domingo, febrero 21, 2010

Pequeña gran historia del ajedrez

Hace frío y afuera está lloviendo. El café se impacienta y comienza a fugarse por la estrecha abertura de acero y cromo. Toda la casa huele a cuarto cerrado y a días de trabajo continuo. Unas nubes plomizas tejan la inmensa selva enmarañada de papeles y libros del escritorio.

Siento una extraña mezcla de excitación y fatiga ante un pequeño bloque de folios impresos por el ordenador, es ya la obra definitiva corregida y lleva por título " Pequeña Gran Historia del Ajedrez". Como habrán podido imaginar, la materia sobre la que versan estas letras es la Literatura, yo, una vez más, me he colado, relato en primera persona .

¡Ah!, y no se molesten en rastrear mi nombre, como me placen las extravagancias, aquí no se menciona ni una vez.

Dicen que soy voluble y tornadizo, y que a pesar de tener mi propia casa, no encuentro un lugar definitivo en el que instalarme y prefiero vivir a expensas de las Ciencias, las Bellas Artes, el Deporte o los Juegos. Que me sirvo del lema "Cada uno en su casa y Dios en la de todos" para robar lo que otros saberes y placeres humanos pueden proporcionarme.

Dicen también que, como buen conocedor de las elementales normas de cortesía, debo saber que el visitante inesperado no debe abusar de la hospitalidad que le brindan los dueños de la casa y que para disimular que permanezco allí más tiempo del debido, me hago el remolón divirtiendo y regocijando a los anfitriones serios o poniéndome solemne y grave para reprender a asustar a los que sólo gustan de la diversión y del entretenimiento.

Me achacan, con razón, que para juego soy demasiado serio, y para ciencia, demasiado baladí. ¿Creen acaso que cuando adopto la actitud de niño respondón y travieso ante una Ciencia anciana y aburrida, o cuando me comporto como un viejo cascarrabias ante un nuevo y simplón Juego de Azar, es sólo con la insana intención de llevar la contraria o levantar polémica? Nada más ajeno a mi propósito. No pretendo desprestigiar a quien me da cobijo, sino mostrarme tal cual soy, aunque los demás opinen que es sólo una manera de sacudirme el polvo.

A pesar de ser tan viejo como la civilización, la Historia siempre me ha asignado papeles secundarios cada vez que ha tenido que hacer el gran reparto de la Tragedia Humana. Y mientras que otros saberes hoy ya representan un inequívoco papel de ciencias, a mí se me ha negado todo protagonismo y he venido desempeñando un eterno papel de segundón desde que Leibniz me colgó aquel famoso sambenito del que hoy todavía no he logrado zafarme: "Demasiado juego para ser una ciencia y demasiado ciencia para ser un juego".

Pensemos en la psicología, por poner un ejemplo. Ha pasado mucho tiempo sin que fueran reconocidos sus derechos, pero hace casi dos siglos que interpreta el papel de disciplina autónoma. A veces justifica su falta de rigor afirmando que además de ser una ciencia teórica es un conjunto de técnicas aplicadas. ¿Es que acaso esta definición no se puede aplicar a mi persona? Y adentrándonos un poco más en el asunto ¿No es acaso la psicología simplemente una técnica de la que yo me sirvo?

Tomo el grupo de folios y acompasadamente voy golpeando los bordes contra la mesa para cuadrar los ángulos y que no sobresalga ninguna hoja. Doy un sorbo al café mientras me invade la terrible angustia de la obra acabada, pero también el orgullo por haberlo logrado. Se ha dicho siempre que la literatura es una catarsis, que a través de ella el escritor disipa sus pasiones y libera sus fantasmas interiores. Pero escribir estos papeles no me ha serenado, al contrario, me ha encrespado aun más los ánimos. ¿Que he pretendido yo escribiendo estos apuntes?

