viernes, octubre 29, 2010

Nestor, nos vemos......

Por Eduardo Anguita

Dolor

27-10-2010 /

Eduardo Anguita.
Néstor, quiero decirte que me tiemblan las manos, que hacía mucho que no me sentía tan vulnerable. Pero no es para eso que te escribo. Me duele que hayas partido, pero tengo algunas cosas buenas para contarte ahora que no estás y que me las tengo que decir a mí mismo. Porque necesito hacer memoria. Necesito honrar a todos los que hacen memoria. Mirá, están pasando en varios noticieros la imagen de ese día en que dijiste ¿qué hace ese cuadro ahí? y de inmediato lo hiciste sacar del Colegio Militar. ¡Qué curioso!, pocos reparan en que ahora ese colegio donde se forman los oficiales está a cargo del general Fabián Brown, a quien conocí cuando hicimos el documental con Osvaldo Bayer de los huelguistas de tu provincia, desde Río Gallegos hasta la estancia La Anita, ahí, tan cerca de donde te fuiste, de ese paraíso que es Calafate.

Brown nos abrió archivos y bramaba cuando hablaba del fusilador coronel Varela. Muchas cosas están cambiando, ¡y vos tenés tanto que ver con esos cambios! Hace un rato hablaba con Hugo Yasky, el maestro, el de la Carpa Blanca, y decía que para él, hasta hace unos años, la Casa Rosada era ese lugar que se veía desde las marchas y que, muchas veces, estaba después de los gases lacrimógenos. Yasky contaba que estuvo con vos cuando estabas haciendo el proyecto de ley de financiamiento educativo y que cuando tuviste la fórmula lo llamaste al ministro de Economía y le dijiste: che, necesitamos fondos para esto… ¡Al ministro de Economía!, que en la Argentina era un señor rodeado de misterios, pero sobre todo de intereses poderosos.

Néstor, no quiero ponerme dramático, pero quiero que sepas que te extrañan muchos, muchos. No quiero dejar de mencionar el mensaje que me dejó Taty Almeida. Dolor. Su voz salía de muy adentro, de las tripas. Y mirá que Taty es de fierro, de las que no se caen. Ni hablar de los presidentes latinoamericanos. Ellos también tienen la voz hecha pelota. Sufren. Debo confesarte: cuando uno ve cómo te extrañan ellos, es más fácil darse cuenta por qué tu obsesión por la Unasur, por agrandar la cancha y sentir como propio a cada ecuatoriano, venezolano o brasilero.

No tengo preguntas para hacerte. Acaso, ¿quién podía decirte que bajaras un cambio? Te habían dado el alta. Tuviste el gusto de juntar a los gobernadores en el microestadio de Río Gallegos, de estar en River junto a decenas de miles de trabajadores. Claro, era la antesala de un avance más. Y el destino quiso que esos dos viernes fueran la antesala de tu despedida. Tenías, seguro, en mente, varios de los pasos que ibas a dar.

Muchos te vieron como el inflexible, el confrontativo. Y seguro que vos mismo te veías así. Pero, ¿sabés?, fuiste el único que no sólo sacó el cuadro de Videla y además lo enfrentó a ese Alfredo Bisordi –que presidía la Cámara de Casación Penal– desde el lluvioso 24 de marzo de 2006 en el espantoso campo de concentración La Perla.

Muchos ni se acuerdan de Bisordi, pero se había pasado de la raya y quería dar vuelta atrás las ruedas de la historia. Por suerte, ahora los juicios marchan viento en popa. Pero hoy muchos saben que fuiste como un padre, como un hermano mayor y que cuidaste la democracia como la joya más preciada de la Argentina. Te vas el día del censo. No es justo que el censista no haya podido estrechar tu mano justo hoy y que quedaras registrado como uno más de los millones que poblamos este país. No sólo de argentinos, sino de peruanos, paraguayos, bolivianos o uruguayos, entre otros tantos que están protegidos por el programa Patria Grande.

Néstor, yo sería poca cosa si no te digo que seguramente te faltó ver un nieto o que todavía querías ver cómo se profundiza la asignación por hijo o la distribución de las ganancias. Pero eso sí, te lo juro, la vamos a cuidar a Cristina y, con tiempo, sin prisa pero sin pausa, vamos a ver cómo hacemos para que tu lugar no esté vacío. ¿Sabés?, hubo algo premonitorio.

Cuando se pegaron esos carteles de El Eternauta por Buenos Aires el día del acto de los jóvenes en el Luna Park, apenas después de aquel sábado a la noche que te tuvieron que hacer una nueva angioplastia. El Eternauta es el símbolo del héroe colectivo. Un héroe trágico. Hasta ahora lo teníamos asociado a Héctor Oesterheld. Ahora los vamos a recordar juntos. Y vamos a seguir con esta idea de que hay que estar juntos, de que valemos si lo hacemos entre todos. Quiero decirte que estamos demasiado conmocionados y vamos a necesitar muchos días de duelo. Pero yo quiero que sea un duelo activo, para que saquemos todo afuera. Me costaba escribirte otra cosa. Disculpame. Te voy a extrañar.Te quiero.




Murió Kirchner, nació el kirchnerismo

Publicado el 29 de Octubre de 2010



La sensación es que, muerto Kirchner, el kirchnerismo tiene una salida: nacer de una vez por todas. Construir organicidad. Abandonar los jirones para transformarse en bandera de los millones de personas que creen que hoy estamos mejor que hace diez años.

No sé, tengo la impresión de que murió Néstor Kirchner y nació el kirchnerismo. Voy a escribir en voz alta o, mejor dicho, pensar con las teclas, así que no busquen en estas líneas un tratado político, sino apenas un catálogo de ideas desordenadas escritas al calor de estas jornadas. Para lo otro, mejor léanlo a Brienza, o a J. P. Feinmann (ayer escribió algo maravilloso en la contratapa de Página/12: a propósito, ¿cuándo se vendrá para Tiempo Argentino?) Bueno, les decía. Mi tesis es que Kirchner murió y nació el kirchnerismo. Resulta difícil describir qué es, precisamente, eso del kirchnerismo. ¿Es Moyano? ¿Es Hebe? ¿Son los intelectuales de Carta Abierta? ¿Son Pablo Echarri y Florencia Peña? ¿Es la CTA de Yasky y Milagro Sala? ¿Es Sabbatella? ¿Son los invitados de 6,7,8? ¿Es Heller? ¿Son los intendentes del Conurbano? ¿Es Larroque y La Cámpora? ¿Son D’Elía y el Chino Navarro? ¿Es Moreno? ¿Es Taiana, que renunció hace poquito para volver recargado? ¿Son los setentistas, muchos de ellos víctimas de la represión, la cárcel y el exilio, que ahora caminan por la Rosada sin miedo? ¿Son las multitudes de las barriadas que ayer reventaron la Plaza de Mayo? ¿Los pibes que reciben la Asignación Universal por Hijo? ¿Es Carlotto? ¿Son los viejos
desocupados que consiguieron trabajo? ¿Son los millones de hinchas que ahora pueden ver fútbol gratis? ¿Los jubilados que ingresaron en el sistema? ¿Los que trabajan en cooperativas de los municipios? ¿Los gays, lesbianas y trans que ahora se pueden casar con libreta? ¿Es la militancia juvenil sub-20, que asoma entusiasta en el MPR, en el Movimiento Evita y en la Juventud Sindical de Facundo Moyano?
Es, sin duda, todo eso. Pero todo eso es, en sí mismo, un universo plural desarticulado, donde algunos se definen abiertamente como kirchneristas y otros jamás lo harían. Y, sin embargo, toda esa gente reconoce −en mayor o menor medida, con mayor o menor generosidad− que Néstor primero y Cristina después les permitieron soñar con un país que los tenga en cuenta.
Todos y cada uno de ellos levantan alguna bandera que se toca con la agenda del gobierno. Moyano dice que es oficialista del modelo nacional y popular, Sabbatella es oficialista del proceso de cambio e inclusión iniciado en 2001, los actores son oficialistas de la nueva Ley de Medios, las Madres y Abuelas son oficialistas de la política de Derechos Humanos, el peronismo de izquierda es oficialista de la lucha antimonopólica y anti-Clarín, y así podríamos seguir con cada uno de ellos para descubrir con asombro que casi todos dicen cosas parecidas, pero lo único que los aglutina es la independencia que unos demuestran frente a los otros, aunque se muestren juntos en marchas y movilizaciones puntuales. Acá es donde hace agua el análisis de Beatriz Sarlo, cuando advierte sobre un gran entramado cultural y político que realiza tareas coordinadas desde algún sótano misterioso de la Rosada. La verdad que eso no existe. Si no, el kirchnerismo existiría como opción política, por fuera de Néstor y Cristina. Y no, no existe. O, para que no me malinterpreten: institucionalmente es apenas un grandioso y epocal envase. Cada sector simpatizante lo nutre con lo que más le gusta de un proceso que es tan rico como tumultuoso e invertebrado.
Pero con la muerte de Néstor Kirchner se abre un panorama de incertidumbre. Esta es la verdad. Me pregunto: ¿la adhesión circunstancial, no institucionalizada, puede hacer peligrar el rumbo de eso que se llama “modelo”? Digámoslo sin vueltas: la derecha conservadora, con Clarín y Techint (AEA), la Rural, Cobos y Duhalde a la cabeza, sabe cómo juntarse. Tiene infinitos canales de comunicación e intereses comunes, que la muestran como bloque cuando la ocasión se presenta.
Y ellos saben qué país chiquito quieren. No les da asquito sentarse a la misma mesa para lograr su utopía. ¿Pasa lo mismo con el kirchnerismo? ¿No les da la sensación de que, a veces, hay kirchneristas de primera y otros de segunda, que están más atentos a diferenciarse que a parecerse?
Decía que la muerte del ex presidente genera incertidumbre. La enorme liquidez identitaria del kirchnerismo (leyendo a Bauman) sirvió para llegar hasta acá. Inclusión social, Derechos Humanos, autoridad estatal, federalismo, autonomía nacional, fomento a la producción son progresos inimaginables hace una década. Esta indefinición permitió que millones de personas se sintieran parte del todo, sin asumir los riesgos del conjunto. Creo que la muerte de Néstor interpela al kirchnerismo inorgánico. (No sé si dejó algo escrito. Algunos dicen que sí. Sería interesante leerlo.) Pregunta desde el más allá: qué vamos a hacer con el más acá, ahora mismo. Es fácil gritar “fuerza Cristina”, ¿no? Más difícil resulta, por ejemplo, aceitar los lazos y la mutua comprensión entre Moyano y Yasky. O entre Sabbatella y los intendentes K del Conurbano. O entre Moreno y Carta Abierta. ¿Fueron estas diferencias el alimento de una gaseosa ideología que podría llamarse kirchnerismo ad hoc, útil para sostener en el gobierno a dos personas en todo este tiempo? ¿Es la debilidad congénita de esta experiencia política, ahora que la reacción (basta leer el pliego de condiciones de Rosendo Fraga en La Nación) se frota las manos para ir por todo?
Como ven, tengo más preguntas que respuestas. La sensación es que, muerto Néstor, el kirchnerismo tiene una salida: nacer de una vez por todas. Construir organicidad. Abandonar los jirones para transformarse en bandera de los millones de personas que creen que hoy estamos mejor que hace diez años. Estructurar un programa que reúna las aspiraciones de todos los que ayer en la Plaza de Mayo, tocados en el alma, se miraban a la cara y se reconocían. Dejar de lado los prejuicios, revisar las propias certezas, abandonar el espíritu de secta, admitir que el otro puede tener la parte de la razón que me falta: son los imperativos de esta hora.
Ni Moyano es Primo de Rivera.
Ni Sabbatella es el progresismo afrancesado.
Lo más complejo, siempre, es consensuar un liderazgo. Pero eso ya está resuelto.
Es Cristina.




