquilamente por el lago. De pronto, una terrible tormenta irrumpió en el lugar y el lago se vio azotado por un viento huracanado y una lluvia torrencial. De pronto, el hombre que dormía se levantó, y con un gesto suyo la tormenta se detuvo al instante. Fue entonces cuando el segundo árbol comprendió que era el barco más importante del mundo, porque llevaba navegando sobre él al Rey del Cielo y de la Tierra.

Un viernes por la mañana, el tercer árbol se extrañó cuando cogieron del almacén sus tablas. Se asustó al ser llevado en la espalda de un hombre que caminaba a duras penas entre una muchedumbre enfurecida que le gritaba, le escupía y le insultaba. Se horrorizó cuando unos soldados clavaron las manos y los pies del hombre en su madera, y se sintió cruel y horrendo al llenarse de su sangre. Pero el domingo por la mañana, cuando un sol radiante brilló en el cielo y la tierra tembló, el tercer árbol supo que cuando la gente le mirara tendría presente a Dios. Y eso era mucho mejor que ser el árbol más alto del mundo

Grabando a un amigo

Dice una leyenda que dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron, y uno le dio una bofetada al otro.

El otro, ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: "hoy, mi mejor amigo me pegó una bofetada en el rostro".

Siguieron adelante y llegaron a un oasis donde resolvieron bañarse. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por su amigo. Al recuperarse, tomó un estilete y escribió en una piedra: "hoy, mi mejor amigo me salvó la vida".

Intrigado, el amigo preguntó:
-¿Por qué después que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?

Sonriendo, el otro amigo respondió:
-Cuando un gran amigo nos ofende, deberemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargará de borrarlo y apagarlo. Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, deberemos grabarlo en la piedra de la memoria del corazón, donde ningún viento en todo el mundo podrá borrarlo.

Reunión en la carpintería

Sucedió que en cierta carpintería se reunieron las herramientas para arreglar sus diferencias. La mayoría de ellas querían expulsar al martillo, justificando que hacía demasiado ruido y que se pasaba el tiempo dando golpes.

El martillo, herido en su orgullo, aceptó renunciar a condición de que tampoco se le dejase ejercer al tornillo, pues había que darle demasiadas ueltas para que fuese útil.

El tornillo, a su vez, pidió la expulsión de la lija, haciendo ver su aspereza y las fricciones que tenía en su trato con los demás.

Ésta aceptó, pero únicamente si el metro era echado también, ya que siempre medía a los demás según sus marcas, como si él fuese el único perfecto.

En esto estaban, cuando entró el carpintero y, tomando unas toscas tablas de madera, empleó todas y cada una de las herramientas para confeccionar un precioso mueble que pesaba regalar a su esposa.

Cuando finalizó, abandonó la carpintería y las herramientas formaron de nuevo la asamblea. Entonces el serrucho tomó la palabra:

- Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades, lo que nos hace valiosos. ¡Fíjense! El martillo es fuerte, el tornillo une, la lija lima asperezas y el metro es preciso y exacto. Y observen, además, el lindo trabajo que, juntos, somos capaces de hacer.

La cuenta

Un matrimonio con dos hijos salió un viernes a cenar fuera, dejando encargado al mayor, de 12 años, de su hermanito pequeño, que era un bebé. Como le dio bastante trabajo, el niño dejó encima de la mesa una nota que su madre leyó al volver:

"Porque le he dado de comer: dos euros; porque le he dado el biberón: dos euros; porque le he cambiado: cinco euros; porque ha llorado: tres euros; porque he tenido que atenderle mientras dormía: tres euros. Total: quince euros".

La madre tomó quince euros y los dejó en la mesa, pero, cogiendo el papel, apuntó por detrás:

"Por los nueve meses que te llevé en mi vientre: un beso; por las veces que me levanté por la noche para cuidarte: un beso; por los momentos en que te cuidé estando enfermo: un beso; por cubrir tus necesidades: un beso; porque eres lo que más quiero en el mundo: un beso. Total: siempre un beso".

Al día siguiente, cuando el hijo vió la nota, no cogió los quince euros

El perro fiel

Una pareja de jóvenes llevaba varios años casados y aunque querían no podían tener hijos. Para no sentirse solos, compraron un chachorro pastor alemán. El cachorro creció hasta convertirse en un grande y hermoso perro que salvó en más de una ocasión a la pareja de ser atacada por ladrones. Era muy fiel y defendía a sus dueños de cualquier peligro. Ellos le amaban como a un hijo.

Después de siete años de tener al perro, la pareja logró tener el hijo tan ansiado. El matrimonio estaba feliz con su nuevo hijo, lo que repercutió en las atenciones que tenían con el perro. El animal se sintió relegado y comenzó a sentir celos del bebé; ya no era el perro cariñoso y fiel que habían tenido durante siete años.

Un día, los esposos dejaron al bebé durmiendo plácidamente en su cuna y fueron a la terraza. Un rato después, el dueño del perro fue al cuarto del bebé y vio al perro en el pasillo, con la boca ensangrentada y moviendo la cola. Casi sin pensar, sacó un arma y en el acto mató al perro. Luego corrió al cuarto del bebé y encontró una gran serpiente degollada.

Sólo le quedo llorar mientras exclamaba: «¡He matado a mi perro fiel!»

La carroza vacía

Cierto día, paseaban por el bosque un padre con su hijo.El padre se detuvo en una curva y le preguntó al niño:

- Hijo mío, ¿qué oyes?

- Oigo a los pájaron cantar en los árboles -respondió el aludido.

- ¿Escuchas algo más?

El hijo aguzó el oído y contestó un instante después:

- Oigo también el ruido de una carroza.

- Efectivamente -dijo el padre-. Es una carroza vacía.

- ¿Cómo sabes que está vacía, si sólo oyes el ruido? -preguntó el niño.

- Es muy fácil saberlo: cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace.

Ese niño creció y se convirtió en adulto, y hasta hoy, cuando ve a una persona hablando demasiado, interrumpiendo inoportunamente a los demás, presumiendo, siendo prepotente... le parece de nuevo oír la voz de su padre: «Cuanto más vacía está la carroza, mayor es el ruido que hace».

La rana sorda

Un grupo de ranas viajaba por el bosque cuando dos de ellas cayeron en un hoyo profundo, concebido como trampa para cazar conejos. Cuando las demás vieron lo hondo que era el agujero, les dijeron a las dos ranas de abajo que fuesen realistas, jamás podrían salir de allí, ya podían darse por muertas.

Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de las de arriba y siguieron tratando de salir fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las demás seguían insistiendo en que era inútil tanto esfuerzo, ya que no podían salir debido a la profundidad del hoyo. Finalmente, una de las ranas, influenciada por lo que las demás decían, se rindió, desplomándose, y murió.

La otra rana continuaba saltando tan fuerte como podía.La multitud de ranas arriba congregada continuaba instándole a que dejara de sufrir y se dispusiera a morir, gritándole que no tenía sentido seguir luchando. Pero la rana saltó cada vez más fuertemente hasta que logró salir del hoyo.

