lunes, agosto 11, 2008

Algo para recordar....

Entrevista realizada por la periodista italiana, Oriana Fallaci , al emperador Hailé Selassié en Addis Ababa en junio de 1972.

Resulta difícil para un italiano, escribir desapasionadamente sobre Hailé Selassié porque no es fácil superar la situación embarazosa que supone haberlo agredido, insultado, expulsado de su país con la inútil guerra que Mussolini nos echó a la espalda hace treinta y siete años. En 1935 también nosotros teníamos nuestro Vietnam. Se llamaba Etiopia. Quien ve el Vietnam como cosa nueva olvida, o ignora, que para hacer un imperio nosotros caímos sobre un pueblo que no molestaba a nadie y para defenderse tenía un ejército descalzo y armado prácticamente sólo de sables.
La primera vez que lo vi fue en el Gondar, una región abandonada de Dios y de los hombres, quemada por el sol, árida. Árboles, hormigas tucules. Su Majestad había ido al Gondar para inaugurar un puente metálico, y para acercarse a Su Majestad, o mejor dicho, para acercarse a la comida en honor de Su Majestad, los pobres habían acudido a centenares. Con sus andrajos, sus llagas y su tracoma. La comida se había preparado al aire libre alrededor de la tienda imperial. Se habían sacrificado docenas de carneros. El aroma de la comida llenaba el valle como una niebla, como una tortura. Los pobres no pretendían los pedazos selectos, el bistec que aparecían humeantes sobre el mantel de Su Majestad, las mesas de los sacerdotes coptos que habían acudido con sus sombrillas, sus cruces de oro y plata y sus invocaciones al Dios igualmente justo para todos, y aquellos sacerdotes comían como leones. En cambio, los pobres se contentaban con los desechos. E imploraban desesperadamente, a voz en grito, los restos que los cocineros tiraban. Los intestinos, las cabezas, los huesos con un poco de carne pegada. Pero los cocineros arrojaban los restos a un prado vigilado por soldados con metralleta, y los soldados con metralleta rechazaban a patadas a cualquiera que intentase dar un paso, y los intestinos, las cabezas y los huesos con un poco de carne pegada iban a parar a los buitres y a los perros Aquel prado era una pelea de perros, un aleteo de buitres que, felices, se lanzaban en picado y remontaban el vuelo con el pico lleno, mientras los pobres se lamentaban. Se lamentaron durante tres horas. Luego Su Majestad subió al jeep para regresar a Addis Abeba, y en el jeep había una caja de dólares nuevos, billetes de un dólar etiope que vale unas veintidós pesetas. Su Majestad se puso a repartir dólares de veintidós pesetas. El Jeep avanzaba a paso humano, los pobres corrían a lo largo de la calle flanqueada también por los soldados con metralleta, y Su Majestad entregaba el dólar al pobre que los soldados impedían que avanzara, eligiéndolo al azar entre la multitud. Una multitud que se apretujaba, movido cada uno por la esperanza de colocarse al lado de un soldado e implorarle “¡YO! ¡YO!”. Mujeres encintas y niños rodaban por los suelos donde los más fuertes se subían encima de ellos y los pisoteaban sin piedad. Su Majestad se daba cuenta de todo, desde luego, pero no abandonaba ni un momento su hierática compostura, la dignidad real sobre la que tanto se ha leído. Sonreía imperceptiblemente, a la vista de los que se aferraban a los dólares y corrían por la colina en busca de atajos que les llevasen nuevamente al cortejo y al jeep, para agarrarse de nuevo a un soldado, para volver a ser elegido, para extender otra vez la mano a la humillación. Al más veloz, que le daba las gracias con el saludo fascista, Su Majestad le respondía con ademán bendiciente, hierático.
Se llega a Su Majestad con esta visión en los ojos. Se llega en audiencia oficial al palacio que fue del rey Menelik y de la reina Taitu, pasando entre los mendigos tumbados sobre la hierba, los guardias brutales que te tratan a empujones, y entre los leones que rugen sombríos. Hay dos en una jaula y otro suelto, atado solo a una cadenita El palacio se llama Viejo Ghebi y es una construcción de estilo colonial en el centro de Addis Abeba, rodeada de jardines y de altos muros. Se sube la escalinata meditando sobre la comicidad que a veces acompaña al dolor, la audiencia me había sido anunciada nueve días antes junto con una serie de advertencias bastante cómicas. Sobre todo nada de pantalones, Su Majestad es un señor a la antigua, no soporta a las mujeres vestidas de hombres. Y atención tampoco soporta los vestidos cortos, escotados, sin mangas. Ninguna pregunta comprometedora o improvisada, por ejemplo, sobre Eritrea. Nada de conversación directa Su Majestad hablaría en amaneo y su secretario privado traduciría. En cuanto al cuestionario había que entregarlo por anticipado y someterlo al examen de los consejeros. Me enfurecí. Sólo había aceptado dos de los cuatro puntos el de los pantalones y el de Eritrea. Pero mi dureza había sido castigada con noticias desastrosas sobre los dos chihuahuas. Si, Lulu y Papillón estarían presentes en la conversación y ¿sabia por qué? Porque Su Majestad los usa como radar. Ellos le detectan bombas, traiciones, enemigos, peligros materiales y morales, la gente que ha de ser apartada y la gente en la que se puede confiar El año anterior le habían colocado un ingenio de relojería en el avión en el que debía viajar. Cuando los perros subieron a bordo se pusieron a ladrar histéricamente y el rey comprendió que debía escapar.
Después de la escalinata hay una antesala, luego un saloncito de estilo chino, luego otra antesala, y de aquí se pasa al salón de Su Majestad amplio, rojo, lleno de estucos, de tapices, de alfombras, de sillones rococó. Pasado el umbral hay que hacer una reverencia, un poco más adelante una segunda reverencia y luego una tercera reverencia. Agotadas las reverencias se levanta la cabeza y, de pie ante un trono decorado con un tejido claro con flores rosas y azules, está Hailé Selassié, emperador de Etiopia, León de Judá, Elegido de Dios, Poder de la Trinidad, Rey de Reyes. Si, es él mismo. Es este anciano pequeñísimo, antiquísimo.