Por Hernán Dearriba

Ella

29-10-2010 /

Hernán Dearriba
Parte el alma. Ella es la madre de todos. La mano sobre el pecho, ante cada señal de amor de su gente. El dolor en la piel. Ayer la Presidenta fue más Cristina que nunca, trastocó todo el tiempo los roles y no se cansó de consolar a quienes le iban a ofrecer consuelo.

La palma sobre el lustre impecable de la madera acariciando al compañero de su vida y cada tanto el abrazo con alguno de los miles que se acercaban conmovidos.

Una anciana que no podía contener el llanto o una chica sordomuda que quería que entendiera su cariño. Un militante de la juventud que le regala su remera y que se junta con los pañuelos blancos que custodian el féretro.

Los ve pasar y agradece, siente el amor y parece que se nutre de esa fuerza. Abraza a sus hijos, recibe a sus pares del continente y ve cómo Evo Morales llora sin consuelo, en silencio. Es un chico que dice que está huérfano.

Y cuando uno piensa que ya está, que se va a quebrar, que nadie puede aguantar tanta emoción y dolor, escucha otro grito de afecto y suelta una sonrisa o levanta el pulgar.

Y entonces llegan las Madres y las Abuelas de la Plaza, las mismas que lo perdieron todo, y la cobijan pero se quiebran y una vez más le toca consolarlas.

Las sorpresas no dan tregua. Un murguero deja un clavel, un militante ensaya el Ave María de Schubert y convoca hasta la victoria siempre, otro grita “no nos vencieron, estamos aquí”. Está claro que habrá que seguir. Ella va a seguir.




“Un héroe colectivo como los que imaginaba Oesterheld”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Esa noche Néstor Kirchner fue el Eternauta. Habían pasado apenas 72 horas de su angioplastia. Se lo percibía convaleciente, agotado, humano. Pero le tocaba corporizar al superhéroe. Y, se sabe, los superhéroes siempre afrontan su misión. Cueste lo que cueste.
Esa noche, en el Luna Park, Néstor Kirchner encabezó el acto político con mayor proyección simbólica de la era K. Acompañado por su esposa presidenta, el hombre que había llegado del frío para calentar la política argentina a fuerza de transformaciones se dejó mimar por una multitud de pibes comprometidos y entusiastas. Eran −son− los militantes de una causa que parecía perdida: la de la memoria con justicia efectiva, la equidad y la inclusión social. Eran −son− la reserva moral de un país que ya no podrá desentenderse de su destino. Eran −son− los soldados de una batalla que está lejos de terminar. Porque los Ellos todavía no fueron derrotados. Están ahí, agazapados, manejando a sus políticos-robot, a sus cucarachas mediáticas, a sus manos de obra desocupada y servil. Están ahí.
Pero también estamos nosotros.
Esa noche, en el Luna y frente a una multitud, Néstor Kirchner representó al héroe que imaginó Oesterheld: un héroe colectivo, plural, inclusivo. Vistió un traje que nos pertenece a todos.
Los Ellos ya lo saben.
El Eternauta sigue entre nosotros. Sigue con nosotros.
Ya nada les será tan fácil.




“Fue un hombre de pasión, se atrevió a hacer cosas que no hizo otro presidente demócrático”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Estoy realmente consternado, es una enorme perdida para la política nacional. Si bien en la actualidad tenía algunas diferencias con el ex presidente Kirchner, hemos sido muy amigos. Por eso, su muerte me conmovió y sacudió en lo personal.
Este es un momento de crisis para la política argentina, es un momento dramático. Todas las fuerzas políticas deben de alguna manera apoyar a la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner en esta situación tan difícil por que está pasando. Lo vamos a extrañar, ha sido una figura muy importante para nuestro país, en momentos en que las grandes figuras políticas ciertamente no abundan.
Como presidente creo que ha tenido un coraje que no tuvo ningún otro antes. Se atrevió a hacer cosas que ningún otro presidente de la democracia se animó. Creo que eso lo honra al margen de los errores que pudo haber cometido llevado por la pasión con la que hacía todas las cosas que encaraba. Creo que justamente su pasión pudo haber sido su mayor virtud y al mismo tiempo su principal defecto.
En una época en que la pasión es algo que no abunda es justo destacar que fue un hombre de pasión. Probablemente esa misma pasión fue la que también lo pudo haber llevado a la muerte. No soy médico, pero sé que le habían recomendado bajar el ritmo, hacer un poco de reposo y considerando que a los dos días de su operación ya estaba en un acto… en alguna manera se inmoló.



“Un afecto edificado en la pasión”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Extremista en sus pasiones, intolerante con las tibiezas, batallador de batallas intrincadas, imprevisible, provocador, líder natural, siempre a por más, siempre enrolado en el elogio de la crispación. Usina de los más profundos amores y odios, sin razón ni equilibrio. Contradictorio. Dueño de un magnetismo sólo explicable en los señalados. Llano, tipo común y transparente en cuanto pone un pie en la tierra.
¿El ex presidente o el ex futbolista?
Una frase descargada desde el corazón del deportista, segundos después de acariciar por última vez el ataúd cerrado del estadista, pinta la relación con impar realismo: “Yo no tuve una gran amistad con él pero por lo poco que tuve contacto, sé que se la jugaba por sus ideales.”
No se llevaron hasta que un Maradona maltrecho iba y venía en internaciones, y el entonces presidente lo recibió en la Rosada. En sus códigos, figura el de pagar esa clase de gestos con una lealtad que puede transfigurarse en devoción. Algunos años después, el ídolo dio su concreta adhesión a la candidatura de Cristina. Y cuando Diego se hizo cargo de la Selección, en Olivos consintieron complacidos. Y más aun cuando el DT se afilió con cuerpo y alma a la lucha de las Abuelas. No hubo quiebre cuando desde la AFA abrieron la salida de Maradona. Incluso, la ruleta dio la vuelta cuando quien evidenciaba daño en su salud era Kirchner y fue Diego el que se preocupó, aun cuando se pudo haber visto como el reclamo de una soga para retornar a la Selección. Fue el último café entre amigos.
Con la misma fruicción que hace medio siglo exige que le brinden en cada una de sus relaciones (personales o multitudinarias, íntimas o populares), Maradona se entrega sin freno. Cada idilio, un arrebato abismal. Por eso, por necesidad colectiva y por sus dotes futbolísticas, el sistema le impuso el rol de Dios pagano. Que asumió, para generar acciones sobrenaturales y también para resbalar por importantes chambonadas. Ese mortal que acierta y se equivoca, coqueteó varias veces con la muerte. Como su amigo. Pero él zafó.



“El valor de la política como herramienta”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Los pibes están devastados, porque para ellos, Kirchner era Perón”, me decía un dirigente mientras se difundía la desconcertante noticia de la muerte. Para la militancia, Kirchner vino a representar ese sitio de liderazgo al haber dado lugar a la recuperación de la política como herramienta de discusión y transformación.
La irrupción de Kirchner en la política nacional generó un punto de inflexión entre quienes representaban, en esos años post 2001, el activismo y la lucha por las reivindicaciones: los llamados movimientos piqueteros o sociales, donde habían ido a recalar viejos dirigentes y se incorporaban nuevos, al calor de la pelea por sacar a miles de argentinos de la exclusión. Una parte de estos movimientos encontró en Kirchner el líder que les faltaba, el “Perón”. Porque desde su arribo a la Rosada, por convicción, pragmatismo, nostalgia, lectura acertada o la razón que fuere, el entonces presidente asumió para su política de gobierno una línea acorde con los intereses de estos sectores, que lo convirtieron en su líder, algo sumamente necesario en cualquier construcción política y mucho más, aun dentro del peronismo.
A su vez, Kirchner resucitó el paradigma de los ’70. Desde su propio discurso –“provengo de una estirpe que ha sido diezmada”–, hasta la recuperación de la ESMA, la anulación de las leyes del perdón, entre otros. Pero más allá de su pertenencia a una generación que vivió la agitación de los ’70, por su participación en la JP en la ciudad de La Plata, el setentismo se instaló también como forma de recuperar los aspectos más salientes de aquella práctica, independientemente de la cuestión armada, la voluntad, la capacidad de construcción, la mística. La militancia de hoy, y sobre todo la de la juventud, intenta referenciarse en aquella. Lo notable es que las organizaciones actuales habían logrado superar uno de los grandes errores históricos: la disputa sobre quién debía liderar el movimiento. Para la militancia del kirchnerismo, esta nueva tragedia será una dura prueba para seguir aprendiendo de viejos errores.