Pudiera creerse que actúo así movido por el deseo de venganza, la rabia que acompaña al despecho, el amargo sabor del desprecio, o simplemente unas ganas irreprimibles de hacer daño. No cabría esperar otra cosa del "choc-chu-chong-qui" o juego de la ciencia de la guerra, como me llamaron los chinos, o del jugar "a la rabiosa", como injustamente me tildaron los italianos cuando adopté mis reglas actuales. Pero aunque digan que soy por excelencia el señor de la guerra y que mi ley fundamental sea la lucha, aunque en verdad mi ciencia represente un campo de batalla y aunque mi terminología esté invadida de voces belicosas: estrategias y tácticas, ataques y defensas, celadas y emboscadas, triunfos y derrotas, aunque parezca que con el sacrificio tal vez pudiera llegar la sangre al río, jamás se ha derramado una sola gota de sangre por mi causa.




El séptimo sello




Es palmario que simbolizo el arte de la guerra, más desastre que arte a mi pacífico entender, pero sólo imito lo que tiene de juego, y un juego pierde su condición lúdica si se convierte en cruento. Yo huyo del horror y del desafuero. Mi Muerte no aparece portando la guadaña y mis muertos no son tales, sino desterrados, que resucitan cada vez que se inicia una nueva batalla. Yo no pretendo estocar al enemigo más que con el agudo filo de mi mente. Y quien otra cosa afirme, miente. !Voto a bríos!

Si, soy pendenciero y reñidor, pero no actúo con encono, y menos aún busco los ruidos. Si ironizo sobre mi propio destino es precisamente para apartar de mí ese regustillo amargo que me ha dejado, no ya la derrota, sino el haberme visto obligado a desviarme de la lucha, puesto que no se me ha tratado con la necesaria y prudente equidad que me permitiera algún día alzarme con el triunfo.

Me acusan de querer compararme con la Bellas Artes por haber transformado a una ninfa sencilla en deslumbrante diosa. También me vituperan porque digo que un aliento divino mueve finalmente mis hilos más allá del raciocinio o de la fría técnica. Yo he hecho que Caissa (1) fuera engendrada no sólo por el violento Ares, sino también por la hermosa Afrodita, y todos temen por ello mi poder invencible, una perfecta conjunción: la fuerza y la belleza.




Diosa Caissa




Hoy yo sigo gozando de los favores de la diosa. Y, a pesar de que ha perdido su fresca y hermosa lozanía con el paso del tiempo, no ha podido borrar de sus ojos las chispas que un día encendieron las brillantes combinaciones de los grandes maestros, los ataques más peregrinos y los violentos y múltiples sacrificios de piezas que fueron inmoladas no por veleidoso capricho, sino con el arcano fin de hacer de la victoria un acto admirable, sublime y bello. La diosa, cuando añora estos míticos tiempos, llora trebejos y poco a poco va derramando una partida inmortal sobre el tablero.

Ya queda poco de aquella época romántica en la que una imaginación exuberante y desbordada estaba por encima de los errores técnicos. La multiplicidad de variantes y la originalidad de las posibilidades combinatorias eran tan portentosas, que ante tantos y tan eximios poetas del tablero yo me sentía la pura encarnación de la poesía.
Es muy tarde y puedo oír el silencio de la noche interrumpido por los hilos de lluvia que resbalan por el cristal y rebotan en el alféizar. Afuera sólo hay oscuridad, ciento un escalofrío. Aúlla un perro.

Evoco con nostalgia aquellos tiempos en que me sentía tremendamente vivo. Yo arrastraba pasiones y emociones intensas y fui considerado un verdadero arte. Me dejaban actuar sin ataduras y daba rienda suelta a todas las posibilidades que yo podía ofrecer: posiciones inverosímiles, ataques arrolladores, ventajas abrumadoras e ilusorias, gambitos inusitados, épicos sacrificios o mates fulminantes. Me ponían en manos del azar y luego fuerzas mágicas obraban el milagro. Hicieron de mí un rito sagrado a la vez que un espectáculo, me ofrecían siemprevivas y me ornaban con filigranas y fantasías. Hasta el problema se convirtió en arte. La elegancia, la originalidad, la sutileza y la riqueza de mis combinaciones eran los más fieles atributos de mi belleza.