Cuando salió, las otras ranas le dijeron que les alegraba mucho que hubiera logrado salir a pesar de lo que le gritaban. La rana, sin entenderles, les explicó que era sorda y que pensó que las demás le estaban animando a esforzarse más y a salir del hoyo.

La piedra del camino

Hace mucho tiempo, un rey colocó una gran piedra obstaculizando un camino del bosque bastante transitado. Algunos pasaron bordeándola, saltando por encima de ella o tomando otro camino. Otros culparon al rey por no mantener los caminos despejados, pero nadie hizo nada para retirar la roca.

Un campesino que se dirigía con su mercancía al mercado la vio. Al aproximarse a ella, puso su carga a un lado, en el suelo, y trató de mover la enorme piedra. Después de empujar y fatigarse mucho, consiguió apartarla. Se estaba inclinando para tomar del suelo su carga y continuar su camino cuando vio una gran bolsa en el suelo, justo donde había estado la roca. La bolsa contenía una gran suma de monedas de oro y una nota del rey en la que ponía que el oro era la recompensa para la persona que moviera la piedra del camino.

El campesino aprendió ese día que cada obstáculo puede estar disfrazando una oportunidad.

El pescador

Un hombre rico y emprendedor se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado junto a su barca contemplando el mar y fumando apaciblemente su pipa después de haber vendido el pescado.

-¿Por qué no has salido a pescar? –le preguntó el hombre emprendedor.

-Porque ya he pescado bastante por hoy –respondió el apacible pescador.

-¿Por qué no pescas más de lo que necesitas? -insistió el industrial.

-¿Y qué iba a hacer con ello? –preguntó a su vez el pescador.

-Ganarías más dinero –fue la respuesta–, y podrías poner un motor nuevo y más potente a tu barca. Y podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que sacarías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… Y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico y poderoso como yo.

-¿Y que haría entonces? –preguntó de nuevo el pescador.

-Podrías sentarte y disfrutar de la vida –respondió el hombre emprendedor.

-¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento? –respondió sonriendo el apacible pescador.

(L. Tolstoi)

La historia de siempre

Esta es una pequeña historia, la historia de siempre, sobre cuatro personas que se llamaban Todo el Mundo, Alguien, Cualquiera y Nadie. Había que hacer un importante trabajo, y Todo el Mundo estaba seguro de que Alguien lo haría. Podía haberlo hecho Cualquiera, pero Nadie lo hizo. Entonces, Alguien se enfadó porque era un trabajo de Todo el Mundo. Pero Todo el Mundo pensó que Cualquiera podís hacerlo y Nadie sabía que ninguno lo haría. Al final, Todo el Mundo echó la culpa a Alguien cuando Nadie hizo lo que Cualquiera podía haber hecho. La historia de siempre.


La viejecita

Había una vez en un pequeño pueblo una ancianita que jamás hablaba de mal de nadie.

Un día murió un hombre conocido por todos por sus defectos: era holgazán, se emborrachaba frecuentemente y robaba; además, pegaba a su mujer y a sus hijos pequeños... ¡una calamidad de hombre, un estorbo para los demás!

El día en que murió la viejecita llegó a la sala del tanatorio donde velaban al difunto. Todos los que estaban allí pensaron: "Seguro que de éste no dice nada bueno". La ancianita se quedó un momento callada, como pensando, y dijo al fin: "Silbaba muy bien... Por las mañanas daba gusto oírle cuando pasaba por debajo de mi ventana. Lo echaré de menos".

Las plumas

Un hombre cirticó de forma grave a un amigo suyo, envidioso del éxito que éste había obtenido en una empresa. Tiempo después se arrepintió de haberlo hecho y, para tratar de enmendar el mal, visitó a una sabia mujer a quien le expuso el problema, además de su deseo de arreglar lo que había hecho. Ella contestó:

- Toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas y suéltalas en pequeñas cantidades por donde pases.

El hombre, contento por lo fácil del cometido, hizo lo que le había dicho la consejera, y, tras soltarlas todas en un solo día, volvió a donde ella y le dijo que ya había terminado.

- Esa es la parte más fácil -respondió ella-. Ahora debes volver a la calle y recoger todas las plumas que soltaste.

Él se entristeció, porque si se empleaba a fondo, solamente podría encontrar una o dos. Entonces la mujer sabia le dijo:

- Del mismo modo que no puedes juntar nuevamente las plumas que soltaste, el mal que hiciste con tus mentiras y críticas voló de boca en boca y ya está hecho. Ahora sólo te queda pedirle perdón de corazón a tu amigo, ya que no puedes arreglar lo que has hecho.

Un regalo de aniversario

En un pequeño pueblo vivían unos esposos muy ancianos y muy pobres. No habían tenido hijos y vivían de lo que les daban sus vecinos. Todas las mañanas iban al mercado con la esperanza de conseguir algo para comer.

El único tesoro que él poseía era una vieja pipa de madera que se ponía todas las noches en la boca e imaginaba que que fumaba, pues hacía tiempo que no podía comprar tabaco, y así espantaba un poco el hambre. Ella tenía unas largas trenzas blancas que hacía tiempo que no conocían peine alguno, pero ella se sentaba cada mañana a la entrada de la choza y las hacía y deshacía para olvidarse un poco de la comida. Y así cada día.

Llegó la fecha de su aniversario de boda. Él salió al mercado pensando en qué le regalaría a su mujer, y ella se sentó a la entrada de su choza pensando con qué celebrar el acontecimiento. Sin embargo, al atardecer, su marido volvió del mercado trayendo un paquetito que le entregó con un beso y un «Feliz aniversario», mientras ella sacaba un paquetito que le entregaba con una beso y un «Feliz aniversario».

Cuando cada uno abrió su pequeño regalo, se miraron a los ojos en silencio y se abrazaron llorando. Él había vendido su pipa para comprarle a su mujer un hermoso peine para sus trenzas. Ella había vendido sus trenzas para comprarle a su marido tabaco para su pipa.

En el campo de batalla

En plena batalla, un soldado le dice a su teniente:

- Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para ir a buscarle.

- ¡Permiso denegado! -replicó el teniente-. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente esté muerto.

El soldado, haciendo caso omiso de la orden del teniente, salió al campo de batalla y regresó un rato después, moribundo, con el cadáver de su amigo en brazos. El teniente estaba furioso:

- ¡Ya le dije que había muerto! Dígame, ¿merecía la pena arriesgar su vida para traer un cadáver?

El soldado, agonizante y a punto de morir, hizo un esfuerzo por decir unas palabras:

- Claro que mereció la pena, señor… Cuando le encontré todavía estaba vivo y pudo decirme: «Estaba seguro de que vendrías…»

El corazón más hermoso

Un día, un joven se situó en el centro de la plaza de un pueblo y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la región. La gente se fue acercando a su alrededor para contemplar el corazón, afirmado admirados que, efectivamente, su corazón era perfecto, sin un rasguño. Todos coincidieron en que no había corazón más hermoso. El joven, orgulloso, repetía una y otra vez que poseía el más perfecto de la comarca. Un anciano salió de entre la gente y dijo:

- No es verdad. Mi corazón es más hermoso que el tuyo.