“Un pingüino que vino del Sur para dar vuelta el mapa y la forma de pensarnos a nosotros mismos”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



En realidad, nuestro norte es el Sur –escribió el artista uruguayo Joaquín Torres García en la década de 1940–. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso, ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte.” Lo que Torres García soñó para el entrañable “paisito” vino a cumplirlo el kirchnerismo para todos los argentinos. Porque más allá de los significativos cambios políticos o, mejor dicho, en profunda consonancia con ellos, lo que la presidencia de Néstor Kirchner inauguró fue un proceso de cambio en el paradigma cultural. El ex presidente tuvo la agudeza de percibir que también el trazado de los mapas es ideológico, que el hecho de que América del Sur esté abajo no obedece a una verdad cartográfica irrefutable, sino a un punto de vista. Así como los mapas medievales reservaban un lugar central para el Paraíso y ostentaban monstruos amenazantes para representar las tierras desconocidas, los de hoy hacen una transcripción cartográfica de las ideologías de la dominación. Nos habíamos acostumbrado a que el Sur quedara abajo, una idea tan naturalizada que era imposible pensarla como ideológica. Si algo hizo el gobierno de Kirchner fue, precisamente, comenzar a desnaturalizar lo que parecía corresponder de manera irrefutable al “orden natural de las cosas”.
Las recetas neoliberales de los ’90 no sólo arrasaron con la economía argentina, sino también con las concepciones culturales. El país en que los hijos de los obreros e inmigrantes pobres tuvieron hijos “doctores” gracias al desarrollo de la educación pública, se convirtió en defensor de la educación privada. En la capital, todavía pueden verse resabios de este modelo, ya que el macrismo es la continuación del menemismo por otros medios. En el país se desarrollaba una fiesta ajena y nos convencieron de que era un acto de mala educación no asistir a ella en nuestra condición de parientes pobres, es decir, como meros observadores sin voz ni voto. La revista Caras fue el emblema de esta subversión de los valores culturales que hizo que la empobrecida clase media la comprara deslumbrada para ver por dentro las grandes mansiones de los empresarios inescrupulosos, que hacían una obscena exhibición de bienes obtenidos con el dinero que nos pertenecía a todos.
A la presidenta Cristina Fernández le tocó lidiar con sus herederos, una legión culturalmente colonizada por las películas neoliberales en que, como en gran parte del cine estadounidense, los buenos son los ricos y los malos son los indios. Por eso, un sector de la clase media que hace malabares para llegar a fin de mes, salió a pedir que los poseedores de grandes extensiones de tierra, los dueños del país, los que aplaudieron a Roca y se quedaron con lo que no les pertenecía no tuvieran que meter la mano en el bolsillo para pagar retenciones. La colonización cultural no consiste, como cree Magdalena Ruiz Guiñazú, en decir okay, sino en creer, entre otras cosas, que los de afuera siempre tienen razón, que los ricos son mejores y que los negros tienen que meter violín en bolsa y mantener la boca bien cerrada. Consiste en creer que la cultura es algo diferente de la identidad nacional. Y en suponer también que la identidad nacional es apenas un pintoresquismo redituable para hacer festivales esponsoreados por bancos y empresas multinacionales, promover artistas plásticos con la estética anodina de Palermo Hollywood, habilitar el Salón Dorado del Colón para que lo ocupe Mirtha Legrand y venderles el tango a los japoneses.
Dejar de estar de rodillas frente a las corporaciones económicas y mediáticas fue un gesto contra la colonización más difícil de erradicar, la colonización de la subjetividad, la colonización cultural, la colonización de la forma de pensarnos a nosotros mismos. Ahora que Néstor no está, nos toca seguir haciendo fuerza junto a Cristina para que la Argentina contenida en América del Sur siga patas arriba como en el dibujo de Torres García. Es la única forma de que no sean siempre los mismos los que se caigan del mapa.



“No faltarán quienes crean que la desaparición de Néstor Kirchner les abrirá un camino”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Un hecho como la muerte súbita del ex presidente Néstor Kirchner deja, además de conmovidos, en una perplejidad muy grande, porque su gravedad está llena de significaciones no muy fáciles de elaborar en lo inmediato. En lo particular cobra un relieve excepcional si no se deja de lado la otra, tan reciente, de Mariano Ferreyra. No porque estén relacionadas en sus circunstancias particulares, sino porque ambas se producen, una detrás de la otra, en un momento particularmente tenso de la vida política argentina y ambas sacuden una atmósfera que se ha venido caldeando y en la que palpitan estrategias oscuras o fuerzas que están al acecho, preconizando el desastre.
No puede conjeturarse de qué manera la muerte de Kirchner moverá el tablero político y gubernativo, pero sin duda lo conmoverá. No faltarán quienes crean que su desaparición les abrirá un camino; otros reformularán sus posibilidades, ya sin su amparo. Ambas avenidas son respuestas triviales y previsibles. Más importante es que esa muerte tiene todo el aspecto de una tragedia nacional, en la medida en que, por lo que logró hacer o por lo que podría haber seguido haciendo, quita de la escena a un hombre que le puso un sello a la vida nacional y no había renunciado a seguirlo haciendo.
La muerte, como una especie de destino, signa la historia de este país.



“Es nuestra tarea decirles no, no se hagan ilusiones”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Acabo de leer, en el “blog” de lectores del diario La Nación, un mensaje (firmado con seudónimo, como corresponde a la cobardía) proponiendo levantarle un monumento al paro cardíaco. Esta (¿cómo llamarla?) alimaña de carroña es un digno descendiente de alguien que hace ya muchas décadas escribió “Viva el cáncer” en alguna calle del Barrio Norte (¿cuál, si no?). Alguien que une a su canallez irrecuperable una irresponsabilidad política por la cual merecería le fuera retirada la ciudadanía de cualquier país, del mundo, de la humanidad. Casi al mismo tiempo, escucho al presidente de la UIA decir que ahora lo importante es… ¡asegurar la “gobernabilidad”! (como diría un amigo psicoanalista, el inconsciente no es tonto). Son dos cosas muy diferentes, por supuesto. Pero que testimonian de la fantasmal, siniestra, supervivencia de esa mezcla de odio irracional y especulación oportunista de la derecha argentina, como se comprobó, una vez más, la semana pasada, a raíz del asesinato abyecto de Mariano Ferreyra. Son también cosas muy diferentes, claro, pero es la derecha la que no hace diferencias: la muerte es el “equivalente general” de sus intereses. No importa, hoy, en este momento, hacer el sesudo balance de los pros y los contras del gobierno K. Ya habrá tiempo. Sí importa, mucho, tomar conciencia de que los chacales ya están afilando los dientes. No hace falta ser ni haber sido kirchnerista –como no lo soy ni lo fui yo mismo– para saber quiénes son los “mucho peores” que hoy están festejando alborozados no solamente la muerte de un hombre, sino lo que vislumbran como una nueva oportunidad para destruir la patria que odian aunque les llene los bolsillos, o que se están relamiendo por cómo esto complicará a la Unasur, o cualquier otra expresión de la mierda que corre por sus venas. Es tarea nuestra, de todos, de lo que en una época se llamaba “el pueblo”, decirles: No. No se hagan ilusiones.



“Hoy el kirchnerismo es más peronista que nunca”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



La realidad los hizo visibles. “Soy de San Isidro y vengo a apoyar el modelo. Quiero que mis hijos vivan en un país mejor.” Una mujer coqueta, oculta detrás de anteojos negros, llega a la Plaza. Un anciano sin dientes dice que gracias a Néstor se pudo jubilar y salta, grita y canta. Los hombres, que no lloran, lloran más que las mujeres.
Qué difícil descifrar a quiénes interpela el kirchnerismo. Cuántos han sido invisibilizados por un discurso que ha insistido en negarlos como partícipes reales del universo kirchnerista.
Tal vez sean las encuestas, que al convertir los fenómenos políticos y sociales en números los reducen a cifras sin rostros. O tal vez, los análisis sesudos, que no miran nunca hacia las plazas, aunque calan hondo en algunos imaginarios. Hoy el kirchnerismo es más peronista que nunca: incomprendido y variopinto. Interpretado y reinterpretado. A la vista de todos.



