domingo, septiembre 21, 2008

Extraido de abrebrecha.com

¿Es verdad que San Martín pensaba igual que Bolívar?

Por: Victor J. Rodriguez Calderon

Es oportuno mostrar los lados del pensamiento martinico y el bolivariano, en ellos encontramos dos actitudes mentales totalmente antagónicas. Como toda individualidad grande y fuerte San Martín lucha en contra de su tiempo, en su tiempo, participando de él pero no queriéndolo modificar, de ahí que nada resulta más dramático que un espíritu como este que, en su lucha por la libertad y la justicia, se presto a engrandecer el monarquismo peruano argentino. Este libertador entendido como tal, yo lo describo como el “imperfecto jamás realizado” y mucho menos acercado al pensamiento de Bolívar, puesto que él siempre apostó a su causa y ella rechazaba íntegramente, ontológicamente, la presencia de la libertad, la justicia y la igualdad para su pueblo.

La historia nos muestra que cuando aparecieron en la vida política argentina las llamadas “terribles montoneras” (verdaderos movimientos revolucionarios), y que durante años habrían de mantener a la defensiva a los centros urbanos, cuales eran sus intenciones. Carlos Ibarguren, resalta la impresión que le causaron estos movimientos al famoso naturalista inglés Charles Darwin, quien dijo: “La visión que tengo al contemplar estas “montoneras” es salvaje; soldados negros y mestizos de siniestra catadura, envueltos en ponchos rojos, iban y venían; pelotones de indios, hombres y mujeres, pasaban cabalgando semidesnudos o agrupados bebían sangre fresca de las reses recién carneadas, entre suciedad y cuajarones…Las montoneras eran una bárbara caterva de milicias irregulares, compuestas de gauchos y de indios, que seguían fanáticos a sus caudillos, empujados por un odio tan delirante al gobierno de la capital (Buenos Aires) y sus ejércitos regulares que, dice el general Paz, sofocó hasta el noble entusiasmo de la independencia: nadie se acordaba de los ejércitos españoles que amagaban por diferentes puntos, y es seguro que les hubiera visto penetrar en nuestro territorio sin que se hubieran reconciliado los ánimos”.

Pero lo que si es cierto que de todos esos factores de lucha, se origina la forma política que ellos adaptarían para imponer el predominio de sus aspiraciones fundamentales. El patriciado burgués de Buenos Aires, compactado por la comunidad de intereses, presentaba un frente unido y sus hombres destacados como lideres abogaban por las ideas autoritarias, capaces de impedir a las masas populares toda intervención en la constitución del Estado. La dirección política de la misma clase tenía su mejor instrumento en las organizaciones secretas, como era la Logia de Lautaro, órgano de lucha política transplantado de Europa al llamado Nuevo Mundo. Es así, que nada puede sorprendernos y de ahí que encontremos desde Rivadavia hasta San Martín, en su correspondencia, en sus conversaciones, en sus acciones, cumplir insistentemente las órdenes de los llamados “hermanos”.

Esta Logia cumplía una función muy importante: establecer un puente entre las aspiraciones de las clases dominantes americanas y la diplomacia de las grandes potencias europeas.

Encontramos un escrito de Mitre donde deja la siguiente constancia histórica: “El doctor Valentín Gómez enviado argentino a París, ha entrado en negociaciones con el gobierno Francés para la coronación de un príncipe de la casa de Borbón- el duque de Luca- como soberano del Río de la Plata.

Francia se comprometía, por su parte, al manejo directo y darle otro destino a la expedición española que tenía como meta irse contra las Provincias Unidas y asegurar la aquiescencia de Portugal y la evacuación portuguesa de la Banda Oriental, mediante el casamiento del futuro rey con una princesa brasileña.

Vemos como el Congreso entonces, pasando por alto la constitución republicana jurada poco antes, sin hacer el menor esfuerzo por consultar a la opinión, sancionó este acuerdo en sesión secreta. Es el 12 de noviembre cuando autoriza a Gómez para que firme el tratado. De esta manera la expedición española se dispondría a operar contra México, Venezuela o la Nueva Granada, y aún para reforzar al gobierno del Perú, este acto constituía una enorme traición al programa revolucionario y una deserción a la Causa de América emprendida por el Libertador Simón Bolívar.