La multitud, sorprendida tanto como el joven, miró el corazón del hombre viejo y vio que latía muy fuertemente, pero estaba cubierto de cicatrices, rasguños, trozos irregulares que no correspondían e incluso había huecos sin rellenar donde faltaban pedazos profundos. Después de contemplar el corazón del anciano, el joven se echó a reír y le dijo:

- Debe de ser una broma… No puedes comparar tu corazón con el mío. ¿No lo ves? El mío es perfecto, y el tuyo es horrible.

- Es cierto que el tuyo luce perfecto – contestó el anciano-, pero no lo es. Cada cicatriz que ves en el mío representa a una persona a la cual entregué todo mi amor. A veces, arranqué trozos para entregarlos, y muchos me regalaron un pedazo del suyo,que coloquen en el espacio que quedaba vacío. Por eso son irregulares. Otras veces, di trozos de mi corazón y no me ofrecieron nada a cambio. Por eso tiene huecos.

El joven, con ojos humedecidos, arrancó en silencio un trozo de su corazón y se lo entregó. El anciano lo colocó en su corazón como pudo. A continuación, arrancó un pedazo del suyo y se lo dio al joven, que tapó la herida abierta de su corazón. Su corazón ya no era perfecto, pero era mucho más hermoso que antes.

La vasija agrietada

Un campesino tenía dos grandes vasijas que colgaba a los extremos de un palo y llevaba encima de los hombros para cargar agua cada día. Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba todo el agua al final del largo camino que habñia desde el arroyo a la casa del campesino. Sin embargo, la vasija rota llegaba con la mitad del agua que cargaba.

La vasija perfecta estaba muy orgullosa de cumplir con el fin para el que estaba destinada. La tinaja agrietada, por el contrario, estaba muy avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable porque sólo podía llegar con la mitad del agua, y suponía que su obligación era llegar con toda el agua. Un día, al volver del arroyo, le dijo al campesino:

- Estoy avergonzada y quiero disculparme, porque debido a mis grietas sólo puedes llegar a casa con la mitad del agua, y dispones de la mitad de la que deberías tener.

Pero él le respondió:
- Cuando regresemos a casa, quiero que te fijes en las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino.

La vasija vio, en efecto, que multitud de flores hermosas crecían a lo largo de todo el trayecto, pero continuó sintiéndose muy triste porque al llegar a casa solo había transportado, como de costumbre, la mitad del agua. El campesino le dijo entonces:

- ¿Te has dado cuenta? Las flores solo crecen en tu lado del camino. Yo ya tenía conocimiento de tus grietas y me aproveché de ello: sembré semillas de flores a lo largo de todo el camino por donde vas y todos los días las has regado, y yo he podido recogerlas y entregárselas a mi preciosa y querida esposa. Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubierasido posible crear esta belleza.


Regalo sorpresa

Un joven estudiante estaba a punto de acabar la carrera en la universidad. Le encantaban los coches, sobre todo los rápidos deportivos, y hacía tiempo que quería tener uno. Como sabía que su padre podía comprárselo, le dijo que era lo único que quería como premio al graduarse. Cada día esperaba ansioso una señal de que su padre le había comprado el coche.

Finalmente, el día que supo que había aprobado todo, el padre lo llamó y le dijo lo orgulloso que se sentía de tener un hijo tan bueno y aplicado y lo mucho que le amaba. El padre tenía en sus manos una hermosa caja que le tendió con una sonrisa. Curioso y decepcionado por el tamaño de la caja, el joven la abrió y encontró una Biblia con tapas de piel y su nombre grabado en oro. El joven enojado, le gritó a su padre:
– ¿¡Con todo el dinero que tienes y lo único que me das es esta Biblia!?
Y dando un portazo, se fue de casa.

Pasaron muchos años durante los cuales el muchacho se convirtió en un hombre de negocios con mucho éxito. Tenía una gran casa, una hermosa mujer a la que amaba y dos preciosas hijas. Los años también pasaron para su padre, que era ya un anciano muy enfermo. Entonces, pensó en visitarlo: no había vuelto a verlo desde el día de su graduación. Pero, el mismo día que pensaba ir a verlo, recibió una llamada: su padre había muerto y él había heredado todas sus posesiones.

Tenía que ir urgentemente a casa de su padre para arreglar todos los trámites de la herencia. Cuando llegó, empezó a buscar documentos importantes y, en uno de los cajones, encontró la Biblia que hacía años su padre le había querido regalar. Con lágrimas en los ojos, comenzó a hojear sus páginas. Cuidadosamente, su padre había subrayado una frase en Mateo 7, 11: «Y si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más nuestro Padre celestial dará a sus hijos aquello que le pidan».

Mientras lo leía, un sobre cayó de la Biblia al suelo. Lo cogió, lo abrió y dentro encontró unas llaves de coche y la factura de un concesionario. En ella estaba escrita la fecha del día en que terminó su carrera y las palabras: «Totalmente pagado».


El rico pobre

Un día, el padre de una familia muy rica llevó a su hijo al campo para que viese lo pobres que eran los que allí vivían. Después de pasar un día y una noche en casa de una familia de campesinos que residía en una humilde casita, mientras regresaban en coche a casa, el padre le preguntó a su hijo:
– ¿Has visto lo pobre que puede llegar a ser la gente?
– ¡Sí, papá! – respondió el niño
– ¿Y qué has aprendido del viaje?

El niño reflexionó un instante y respondió a continuación:
– Aprendí que nosotros tenemos un perro y ellos tres perros, un gato y dos vacas. Que nosotros tenemos una piscina y ellos un río. Que nosotros tenemos en el patio unas lámparas compradas y ellos tienen las estrellas. Que nosotros tenemos un jardín que llega hasta un muro y ellos tienen el campo.

Y añadió:
– Gracias, papá, por enseñarme lo pobres que somos.

El paquete de galletas

Cierto día una señora fue a la estación a tomar un tren para efectuar un viaje. Al ver que se retrasaría, se dirigió a la tienda a comprar agua y un paquete de galletas, resignada a esperar durante toda una hora, como mínimo, la llegada del tren.

Se sentó en un banco en el que había un joven leyendo el periódico. Entonces el hombre metió una mano en el paquete de galletas y cogió una despreocupadamente, para luego metérsela en la boca con gesto indiferente. La señora se quedó boquiabierta. ¿Cómo podía tolerar eso? ¡Qué desfachatez! ¡Era su paquete!Desafiante, metió una mano en la caja, extrajo una galleta de su interior y se la mostró al joven, pasándola por delante de su cara varias veces antes de tragarla. Él sonrió y cogió otra galleta. La señora sin rendirse tomó otra, masticando ruidosamente. Estuvieron así hasta que sólo quedó una en el paquete. "No se atreverá a coger la última... ", pensó ella. Entonces el joven la cogió y la partió cuidadosamente a la mitad. Le dio una mitad a ella.

-¡Gracias!-replicó mordazmente.
-De nada-respondió él con una sonrisa.

Entonces llegó el tren de la señora y ella se marchó muy indignada. Al subir en él se percató de que tenía sed y, cuando fue a abrir su bolso para coger la botella de agua, vio a su lado el paquete de galletas INTACTO.