“Un país en serio”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Después de muchos años –muchos años–, volví a la Plaza de Mayo. Volví con y por la muerte de Néstor Kirchner. Y volví por todas las veces que no había ido.
Volví para apoyar la 125, para acompañar a las Madres y Abuelas, por la Asignación Universal por Hijo, para sumarme al pedido de una nueva Ley de Comunicación Audiovisual, para bancar la unión de los pueblos sudamericanos y la recuperación de los fondos de los jubilados. Volví también por la aceleración de los juicios a los represores, por la renovación de la Corte Suprema, por la Ley de Matrimonio Igualitario y el desendeudamiento. Volví porque no había ido nunca en todas esas veces que podía haber ido. Pero volví, y todo eso estaba ahí.
La tristeza que vi en la plaza la sentí pocas veces, y la sentí como propia. Es extraño. No voté a Néstor, tampoco a Cristina. No voté a ningún candidato del kirchnerismo en estos siete años, ni siquiera sé si voy a votarlo en las próximas elecciones. Pero ¿quién se puede oponer a todo lo que hizo? O más bien ¿quién puede decirme que otro presidente hizo lo que se hizo en estos siete años?
Me acuerdo de la campaña de Kirchner para las elecciones de 2003. “Un país en serio”, decía el slogan.
–Un país en serio –le dije a Natalia, mi novia de entonces. Sería genial, ¿no? Lástima que no lo van a hacer.
Tan simple, tan lógico. ¿Tan difícil es tener un país en serio?
Mientras caminaba la Plaza pensé en eso, en el afiche, en lo que significa un país en serio. Y es parte de todo lo que vivimos en los últimos años, es recuperar la identidad de muchos pibes y de hacerlo con el apoyo del Estado, presente como pocas veces, como nunca, al menos, desde que nací hace 33 años.
Un país en serio es pensar en las minorías, en la gente común, y dejar de beneficiar a los mismos de siempre.
Un país en serio es dejar de hacer lo que dictan los Estados Unidos, el FMI y el Club de París, dejar de aceptar los mandamientos de los grupos monopólicos que recetaron la vida de toda la gente durante muchos años.
Un país en serio es renovar una Corte adicta, aunque no responda como el gobierno ahora quisiera. Es fortalecer los lazos con los países hermanos, como Brasil, Uruguay, o Venezuela, aunque no sea yo un fanático admirador de Chávez. Es, también, reclamar ante la ONU por Malvinas, y formar parte del selecto grupo de repúblicas que se oponen al bloqueo en Cuba.
Un país en serio es poder tener en un programa homenaje, más aún en uno ultra K como es 6,7,8, sentadas a Estela y Taty Almeida, a Echarri y Gustavo López, a Raimundi y la Cherubito, a Cecilia Roth y Ana María Picchio, a Lubertino y Morgado, a la Tana Rinaldi y Fanego, a nietos recuperados y a, para mí, desconocidos ilustres. A peronistas y socialistas, a escritores y periodistas, a luchadoras por los Derechos Humanos y actores de la farándula.
Vi gente llorando en la Plaza. Y se me cayeron muchas lágrimas mientras leía los mensajes de esa gente pegados en el suelo, en las vallas, en pancartas. Me emocioné con el “a Néstor Kirchner no lo vamos a olvidar”, y me temblaron las piernas cuando vi a dos chicas de mi edad abrazadas, sentadas en un cordón, llorando desconsoladas.
Hoy a la tarde un amigo y compañero de trabajo me dijo: “Nunca pensé que me iba a poner tan mal por un peronista, cuando me enseñaron a odiarlos.” A mí nunca me enseñaron a odiarlos, pero tampoco a quererlos. Me crié lejos de Evita y cerca de Fidel, y nunca voté por el PJ ni por el FpV. Pero el miércoles, cuando mi vieja me despertó con la noticia, no pude seguir hablando. Me despedí, prendí la tele, me encontré devastado.
Llegué al diario, a Tiempo Argentino, y los ojos que escondían las lágrimas eran indisimulables en muchos. No es tan fácil trabajar en un diario, no tanto como se cree: mientras la historia se hace con la gente en las calles, vos estás escribiéndola en una redacción.
Esta vez, en algún momento me fui a formar parte de esa gente. Fui a la Plaza. Y lo que me aguanté durante horas se me escapó en un rato. Porque no se murió un peronista, ni un ex presidente, ni el padre del kirchnerismo, sino alguien que, con contradicciones y errores, y sin mi voto, hizo al menos algo por dejar un país en serio. Y para todos.



“Nos devolvió la dignidad pública a quienes creemos en la lealtad”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Estuve con Néstor Kirchner exactamente cinco veces en mi vida. Nunca pudimos pasar de un breve saludo, en el trajín de un político de primer nivel. La primera vez, sin embargo, lo pinta de cuerpo entero. Fue en la recepción en la Embajada Argentina en China, cerrando el viaje oficial a ese país. El amigo Jorge Taiana, que aún no era canciller, me preguntó si nos habían presentado y ante mi negativa se ofreció a hacerlo. Cuando le dijo a Kirchner quién era yo, respondió: “Cómo no voy a conocerlo, es un gran gusto.” Intercambiamos algunas palabras muy afectuosas y la vida siguió en esas reuniones con algo de vértigo. Las cuatro veces que siguieron tuve la misma sensación de ser distinguido de esa sutil manera en que un político que está en el vértice puede hacerlo. El motivo, evaluado y entendido con otros compañeros, era que pertenecíamos a la generación que había puesto el pecho en 1973, y por eso había sido instalada como leprosa por el establishment, que destruyó la calidad de vida de los humildes de este país y lamentablemente está atento para sacar beneficio del dolor ajeno cada vez que puede.
Néstor Kirchner, con esos gestos, reinstaló los valores políticos en la Argentina. Es difícil discernir una razón para priorizar en su recuerdo. Los fríos analistas económicos tal vez prefieran marcar su gestión como aquella que nos liberó de la dictadura financiera internacional. Es cierto cabalmente.
Pero en mi corazón llevaré siempre a este hombre como el que nos devolvió la dignidad pública a quienes creemos en la lealtad, el respeto por los humildes, la obsesión por la justicia social. Más allá de las discrepancias puntuales o aun más profundas, Néstor Kirchner nos (me) permitió recuperar un motivo para luchar por un país de ciudadanos libres y con iguales derechos efectivos. Por siempre gracias, Néstor.



“El Compañero Presidente que dejó la vida por el pueblo”

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Dolor. Mucho dolor. Lo que se siente en este momento es muy difícil de poner en palabras. Va a costar mucho asumir la ausencia de Néstor Kirchner como algo definitivo. No quiero ahora hacer un análisis de lo que ha significado su paso por la política argentina y latinoamericana. Sólo decir que Néstor vivió por y para la política y la puso al servicio del pueblo.
Hoy mi recuerdo y homenaje es para el militante, mi compañero y amigo Néstor, y el compromiso con su compañera de toda la vida, nuestra presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de seguir acompañándola para lograr la definitiva transformación de la Patria, porque ese será el mejor homenaje a la memoria del compañero que hoy nos ha dejado.
Néstor fue uno de los nuestros. Y lo vamos a honrar como al Compañero Presidente que dejó la vida trabajando por la felicidad de nuestro pueblo.
Fuerza, Cristina, estamos más firmes que nunca junto a vos.



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El legado

El hombre inesperado de la política

Publicado el 28 de Octubre de 2010


Kirchner rehabilitó la posibilidad de que la política saliera de la zona oscura y de que muchos pudiéramos sentir que había una oportunidad de que la sociedad fuera más justa, más democrática, más equitativa.