Únicamente las rivalidades de las casas reinantes europeas y la tremenda intervención de las masas populares argentinas, frustraron entonces la solución monárquica a los dirigentes de Buenos Aires a enfrentarse a las provincias que proclamaban su independencia de la capital porteña. La primera etapa de este drama se desató en la Banda Oriental, donde surgió el gran caudillo del Sur, Artigas, y donde el mas grande de los generales monarquistas de Buenos Aires, Belgrano, fracasó en su empeño de someter a las “montoneras” a la autoridad centralista de la ciudad del Plata.

De ese pacto observamos como la clase privilegiada argentina quiso hacer un sistema definitivo y un pensamiento único, pero mas adelante vamos a ver también como se sentenciaron y el papel definitivo de San Martín como libertador.

El fracaso de los centralistas de la ciudad del Plata repercutió ante el avance inesperado y rápido de las tropas realistas, que desde el Perú, marcharon hacia Montevideo y Buenos Aires, estrategia que obligó a los dirigentes porteños y a la Logia de Lautaro a tomar nuevas medidas, aplazando sus propios proyectos políticos de carácter interno, esto obligó a que se enviara a Belgrado a los frentes del Norte.


Pero Belgrado no pudo detener a los españoles y después de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, el gobierno de Buenos Aires se vio en la necesidad de reemplazarlo, no solo por sus fracasos militares, sino por su altiva independencia de carácter, que hacía de él un hombre reacio a someterse a la férrea disciplina que exigían los “hermanos” de la Logia.


La organización deseosa de dar el mando a un hombre que no presentara tales inconvenientes, recorre y estudia a sus líderes y decide designar para el cargo de general del ejército del Norte a don José de San Martín, militar de carácter reconcentrado, hosco y aparentemente falto de ambiciones. A la organización le pareció el mas hábil y apropiado para ejecutar las acciones que se venían encima, además era hombre de estricta obediencia para las ordenes que se impartirían desde Buenos Aires, lo cual constituía un requisito esencial.


No obstante mucho se equivocaban “los Hermanos” en su juicio sobre el carácter del general de San Martín; en su alma se alentaba una voluntad invencible, serena frialdad para apreciar las situaciones, se trataba de un genio militar indiscutible y una soberbia que no por disfrazada tras aparente humildad dejaba de constituir poderosa fuerza íntima, en la cual ardía un ambicioso ideal histórico, que no tardaría en colocarse, por derecho propio, a la cabeza del movimiento libertador nacido en las márgenes del Plata.


Fue cuidadoso e imparcial en su observación con respecto a la revolución argentina, lo que le permitió advertir que la política monarquista de la Logia de Lautaro había fracasado, no tanto por la incomprensión de las cortes de Europa como por la falta de una estructura social propicia para la misma en las provincias del Plata.


Las divisiones políticas, el carácter comercial y no aristocrático de la clase dominante de Buenos Aires y la tremenda insurrección popular, cuyos primeros síntomas ya comenzaban a presentarse, fueron factores que le llevaron a pensar en la necesidad de buscar en otras latitudes de América la base política necesaria para la implantación de una monarquía en el Nuevo Mundo. Instante que lo hace pensar insistentemente hacía el Perú, Chile y el Río de La Plata. Completamente convencido de la debilidad de la clase patricia de Buenos Aires para conservar la dirección de los acontecimientos, San Martín ve en la futura colaboración entre la aristocracia peruana y la alta clase comercial porteña, el mejor camino para contener la revolución de las “montoneras” y es entonces cuando piensa y deja para la historia lo siguiente:


“Creo-dijo San Martín- que es necesario que las constituciones que se den a los pueblos estén en armonía con su grado de instrucción, educación, hábito y género de vida, y que no se les deben dar las mejores leyes, pero si las más apropiadas a su carácter, manteniendo las barreras que separan las diferentes clases de la sociedad, para conservar la preponderancia de la clase instruida y que tiene que perder”.