Pero empezaron a tomar posiciones y fueron descubriendo mi juego. Aquella belleza inocente y prístina iba a ser mancillada, y aquel nudo gordiano enmarañado fue cortado, de pronto, por la terrible espada del orden, del sistema. A los poetas se les tachó de temerarios, de locos, de seguir con fe ciega unos caminos que no conducían más que al caos. Había que encontrar el verdadero camino, el único, el recto, el que condujera al conocimiento profundo de mi esencia. Había pues que sistematizar el arte, y me querían convertir en ciencia. Una ciencia con principios y datos, con hipótesis que se pudieran probar y con reglas que había que generalizar. Y los vates se tornaron científicos, técnicos, lógicos y matemáticos, y al genio creativo le sustituyó el dogma con el fin de transformar aquella vieja Antología de poemas en una Enciclopedia.




Francoise Philidor (1726-1795)




Empezaron a estudiarme, a analizar todos mis elementos y sus relaciones y a sistematizar mi estructura. La imaginación había sido sustituida por la exactitud y ya nadie se podía apartar de la ortodoxia. Me empecé a sentir un bicho raro, una rata de laboratorio pues me diseccionaban, estudiaban los movimientos de mis piezas, observaban mis reacciones, comparaban la mayor o menor fuerza de mis posiciones y querían, a toda costa, descubrir mis puntos débiles. Me habían tumbado en la mesa de operaciones para hacerme la autopsia, como si ya fuera un cadáver.

Con la excusa de que yo alcanzara una posición sólida y estable me impedían moverme libremente. Fue entonces cuando le hice varios desplantes a la diosa, creo que nunca me lo ha perdonado. Yo antes había tenido siempre el campo abierto para salir como y cuando quisiera, pero ahora me cerraban las puertas. Y cuando protestaba por la falta de movimientos, me respondían diciendo que no era para impedirme a mí la salida, sino para evitar que otros entraran y me pudieran atacar por sorpresa. Que cuando llegara el momento decisivo era mejor la lucha sorda desde las trincheras que el enfrentamiento sangriento a pecho descubierto.




Wilhelm Steinitz (1836-1900)




Con la pérdida de dinamismo fui ganando solidez, era una persona segura de mí misma, seria, rigurosa y altiva. Pero me había vuelto un tipo insociable, me había instalado en una fortaleza inexpugnable y sólo se podían acercar a mí unos pocos elegidos. Para tratarme había que tener perseverancia y dedicarme muchas horas de pesados y complicados estudios, y no todo el mundo estaba dispuesto o tenía capacidad para ello. Había dejado de ser un simple juego y me había convertido en una ciencia, en una ciencia hermética. Ya no era el espectáculo que movía pasiones y emociones, era aburrido y técnico. Ya no buscaba la combinación magistral que exigía arrojo y valentía en aras de la originalidad y el arte, sino que andaba por caminos trillados queriendo alcanzar una posición estable que me asegurara no perder. Ya nadie gritaba !Gambito de Rey!




Siegbert Tarrash (1862-1934)




El vil metal había hecho acto de presencia en los primeros torneos y competiciones cuando empecé a frecuentar más asiduamente al Deporte, y ahora los sacrificios podían costar caro. Muchos se agarraron a las tablas buscando salvación, pero otros vieron en ellas la causa de mi muerte. Llegaron a pensar que cuando dominaran por completo mis teorías, podrían ser invencibles y yo ya no tendría razón de existir.

Enciendo un cigarrillo y no puedo evitar que una sonrisa aflore a mis labios. El egocentrismo y la soberbia humanas no tienen límites.