El era el Rey de Reyes, y yo sólo alguien que no era del gusto de sus perros “Parlez”, dijo con voz ronca y baja. A pesar de las protestas del secretario, preparé el magnetófono y pedí a Su Majestad que me respondiera en francés, no me fiaba de las traducciones. El secretario temblaba indignado. Su Majestad lo hizo callar sin mirarlo, con un ademán de su índice Y ¡Cielos! yo quería empezar con una frase amable, lo juro. Por ejemplo, con una frase que se refiriera a ese nacional sentido de culpabilidad. Pero ante mis ojos reapareció vivísima, punzante, desesperada, la escena de Gondar, aquellos pobres cubiertos de andrajos, atormentados, con las manos tendidas hacia las tripas devoradas por los perros, por los buitres, mientras los soldados de las metralletas los apartaban a puntapiés, aquella multitud que corría, se atropellaba, se mataba para recoger un dólar de veintidós pesetas, un dólar del rey. Y surgió mi primera pregunta, insoportable, insolente La conversación duró más de una hora Su Majestad respondía fatigosamente, con pausas interminables, jadeando. A menudo, no comprendía lo que le preguntaba evitando alusiones directas. Tal vez porque no habla francés tan bien como dice, tal vez porque su envejecido cerebro ya no sigue los conceptos Y me tocaba repetir, soportar su cólera que a veces resultaba ofensiva.
Ante la última pregunta, se asustó. Era una pregunta sobre la muerte. Y a su Majestad no le gusta la palabra muerte. Tiene demasiado miedo de morir, él que con tanta facilidad manda a otros a la muerte De manera que me echó.
Pero se enfadó mucho más cuando la entrevista fue publicada. Para explicar mejor lo que él me había dicho, me pareció oportuno intercalar sus respuestas con notas y observaciones. Y, claro está, tales notas, tales observaciones, no podían halagarle. Su ira explotó violentamente y de ella florecieron amenazas, protestas oficiales y oficiosas, pastiches diplomáticos que comprometieron al embajador etíope en Roma y desgraciadamente al embajador italiano en Addis Abeba Y no cito las protestas de los italianos que vivían en Etiopia y que temían, por mi culpa, una real venganza. La mayor parte de los italianos que viven en Etiopia hablan con nostalgia de Mussolini y no sintieron por mí demasiada simpatía. Sus quejas tuvieron muy poco de amistosas. Prefiero referirme a las cartas de quienes me informaron, afectuosamente, de que haría bien en no volver a poner los pies en Etiopia hasta que Su Majestad hubiera pasado a mejor vida “Se lo ruego, siga mi consejo”

__ORIANA FALLACI. —Hay una cuestión, Majestad, que me preocupa desde que vi a aquellos pobres correr detrás de usted por un dólar de veintidós pesetas Majestad, ¿qué siente cuando reparte limosna a la gente? ¿Qué siente ante tanta miseria?