Estrellas de mar

Un día, caminando por la playa, me encontré a un anciano que recogía las estrellas de mar que la marea arrastraba hasta la orilla. Me acerqué, y observé cómo las estrellas que lanzaba de nuevo al mar volvían a la orilla, pero él las recogía y las volvía a poner en el agua. "Lo hace para que no mueran", pensé.

Entonces le dije:
-¿Por qué recoge las estrellas de mar, si luego regresan a la orilla? No tiene ninguna importancia.

Se giró, me sonrió y, agarrando una estrella de la orilla y lanzándola al mar, me respondió:
-¡Para ésta sí ha tenido importancia!

El jugador de baloncesto

Había una vez un chico que vivía con su padre al que le encantaba el baloncesto. Desde muy pequeño le había apasionado ese deporte, y pertenecía al equipo de la escuela aunque siempre estaba en el banquillo de suplente. Aún así, su padre asistía a todos los partidos y le animaba siempre desde la grada. El muchacho creció y fue a la universidad, donde se apuntó en el equipo de baloncesto. Si le cogieron fue más por su ánimo contagioso que por su forma de jugar. Llamó a su padre cuando se lo anunciaron y se alegraron los dos.

Después de una larga temporada bastante buena en la que no salió a jugar en ningún partido, llegó la final en la que se decidiría si el equipo de su universidad ganaría o no. Ese día por la mañana, durante el entrenamiento, se le acercó el entrenador al muchacho y le dijo muy bajito:
- Verás, chico, es un poco difícil de decir, pero… tu padre ha muerto esta mañana. Acaba de llegar un telegrama.
El chico trago saliva y comenzó a temblar. El entrenador le abrazó y le dijo:
- Hijo, tómate la tarde libre y no vengas al partido de esta tarde. Lo siento mucho.
Y se fue.

Por la tarde el equipo no jugó muy bien. Durante la primera parte del partido apenas encestaron, y el otro equipo era muy bueno. Iban perdiendo por 40 puntos en el descanso, cuando de repente entró el chico en el vestuario y le dijo al entrenador que quería salir a jugar. El entrenador le dijo que no, pues no quería que su peor jugador saliese al campo.
- Por favor, entrenador, déjeme salir una vez. No le defraudaré. Necesito jugar este partido.
El entrenador al final accedió, pues el muchacho le daba pena. "Seguro que aún está afectado por la muerte de su padre", pensó.

El chico salió y comenzó a hacer unos pases increíbles y a meter canastas imposibles. Todos los espectadores estaban asombrados de ver al joven del banquillo, que jugaba como el mejor. Hasta el entrenador estaba admirado, pues no sabía de donde sacaba semejantes fuerzas y ánimo para jugar de ese modo. Faltaban dos minutos para el final del partido, y el muchacho sin ayuda de nadie había conseguido recuperar los puntos y empatar. En el último minuto, metió la canasta que les dio la victoria. El público, los jugadores y el entrenador comenzaron a aplaudir a rabiar, y al muchacho se le vio feliz.

Al finalizar el partido, se fue a una esquina del vestuario, solo. El entrenador se le acercó y le felicitó diciendo:
- Has jugado estupendamente. ¿Cómo es que hoy hiciste todas esas canastas en el campo? Nunca habías jugado así.

- Usted sabía que mi padre había muerto esta mañana, pero, ¿sabía usted que era ciego? - dijo el muchacho levantando la vista-. Cuando venía a los partidos lo hacía para alentarme, pero no me veía. Hoy era el primer día que podía verme jugar, y yo le quería demostrar que podía hacerlo.

El rompecabezas

Un científico estaba trabajando en su laboratorio cuando entró su hio de cinco años, dispuesto a ayudarle. El científico, que tenía mucho trabajo y no quería ser interrumpido, pensó en darle un entretenimiento al niño para que no le molestase. Recortó de una revista un mapa del mundo, lo cortó en muchos trocitos y se lo dio a su hijo junto con cinta adhesiva para que lo recompusiera. Como no había visto nunca ese mapa, el científico pensó que tardaría horas en hacerlo.

Cuál fue su sorpresa cuando, al cabo de unos minutos el niño le dijo:
-¡Ya está papá, ya lo terminé!

El científico se quedó sorprendido por unos momentos, pero se giró pensando que no vería más que una chapuza típica de un niño de cinco años. Sin embargo, el niño le mostraba el puzzle totalmente hecho y con todas las piezas en su sitio. Le preguntó asombrado:
-¿Cómo lo has hecho, hijo?

-¡Muy fácil, papá! Cuando lo recortaste de la revista, me di cuenta de que, por detrás del mapa, había dibujado un hombre. Cuando me diste los trocitos, les di la vuelta e hice el rompecabezas del hombre. Cuando terminé de arreglar el hombre, me di cuenta de que había arreglado el mundo...

Los ojos de Ana

Ana era una niña de cinco años muy alegre. Tenía el pelo negro y los ojos negros también. Su padre, su madre y sus hermanas tenían los ojos azules, pero ella había había nacido con los ojos muy negros. Ana quería tener los ojos de un azul tan intenso como el de su familia. Por eso una noche rezó así: "Señor, yo quiero tener unos ojos azules tan bonitos como los de mi mamá y mi papá y mis hermanitas, hermosos como el cielo y bonitos como el mar. Yo sé que eres un Padre bueno y me lo vas a conceder". Y se durmió con este pensamiento.

A la mañana siguiente se levantó corriendo y fue al espejo muy contenta para ver si sus ojos se habían vuelto azules. Y se vio a si misma en el espejo... con los ojos exactamente igual de negros. Se quedó un poco frustrada. ¿Por qué Dios no había cumplido su petición?

Ana fue creciendo y creciendo, y Dios la llamó para ser misionera. Ahora trabaja en la India, rescatando a los niños que van a ser sacrificados en los altares. Cada día por la mañana se pone un velo y se viste como cualquier mujer india, se maquilla un poco la cara para que su piel parezca más oscura y va al templo a rescatar a algún niño o niña. Cierto día, su compañera en la misión (que conocía a su familia) le comentó: "es una suerte que tengas esos ojos tan negros, Ana. Si los tuvieras tan azules como los de tus padres y hermanas, no podrías estar haciendo esta labor tan importante en la India".

¿Se está quemando tu choza?

Un día zarpó un barco hacia alta mar, se trataba de un viaje de 50 días. En aquel barco iban 20 hombres y entre ellos se encontraba un fiel cristiano de quien todos en la tripulación se burlaban por sus férreas convicciones.

Una noche estalló el cuarto de máquinas y se hundió el barco, sobreviviendo únicamente el fiel cristiano al naufragio. Aquel hombre ahora se encontraba solo en una pequeña isla desierta. Estaba orando fervientemente, pidiendo a Dios que lo rescatara. Todos los días revisaba el horizonte buscando ayuda, pero ésta nunca llegaba.

Ya cansado de esperar, empezó a construir una pequeña cabaña para protegerse y proteger sus pocas posesiones. Un día se fue a pescar y regreso corriendo al ver que se quemaba su choza y no pudo salvar nada. Después de haber perdido todo, andubo vagando en la isla como sonámbulo, ya sin esperanza. El náufrago estaba confundido y enojado con Dios y llorando le decía: "¿Cómo pudiste hacerme esto?", y se quedó dormido sobre la hamaca.