Es así como se equivocan aquellos que pretenden juzgar sus operaciones militares con criterio puramente táctico e igualarlas en pensamiento al de Bolívar, sus movimientos, sus acciones y su formación ideológica están bajo un punto de vista conflictivo encubierto por una “irracionalidad falsa”, totalmente diferente y como vemos presentan deficiencias en cuanto al sentido de liberación para la patria. Ellas sin lugar a dudas tienen hoy mas que nunca su explicación no en la incompetencia de quien las ejecutaba, sino en el espíritu que las generó, el cual, lejos de obedecer a un simple plan militar, perseguía una ambiciosa solución política: Obligar a la aristocracia peruana y a los españoles del Perú a pactar la independencia del continente, sobre la base de coronar príncipes españoles en América.

Los propósitos del General.


San Martín decide encerrarse en la ciudad de Mendoza, provincia de Cuyo, donde ordena construir un extraño fuerte que llamó “la Ciudadela”, allí concentra todas sus tropas y con toda tranquilidad las somete a un severo entrenamiento. Buscó afanosamente soluciones para los problemas básicos que se interponían ante su empresa. Su propósito tuvo como consecuencia el grandioso plan político-militar que constituiría la gran hazaña de su vida y cuya etapa en carta intima a un amigo expone el 22 de abril de 1814: “No se felicite con anticipación de lo que yo pueda hacer en ésta (Mendoza); no haré nada y nada me gusta aquí. La patria no hará camino por este lado del Norte que no sea una guerra defensiva y nada más; para esto bastan los valientes gauchos de Salta, con dos escuadrones de buenos veteranos. Pensar en otra cosa es empeñarse en echar al pozo de Ayron hombres y dinero. Ya le he dicho a usted mi secreto. Un ejército pequeño bien disciplinado en Mendoza para pasar a Chile y acabar allí con los godos, apoyando un gobierno de amigos sólidos para concluir también con la anarquía que reina. Aliando las fuerzas, pasaremos por mar para tomar a Lima; ése es el camino y no éste. Convénzase, hasta que no estemos en Lima, la guerra no acabará”.


Para esta campaña, San Martín contó con una importante base numérica de emigrados chilenos, éxodo que cruzó la cordillera de los andes huyendo de la represión española y por suerte refugiándose en Mendoza. Dentro de éste grupo figuraban hombres como Bernardo O’ Higgins y los hermanaos Carrera, destinados a tener excelentes actuaciones en las próximas acciones. Frente a estos exilados, deseosos también de cooperar a la libertad de su patria, San Martín prefirió abiertamente a quienes demostraban mayor sentimiento por su plan, de incorporar a Chile al gran estado monárquico que tenia en mente.


Pero, muchos chilenos al conocer los planes del General, se convirtieron en feroces opositores los cuales no solamente presentaron un aspecto “nacionalista” en cuanto al rechazo de la absorción de Chile por la nación Argentina, sino preferentemente por una causa popular. Para esta tarea surgen los hermanos Carrera, cuya resistencia obligó a San Martín a buscar el apoyo de Bernardo O’Higgins, representante en ese momento, por sus ideas y su carácter, de la naciente clase conservadora de la gran nación chilena.


A partir de ese momento, se inicia una guerra implacable entre San Martín, decidido a toda costa a “apoyar en Chile un gobierno de amigos sólidos para acabar con la anarquía” y los Carrera, quienes faltos de fuerzas militares para respaldar su causa, optan por la difícil empresa de estimular la revolución popular, la cual también comenzaba a despertarse en las provincias del plata contra el gobierno de Buenos Aires, para atacar en su propio corazón la obra imperialista del patriarcado porteño, de la cual San Martín era genial ejecutor.


En el desarrollo de estas acciones, los Carrera obtienen un respaldo sin precedentes, algo inesperado, aunque sin consecuencias inmediatas para los planes cuyos desarrollos se proponían obstaculizar. El informe de descontento popular de las provincias del Plata halló en ellos a los conductores apropiados y gracias a su prodigiosa actividad revolucionaria y al ejemplo heroico de sus vidas, lograron provocar un alzamiento general contra la política de Buenos Aires y darle a la bandera de la Federación un contenido popular que la haría invencible. Su asesinato, del cual se llegó, injustamente, a acusar al propio San Martín, fue la única solución que encontró el partido monarquista para detener el torrente revolucionario que amenazaba provocar la disolución del país e impedir las empresas continentales de San Martín.