__HAILE SELASSIE —Siempre ha habido pobres y ricos y siempre los habrá ¿Por qué? Porque hay quien trabaja y hay quien no trabaja, quien tiene afán de ganar algo y quien no tiene ganas de hacer nada. Es cierto que Dios Nuestro Señor nos pone iguales en el mundo, pero también es cierto que cuando se nace no se es rico ni pobre. Se está desnudo. Es luego cuando uno se vuelve rico o pobre según sus méritos. SÍ, también .Nosotros sabemos que distribuir dinero no sirve para nada. ¿Por qué? Porque para resolver la miseria hay un solo camino: trabajar.

__OF. Majestad, quisiera estar segura de haber comprendido bien ¿Quiere decir, Majestad, que el que es pobre merece serlo?

__H.S: Nosotros hemos dicho que es pobre aquel que no trabaja porque no quiere. Hemos dicho que la riqueza hay que ganarla con esfuerzo Hemos dicho que el que no trabaja no come. Y ahora añadimos que la capacidad de ganar depende del individuo: cada individuo es responsable de sus desgracias, de su destino No es justo esperar que la ayuda caiga del cielo, como un regalo la riqueza hay que merecerla. El trabajo es uno de los mandamientos de Nuestro Señor Creador. La limosna, vous savez…

(Entre las limosnas que el emperador hace a sus súbditos está también la del pan Cada sábado, cuando el emperador va a una de sus villas campestres al lago, llena su automóvil de hogazas y las va lanzando por la ventanilla. Pero no siempre el pan va a parar a manos de sus súbditos. Los perros y los carneros conocen el rito, de manera que cuando aparece el automóvil, corren a disputarse el puesto con los niños y con los hombres y, generalmente ganan. El pan, en Etiopia, es una comida de ricos. La carne se come sólo dos o tres veces al año y cruda. El motivo es que Etiopia es el país de renta por cápita más baja del mundo. El salario de un zabagna, un guardia en la ciudad, es de quince dólares al mes. El proletariado, en realidad, no existe. La mayor parte de la población se dedica al pastoreo. La tierra pertenece a la Iglesia copta o al emperador que utiliza sus dominios como le place. Por ejemplo, para hacer regalos a sus protegidos o a sus cortesanos El pueblo no se rebela, ni siquiera tiene capacidad para ello Una estadística sueca publicada por el’ ‘Dagens Niether” sostiene que el noventa y cinco por ciento de los etíopes son analfabetos y el cinco restante saben leer pero no todos saben escribir. También sostiene que el cuarenta por ciento padecen sífilis, el cincuenta tracoma y el treinta lepra).

__ OF.: Majestad, ¿qué piensa de la nueva generación presa del descontento? Me refiero a los estudiantes que se agitan en la Universidad, especialmente en Addis Abeba y...

__ H.S:…La juventud es la juventud. No se pueden combatir las actitudes inherentes a la juventud. Por otra parte, no representan nada nuevo en el mundo, nunca sucede nada nuevo. Examine el pasado. Se dará cuenta de que la desobediencia de los jóvenes viene de antiguo. Los jóvenes no saben lo que quieren. No pueden saberlo porque les falta experiencia, les falta sabiduría. Para mostrar a los jóvenes el camino recto y castigarles cuando se rebelan a la autoridad, está el jefe del Estado, estamos Nosotros Pero no todos los jóvenes son malos y sólo los culpables irreductibles son castigados sin piedad. Los otros son doble gados e inducidos a servir a su país. Así pensamos Nosotros y así debe ser.

__ OF.: ¿Hay que castigarles incluso con la pena de muerte, Majestad?

__ H.S: Hay que examinar bien la cuestión. Y en ocasiones se descubre que la pena de muerte es justa y merecida. Por ejemplo, para los desobedientes ¿Por qué? Porque va en interés de todo el pueblo. Nosotros hemos abolido muchas cosas. Por ejemplo, la esclavitud. Pero la pena de muerte, no, no podemos aboliría. Seria como renunciar a castigar a quien osa discutir la autoridad. Así pensamos Nosotros y así debe ser.