A la mañana siguiente, muy temprano, escuchó asombrado la sirena de un buque que se acercaba a la isla. ¡Venían a rescatarlo!.

Al llegar sus salvadores él les preguntó: "¿Cómo sabían que yo estaba aquí?". Y ellos les respondieron: "Vimos las señales de humo que nos hiciste..."

Buscando a Dios

Cuentan que, en cierta ocasión, Dios quiso distraer a las personas. Preguntó a los ángeles dónde podría esconderse para que no le encontraran.

Unos le aconsejaron que se escondiera en el Everest, un monte del Himalaya situado entre el Tíbet y el Nepal que, con sus 8848 m. de altura es el más alto del mundo. Forma una pirámide truncada, está constituado por calizas y tiene numerosos glaciares en sus vertientes, que originan ríos como el Kosi y el Arun. Allí sería muy difícil encontrarlo.

Otros ángeles le sugirieron que se escondiera en el bosque más espeso: la Amazonia, una región natural de América del Sur que comprende la cuenca del río Amazonas y regiones circundantes, y que está cubierta, en su mayor parte, por selva virgen. En ese lugar sería aún más complicado que le encontraran.

Hubo ángeles que le dijeron que se metiera en el océano más profundo, el Pacífico, comprendido entre las costas orientales de Asia y Australia y las occidenales de América, de 179.000.000 km².

O en la famosa biblioteca de Alejandría, ciudad de Egipto fundada por Alejandro Magno.

Y así continuaron proponiendo lugares, hata que un ángel le dijo a Dios: "Escóndete en el último lugar donde te suelen buscar: el corazón humano".

El arroz

Cuenta una antigua leyenda china que en una ocasión el maestro le quiso enseñar a su discípulo la diferencia entre el cielo y el infierno.

Le condujo a un lugar donde había una enorme montaña de arroz, cocinado y listo para servir de alimento. A su alrededor, había cientos de personas hambrientas, pálidas y demacradas, que tenían en sus manos palos de dos y tres metros de largo. Llegaban a coger el arroz, pero no se lo podían llevar a la boca debido a la longitud de los palillos. Era un terrible sufrimiento tener delante el arroz sin poder comerlo.

A continuación, el maestro condujo al discípulo a otro lugar donde había una enorme montaña de arroz, cocinado y listo para servir como alimento. A su alrededor, había cientos de personas felices y llenas de vitalidad, que tenían en sus manos palos de dos y tres metros de largo. Llegaban a coger el arroz, pero, en vez de intentar inutilmente llevarselo a su propia boca, llevaban el arroz a la boca de las personas que tenían a su alrededor. Así todos quedaban saciados y felices en una gran comunión fraterna.

En qué se ocupa Dios

Cierta vez un rey, ya anciano, pensó que en su vida había visto todo lo que deseaba, solamente le faltaba ver a Dios. Llamó a sus sabios y consejeros, y les ordenó que le hicieran ver a Dios. Aquellos le respondieron que era imposible cumplir tal orden. Él los amenazó con duros castigos.

En el campo, un pastor de ovejas se enteró del deseo del rey y de sus amenazas. Llegó hasta el palacio e hizo avisar al rey que él haría posible que viera a Dios. Una vez en la presencia del monarca, éste le preguntó si era capaz de mostrarle a Dios. El pastor le dijo que si quería ver a Dios, tenía que salir al patio, con él, al mediodía. Así lo hicieron. El pastor le indicó entonces que, durante un minuto mirara fijamente el sol. El rey trató de mirarlo, pero no pudo, y protestó creyendo que el propósito del pastor era que quedara ciego. Entonces el pastor replicó:

-Señor, el sol es una de las obras de Dios, y no de las más grandes. Si Ud. no puede mirar directamente una de las obras de Dios, ¿cómo pretende ver al Creador del sol?

El rey reconoció que tenía razón y desistió de su propósito.

-Sin embargo -agregó- tengo una pregunta que formularte. ¿Qué había antes de Dios?

-Para obtener la respuesta -dijo el pastor- debe contar en forma regresiva a partir del número 10.

El rey contó: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno. El pastor pidió que siguiera contando. El rey, fastidiado, dijo:

-¡No hay más números!

El pastor agregó:

-Tiene razón. De la misma manera, el Uno es Dios. Con el comienza todo, antes de él no hubo nada.

El rey quedó conforme con la respuesta, pero le hizo otra pregunta.

-¿En qué se ocupa Dios?

El pastor le contestó:

-Para saber eso, su majestad debe quitarse sus ropas reales y dármelas.

El rey se quitó sus ropas, las entregó al pastor, quien se vistió con ellas y pasó sus ropas pastoriles al rey, pidiéndole que se vistiera con ellas. El rey preguntó:

-¿Qué más debo hacer?

El pastor le respondió:

-Ahora tiene que bajar del trono y sentarse en el piso.

El rey así lo hizo. Entonces el pastor se sentó en el trono y declaró:

-La ocupación de Dios consiste en ensalzar a los humildes y humillar a los soberbios.

Jacobo Beredjiklian - Cuento oriental

La elección de cruz.

Había una vez un hombre que no quería cargar con su cruz. Se quejaba continuamente a Dios porque creía que su cruz era muy pesada y muy difícil de llevar. Entonces Dios le llevó a un monte lleno de cruces de madera de todos los tamaños y formas: con nudos, lisas, grandes, astilladas, pulidas... de todo tipo. El Señor le dijo:

-¿Ves todas estas cruces? Ya que no queres cargar con la tuya, escoge la que quieras para cargarla sobre tus hombros.

El hombre fue caminando entre las cruces. Había muchísimas y no sabía cuál escoger. Al principio, vio algunas que parecían impecables, pero si se fijaba descubría algún muñón o astilla. Después de pasear entre muchas cruces vio una de tamaño medio, muy bien pulida. Pensó que si llevaba esa le iba a pesar muy poco, mucho menos que la que había llevdo hasta entonces. Y le dijo al Señor que quería llevarse aquella.

-¿Seguro que quieres llevarte esa y no otra? - le preguntó Dios, y el hombre asintió.

Entonces el Señor le explicó que la cruz que acababa de escoger era la misma que tenía antes y, comparada con las que había en el monte, era la más ligera y, teniendo a Dios, la más fácil de llevar.

Clavos que dejan huella

Una vez había un muchacho que tenía muy mal carácter: insultaba a los demás, los menospreciaba, incluso les pegaba. Un día, el muchacho le pidió a su padre ayuda para controlarse. Su padre le dio una bolsa de clavos y un martillo y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.

El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detras de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.

Un día descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos detrás de la puerta. Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Informó a su padre, y éste le sugirió que retirara un clavo de detrás de la puerta por cada día que lograra controlarse.

Los días pasaron, y el joven pudo por fin anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta, porque ya los había quitado todos. Su padre le tomó de la mano, le llevó hasta la puerta. y le dijo: "has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta... Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero la cicatriz perdurará para siempre".