Esta política revolucionaria de los hermanos Carrera no pudo, sin embargo, impedir que la empresa libertadora de Chile se organizara con la fuerza del espíritu monarquista. Como el poder de los caudillos argentinos era todavía débil, San Martín y O’Higgins estrechan sus ideales y entonces el general ordenó marchar desde Mendoza hacia los Andes, marcha que las distintas divisiones efectuaron entre el 18 y 19 de enero de 1817 en busca del paso llamado de los Patos, para caer, según las órdenes del general en jefe, sobre territorio Chileno entre el 6 y 8 de Febrero. Esta hazaña se hizo en una operación perfecta que sorteó admirablemente los terribles obstáculos de la naturaleza, los ejércitos argentinos cruzaron el macizo andino, el 5 de Febrero vencieron a las sorprendidas guarniciones realistas de la vertiente opuesta, y el 9 se acercaron a la planicie de Chacabuco, donde San Martín, el 12, derrotó completamente a los realistas. El 13, mientras los restos de los ejércitos enemigos huían desordenadamente hacia Valparaíso, San Martín, evadiendo los honores del triunfo entra en la ciudad de Santiago y con la decisiva colaboración de O’Higgins se prepara a las fases subsiguientes de la campaña. “Después de Chacabuco-escribe Mitre- San Martín cometió tres errores: dos de detalle y uno trascendental que tuvo influencia funesta para sus operaciones ulteriores. La campaña que debió de haber finalizado inmediatamente, se prolongó por estos motivos, y San Martín se vio obligado a librar cuatro batallas para terminar la reconquista de Chile, retardando en tres años la prosecución de su gran empresa”.


Los errores que analiza Mitre están claros, se redujeron sustancialmente, a no perseguir al enemigo después de la acción de Chacabuco, como a la inexplicable despreocupación que demostró después de ocupar a Santiago, ante la rápida reorganización de los realistas en la provincia de Concepción, en el Sur. Esta conducta sólo puede considerarse errónea si se olvida- como lo dice Mitre- que para San Martín la campaña de Chile no revestía un carácter decisivo, pues ella solo significaba una primera etapa para pasar al Perú con fuerzas capaces de obligar al virrey a negociar con él sus proyectos de monarquía. Por eso San Martín, en medio del asombro de muchos de sus oficiales, únicamente se preocupó de aumentar con soldados chilenos el llamado ejercito expedicionario de los andes, destinado a marchar sobre el Perú, y a pesar de las solicitudes insistente de O’Higgins, cuyos efectivos no alcanzaban para obtener un triunfo decisivo en la provincia de Concepción- donde el virrey del Perú había enviado por mar al general Osorio con 3.400 hombres-continuó sustrayéndole a los ejércitos de Chile los recursos que necesitaba para su gran empresa peruana.

La Logia de Lautaro impartía afanosamente las últimas instrucciones, razón por la cual O´Higgins al conocerlas y encontrarse maltrecho solicita angustiosamente la cooperacion de San Martin, pero la respuesta que recibe de este es: Mi amado amigo: Todos los hermanos hemos acordado que la posicion de Concepcion es cerrada y sumamente expuesta, en atencion a que la mayor parte de la provincia no nos es muy adicta. Por otra parte, pudiendonos dar la mano este y ese ejercito, seremos siempre no solamente superiores, sino que podremos caer sobre el enemigo y decidir en un dia la suerte de Lima. (11 de diciembre de 1817).


Pero para mala fortuna un acontecimiento inesperado sorprende al general San Martin, los españoles se han recobrado en la provincia de Concepcion con extraordinaria rapidez y fueron oportunamente reforzados por las fuerzas de Osorio, quienes han contraatacado el 25 de noviembre de 1817 y donde O´Higgins fue abatido ante las fortificaciones de Talcahuano.


Ante esta inesperada accion, San Martin, se ve forzado a enfrentarse al problema propiamente militar de la guerra de Chile; aplaza la campaña peruana y detiene sus planes monarquistas para combatir a los obstinados españoles, con los cuales ansiaba negociar lo mas pronto posible. La derrota que infligia Osorio al propio San Martin en Cancha Rayada fue apenas consecuencia de las obvias dificultades encontradas por este en el proceso, necesariamente lento, de cambiar su estrategia inicial que perseguia finalidades politicas en el Peru, por otra parte, en la cual la guerra de Chile se convertia en el problema central a resolver. En su nuevo estado de animo, San Martin se revela en todo su autentico valor, y en Maipo, el 5 de abril de 1818, obtuvo una victoria de consecuencias continentales sobre los ejercitos realistas de Osorio.