Las reglas generales se convirtieron en dogmas sagrados y el único camino al que conducía la técnica se había vuelto estéril. El cientifismo debía morir si no quería acabar con el objeto de su ciencia. Los mismos que quisieron hacer de mí un ser perfecto, estuvieron a punto de enterrarme. Yo me sentía paralizado por los acontecimientos, no encontraba salida, necesitaba un nuevo soplo que me alentara, que me infundiera nuevos ánimos, que me sacara de ese estancamiento insoportable y tedioso. Necesitaba ponerme en movimiento, y fue entonces cuando llamé a la diosa.

Caissa frecuentaba por aquellos días a un grupo de jóvenes rebeldes y extravagantes que se oponían a toda norma impuesta por una sociedad caduca y obsoleta, les llamaban los hipermodernos. Con el apoyo de estos iconoclastas empecé otra vez a creer en mí mismo, en mi individualidad de artista y en mis posibilidades creadoras. Sin abandonar la técnica adquirida, empecé a avanzar otra vez, a probar nuevos caminos y a moverme con dinamismo y nuevas fuerzas. Fueron años de locura y desenfreno, un nuevo romanticismo pretendía luchar contra todo dogmatismo y nos oponíamos a todo, por sistema. Pero yo, ante esas dos tendencias contrapuestas, sufría de esquizofrenia. Tenía que alcanzar el equilibrio, la armonía entre la belleza y la técnica.




Aaron Nimzowitch (1886-1935)



Richard Reti (1889-1929)



Alexander Alekhine (1892-1946)




Con el paso del tiempo y la experiencia por fin he logrado unir estos dos caminos separados, pero la gente sigue viendo en mí, no me explico por qué, una faceta más destacada que la otra.

Cada persona se acercaba a mí buscando algo distinto y es que cada uno pretendía haber encontrado lo que más le placía: el arte, la exactitud, la imaginación, la técnica, la inventiva, el análisis, la agresividad, el equilibrio, la inteligencia, la magia, la lógica, el humor, el riesgo, y así hasta el infinito. Descubrieron que en el medio juego caben tanto la ciencia como el arte.




Emmanuel Lasker (1868-1941). Escuela moderna psicológica



José Raúl Capablanca (1888-1941). Escuela de la simplificación



Akiba Kivelolovic Rubinstein (1882-1961). Ciencia y arte



Mikhail Botvinnil (1911-1995). Ciencia y arte creativo



Mijail Tahl (1936-1992)



Bobby Fisher (1943-2008)




Hombres, hombres, hombres. Pero.... ¿Dónde estaban ellas?

Aquí tenemos a las campeonas del mundo, tras abrir el primer club la pionera Vera Menchik, para escándalo y sorna de los jugadores masculinos. Club que no sólo acogió a los maestros varones por ella derrotados, también recaló allí alguno que logró ser campeón del mundo, tras ser miembro de tan distinguido club para hombres.




Vera Menchik (Checoslovaquia-Inglaterra, 1906-1944)



Liudmila Rudenko (URSS, 1904-1986)



Elizaveta Bykova (URSS, 1913-1989)



Olga Rubtsova (Rusia, 1909-1994)



Nona Gaprindashvili (Rusia, 1941- )



Maya Chiburdanidze (Georgia, 1961- )



Xie Jun (China, 1970- )




Porque las genias no nacen, se hacen; y la menor de las hermanas, fue gran maestra/o a los 15 años y se coloca entre los diez mejores jugadores del mundo.