Huellas en el suelo

Había una vez un hombre que estaba recordando su vida. Recordaba cada momento, los tristes y los alegres. Y el hombre le dijo a Dios:

-Señor, estoy viendo mi vida y recuerdo que, cuando me encontraba alegre y feliz vi cuatro huellas en el suelo: dos tuyas y dos mías. Gracias, Señor, por estar conmigo en los mejores momentos de mi vida, porque así supe que tú todo lo haces bien. Tú me acompañaste y estabas a mi lado.

»
Sin embargo - continuó el hombre con lágrimas en los ojos-, en los momentos que más he sufrido, los más solitarios y tristes de mi vida, los que más me pesaban, Señor, sólo he visto dos huellas en el suelo.

El Señor, sabio y misericordioso, le respondió:
-Hijo mío, sólo veías dos huellas en el suelo porque yo te llevaba en brazos.

Dos cajas

Tengo en mis manos dos cajas que Dios me dió a guardar.
Me dijo: "Pon tus tristezas en la negra, y todas tus alegrías en la de oro".
Seguí estas palabras y en ambas cajas tristezas y alegrías guardé.
A pesar de que la dorada se hacía más pesada día con día, la negra
era tan ligera como antes...
Lleno de curiosidad, abrí la caja negra para ver lo que ocurría, y vi en el fondo de la caja un agujero por donde mis tristezas habían desaparecido.
Se la mostré a Dios y le dije: "¿dónde están mis tristezas?"
Y con una tierna sonrisa me respondió: "Hijo mío, todas ellas están aquí conmigo".
Le pregunté: "Dios mío, ¿por qué me diste las cajas? ¿Por qué la dorada, y la negra con agujero?"
Y él me respondió: "Hijo mío, la dorada es para que tomes en cuenta todas tus bendiciones, la negra es para que puedas olvidar".

El árbol de la Cruz

Una vez una persona andaba buscando al Señor. Le habían comentado de una invitación que hacía a todos para llegar hasta su Reino, donde dicen que tenía reservada una morada para cada uno de sus amigos, y él también tenía ganas de ser amigo del Señor. ¿Por qué no? Si otros lo habían logrado, ¿qué le impedía a él llegar a ser uno de ellos? Averiguando acerca del paradero, se enteró de que el Señor se había ido monte adentro con un hacha, a fin de preparar para cada uno de sus amigos, lo que necesitaría para el viaje y se largó a campearlo. Los golpes del hacha lo fueron guiando hasta una isleta. Atravesó el bosque tratando de acercarse al lugar de donde provenían los golpes. Al fin llegó y se encontró con el mismísimo Señor que estaba preparando las cruces para cada uno de sus amigos, antes de partir hacia su casa, a fin de disponer un lugar para cada uno.

-¿Qué estás haciendo? -le preguntó el joven al Señor.

-Estoy preparando a cada uno de mis amigos la cruz con la que tendrán que cargar para seguirme y así poder entrar en mi Reino.

-¿Puedo ser yo también uno de tus amigos? -volvió a preguntar el muchacho.

-¡Claro que sí! -le dijo Jesús-. Estaba esperando que me pidieras. Si quieres serlo de verdad, tendrás que tomar también tu cruz y seguir mis huellas. Es que yo tengo que adelantarme para ir a prepararles un lugar en el Reino.

-¿Cuál es mi cruz, Señor?

-Ésta que acabo de hacer. Sabiendo que venías y viendo que los obstáculos no te detenían, me puse a preparártela especialmente y con cariño para ti.

La verdad que muy, muy preparada no estaba. Se trataba prácticamente de dos troncos cortados a hacha, sin ningún tipo de terminación ni arreglos. Las ramas de los troncos habían sido cortadas de abajo hacia arriba, por lo que sobresalían pedazos por todas partes. Era una cruz de madera dura, bastante pesada, y sobre todo muy mal terminada. El joven al verla pensó que el Señor no se había esmerado demasiado en preparársela. Pero como quería realmente entrar en el Reino, se decidió a cargarla sobre sus hombros, comenzando el largo camino, con la mirada en las huellas del Maestro. Y cargó la incómoda cruz. Hizo también su aparición el diablo, es su costumbre hacerse presente en estas ocasiones, y en aquella circunstancia no fue diferente, porque por donde pasa Dios, acude también el diablo.

Desde atrás le pegó el grito al joven que ya se había puesto en camino.
-¡Olvidaste algo!

Extrañado por aquella llamada, miró hacia atrás y vio al diablo muy comedido, que se acercaba sonriente con el hacha en la mano para entregársela.

-Pero ¿cómo? ¿También tengo que llevarme el hacha? - preguntó molesto el muchacho.

-No sé -dijo el diablo haciéndose el inocente-. Pero creo es conveniente que te la lleves por lo que pueda pasar en el camino. Por lo demás, sería una lástima dejar abandonada un hacha tan linda como ésta, ¿a que sí?

La propuesta le pareció tan razonable, que sin pensar demasiado, tomó el hacha y reanudó su camino. Duro camino, por varias cosas. Primero, y sobre todo, por la soledad. Él creía que lo haría con la visible compañía del Maestro. Pero resulta que se había ido de allí, dejando solamente sus huellas.

Siempre la cruz encierra la soledad, y a veces la ausencia que más duele en este camino es la de no sentir a Dios a nuestro lado. Algo así como si nos hubiera abandonado.

El camino también era duro por otros motivos. En realidad no había camino. Simplemente eran huellas por el monte. Hacía frío en aquel invierno y la cruz era pesada. Sobre todo, era molesta por su falta de terminación. Parecía como que las salientes se empeñaran en engancharse por todas partes a fin de retenerlo. Y se le incrustaban en la piel para hacerle más doloroso el camino.

Una noche particularmente fría y llena de soledad, se detuvo a descansar en un descampado. Depositó la cruz en el suelo, a la vez que tomó conciencia de la utilidad que podría brindarle el hacha. Quizá el Maligno -que lo seguía a escondidas- ayudó un poco arrimándole la idea mediante el brillo del instrumento.

Lo cierto es que el joven se puso a arreglar la cruz. Con calma y despacito le fue quitando los nudos que más le molestaban, suprimiendo aquellos muñones de ramas mal cortadas, que tantos disgustos le estaban proporcionando en el camino. Y consiguió dos cosas.

Primero, mejorar el madero. Y segundo, se agenció de un montoncito de leña que le vino como mandado a pedir para prepararse una hoguera con el que calentar sus manos ateridas. Y así esa noche durmió tranquilo.

A la mañana siguiente reanudó su camino. Y noche a noche su cruz fue mejorada, pulida por el trabajo que en ella iba realizando. Mientras su cruz mejoraba y se hacía más llevadera, conseguía también tener la madera necesaria para hacer fuego cada noche. Casi se sintió agradecido al demonio porque le había hecho traerse el hacha consigo. Después de todo había sido una suerte contar con aquel instrumento que le permitía el trabajo sobre su cruz. Estaba satisfecho con la tarea, y hasta sentía un pequeño orgullo por su obra de arte. La cruz tenía ahora un tamaño razonable y un peso mucho menor. Bien pulida, brillaba a los rayos del sol, y casi no molestaba al cargarla sobre sus hombros.