(La autoridad del emperador es indiscutible e indiscutida, el pueblo lo venera como un dios y acepta sin replicar cada una de sus decisiones. Pero la exigua minoría de jóvenes que van a la escuela, sobre todo en Addis Abeba, no piensa así. Y difunden escritos contestatarios, hablan de una simiente que germina “La semilla de una planta llamada libertad”. En respuesta a tales protestas, por otra parte confusas y esporádicas, hubo redadas de la policía y los estudiantes desaparecieron .La universidad de Addis Abeba tiene normalmente más de tres mil alumnos Sin embargo, durante ciertos semestres no hay más que algunos centenares. ¿Dónde han ido a parar los demás? Nadie lo sabe. Alguien se lo ha preguntado al ministro de Educación que no ha contestado. La única esperanza es que hayan sido enviados a “comunidades agrícolas”, es decir, los acostumbrados campos de concentración, o a minas de oro, como la mina de oro del Emperador, en las que trabajan sólo detenidos. No hay pruebas. El único indicio lo proporcionaron dos camiones llenos de estudiantes detenidos sin motivo hace algún tiempo. La policía afirma que la razón es que estaban peleando entre ellos. Pero el mismo día fueron también detenidos una profesora norteamericana que enseñaba sociología y un profesor inglés que enseñaba literatura, acusados de incitar a los alumnos a la rebelión. Y, después de haber sido despedidos y luego expulsados, ambos declararon no haber visto ninguna pelea)

__ OF.: Majestad, quisiera que me hablase un poco de sí mismo. Dígame ¿alguna vez fue usted un Joven desobediente? Pero tal vez debiera preguntarle si ha tenido tiempo de ser joven, Majestad.

__ H.S: Nosotros no comprendemos la pregunta ¿Qué me pregunta? Por supuesto que Nosotros hemos sido jóvenes ¡no hemos nacido viejos! Hemos sido niño y luego adolescente y luego joven y luego adulto y luego viejo. Como todos Nuestro Señor Creador nos hizo a Nosotros como a todos Tal vez lo que usted quiere saber es que tipo de joven era. Bien era un joven muy serio, muy estudioso, muy obediente Alguna vez castigado, pero ¿sabe usted por qué? Porque a Nosotros no nos bastaba lo que nos hacían estudiar y Nosotros queríamos estudiar más. Nosotros queríamos quedarnos en la escuela después de terminadas las clases. Nos disgustaba divertirnos, montar a caballo, jugar. No quería perder el tiempo en juegos.

__ OF.: Majestad, tal vez no he sabido explicarme…

__ H.S: ¡¡¡Ca suffit, ca suffit!!! ¡Basta, basta!.

(En realidad Hailé Selassié nació viejo. A los siete años, alentado por su ambicioso e inteligentísimo padre, el ras Makkonnen, primo del rey Menelik, leía y escribía correctamente el amaneo. A los nueve años se sabía de memoria buena parte de la literatura francesa. A los trece años recibió de Menelik el título de gran cherif, y a los catorce fue nombrado gobernador de la provincia de Sodalli En este año murió su padre Estuvo en la corte dos años. Luego fue nombrado gobernador del Sídamo y, a los dieciséis años, ya ejercía la autoridad judicial, pronunciaba sentencias de condena a muerte o de penas corporales y dirigía las expediciones punitivas, jefe absoluto de un millón de personas que besaban la tierra a su paso, Tafan Makonnen, que éste es su verdadero nombre, nunca tuvo ni tiempo ni manera de vivir la edad en que se descubre lo justo y lo injusto. Educado en los complots, en las intrigas, en la crueldad, aprendió a sobrevivir a través del cinismo, y toda su vida se concentró en el esfuerzo de conquistar el poder y luego mantenerlo. Lo consiguió sin pararse en escrúpulos, recurriendo a menudo a sistemas que hubieran hecho palidecer a los Borgia y a Maquiavelo juntos, el modo como eliminó el verdadero heredero del trono Lij Yasu, por ejemplo. El modo como neutralizó a la reina Zauditu, el modo como lanzó unos contra otros a los ras adversarios. Despiadado, obstinado, clarividente, subió por fin al trono en 1930, después de haber sido regente y luego de haber sacrificado a aquel sueño hasta la capacidad de sonreír. Nunca sonríe Y nadie le ha visto reír jamás.)