Debo advertir, sin embargo, que esta victoria la alcanzaba San Martin en la defensiva, cuando desesperadamente trataba de salvar a Santiago de la reconquista. Puede asegurarse que en Maipu triunfaba el tactico, pero quedaba maltrecho el estratega; el virrey del Peru, por medio de la expedicion de Osorio, habia logrado aplazar una vez mas los planes de San Martin, y ya los hermanos Carrera, sus adversarios americanos, habian sembrado la semilla de una revolucion popular que no tardaria en darle, en las provincias del Plata, golpes mortales a la causa monarquista, de la cual San Martin era su mas enconado lider en el Sur.


Estos sucesos, marcan un nuevo rumbo en la mente del general y se convence en la necesidad de regresar a Buenos Aires, para buscar un restricto respaldo a sus proyectos, pues los resultados de lo ultimos tiempos los colocaban en un segundo plano dentro de las preocupaciones de los gobernantes del Plata. Esta decision encontra muchos contratiempos y descontento de la clase dominante chilena, insatisfecha con la influencia que, en los asuntos internos del pais, habia obligado a O´Higgins a tolerar a los argentinos y especialmente a San Martin.


Comprendiendo lo que sucedia a su alrededor y tomando en cuenta como el tranquilo y total dominio alcanzado sobre la situacion politica por los patricios chilenos dependia de las bayonetas del Ejercito de los Andes, San Martin no deja de apreciar objetivamente la importancia que para sus proyectos tendria el darle una oportunidad a la clase conservadora de Chile y de como cambiarian las cosas al definitivo abandono de la campaña del Peru par abrir paso a todas las divivisiones sociales que comenzaban a quebrantar la estructura sistematica politica del naciente Estado del Sur.


San Martin sale silenciosamente de Santiago el 13 de abril, con sus fuerzas argentinas comenzando de nuevo el dificil ascenso de los Andes, para caer a la provincia de Mendoza nuevamente, donde acampa sus tropas para el continuar su marcha rumbo a Buenos Aires.?


Pero para su sorpresa, alli en la Argentina todo ha cambiado a esa situacion que habia dejado en el año 14, cuando los azares de la guerra le alejaron del Plata para colocarlo en los caminos de las grandes campañas libertadoras del mundo americano. El poder militar y politico de la Provincia Metropolitana estaba prcticamente derrotado, porque en Entre Rios, Cordoba, Santa Fe, Santiago del Estero y La Rioja, habian nacido grupos de nuevos caudillos, a cuya cabeza figuraban Ramirez, Bustos, Lopez y Quiroga, quienes enarbolaban la bandera del Federalismo y se sostenian con las multitudes heterogeneas de indios y mestizos de las terribles y temidas montoneras, ahora preparadas para resistir con la fuerza cualquier nuevo intento de intervencion, por parte de los porteños , en los asuntos que consideraban privativos de las provincias.?


San Martin analiza con detenimiento esta grave situacion y dias despues renuncia por el momento a obtener cooperacion e Buenos Aires para su empresa peruana y se contenta con la promesa de un emprestito para sostener sus tropas en Mendoza a donde regresa a fines de julio, sin otra esperanza que un cambio de acciones en Chile.


Por fortuna para el general, en la nacion chilena los acontecimientos no tardaron en tomar un curso favorable a sus planes. El frecuente uso dictatorial de las facultades extraordinarias, al cual se vio obligado O´Higgins para llevar adelante la empresa de disputar el dominio del Pacifico a la escuadra española, aumento el descontento interno y pronto apreciaron de nuevo, en la clase conservadora, las ventajas de la proyectada expedicion al Peru. Al concebir el plan del ejercito expedicionario a las ordenes de San Martin-dice Zenteno-, el gobierno de Chile no solo cometio una hazaña heroica y digna de la gratitud de America; dio tambien un paso profundamente politico para salvar la situacion. Si no hubiera estado el Peru en poder de los españoles el año 20, no se sabe lo que hubiera sido de Chile, y es dificil calcular los resultados del descontento de la ambicion.