A mí me unía un afecto muy grande con Néstor Kirchner. Tenía la sensación de que era alguien con quien podía compartir un café, conversar de la vida. Él transmitía esa sensación de amigo del barrio, tenía esa espontaneidad, ese modo de hablar que te colocaba, no frente a alguien distante, sino frente a alguien que estaba junto con vos. Por otro lado, también siento agradecimiento. Quizás esta sea la sensación más profunda. Siento un profundo agradecimiento por volver a sentir que tenemos un país, que lo podemos amar, que podemos soñar con transformarlo, con mejorarlo. Kirchner rehabilitó esa sensación en la Argentina. Rehabilitó, no solamente la posibilidad de que la política saliera de la zona de oscuridad en la que estuvo encerrada durante los años noventa, sino para que también muchos pudiéramos sentir que había una oportunidad de que la sociedad fuera más justa, más democrática, más equitativa. Nos permitió pensar que era posible recuperar viejos ideales bajo las condiciones de esta época, que era posible volver a construir puentes entre la generación de los ’60 y ’70 –con sus dolores, sus sueños y sus derrotas a cuestas– y las demandas de las nuevas generaciones.
Básicamente, Kirchner pudo expresar ese fondo continuo de la historia argentina, ese fondo de resistencia, de rebeldía, de necesidad de seguir soñando que las cosas no están escritas de una vez y para siempre, que la historia puede volver a abrirse, que guarda dentro de sí lo inesperado. Yo siempre pensé que Néstor Kirchner era lo inesperado en una época muy terrible de la Argentina. Hay que mirar dónde estábamos. Era el final maldito de los ’90, de 2001, en tránsito hacia 2003 con una sensación de fragmentación, de caída en un abismo, no sólo en lo económico, no sólo en lo moral y político, sino también en lo sociolcultural. Creo que a partir del 25 de mayo de 2003 muchos sentimos que, con dificultades, con contradicciones, con déficits que eran el producto de largas décadas dificilísimas de la Argentina, algo volvía a habilitarse, algo volvía a generar entusiasmo y, por qué no, pasión por la política. Kirchner fue un hombre de una gran pasión política, pero no de cualquier pasión, sino de la pasión capaz de transformar la vida de los humildes, de los olvidados, de los derrotados de la Historia. Para muchos significó una inflexión, un antes y un después. Esto es algo que yo intenté decir en La anomalía argentina, porque Kirchner fue una gran anomalía en el país: no era esperado por gran parte de la sociedad. Seguramente en esos años estaba más próxima la posibilidad de un presidente como Reutemann, de un ballottage entre Menem y López Murphy, que un hombre como Kirchner que venía a generar algo que no estaba en las expectativas de gran parte de esta sociedad: la política de Derechos Humanos, el reencuentro fundamental con América Latina, el giro en la política internacional, la relación con el Fondo Monetario, la recuperación del mercado interno, la necesidad de reconstruir trabajo, vida social, vida sindical, de reconstruir lo que estaba destruido en el país. Esa figura implicó un giro extraordinario, significativo, profundo. Pero también puso en discusión lo que en los ’90 había sido la reducción de la política a lo que los medios de comunicación querían que fuera. Ese gesto de anular las conferencias de prensa o de dejar que la agenda la manejaran los medios fue un gesto decisivo de un calibre inmenso para la época que le tocó a Kirchner. Creo que ahí se pueden leer muchas cosas de su personalidad, de su modo de pensar que la política no puede ser simplemente lo que se resuelve en un set de televisión o en una encuesta, sino que tiene que reencontrarse con la calle, con las plazas, con la movilización. Me alegra profundamente que haya podido participar de manera muy activa en los festejos del Bicentenario, porque creo que debe de haber pasado una gran corriente de felicidad por su cuerpo y por su alma, viendo a millones de argentinos recuperando la patria en el mejor de los sentidos: la patria de la infancia, de los afectos, de los amigos, no esa patria de los milicos y los nacionalistas baratos.
En ese sentido Kirchner recuperó las condiciones para que podamos volver a discutir sociedad; democracia en el mejor de los sentidos, es decir, no dejar que a la democracia se la coman los que tienen el poder económico, que la reduzcan simplemente a un voto cada tanto, sino que la democracia sea el lugar donde haya un litigio por la igualdad. Habilitó también la posibilidad de que volvieran a aparecer los olvidados de la Historia: los pueblos originarios, los pequeñísimos campesinos, los trabajadores. Este es un legado clave, decisivo: que la política va a la plaza pública, vuelve a instalarse en lo mejor de las tradiciones populares, se entrama con la democracia y esta se entrama, a su vez, con la pelea por un país más justo. Ahí está el Norte de gran parte del legado de Néstor Kirchner y que claramente hoy expresa la presidencia de Cristina. Kirchner también era aquello que le criticaban: las “malas formas”, la posibilidad de mostrar que las instituciones de las que tanto hablan algunos estaban carcomidas, vacías, y que en realidad se hizo un enorme esfuerzo por recuperarlas, pero también por su voluntad de desacartonar la vida política argentina, sacar caretas, mostrar que cuando se disputa la renta se tocan intereses. El de Néstor Kirchner y ahora el de Cristina Fernández fueron los primeros gobiernos democráticos que en 50 años de historia argentina les dijeron “no” al chantaje de las grandes corporaciones económico-mediáticas, y ahí hay un caudal fundamental que tiene su punto de partida en las convicciones de Néstor, que sin dudas compartió con la compañera de su vida que es Cristina. También ahí se encuentra un núcleo central. Yo recuerdo que decían que había doble comando al comienzo de la gestión de Cristina, en el conflicto con la Mesa de Enlace, que Cristina era una especie de Chirolita, y tantas cosas que ahora van a silenciar por unos días. Quedaba claro que compartieron un ideal de país, una convicción militante que no pueden entender los sátrapas, los tipos que solamente piensan la política como negocio personal o como un modo de defender la lógica de las corporaciones y del establishment. No pueden entender que ellos conformaban una pareja extraña, que venía de otras historias y que regresó a la escena política para decir algo que no se esperaba gran parte de ese país, que nos devolvió la posibilidad de sentir que de vuelta es posible transformar la Argentina en un sentido más igualitario. Si yo tuviera que agradecer algo a Néstor, sería eso. Para quienes vivimos los años terribles de la dictadura, los que tuvimos enormes expectativas en la Argentina y la América Latina de comienzos de los ’70, con Kirchner volvió a aparecer la poética de la emancipación en un continente que había sido despojado en lo material, pero también en lo más profundo de su sueño. Néstor Kirchner, como otros líderes que en este momento deben de estar tremendamente apesadumbrados –pienso en Lula, en Chávez, en Correa, en Evo, en Mujica–, fueron parte de la reconstrucción de América Latina. Y la Argentina, desde el comienzo del mandato de Néstor Kirchner tuvo un papel clave para volver a colocarnos en el lugar que nos define como la sociedad que es América Latina, y salir de esas veleidades primermundistas y otros cualunquismos de esta naturaleza. También ese es un legado decisivo de Néstor que hereda Cristina.
Estamos frente a una situación de desolación, de tristeza, de dolor, porque Néstor Kirchner es insustituible. Era un hombre que había logrado cristalizar, en un momento histórico muy difícil, algo de una potencia inusitada. Puso el cuerpo, la habilidad para construir y la capacidad de tomar, en un momento dificilísimo del país, el timón de una sociedad desquiciada. Lo vamos a extrañar enormemente, porque dejó un vacío muy grande, pero me parece que hoy más que nunca hay que recuperar los núcleos centrales de lo que él volvió a colocar como sueño, como pasión en una parte importante de esta sociedad, sobre todo en quienes seguimos amando y seguimos pensando que es posible una sociedad más justa. Y Cristina es clara expresión de esa matriz, no sólo porque fue la compañera de su vida, su pareja desde que eran muy jóvenes en momentos de una intensidad única en la Argentina de los ’70, sino también porque compartieron profundamente los códigos de la lengua política en la que se formaron. Y no fue una lengua política de ocasión, sino una lengua que reintrodujo palabras que habíamos olvidado: distribución, equidad, sujeto social de derecho, América Latina. Todas palabras que en los ’90 habían sido expulsadas del centro de la escena. Kirchner fue clave a la hora de restituirles su sentido, y por eso es tan importante sostener su proyecto y su legado a través de Cristina.



Buscar la patria inclusiva

La generación de Néstor Kirchner

Publicado el 28 de Octubre de 2010



Kirchner hizo la diferencia. Antes sólo existía la lógica política heredada de la dictadura terrrorista, y ahora existe la posibilidad de debatir, de construir una nueva dirección. La sociedad argentina recuperó la política.

La generación de Néstor Kirchner, que también es la mía, contabilizó los avatares de la historia nacional con bajas personales. La muerte de un militante es siempre una baja irreparable, pero pocas veces la palabra irreparable esta tan cargada de sentido pleno. Y no se trata de coincidir con el ex presidente, sino de un problema histórico superior. La derrota de mi generación no sólo fue terrible para sus integrantes, que no es poco decir; además resultó catastrófica para la sociedad argentina. Abrió el curso para un rango de decadencia que no se mide en unidades del Producto Bruto Interno.
La voluntad de construir un horizonte colectivo, una patria inclusiva, fue aplastada. El horizonte country se fue instalando mediante aproximaciones sucesivas, hasta que los únicos problemas realmente existentes terminaron siendo los propios. Y sólo si los ajenos coinciden con los propios son problemas, de lo contrario, son un incordio al que se debe poner fin con “tolerancia cero”.
Los disvalores que el presidente Carlos Saúl Menem sintetizara con su nombre son producto directo de las derrotas que la reacción oligárquica nos infligió desde 1975 hasta 2001; las pagamos entonces y las seguimos pagando ahora. Una clase dominante que no es una clase dirigente transformó la política en la continuación de los negocios, de sus negocios, por otros medios. Y en defensa de “sus negocios” destrozó el Estado de Bienestar, que en Sudamérica se llamó peronismo. La larga noche neoliberal cargada de fulgores sintéticos ahogó la política, y los políticos se volvieron una pesadilla insoportable. Tanto que la compacta mayoría sostuvo: “que se vayan todos”. No se fueron, y sin embargo algo cambió, y en ese algo construye la diferencia Kirchner.
En 1975 todos sabían que el Código Penal no estaba vigente; primero las bandas de la Triple A, y luego las FF AA, lo dejaron en claro. En el ’76 comenzó la cacería de militantes, y las muertes de René Salamanca y Agustín Tosco –para citar dos nombres emblemáticos que nada tuvieron que ver con la acción guerrillera– nos hizo saber qué se proponían: terminar con las conquistas obreras, ilegalizar el derecho popular de participar y orientar la lucha política, destruir la voluntad moral de transformar la sociedad argentina. Y, debemos admitirlo: casi lo logran.
Un instrumento, el botín de guerra, permitía robarse todo. Perder la capacidad de réplica era perderlo todo, y “todo” no era una metáfora. La legalidad se redujo a la ley del más fuerte, y las diferencias –cualquier diferencia– se pagaba con la muerte. La dictadura burguesa terrorista no sólo exterminó toda forma de oposición dinámica –armada o desarmada– sino que desconoció toda forma de oposición legal. Construyó un Código Penal con delito único. Cuando concluyó el mandato del general Bignone, la impunidad estaba instalada en todos los ámbitos para los poderosos, y contó con suficiente respaldo para ser garantizada hasta el estallido de 2001. Asegurar la impunidad rompió la ley, quebrando la relación entre los delitos y las penas. Por tanto, hizo lo que hubiera hecho un grupo de tareas, que siempre había estado “combatiendo” al “enemigo subversivo”. E hiciera lo que hiciera un piquetero, siempre estaba poniendo en riesgo la convivencia social.
El gesto de Néstor Kirchner al descolgar el cuadro de Videla, acompañado por la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, restableció la capacidad significante del lenguaje político. El hilo que vincula los delitos y las penas, la relación entre las palabras y las cosas, entre la política y la sociedad, comenzó a retejerse. Vale decir, se reconstruyó la posibilidad de la diferencia, y por tanto, se restauraron las condiciones materiales del debate. La masa de terror que gobernó durante décadas en la escena política nacional comenzó a ser recesiva.
Por cierto, no fue lo único que hizo Kirchner, pero si no hubiera hecho nada más, ya habría construido la diferencia. Antes sólo existía la lógica política heredada de la dictadura terrorista, y ahora existe la posibilidad de debatir, de construir una nueva dirección. La sociedad argentina recuperó la política. Y esa diferencia tiene un nombre propio: Néstor Kirchner.