__ OF.: Majestad, usted es el monarca que ha reinado más tiempo de todos los que están ahora en el trono. Y, en una época que ha visto la ruinosa caída de tantos reyes, usted es el único monarca absoluto ¿Alguna vez se ha sentido solo en un mundo tan distinto del mundo en que creció?

__ H.S: Nosotros creemos que el mundo no ha cambiado en absoluto. Nosotros creemos que esos cambios no han cambiado nada Ni siquiera vemos la diferencia entre república y monarquía. Nosotros vemos dos sistemas sustancialmente iguales de gobernar un pueblo. A ver, dígame, ¿cual es la diferencia entre república y monarquía?

__ OF.: Realmente, Majestad. Bueno, a Nosotros, quiero decir a mi me parece comprender que en las repúblicas donde existe, la democracia, el Jefe es elegido. En cambio, en las monarquías no.

__ H.S: No vemos la diferencia

__ OF.: No importa, Majestad. ¿Qué piensa de la democracia?

__ H.S: Democracia, república, ¿qué quieren decir estas palabras? ¿Qué han cambiado en el mundo? ¿Acaso los hombres son mejores, mas leales, mas buenos? ¿Acaso el pueblo es más feliz? Todo continúa como antes, como siempre. Ilusiones, ilusiones. Y, además, hay que mirar por los intereses de un pueblo antes de subvertirlo con palabras. A veces la democracia es necesaria. Pero a veces es un perjuicio, un error.

(En Etiopía se ignora incluso lo que son las elecciones, lo que es el voto. Si alguien le explicase a un pastor del Gondar que tiene derecho a expresar su opinión y a manifestarla con una cosa que se llama voto, se lo tomaría a broma y no lo creería. La libertad de pensamiento no existe y, naturalmente, no existen partidos políticos. Ni siquiera clandestinos. La policía secreta está organizadísima. Los teléfonos están controlados, y hasta los extranjeros tienen miedo de expresar un punto de vista que no coincida con el del emperador. Por una nadería, uno se puede ver acusado del delito de lesa Majestad y acabar en la cárcel o ahorcado. El hecho es que el emperador no cree en una Etiopía inserta en un clima de libertad y de democracia. No tiene a su pueblo en mucha estima. A las personas de su confianza les repite siempre con desprecio “Vous savez, ces gens “Y a menudo cita el ejemplo del Congo “Ved lo que sucede cuando se da libertad a cierta gente”)

__ OF.: Majestad, ¿intenta acaso decir que ciertos pueblos como el suyo no están preparados para la democracia y por tanto no la merecen? ¿Intenta decir que la libertad de prensa sería inadmisible aquí?

__ H.S: Libertad, libertad... El emperador Menelik y también Nuestro padre, hombres iluminados, examinaron esta palabra y siguieron de cerca estos problemas. Se los plantearon e hicieron muchas concesiones al pueblo. Nosotros, más tarde, hicimos otras. Ya hemos recordado que fuimos Nosotros quienes abolimos la esclavitud. Pero, repetimos, que algunas cosas son buenas para el pueblo y otras no. Es necesario conocer a Nuestro pueblo para darse cuenta de ello. Es necesario proceder lenta, prudentemente, ser como un padre muy cauteloso respecto a sus propios hijos. Nuestra realidad no es la de ustedes. Y nuestras desgracias son infinitas.

(Al principio de su reinado Hallé Selassié introdujo la radio en Etiopia. Más tarde los periódicos y la televisión. A pesar de ésto, en Addis Abeba no se sabe nada de lo que sucede en el resto del mundo. Tanto la radio como los periódicos y la televisión sirven sólo como instrumentos de la propaganda real. Cada noche el noticiario de la televisión empieza con una noticia sobre el emperador que ha inaugurado un puente o ha descubierto una lápida o ha participado en una feria benéfica o se ha reunido con un embajador. Invariablemente, las dos primeras palabras son: “Su Majestad...”. Los periódicos son, sustancialmente boletines de palacio. Incluso el “Etiopian Herald”, en inglés, empieza como el noticiario de la televisión. Hasta el estallido de una guerra, la llegada del primer hombre a la luna, las catástrofes locales pasan a segundo plano ante una ceremonia del emperador o vienen consignadas en pocas líneas. El día en que el avión de la East African se estrelló en la pista y murieron cincuenta personas, la prensa dedicó todo su espacio a una visita campestre de Su Majestad. Los etíopes están tan bombardeados por el mito de Su Majestad que, cuando oyen en la radio un anuncio de Coca-Cola, creen escuchar su voz.)