Achicándola un poco más, llegaría finalmente a poder levantarla con una sola mano como un estandarte para así identificarse ante los demás como seguidor del crucificado. Y si le daban tiempo, podría llegar a acondicionarla hasta tal punto que llegaría al Reino con la cruz colgada de una cadenita al cuello como un adorno sobre su pecho, para alegría de Dios y testimonio ante los demás.

Y de este modo consiguió su meta, es decir, sus metas. Porque para cuando llegó a las murallas del Reino, se dio cuenta de que gracias a su trabajo, estaba descansado y además podía presentar una cruz muy bonita, que ciertamente quedaría como recuerdo en la Casa del Padre. Pero no todo fue tan sencillo. Resulta que la puerta de entrada al Reino estaba colocada en lo alto de la muralla. Se trataba de una puerta estrecha, abierta casi como ventana a una altura imposible de alcanzar.
Llamó a gritos, anunciando su llegada. Y desde lo alto se le apareció el Señor invitándolo a entrar.

-Pero, ¿cómo, Señor? No puedo. La puerta está demasiado alta y no la alcanzo.

-Apoya la cruz contra la muralla y luego trepa por ella utilizándola como escalera -le respondió Jesús-. Yo te dejé a propósito los nudos para que te sirviera. Además tiene el tamaño justo para que puedas llegar hasta la entrada.

En ese momento el joven se dio cuenta de que realmente la cruz recibida había tenido sentido y que de verdad el Señor la había preparado bien. Sin embargo, ya era tarde. Su pequeña cruz, pulida, y recortada, le parecía ahora un juguete inútil.

Era muy bonita pero no le servía para entrar. El diablo, astuto como siempre, había resultado un mal consejero y un peor amigo, como tantas veces.

Pero el Señor es bondadoso y compasivo. No podía ignorar la buena voluntad del muchacho y su generosidad en querer seguirlo. Por eso le dio un consejo y otra oportunidad.

-Vuelve sobre tus pasos. Seguramente en el camino encontrarás a alguno que ya no puede más, y ha quedado aplastado bajo su cruz. Ayúdale tú a traerla. De esta manera tú le posibilitarás que logre hacer su camino y llegue. Y él te ayudará a ti, a que puedas entrar...

viernes, mayo 28, 2010

El misterioso Dragon

Para estos días y los que vienen

*Victor Heredia

Hubo hombres que se hicieron a la vida
como quien en un chinchorro se hace al mar,
en pequeños botecitos de colores
afrontaron su terrible tempestad;
con sus sueños fabricaron flotadores,
salvavidas, remos, velas y un timón,
pero el viento derribó las ilusiones
y empezaron otra vez la construcción.
Martillando con su propia sangre esperan
terminar, antes que despierte EL DRAGON.
Si queremos empezar
a construir la paz
un ladrillo hay que llevar;
una flor un corazón,
una porción de sol,
y estas ganas de vivir...
La colina hay que subir,
nada es sencillo aquí,
y ante todo está EL DRAGON
con su fuego intentará
parar la construcción
pero habrá una solución
Una flor un corazón,
una porción de sol,
y estas ganas de vivir...
Una flor un corazón,
una porción de sol,
y estas ganas de vivir...

jueves, mayo 27, 2010

Los dos Bicentenarios


*Ricardo Forster


Cada presente resignifica el pasado de acuerdo a sus propias vicisitudes y circunstancias. Si hiciéramos el ejercicio de situarnos en los años ’90 para dar cuenta de los dos siglos transcurridos como nación, seguramente las conclusiones serían muy diferentes de las que nos ofrece la actualidad. Otra mirada y otra perspectiva histórica, aquella que nos ofrecía la última parte del siglo XX, atravesada por los prejuicios y por las determinaciones de esa década en la que nuestro país fue dominado de cabo a rabo por los lenguajes neoliberales y en la que predominó un imaginario cultural signado por la fantasía primermundista, el consumismo a cualquier precio y la mercantilización de todas las formas de vida. El sujeto de los ’90, descendiente directo de los horrores de la dictadura y de la desilusión alfonsinista, marcado a fuego por la hiperinflación y disponible para cualquier aventurero que pudiese alcanzar el poder –como efectivamente lo logró Menem– no hubiera pensado un bicentenario como el que hoy estamos festejando.

Su visión de la realidad, su escala de valores y su imaginario cultural lo colocaban muy lejos de los ideales emancipatorios de aquellas primeras décadas del siglo XIX y mucho más lejos de cualquier perspectiva latinoamericanista. Su ilusión estaba puesta en el mercado global, en el deseo de vivir como en California y en alcanzar el soñado primer mundo, alejándonos definitivamente de la pesadilla sudamericana. Era el país de las “relaciones carnales” y de la convertibilidad, esa extraordinaria y loca ficción que permitió destruir en una década el ahorro de generaciones de argentinos teniendo como principal promesa los viajes a Miami. Pero también fue la década de una democracia lánguida y de instituciones agusanadas promovidas por muchos de los que en los días actuales se llenan la boca con discursos reclamando calidad institucional y república.

Para gran parte de la sociedad argentina de aquellos años farandulescos, el espejo ideal en el que debíamos mirarnos para recobrar el antiguo esplendor extraviado mientras nos gobernó para nuestra desgracia –así lo repetían sin cesar, el populismo– era uno que nos devolvía las imágenes convergentes del primer centenario, ese de las vacas y las mieces, de los apellidos tradicionales y de la apoteosis liberal expresada por los hombres de la generación del ’80, y los nuevos vientos de la economía global, de la libertad de mercado y del mundo unipolar (¿recordamos, acaso, esos días en los que la voz y la figura del inefable Alvaro Alsogaray era consultado como el oráculo de la economía y presentado como un prohombre de la nación?). Imágenes resplandecientes de una sociedad que se soñaba primermundista del mismo modo que aquella otra de 1910 se imaginó parte inescindible de Europa.

Ese centenario significó reescribir la historia para narrarla de otro modo, borrando, principalmente, las marcas y los recuerdos de aquellas ideas y de aquellos hombres y mujeres que se lanzaron a la gesta independentista teniendo en sus corazones el proyecto de una patria común, de un territorio sudamericano enhebrado por los sueños de Bolívar y San Martín, de Miranda y Artigas. Todo lo que recordase a pueblo fue prolijamente borrado de las nuevas escrituras oficiales.

En cambio, nuestra década menemista se asoció, de modo prostibulario, a lo peor de esa otra Argentina oligárquica que, al menos, había desplegado un proyecto de nación que dejó, entre otras cosas valorables, la ley 1.420 de educación pública, laica y gratuita. Menem y sus acólitos hubieran imaginado un centenario ya no con la infanta Isabel como principal invitada sino con George Bush padre como el homenajeado de turno. Las calles de Buenos Aires nos muestran, en estos días festivos y populares, una imagen muy distinta de la que todavía proyecta el fantasma de los ’90.