Lo que Kirchner nos dejó a todos

No podrán tapar el sol con la mano

Publicado el 28 de Octubre de 2010



Despistados o malintencionados, harán hincapié en un estilo de conducción áspero, poco amable, sin recordar que fue el primer presidente argentino que gobernó sin apalear a su pueblo. Tal vez los escribas del futuro no reconocerán plenamente la entrega de un luchador porfiado, que dio la vida por sus ideas.

Tal vez no falten en el futuro quienes discutan el valor de la recuperación del Estado y del debate ideológico promovido por el ex presidente muerto. No es raro pensar que intentarán subvaluar su legado si con el cuerpo sin vida y aún caliente del ex presindente ya empujan para que Cristina gire a la derecha. Seguramente habrá quienes cuestionen la reestatización de Aerolíneas Argentinas, del Correo, del servicio de agua potable, la fábrica de aviones de Córdoba y el sistema previsional. O quienes critiquen que no hizo lo mismo con el petróleo. Aparecerán historiadores que discutan la eficacia del modelo productivo, que generó tasas de crecimiento inédito, acompañadas por mayor consumo. Quizá la historia no le asigne tampoco la importancia justa a la decisión de sostener a capa y espada los servicios públicos más baratos de América Latina, en un modo de transferencia de ingresos que no aparece nunca en las estadísticas.
Posiblemente algunos pondrán en duda que haya sido la política económica de Néstor Kirchner la que permitió recuperar 4 millones de empleos para pasar de una desocupación del 25 al 8% y dirán en cambio que sólo se debió al “viento de cola”. Algunos olvidarán en sus relatos –con intención o sin ella– que Kirchner fue el presidente de la Nación que repuso las archivadas paritarias, porque soñaba con el mítico reparto de la torta por mitades entre trabajadores y empresarios. Y no faltarán quienes no ponderen convenientemente la reducción del agobio de la deuda externa, lo cual permitió por ejemplo sortear una pavorosa crisis internacional con bajo costo social. Es posible que los historiadores desdeñen que todo esto se realizó con un récord de más de 50 mil millones de dólares en reservas.
Por supuesto que habrá además cronistas que destacarán más el rechazo de Kirchner a elevar el piso jubilatorio al 82% del salario mínimo antes que los sucesivos aumentos que mejoraron haberes miserables, congelados durante una década. Ni siquiera pondrán en la balanza que se incorporó al beneficio previsional a 2,5 millones de personas mayores que estaban en las cunetas sociales. Y algunos desconocerán la revalorización de los científicos y de sus salarios, despreciados por un neoliberalismo que los había mandado a lavar los platos. Es natural que historiadores conservadores consideren por ejemplo una herejía que Kirchner haya roto las relaciones carnales con los Estados Unidos para plantear una relación digna y decretar la muerte del ALCA. Recordarán con pesar que ese entierro fue escenificado en una histórica reunión de presidentes en Mar del Plata, de la cual un emperador del Norte se marchó humillado. Cuando la derecha describa al kirchnerismo, juzgará un error que se haya abrazado a otros presidentes latinoamericanos que luchan por mejorar la vida de sus pueblos, en lugar de hacer mejores migas con los poderosos. Posiblemente recalquen más la bronca del ex presidente con la Corte Suprema de Justicia por fallos adversos a sus ideas que su voluntad augural para promover un tribunal prestigioso y autónomo. Por supuesto que habrá interesados detractores de la transformadora Ley de Medios, tal vez uno de sus mayores legados a la democracia. Que los pobres puedan ver gratis los partidos de fútbol puede ser puesto en tela de juicio por escribas que aborden el asunto desde un costado economicista, o ser considerado por otros insensibles como un hecho anecdótico propio del populismo. Y cuando se recuerde el establecimiento de la Asignación Universal por Hijo, no pocos dirán seguramente que no tuvo nada que ver, porque gobernaba su esposa. Cuando el presidente era él, decían que la que mandaba era ella. Y cuando ella tomó el bastón, decían que en las sombras mandaba él. En realidad, la muerte pone ahora en blanco y negro que Kirchner era el jefe de una sociedad política en la que su compañera nunca fue un jarrón chino de adorno. Pero quienes quieran ocultar la historia para que no cunda el ejemplo, seguramente le restarán la importancia adecuada al hecho de que haya promovido, por ejemplo, un Presupuesto Nacional que invirtió los porcentajes destinados a deuda externa y educación: ahora se asigna el 2 % al pago externo y –por primera vez en la historia– el 6% a la educación. Los centenares de escuelas que se alzan en el país servirán para aguijonear la memoria de quienes se hacen los pavos.
Es probable que cuando se narren los hechos de hoy no se evalúe correctamente que Kirchner llegó a la Casa Rosada mucho antes de lo que él mismo deseaba, en medio de un gran desbarajuste y con un porcentaje de votos inferior al de la desocupación que asolaba al país. Posiblemente haya quienes no reconozcan que –en el país del travestismo político– el ex presidente planeaba volver al sillón de Rivadavia con las mismas convicciones que prometió no dejar en la puerta de la Casa Rosada cuando estaba por asumir. Algunos ni siquiera le reconocerán el rol protagónico que tuvo en la reivindicación de la política, ni en la promoción del debate de ideas, congelado por el pensamiento único. Despistados o malintencionados, harán hincapié probablemente en un estilo de conducción áspero, poco amable, sin recordar que fue el primer presidente argentino que gobernó sin apalear a su pueblo. Tal vez los escribas del futuro no reconocerán plenamente la entrega de un luchador porfiado, que dio la vida por sus ideas. Y desdeñarán el coraje que tuvo para afrontar lo que otros desearon y nunca se animaron a encarar. Para defender sus convicciones, se enfrentó a los EE UU, a la Iglesia católica, a los militares, al FMI, a la decadente oligarquía y a la derecha más recalcitrante. La sola enumeración de sus enemigos es un elogio a su vida política luego de ser presidente de la Nación. Pero si todo esto fuera minimizado, si no se reconociera que hay una Argentina antes de Kirchner y otra después, un solo acto de gobierno bastaría para que la historia nacional y la memoria popular lo ubiquen en una página central. Ocurrió el 24 de marzo de 2004, al conmemorarse el 28 aniversario del golpe militar que cambio el rumbo de la historia argentina. Fue cuando le ordenó al comandante del Ejército, Roberto Bendini, descolgar los retratos de los ex dictadores Videla y Bignone de una pared del Colegio Militar. Ese día abrió las compuertas para que los represores fueran al fin juzgados. Quienes lo olviden o no reconozcan el valor de su política de Derechos Humanos ya no serán escribas despistados sino operadores malintencionados. A más de tres décadas de reinstalada la democracia, los militares criminales están siendo encarcelados a partir de aquel puntapié inicial del ex presidente muerto. Si ese tozudo santacruceño al que le gustaba que lo llamasen Pingüino no hubiera trabajado para reparar en buena parte el daño de los ’90, su decisión de terminar con la impunidad le garantizaría igual un lugar central en la historia argentina del siglo XXI.



La muerte nunca fue peronista

Publicado el 28 de Octubre de 2010



El modelo nacional y popular es más que un hombre. Debe ser más que un hombre. Está condenado a ser más que un hombre. Es más, para que la muerte de Kirchner no sea vana, el modelo debe ser sostenido, continuado, profundizado.