__ OF.: Majestad, ¿alguna vez ha lamentado su destino de rey? ¿Ha deseado alguna vez vivir como un hombre normal?

__ H.S: No comprendemos su pregunta. Ni en los momentos más duros, más dolorosos, No hemos lamentado o maldecido Nuestro destino. Nunca. ¿Por qué hubiéramos tenido que hacerlo? Hemos nacido de sangre real, el mando nos espera. Y, puesto que nos espera, puesto que Nuestro Señor Creador ha pensado que podríamos servir al pueblo como un padre sirve a su hijo, ser monarca constituye para Nosotros un gran placer. Hemos nacido para ésto, y para ésto hemos vivido siempre.

__ OF.: Majestad, estoy intentando comprenderle como hombre y no como rey. Por tanto, insisto y le pregunto si este oficio le pesa alguna vez; por ejemplo, cuando debe ejercerlo por la fuerza.

__ H.S: Un rey no debe Jamás lamentar el uso de la fuerza. Hay necesidades malas, pero son necesidades, y un rey no debe detenerse frente a ninguna necesidad. Ni siquiera cuando ésta le disgusta. Nosotros no hemos tenido nunca miedo de ser duros; el rey sabe lo que es conveniente para el pueblo y el pueblo no lo sabe. Para castigar, por ejemplo, Nosotros debemos aplicar únicamente el juicio de Nuestra conciencia. Y nunca sufrimos cuando castigamos porque creemos en ese castigo y tenemos absoluta confianza en Nuestro juicio. Así debe ser y así es.

(Los castigos del emperador excluyen a los miembros de la familia real. Éstos no pueden ser condenados ni a muerte ni a penas corporales. Para los demás el castigo va desde los trabajos forzosos a la horca. Desaparecido el castigo de cortar la mano o el pie, utilizado con frecuencia hace algunos años, se mantiene, sin embargo, la costumbre de emparedar vivos a los traidores en su propia casa. Pero en los últimos años el emperador se ha dulcificado un poco y el año pasado ordenó liberar a un ras a quien había hecho emparedar vivo en 1954. Después de dieciocho años de oscuridad y de silencio el ras no había muerto pero estaba gravemente enfermo. Hailé Selassié lo mandó a un hospital para que se recuperara y, en señal de perdón, le regaló un automóvil. También corre la voz de que, para hacer menos dolorosas las ejecuciones, el emperador quiso introducir en Etiopía la silla eléctrica y confió el asunto a un italiano que, efectivamente, la construyó. Pero la silla funcionó mal y el condenado se quemó pero no murió, de manera que el emperador decidió volver a los antiguos sistemas. Otro sistema por el que siente predilección es el de la humillación pública. Sucede, por ejemplo, que un cortesano comete un error o se muestra indigno de la confianza en él depositada. En tal caso. Su Majestad actúa de la siguiente manera: le obliga a presentarse cada mañana ante él, de rodillas, y finge no verlo. Durante meses, a veces durante años. Y es perdonado cuando el emperador se para y le dice: “Nos sorprende verte aquí, hijo. ¿Qué podemos hacer por ti?”)

__ OF.: Majestad, usted habla siempre de castigos. Pero ¿es cierto que usted es tan religioso y tan devoto de las enseñanzas cristianas?

__ H.S: Nosotros hemos sido siempre muy religioso, desde niño, desde el día en que Nuestro padre, el ras Makonnen, nos enseñó los mandamientos de Nuestro Señor Creador. Nosotros rezamos mucho, y vamos a la iglesia lo más a menudo posible; cada mañana si es posible. Nos acercamos a los sacramentos cada domingo, con regularidad. Pero por la religión no entendemos sólo la Nuestra, y hemos concedido al pueblo la libertad de observar la religión que le plazca. Creemos en la unidad de las Iglesias. Y por esto durante Nuestro viaje a Italia estuvimos tan interesados en reunimos con Pablo VI. Nos gusta mucho. Nos parece un hombre de gran capacidad, sobre todo en sus intenciones de trabajar por la unidad de las Iglesias y nos demostró mucha amistad.