Mientras el discurso oficial repetía las promesas de paraísos artificiales sólo alcanzables al precio de desguazar el Estado y de abrir nuestra economía; mientras los dólares baratos se devoraban los últimos restos de industria nacional y lanzaban a la calle a millones de trabajadores; mientras los presupuestos para educación y salud caían en picada y el neoliberalismo barría las defensas del viejo “bienestarismo” heredado del primer peronismo y en situación de crisis terminal; mientras la banalidad y el cholulismo dominaban la escena cultural; mientras la corrupción y la parálisis de las instituciones de la República expresaban de un modo inusual el grado de decadencia que finalmente estallaría al final de esa década, lo que la sociedad podía vislumbrar de la gesta independentista era algo demasiado borroso y lejano, como si nada hubiera tenido que ver aquel mayo de 1810 con los mayos de los ’90. La idea de patria había sido suplantada por el shopping center. Ni siquiera quedaba el recuerdo de otro país, más generoso con el débil, más equitativo.

El país construido por la maquinaria comunicacional de los ’90, esa que bajo otras formas sigue expresándose a través de la corporación mediática, encontraba sus voces representativas en Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, su ideal giraba alrededor del eslogan más famoso de la época: “Achicar el Estado es agrandar la Nación”. Personajes de la rapiña ideológica, exponentes acabados de la ideología neoliberal que vieron en el menemismo al mejor de los realizadores de ese proyecto de devastación que no sólo amenazó con devorarse el presente y el futuro, sino que buscó hacerlo con el pasado.

Porque la manera como construimos el presente determina en grado sumo nuestra lectura y nuestra recepción del pasado. La actualidad argentina es acompañada por otra circunstancia continental y, tal vez, mundial. En Sudamérica se ha abierto, desde principios de este siglo, una etapa inesperada y anómala que ha iniciado el desmantelamiento del modelo neoliberal de acumulación capitalista. Un aire fresco y revitalizador circula por nuestras naciones. Desde Bolivia a Ecuador, desde Brasil a Uruguay, desde la Argentina a Paraguay y Venezuela, el Bicentenario busca reencontrarse con los ideales emancipatorios que significan no sólo independencia sino también mayor equidad y justicia para los más débiles. La hora actual es la de la igualdad y la soberanía. Nuestro Mayo no puede ser equivalente a aquel otro de hace doscientos años.

Hoy, en una Argentina que busca su destino y que brega por salir de la desigualdad de las últimas décadas, la actualización del Mayo libertario adquiere un sentido nuevo y revitalizador. Tal vez por eso se percibe en estos días festivos que un hilo secreto nos sigue uniendo con aquellos otros días de la independencia y la emancipación. Nosotros, los argentinos de este principio de siglo XXI, deberemos estar a la altura de los desafíos y de las demandas que no han sido saldados a lo largo de nuestra historia. Nuestro Mayo, vale repetirlo, debería ser el de la reparación y el de la igualdad social, esa que mejora la calidad institucional y que profundiza la trama más íntima de la democracia. Siguiendo ese rumbo quizás alcancemos nuestro destino sudamericano.

miércoles, mayo 26, 2010

Reflexiones Bicentenarias

Por Ceci Bibbó


Y después de tanto esperarlo, el tan mentado Bicentenario por fin hizo acto de presencia e irrumpió solemne y festivo. Pero por sobre todas las cosas, inclusivo. Tan distinto a ese Centenario en el que sólo festejaban unos pocos y que tanto parecen añorar algunos sectores incapaces de anteponer los intereses del país por sobre los propios.

¡Qué largo trecho hemos avanzado! ¡Tantas calamidades, alegrías y desgracias que debimos atravesar para poder estar donde hoy estamos! Y también, cuántas contradicciones y paradojas hemos sabido protagonizar. Pienso y se me vienen a la cabeza muchas imágenes: Perón y Evita siendo aclamados por multitudes en Plaza de Mayo y una muchedumbre celebrando la vuelta de la democracia en el ’83 pero también montones de personas vitoreando a Leopoldo Galtieri en ese mismo escenario.

El viernes, mientras la pantalla de mi televisor reproducía los acontecimientos que se desarrollaban en la 9 de Julio no podía dejar de pensar qué suerte tenía de estar viviendo un suceso histórico. Un hecho que va a quedar grabado a fuego en la memoria de todos los que creemos que es posible construir un país donde quepamos todos y donde los sectores populares tengan el lugar que por historia y por derecho les corresponde.
Entonces me vinieron a la cabeza todas las conquistas obtenidas en éstos últimos años, todos los reclamos históricos que por fin comenzamos a ver materializados.
¿Quién hubiese imaginado que 35 años después los responsables del genocidio más sangriento y cruento que debió sufrir el país estarían tras las rejas o esperando ser enjuiciados por los delitos de lesa humanidad cometidos?
¿Quién hubiese creído que esas mujeres que se animaron donde nadie se atrevía, esas Abuelas y Madres de Plaza de Mayo serían elevadas a la categoría de ejemplo nacional y reivindicadas cada vez que se presenta la ocasión?
¿Quién hubiese pensado que después de más de 30 años regidos por un decreto ley de la dictadura hoy podríamos tener una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual democrática y plural que busca garantizar el derecho a la comunicación y a la libertad de expresión verdadera, no a esa con la que se llenan la boca los hipócritas que enarbolan falsas banderas para defender los intereses a los que responden?
¿Quién hubiese considerado posible que mientras lo que pomposamente se denomina “Primer Mundo” se cae a pedazos seamos nosotros los que podamos darles explicaciones de cómo superar una crisis?
Y por último, ¿quién hubiese vislumbrado que este Bicentenario nos encontraría a los Pueblos latinoamericanos en armonía y consolidando una unidad regional como nunca antes se había visto?

Este es el Bicentenario que tantos compañeros soñaron y por el que perdieron sus vidas muchos otros. En cada bandera que flamee, en cada escarapela que adorne el pecho de un argentino estarán esos hombres y mujeres que lucharon por conformar una Patria grande y una América Latina unida.

Hoy, a 200 años de esos acontecimientos que comenzaron a moldear el país en que hoy vivimos, la suerte quiso que el Bicentenario nos encuentre gobernados por una mujer con una fuerza interior y una valentía que nada tiene que envidiarles a los hombres que anteriormente condujeron los destinos de la Patria. Una Presidenta que se animó a enfrentarse a los intereses más oscuros y poderosos a sabiendas del costo que esto le acarrearía.
Y mientras me asaltaban todos estos pensamientos, allí apareció ella. De pie frente a la multitud, “tan frágil, tan bonita y con una fortaleza de titán para enfrentar vendavales de mediocres, mezquinos y angurrientos" como Leonardo Favio tan sabiamente la describió. “Este va a ser un Bicentenario con un sesgo de pertenencia y de identidad a nuestra región, a la América del Sur, a Latinoamérica” expresó poniendo en palabras lo que muchos queríamos oír.
“Dios quiso que yo sea la presidenta del Bicentenario” dijo Cristina Fernández de Kirchner visiblemente conmovida con la voz entrecortada mientras las lágrimas amenazaban con escaparse. Y mientras la escuchaba, no pude evitar sonreír y emocionarme con ella.