La muerte no es peronista. Nunca lo ha sido. Es más, siempre ha acogotado a los líderes justicialistas en los peores momentos de la historia. En 1952, cuando los años felices comenzaban a ensombrecerse y la crisis económica decía presente, se llevó al corazón vibrante del peronismo: Evita. Anidó allí, en el lugar más íntimo de la mujer, para impedir la fecundización de un proyecto político diferente al que había gobernado la Argentina durante 100 años. En 1974, cuando el peronismo se hacía incontenible, cuando la violencia arrasaba el país, la muerte acabó con el único hombre que podía contener la tragedia: Juan Domingo Perón murió solo en su habitación de Olivos. Ayer, en este 2010 que hasta ahora había sido resplandeciente, la muerte le pegó una patada en el pecho a una pieza clave del armado político peronista. En vísperas a que la sociedad debatiera qué proyecto de país quería para sus próximas décadas, se llevó al estratega máximo del “modelo nacional y popular”.
Néstor Kirchner fue uno de esos “locos” que no abundan en la Historia. Asumió la presidencia después de la tormenta de 2001 y fue una tromba. Flaco, desgarbado, desaliñado, ese 25 de mayo de 2003 jugó con el bastón de mando, sonrió, hizo muecas, se divirtió, y dio uno de esos discursos inolvidables para la política argentina: “Formo parte de una generación diezmada. Castigada con dolorosas ausencias. Me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a los que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada. No creo en el axioma de que cuando se gobierna se cambia convicción por pragmatismo. Eso constituye en verdad un ejercicio de hipocresía y cinismo. Soñé toda mi vida que este, nuestro país, se podía cambiar para bien. Llegamos sin rencores, pero con memoria. Memoria no sólo de los errores y horrores del otro. Sino que también es memoria sobre nuestras propias equivocaciones.”
Y después, claro, hizo todo aquello que hacen los políticos: acertar, errar, negociar y gobernar con mayor o menor grado de felicidad. Pero su principal virtud era –doloroso pasado– que solía salir del molde del político racional y especulativo. Lo demostró en la manera en que se dejaba aporrear por la gente, en la forma en que sacudió al periodista Claudio Escribano, cuando este lo amenazo desde La Nación, o cuando desautorizó a George W. Bush en la cumbre de presidentes en Mar del Plata y decidió “enterrar el ALCA”. Ni que hablar cuando hizo bajar el cuadro de Jorge Videla de las paredes del Colegio Militar de la Nación. Kirchner huía para adelante. Esa era su principal virtud: cierto coraje que no abunda en los ámbitos políticos. No gobernó para los poderosos de este país y del mundo. Aun entendiendo las reglas del juego siempre traccionó sus políticas en beneficio de las mayorías. Era duro para negociar con los duros. Crecimiento sostenido, inclusión social, el Estado como árbitro, la inclusión del movimiento obrero organizado en la discusión del poder, la política de justicia respecto de las violaciones a los Derechos Humanos, el desendeudamiento, el orden fiscal, la independencia de criterio en política internacional, el fortalecimiento de los lazos regionales –no es casualidad que haya sido elegido como el primer “presidente” de la Unasur–, el regreso de la política como agonía y discusión fueron algunas de las buenas nuevas que puso Kirchner sobre la mesa en este nuevo siglo. La cotidianidad, la familiaridad, las histerias y neurosis colectivas suelen mellar la posibilidad de hacer un análisis político serio. La ausencia y el paso del tiempo van a confirmar estas palabras que voy a escribir ahora: los años del kirchnerismo –que vivimos y seguiremos viviendo– van a ser recordados como los más felices de los últimos 50 años por el pueblo argentino.
La muerte de Kirchner abre las puertas a todo tipo de especulaciones. Desde las más mezquinas y miserables hasta aquellas que son justificadas por el temor y la incertidumbre. Nada de lo que se diga hoy es válido. El futuro se irá amoldando en función de las decisiones y las conductas políticas de los distintos actores. Sin dudas, no se trata de un hecho más, claro. Kirchner era el hombre pragmático de la pareja, el que sabía tejer el entramado de poder, la estrategia política. Su ausencia deja un vacío muy difícil de llenar. Por estilo, por carácter, por visión política. Pero no es todo. El modelo nacional y popular es más que un hombre. Debe ser más que un hombre. Está condenado a ser más que un hombre. Es más para que la muerte de Kirchner no sea vana el modelo debe ser sostenido, continuado, profundizado.
Y allí está Cristina Fernández, su mujer y su compañera, y presidenta de la Nación. Se abre una nueva etapa para ella, es cierto, pero también se trata de una continuidad. Las comparaciones históricas en este caso son nulas. No hay vacío de poder, no hay necesidad de buscar herederos o remplazantes. Y Cristina no es Isabel –María Estela Martínez de Perón–, como quieren imponer absurdamente algunos voceros de la oposición. Esta es su hora más difícil, seguramente. Pero las miles de personas que ayer fueron a la Plaza de Mayo la acompañan y la sostienen. Y también habrá que ver cómo impacta en la sociedad la muerte del ex presidente, cómo responde en las encuestas de opinión, de imagen, de intención de votos.
Kirchner fue –otra vez el maldito pasado– un actor fundamental en la política, pero la construcción del modelo no puede depender de la voluntad de un hombre. Es necesario que la dirigencia, los cuadros y la militancia conviertan el dolor en fervor, la tristeza en convicciones, el abrume en compromiso y el temor en alegría. Porque el futuro y los destinos de este país se juegan en los próximos meses. Y el peronismo debe hacer todos los esfuerzos posibles para que las conquistas de estos últimos siete años no se derrumben.
Hace unos días, escribí que el kirchnerismo era hasta ahora el último traje que utilizó el movimiento nacional y popular democratizador, desmonopolizador, en este país para enfrentar al liberalismo conservador concentrador de las riquezas. La perspectiva histórica nos demuestra que todo pasa, incluso los hombres, y lo que quedan son las ideas, la voluntad política, la organización y las transformaciones. Es tiempo ahora de consolidar las estructuras que deben sostener y profundizar el modelo, es tiempo de construir la columna vertebral de que ponga de pie al modelo después de la tristeza. Y habrá que comprender que en esta especie de barajar y dar de nuevo la cabeza será Cristina Fernández y el eje, una vez más, el movimiento obrero organizado. A partir de allí, se podrá construir un nuevo andamiaje que incluya a los gobernadores e intendentes y a los sectores progresistas que comprendan la contradicción fundamental de esta nueva instancia política.
Entre las cosas más importantes que Kirchner le aportó a la Argentina fue la devolución de la política entendida como conducción, decisión, gestión e ideología. Le devolvió el valor a las palabras: hoy no es posible pronunciar un discurso haciendo playback. Es imposible que alguien se confunda de discurso, como le ocurrió a Carlos Menem, por ejemplo. Lo que se dice tiene peso propio. A los que no crean en esto los invito a releer el discurso de asunción del 25 de mayo de 2003. Verán que Kirchner siempre tuvo un proyecto político, que no mintió, que fue coherente –con pequeñas contradicciones, claro– con su pensamiento. De muy pocos presidentes se puede decir lo mismo. Y además casi siempre hablaba en plural, como si hubiera un nosotros, como si fuera uno más, acaso un primus inter pares.
La otra gran característica fue su nacionalismo político. Kirchner puso a discutir los distintos discursos sobre la Nación. Cierta dignidad arrabalera, primaria, primitiva, si se quiere, campeaba en la forma en que el “flaco de traje gris abierto” se relacionaba en materia de relaciones exteriores y de negociación con los organismos de créditos y en la defensa del Estado contra el abuso de las empresas trasnacionales.
Con la muerte de Kirchner se acaba también una dinámica política determinada. Se abre otro tiempo, un momento de mayores debates, de profundización, de mayor trabajo y compromiso para aquellos que creyeron y creen en el proceso progresista que se inició en 2003. Hugo Moyano dijo ayer algo muy significativo: “Después de Perón nunca nadie le dio tantas cosas a los trabajadores como Néstor Kirchner.” Es una gran definición política. Cuando la neurosis pase de largo en esta sociedad podrá evaluarse con justicia lo que significó el ex presidente para este país. Pero hay que remplazar la mirada histérica por la visión histórica. Para el que escribe estas líneas, el de Néstor Kirchner fue uno de los mejores gobiernos de toda la historia argentina.

(Final personal: En una sola oportunidad pude entrevistar al ex presidente Kirchner. El encuentro se produjo en diciembre de 2002 cuando él todavía era precandidato a las elecciones. Como ocurre siempre en las entrevistas políticas, cuando se apagó el grabador nos quedamos charlando un rato largo sobre política, economía, y otras cuestiones. Estaban presentes Alberto Fernández y Miguel Núñez. Kirchner sudaba voluntad de poder, pero también transpiraba convicciones políticas. Antes de despedirnos me hizo una pregunta personal. “Si yo llego a ser presidente y vos tuvieras que pedirme una sola cosa ¿qué me pedirías?” Lo miré y con cierta inocencia, le respondí: “Un país con un mínimo de dignidad.” Canchero, llevó su mano al hombro y me dijo: “Olvidate, dalo por hecho. No te voy a defraudar, entonces, gordo.” Nunca tuve oportunidad de decírselo y aprovecho estas páginas para hacerlo, en vano, ya que no podrá leerme. Casi como una catarsis y un homenaje te digo: “No me defraudaste, flaco.”)



Por Jorge Giles

Una muerte que ilumina

29-10-2010 / Eran las 10 de la mañana cuando entramos al Salón de los Patriotas Latinoamericanos casi en puntas de pie.

Una muerte que ilumina
Solemnes y silenciosos. Como si esperáramos que al trasponer el enorme portal íbamos a encontrar a Néstor Kirchner de pie, con el saco cruzado abierto, con sus mocasines negros, con esa ancha sonrisa de jotape que siempre tuvo, gastándonos con alguna de las bromas que constantemente tenía a mano.

Pero sólo estaba el féretro con Néstor adentro. Y a su lado, un puñado de amigos y compañeros. Y su hermana Alicia, huérfana de hermano, solita su alma, al pié de su dolor.

Minutos después, el desfile popular con su congoja a cuestas empezó a circular por los costados.

Los jóvenes y la gente humilde nutrían el grueso de la dolida caravana. Los pobres de toda pobreza eran los que más lloraban al Presidente Kirchner.

De pronto, dos gritos rompieron el silencio.

"Gracias Néstor" y "Fuerza Cristina" tronaron en la Casa Rosada y un aplauso unánime inundó el Salón.

Los humildes no se permiten sobriedad a la hora de expresar ni el dolor ni la alegría. Todo se desborda transparente. Como un agua clara. Como un río torrentoso. Los que no tuvieron voz durante siglos, ahora le dicen "Gracias" al que ascendió desde el mismo talón del continente para darles la posibilidad de volver a ser.

Y allí entró Cristina, la Presidenta, la Compañera de Néstor, la mamá de Máximo y Florencia.

Primero fue el silencio el que la envolvió en su abrazo, respetuoso con tanto dolor en el ambiente. Cristina acarició el ataúd de su marido muerto. Y uno se daba cuenta que no era el ataúd a quien tocaba, sino era al hombre amado a quien acariciaba.

Los humildes pasaban y lloraban todo el tiempo, sin proponerse para nada disimular su llanto. Hasta que uno de ellos empezó a gritar: "Gracias Néstor porque nos devolviste la dignidad".

Y todos aplaudieron.

Cristina se recostó sobre su hija, pareció que se largaba a llorar, pero se contuvo en el renglón anterior al desahogo. Puso su mano sobre el pecho, una, dos, varias veces, como ofreciendo el corazón a los presentes.

Estas escenas se repitieron varias veces. El desfile popular seguía su marcha en el último adiós a Néstor Kirchner.

Pasaron los artistas populares, pasó Diego Maradona, pasaron las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, los Presidentes de América Latina llenos de congoja.

Evo Morales no dudó en confesar que se sentía como un hijo que perdió a su padre.