(El encuentro con el Papa era, desde hace decenios, el sueño de Hailé Selassié. Pero el Papa a quien quería conocer no era Pablo VI, sino Juan XXIII. Repetía: “Tenemos que vernos nosotros dos antes de que uno de los dos muera”. La muerte del Papa Juan le entristeció tanto que durante algún tiempo no volvió a hablar de pontífices. Se interesó de nuevo por el tema hace tres años y la opinión general es que su viaje a Italia tenía fines místicos más que políticos. La mayor parte de su misticismo se lo debe Hailé Selassié a su mujer, la emperatriz Menen, muerta en 1965. Menen, beata hasta la médula, era la cuña del clero copto en la Corona, y el emperador era devotísimo de ella. Nunca dejó de amarla y de escucharla desde el día en que ella había enviado al otro mundo a su primer marido. Otra razón por la que el emperador se muestra tan religioso es porque tal imagen contribuye a su prestigio. Más de una vez forzando la imagen esperó que le concedieran el premio Novel de la Paz y estuvo a punto de conseguirlo. Lo perdió a consecuencia de las represiones en Eritrea.)

__ O. F: Majestad, durante su viaje a Italia, los italianos hicieron todo lo posible para demostrarle lo que les disgustaba haberle hecho la guerra. Con la entusiasta acogida que le dispensaron le dijeron que la de 1935 había sido la guerra de Mussolini. ¿Está usted convencido de ello ahora?

__ H.S : SÍ es posible una diferencia entre italianos y fascistas, no corresponde a Nosotros decirlo. Corresponde a la conciencia de ustedes. Cuando un pueblo entero acepta y mantiene en pie a un gobierno, quiere decir que ese pueblo reconoce a ese gobierno. Pero Nosotros queremos aclarar que siempre hemos separado, en Nuestro juicio, la guerra de Mussolini y el gobierno de Mussolini. Eran dos cosas distintas. Y, al mismo tiempo, no nos creemos en condiciones de Juzgar al gobierno de Mussolini por la guerra con la que agredió a Etiopía. Es el propio gobierno el que juzga cómo ser útil a su pueblo y, evidentemente, el gobierno de Mussolini nos agredió pensando ser útil, con esa guerra, al pueblo italiano.

_ OF.. Majestad, tal vez no lo he comprendido bien. ¿Puedo preguntarle cómo juzga, en la actualidad, a Mussolini?

__ H.S: Nosotros no le juzgamos. Ahora está muerto y no sirve para nada Juzgar a los muertos. La muerte lo cambia todo, lo anula todo. Incluso los errores. A Nosotros no nos gusta hablar de odio o de desprecio respecto a un hombre que ya no puede respondernos. Y lo mismo digo respecto a todos los demás que invadieron nuestro país: Graziani, Badoglio. Todos han muerto.

(Silencio)

__ H.S: Nosotros conocimos a Mussolini en 1924, cuando aún no éramos emperador y nos trasladamos a Italia en visita oficial. Nos recibió muy bien, como un verdadero amigo. Estuvo muy amable. Nos gustó. Hablamos abiertamente con él del pasado y el porvenir. Nos inspiró confianza. Después de la conversación se desvanecieron todas Nuestras dudas. Luego él faltó a su palabra. Y esto no lo comprenderemos nunca. Pero ahora ya no tiene importancia.

(Nadie ha conseguido nunca que Hailé Selassié diga una sola palabra contra Mussolini. Lo máximo que se puede sacar de él, cuando se toca el tema, es que demuestre el estupor de haber sido traicionado. Es opinión general que Hailé Selassié es el último verdadero admirador de Mussolini y que, antes de 1935, sentía por él una secreta admiración. Una admiración decepcionada, pero no borrada, por la guerra fascista. En la entrevista de 1924 Hailé Selassié, político inteligente y hombre de fino olfato, comprendió que podía andar de acuerdo con Mussolini. Fue Mussolini el que nunca se dio cuenta de que hubiera podido marchar de acuerdo con Hailé Selassié. En el fondo se trataba de dos autócratas que gobernaban con los mismos principios: puño de hierro y ninguna libertad. Lo que para nosotros son defectos para Hailé Selassié son virtudes. En 1941, cuando regresó a Addis Abeba, el emperador supo que los fascios litorios pasaban en desbandada por cierto puente. En seguida ordenó que no les molestasen. “¿Por qué tendríamos que hacerlo?” Por lo demás, todos los italianos que en Etiopía tienen relación con el emperador, son incurable y oscuramente fascistas.)

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