Es así como el 28 de Enero de 1820, encontramos que San Martín escribe a O’Higgins solicitándole una ayuda de 6.000 hombres, pues su estrategia inmediata era invadir al Perú. La respuesta fue inmediata con la oferta de 4.000 hombres, con equipo completo y los servicios de la escuadra para conducirlos a las costas peruanas. Pero un contratiempo inesperado se le presenta al recibir la orden del gobierno argentino que le ordenaba regresar con la totalidad del ejército de los Andes a Buenos Aires para atacar la revolución de las “montoneras”, que en esos días ya se acercaban victoriosas a la capital del Plata.

San Martín disciplinado por instinto pensó en acatar la orden y así se lo anuncia a Rondeau; pero al mismo tiempo se entera que el ejército de Buenos Aires ha sido disuelto ante el ataque general de la milicias rebeldes, esto lo hace reflexionar y reafirmarse en su génesis idealista de que sólo la “solución monárquica”, pactada con los españoles en el Perú, podía reestablecer en la América Meridional una autoridad capaz de contener el torrente revolucionario, en el cual nunca creyó y cuyas acciones avanzadas se desencadenaban en el Plata. Esta base idealista lo convulsiona y lo hace tomar decisiones personales, asume la responsabilidad de la desobediencia a sus superiores y pretextando una enfermedad que le atacaba (ataque de reuma), se dirigió a Chile a los baños termales de Caquenes, después de solicitar a O’Higgins reuniera en el valle del Aconcagua todas las mulas y caballerías que pudiera disponer, para atender el transporte del ejército de los Andes.

Para su suerte, esta decisión, que muchos tomaron como traición, brutalidad, le dio la razón aparentemente, pues el 1º de Febrero de 1820 las “montoneras” derrotaron en Cepeda a los orgullosos ejércitos del patriciado bonaerense; el Congreso se disolvió y la nación se dividió en pequeños estados soberanos, de cada uno de los cuales se adueñó el caudillo afortunado que había sabido ganarse la voluntad de las “montoneras” y podía satisfacer permanentemente sus apetitos.”La posición del ejército de los Andes-escribe Mitre- y la de San Martín era doblemente anómala. El ejército, con la bandera nacional, no tenia gobierno a quien obedecer, solo dependía de un general que había desobedecido al gobierno que acababa de desaparecer. El general, se la había jugado con su licencia, ahora se atribuiría facultades supremas y podía realizar libremente sus designios, se encontraba sin patria en cuyo nombre obraría y no tendría gobierno ante quien justificarse o que diera sanción a sus actos. Para regularizar esta situación, como él la entendía, o para rehabilitarse con nuevos poderes, entregó a la deliberación de sus subordinados su autoridad militar y la prosecución de sus designios”.

No fallo, tal y como lo esperaba San Martín, el consejo de oficiales, convocados por él, le confirió el grado de “generalísimo”, lo cual se hizo constar en un documento muy famoso: “El Acta de Rancagua”. Tomada esta decisión, que separaba al ejército de los Andes de la nación Argentina, las tropas cruzaron nuevamente los Andes y se acuartelaron en las cercanías de Valparaíso, donde los primeros días de Julio de 1820, se les reunió San Martín para dirigir su embarque en la armada chilena, comandada por el marino inglés Cochrane. El 20 de Agosto se alejaron de las costas, rumbo al Perú, la expedición trabajosamente alistada por San Martín y O’Higgins, cuyos efectivos ascendían a 4.300 hombres de infantería y 625 jinetes, fueron conducidos en 16 transportes y escoltados por ocho buques de guerra.

Están claro los propósitos de San Martín, desde el inicio de su campaña indicaba lo que buscaba, estaban dirigidos objetivamente a una política, a la cual sacrificaba voluntariamente su fundada fama de militar. Se separaba de las ordenes de Cochrane, quien era partidario de dirigir la expedición a las proximidades del Callao para atacar inmediatamente Lima, pero por su parte individualmente San Martín prefirió encaminarse al Sur del Perú, a la playa de Pisco, para comenzar allí la ejecución de sus planes, ignorados por casi todos, pues su reserva era total. Desde allí y después de las operaciones de desembarque, el 9 de Septiembre, el ya “generalísimo” argentino trabaja arduamente las gestiones diplomáticas para encontrar el camino que condujera a una primera entrevista entre comisionados del Virrey del Perú y sus representantes personales. Entrevista que logra y se efectúa en el sitio llamado Miraflores, a l1kilometros de la capital.