"Me quedé huérfano, siento que perdí a un hermano mayor, a mi padre, a un amigo, a todos juntos. Siento que toda América Latina quedó huérfana del hermano Néstor, que fue el primer presidente de todo el continente; él me enseñó con el ejemplo que los latinoamericanos no somos el patio trasero de ningún imperio", dijo Evo en la puerta de la Casa de Gobierno.

Parece la primera vez de todo. La primera vez que un organismo continental, UNASUR, decreta Duelo Latinoamericano durante tres días. También Brasil, Ecuador, Paraguay, varios países lo hicieron. El presidente Lula levantó su presencia en el cierre de campaña de la candidata Dilma Roussef. Y voló a la Argentina a despedir a su amigo.

En la Plaza de Mayo eran miles y miles desde muy temprano. Con sus banderas y estandartes. Con sus lágrimas y sus himnos de combate. Desde un ventanal frente a la Plaza se veían las serpentinas humanas caminando lentamente hacia el lugar del último adiós.

Los vivas a Néstor y las fuerzas a Cristina sólo daban paso al "andate Cobos" en las voces de la multitud.

Esta muerte ilumina. Con esa luz el pueblo teje una nueva certidumbre:

Ahora, Cristina.

Con todos y con todo. Ahora, más proyecto nacional y popular. Ahora, más redistribución del ingreso. Ahora más inclusión social. Ahora, más integración con el mundo.

Cuando ese pueblo en la plaza y frente al Presidente amigo que despiden, grita "Fuerza Cristina" es por que está construyendo política. Y cuando la política la hacen los pueblos, el rumbo del futuro está garantizado.

Por eso, es mejor para todos, que tomen debida nota de este dato histórico, las usinas del odio y la reacción.




Qué tristeza, Cobos es vicepresidente

Publicado el 29 de Octubre de 2010



Está esa mujer, la presidenta, que seguirá institucionalmente sola porque, se sabe, tuvo un compañero de fórmula, allá por 2007, que eligió entrar en la Historia en el capítulo que se le dedica en minúsculas a los que carecen de convicción.

La mano de Cristina se desliza con suavidad sobre un ataúd lustrado, cubierto de banderas celestes y blancas, de alguna que otra flor, de pañuelos blancos de memoria; un ataúd absurdo que contiene los restos de quien fue el hombre al que amó, el padre de sus hijos, su compañero de vida, de militancia, su jefe político, un ex presidente que talló la historia nacional con la impronta huracanada de sus convicciones, para algunos, para muchos, la figura que partió la historia de la Argentina reciente en dos. Y ahí, Cristina, esa mujer que deberá sobrellevar los días de su soledad íntima, infinita, expuesta a la mirada de todos. Desgarrada mujer que padece en privado su dolor.
Hay también, y por sobre todo, un pueblo que sufre, que está triste, que se ve en las calles, que se siente en los silencios de las barriadas de los laburantes, ahí donde viven y sueñan. Los laburantes que encontraron en ese hombre testarudo, indómito, cabrón, polémico, hiperactivo, una razón de esperanza porque hizo lo correcto en el momento correcto, porque alivió algunos de los pesares cotidianos. Pesar de los laburantes curtidos en la desolación, el abandono y la intemperie a que los sometió, año tras año, la indolencia de un sistema que no sólo no los contuvo, sino que los expulsó. Y fueron millones. El dolor que hoy es astilla en el corazón de mayorías, que volvieron a trabajar, que pudieron jubilarse, que tienen, al menos, un plato de comida que los acerca un poco a la dignidad. Pero falta tanto aún. De eso no hay dudas. Como tampoco las hay si se recuerda que no hubo una sola medida que afectara los intereses de los trabajadores desde aquella mañana de 25 mayo de un ¿lejano? 2003, en que ese tipo común que murió el miércoles jurara como presidente. Un proceso político que se iniciaba rabioso de dudas, genuinas y lógicas, dudas como callos en la piel de una sociedad que fue testigo hasta entonces de la insolencia de una casta de dirigentes que, cuando debió actuar, lo hizo siempre, siempre, echando mano a las recetas escritas por otros, ese rosario de la indignidad: el FMI, sus ajustes y más ajustes –es hora de mirar a Europa y recordar el infierno argentino de ayer nomás–, las corporaciones, el capital concentrado, trasnacional, financiero, el de los buitres al acecho, de los grandes empresarios, los monopolios, los omnipresentes formadores de opinión, que hoy, que ayer, que sólo unas horas después de la muerte súbita de un vecino ilustre de El Calafate ya estaban conjeturando sobre un futuro propicio, para volver a la carga ante la supuesta debilidad de esa mujer que sufre y que en pocas horas más enterrará al hombre que amó. A los escribas de Clarín y La Nación, la voracidad no les permitió tomarse el tiempo necesario para respetar el duelo, más no fuese, forzados por cortesía: que ya empezaron a especular con su banquete caníbal. Ni algunos dirigentes de la oposición se atrevieron a tanto. El pueblo los lee. El pueblo se enoja. Y el pueblo tiene razón.
Está esa mujer, entonces, que trabaja de presidenta y que seguirá institucionalmente sola porque, se sabe, tuvo un compañero de fórmula, allá por 2007, que eligió entrar en la Historia en el capítulo que se le dedica en minúsculas a los que carecen de convicción y prefieren hocicar siempre cuando el desafío les impone jugarse por algo, esos que viven la vida en pantalones cortos.
Hay un pueblo –pueblo, no gente– en la calle. Llora, y arrima como puede unas palabras de fuerza para Cristina. Hay figuras públicas, artistas, intelectuales, deportistas, mandatarios extranjeros, Piñera, Correa, Lugo, Mujica, Santos, Chávez, Lula, y otros tantos que estuvieron presentes, que mandaron sus condolencias, que se los vio quebrados, que dejaron sus palabras −como Evo que dijo “quedamos huérfanos”−, y eso habla, sin dudas, de la estatura continental que otros líderes le otorgaban al hombre que murió.
Estuvieron –están– las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, honrando con su presencia y sus lágrimas a un presidente democrático. Las Madres y las Abuelas. Las lágrimas de Estela, Hebe, de Nora, de Taty dicen infinitamente más que la tinta sucia que se pudo leer por estas horas en algunos diarios.
Pasaron por el Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada funcionarios, diputados y senadores, sindicalistas, Hugo Moyano, kirchneristas, peronistas disidentes, socialistas, radicales, dirigentes de la Coalición Cívica, del PRO. Casi todos llevaron su pésame a Cristina, a sus hijos Máximo y Florencia, a Alicia, hermana del ex presidente. Casi todos. Menos uno: Julio César Cleto Cobos.
El vicepresidente opositor, que desde la madrugada del 17 julio de 2008 con su voto “no positivo” colocó su trayectoria política en la banquina de la Historia, declaró: “Murió quien fue un gran presidente.” Palabras. Dijo también: “Era un hombre con muchas convicciones; un gran trabajador.” Más palabras. Luego empezó a tejer y a destejer, con su sequito de analistas, los costos políticos de cada movimiento, y así fue que ofreció el Congreso para las exequias de “quien fue un gran presidente”. Y sólo obtuvo silencio, la mismísima indiferencia que cualquiera le puede brindar a un especialista en defecciones. Luego, con las horas, decenas de miles de argentinos, de laburantes, de pobres, de jóvenes, de viejos, de familias, de militantes, se congregaron a la Plaza de Mayo, y un coro indignado, atragantado de bronca y dolor, recordó las felonías de Cobos, entre insultos y con el reclamo de que el vice opositor, que anhela el sillón presidencial que hoy le corresponde a esa mujer que en horas enterrará al hombre que amó desde su juventud, se vaya. Así lo gritaron. Que renuncie. Que si quiere, siga hilvanando su antikirchnerismo, pero por fuera del gobierno que lo trajo hasta acá. Ayer Cobos se rindió ante la evidencia y dijo: “Mi intención era asistir a la Casa de Gobierno para rendir mis respetos.” Más palabras. Y agregó: “Tomé la decisión de no ir y evitar así cualquier situación que perturbe este momento de reflexión y dolor.”
El pueblo está dolido, sin dudas. Pero es el mismo pueblo que sufre por la muerte de su líder, el que lo votó hace tres años, un 28 de octubre de 2007, junto a Cristina y que le dio con el 44% de los sufragios el triunfo electoral en primera vuelta. Tres años. Paradójicamente, el vice de aquella fórmula que debía consolidar el proyecto que se había iniciado en 2003 hoy no puede enfrentar a sus electores, no puede, no quiere, no le da el coraje para enfrentar a quien traicionó. Él se colocó ahí, en un rinconcito gris. El respeto hay que rendirlo en vida.
Y lo paradójico no es sólo anécdota. Cristina Fernández deberá sepultar a su marido, continuar su mandato y mirar de reojo para que quien debería cuidarle la espalda no le corra el sillón.
Julio César Cleto Cobos seguirá siendo vicepresidente, así lo afirmó –aunque está probado que es un hombre que cambia de idea fácilmente– hasta 2011. Y no es anécdota, porque la institucionalidad está de por medio.
Cobos encarna, lo dice con actos, un modelo que nada tiene que ver con el del oficialismo. Irresponsablemente, por ejemplo, dio su voto para que el 82% móvil para los jubilados se convirtiera en ley pero sin tener la menor idea de cómo sería financiado. Un caprichito de politiquería que no hizo más que mostrar la estirpe de cierta oposición, incluido el vicepresidente.
Hoy Cristina Fernández enterrará al hombre que amó.
Y deberá continuar, a la vista de todos, haciendo equilibrio entre el dolor infinito y el rol que asumió hace tres años.
Murió Néstor Kirchner.
El pueblo está dolido.
Cobos, desnudo.
Lo que se ve es lo que hay.
Qué triste.





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