La pregunta histórica ¿Qué se trato en ella? ¿Cuáles fueron sus resultados positivos? pues San Martín y sus hombres mas allegados guardaron sobre estas gestiones diplomáticas un silencio muy oscuro, solo se pudo conocer posteriormente algunos detalles más tarde y eso por una carta que el Virrey Pezuela le envió a su embajador ante la corte de Brasil. “Trate de ponerme en comunicación con el general San Martín -le dice- para llegar a una transacción o a lo menos a una suspensión de hostilidades. No ha sido posible conseguirlo, no queriendo admitirse otra base que la independencia del Perú; ni mi honor ni mis facultades me autorizaban para entrar en un convenio que la supiese. El medio que los diputados de San Martín indicaron, diciendo que no sería difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante en España, también me fue preciso rechazarlo por lo que a mí me toca, y reservar su examen al Gobierno Supremo”.

Esta negativa del Virrey Pezuela se convirtió en una calamidad para San Martín e influyó en su conducta posterior, llevándole a una serie de movimientos desesperados. Aconsejado por Monteagudo, el más capaz de sus amigos, modificó sus planes en el sentido de no contar por más tiempo con la cooperación de las autoridades españoles y buscar en cambio, un pacto directo con la aristocracia peruana, con la mira de apoyarse en ella para realizar su sueño: LA MONARQUIA AMERICANA.


El 25 de Octubre la expedición abandono las costas de Pisco, teatro de operaciones de este primer fracaso a cuya cabeza principal estaba el generalísimo. Se dirige al Norte y se dispone a fomentar la segunda fase de la campaña, la cual dirige con extraordinaria habilidad; Se separa de la opinión de Cochrane, optando por una serie de desembarcos en distintos sitios de la costa, estrategia que desconcertó a los realistas y le permitieron fomentar en los departamentos del Norte peruano, ganándose para su causa la importante intendencia de Trujillo, cuyo gobernador, el marques de Torre Tagle, típico representante de la nobleza criolla peruana, se unió a la causa Martiniana.


Estos triunfos fueron decisivos para desencadenar una grave crisis interna en el partido españolista peruano. Los “constitucionalistas”, que eran loas máximos representantes en el Perú de la revolución que obligó en la Península a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, se enfrentaron a Pezuela, jefe del bando absolutista, quien no había aceptado ni aceptaría esa Constitución, pues su propósito era el de convertir al Perú en el centro de la reacción en el continente. La noche del 23 de enero de 1821, los generales españoles Canterac y Valdés, autorizados por la Serna, jefe del partido “constitucionalista”, exigieron al virrey Pezuela su renuncia, fundando esta insólita pretensión en la necesidad que existía, según ellos, de crear en el Perú nuevas condiciones políticas para negociar con San Martín.


El virrey Pezuela, ya viejo, cansando, debilitado, por su larga carrera de lucha criminal contra la libertad Americana, se inclinó ante las exigencias de sus generales. De inmediato los “constitucionalistas” eligieron nuevo virrey del Perú y nombraron a la Serna, este procedió como primer acto oficial, invitar a San Martín para reabrir las negociaciones interrumpidas en Miraflores. Ni corto ni perezoso, el generalísimo argentino aceptó de inmediato, nombró emisarios y los envió para que se reunieran en la hacienda de Torre Blanca, cerca de Retes.


Los delegados de San Martín insistieron de nuevo ante los delegados de la Serna que “no seria difícil encontrar en los principios de equidad y justicia la coronación en América de un príncipe de la casa reinante de España”, siempre que tales principios implicaran la independencia de los estados americanos. La respuesta de los hombres del virrey fue tajante debido a que ellos consideraban como mejor solución que los americanos acataran la carta constitucional de Cádiz, la cual garantizaba sus derechos y mantenía la unidad del imperio español. Entre estos dos conceptos, trataban de abrazarse, pero en realidad ninguno presentaba la verdadera libertad e independencia que sí luchaba Bolívar, pues vista esta tesis que parecían tener diferencias, la verdad es que solo perseguían la restauración de la armonía y amistad entre España y sus colonias, por eso estas conversaciones se desarrollaron con gran cordialidad y lo único que lograron es que el tiempo pasara sin un acuerdo definitivo.


Esta situación de amigos termino por desesperar a los dos bandos y les obligó a poner las cartas sobre la mesa. Guido anunció que San Martín se vería obligado a continuar estimulando la insurrección de los criollos peruanos contra los españoles si éstos no aceptaban la independencia a lo que los delegados del virrey respondieron que la mejor solución era el acatamiento, porque de lo contrario de que no se pudiese sostener la causa española en aquellos dominios, estaban resueltos a proclamar el imperio de los incas y ayudar a los indios a sostenerlo, antes de consentir que la ocupasen los súbditos rebeldes que no tenían mas derechos que los que habían adquirido de sus antepasados los españoles. Valdés recalcó: “que por este pensamiento tenían a su lado, en clase de ayudante de campo, al descendiente más inmediato de los Incas, a quien proclamarían emperador, dando con este principio a una nueva guerra y a un nuevo orden e cosas, cuyo resultado no sería fácil de prever”. Como podemos apreciar esta táctica era la misma seguida por lo jefes españoles Monteverde y Boves en Venezuela, cuando desencadenaron la revolución de los “pardos” y de los indios contra el patriciado caraqueño que auspiciaba el movimiento emancipador.


Enredados ambos bandos y sin encontrar una salida, decidieron entonces pactar una suspensión de hostilidades, previas ciertas garantías exigidas por los patriotas y concertar una entrevista personal entre el virrey la Serna y el generalísimo San Martín


Esta se realiza el 2 julio, en Punchauca, “los dos jefes-dice Mitre- se saludaron con cordialidad y expresiones de mucha estimación. San Martín propuso crear una regencia para el gobierno independiente del Perú, hasta la llegada de un príncipe español, con la Serna en calidad de presidente y dos corregentes, designados respectivamente por los realistas y los patriotas. El mismo se ofreció para ir a España como delegado y ponerse de acuerdo con el gobierno metropolitano. Abreau apoyó calurosamente la proposición de San Martín y el virrey pareció dispuesto a aceptarla, pero expresó el deseo de consultar a las corporaciones del virreinato sobre asunto tan importante, y prometió contestación antes de dos días.


Luego hablaron de la forma en que eventualmente, las tropas de ambos ejércitos podían reunirse en la plaza principal de Lima para celebrar la declaración de la independencia del Perú. Después de la entrevista, hubo un banquete en que se cambiaron los brindis más amistosos.


En todo esto, la política de San Martín contenía un error fundamental. El no tenía autoridad para hacer tales proposiciones. No estaban de acuerdo con los principios por lo cuales luchaba y el aplauso con que recibieron su propuesta los monárquicos de la Santa Alianza implicaba su condenación por los republicanos de América.


La Serna, en vez de consultar a las corporaciones, deliberó con sus oficiales, quienes, sin rechazar de plano la proposición, declinaron aceptar inmediatamente, pues estaba en contradicción con sus órdenes, que les impedían pactar sobre la base de la independencia de las colonias”.


De hecho las negociaciones resultaron un rotundo fracaso y la diplomacia de San Martín estaba comprometida peligrosamente, su éxito dependía de lograr un acuerdo que le permitiera, sin apelar a la suerte de las armas, negociar con las autoridades españolas el establecimiento de una monarquía independiente en el Perú.


El generalísimo argentino vio ensombrecerse el horizonte de su empresa continental y su pesimismo le llevó a confiarse en Monteagudo, más seguro que él en las posibilidades de una campaña que tuviera como base la insurrección de la aristocracia criolla contra los españoles. Mientras la Serna, consciente de las ventajas de su adversario en los territorios de la costa y en Lima, se decide a abandonar a San Martín para dirigirse a la Sierra, cuya densa población indígena, fanatizada por el clero y segura de la divinidad del monarca español, le serviría de base par su campaña reconquistadora.

....continuara.

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