Las hermanas Polgár: Sofia (Maestro Internacional), Judit (Gran Maestro) y Zsuzsa (Gran Maestro)



Judit Polgár (Hungría, 1976- )




Pero "bip, bip, bip" abran paso a la tecnología, me quieren convertir en una máquina. Ha pasado mucho tiempo desde que Kempelen sorprendió a medio mundo con su famoso turco(2). Hoy, las palancas, resortes y engranajes se han transformado en chips y en circuitos impresos; y la trampa y la superchería se tornan en verdad. De nuevo quieren encerrarme en un autómata (El Ajedrecista)(3) y cortarme las alas de la imaginación. Y así, hoy día proliferan mil y un cachivaches que se adaptan a las más variadas aptitudes de sus contrincantes, podemos apretar un botón y empezar a jugar. Me relegan pues, a ser un juego simplón, a ser un tonto divertimento para que otro tonto pueda pasar el rato. Y me quitan también la agradable satisfacción de estrechar lazos de amistad con el contrario, de poder cruzar una mirada u ofrecer un cálido apretón de manos.




El Turco, construido por el Baron Wolfgang von Kempelen en 1769.



El Egipcio, construido por Charles Hopper en 1894.



Gonzalo Torres Quevedo muestra el 2º autómata (1920) a Norbert Weiner.



El campeón del mundo Garry Kasparov derrotado por Deep Blue, 1997.




Pretenden dotar a las máquinas de un capacidad de análisis ilimitada para que puedan vencer a los grandes maestros. Estos fríos y calculadores jugadores de silicio podrán alcanzar una técnica perfecta, pero nunca conseguirán ser geniales. Además de memorizar y calcular hay que crear, sentir, imaginar... y esas son facultades terriblemente humanas. El ordenador más sofisticado del mundo, acaso un velocísimo Deep Blue, jamás podrá componer la Novena, como tampoco podría haber jugado la Inmortal. (Blancas: Adolf Anderssen. Negras: Lionel Kieseritzky, Londres 1851). 1. e4, e5; 2. f4, exf4; 3. Ac4, Dh4+; 4. Rf1, b5; 5. Axb5, Cf6; 6. Cf3, Dh6; 7. d3, Ch5; 8. Ch4, Dg5; 9. Cf5, c6; 10. g4, Cf6; 11. Rg1, cxb5; 12. h4, Dg6; 13. h5, Dg5; 14. Df3, Cg8; 15. Axf4, Df6; 16. Cc3, Ac5; 17. Cd5, Dxb2; 18. Ad6, Axg1; 19. e5, Dxa1+; 20. Re2, Ca6; 21. Cxg7+, Rd8; 22. Df6+, Cxf6; 23. Ae7++).




La Inmortal Imagen



Adolf Anderssen (1818-1878)




Sin embargo, visto desde el ángulo del tablero contrario, quizás enfrentarse a la máquina permita abandonar los vicios del jugador solitario, o hacerlo en línea convierta el mundo en un inmenso tablero planetario donde enfrentarse a múltiples contrincantes solidarios. Quizás sea posible, también, hacer uso de un nuevo tipo de juego postal digital ultrarrápido.




Ajedrez esférico conocido como "Globajedrez"




Miro mi ordenador, ¿Acaso sea la causa de mi muerte esa máquina infernal y destructiva que intenta deshumanizar mi arte? Me mira retador con su gran ojo boca sin parpadear. Pero no os apuréis, saldré de esta. A fin de cuentas, puedo desenchufar la máquina cuando me plazca. Y además, no os engañéis, los autómatas de hoy en día también tienen trampa: dentro de la caja llevan un jugador escondido en forma de programa. Han vuelto a olvidar que además de la técnica existe el genio creador.

Me enroco para estirar un poco las piernas y tres peones y la torre se tambalean. Con cuidado los vuelvo a colocar en sus escaques.

A lo largo de mi vida no han faltado necios, y no tan necios, que veían en mí un juego limitado, que querían reformarme porque les parecía aburrido y caduco. Y así, quisieron complicarme suprimiendo el enroque, modificando mis piezas o añadiendo otras nuevas, partiendo de posiciones iniciales anómalas o agrandando el tablero. Por favor !No me saquen de mis casillas!

Los tableros, de todos los tamaños y medidas, se construyeron con forma redonda, cilíndrica e incluso con tres dimensiones y se colocaban en las posturas más inverosímiles: en diagonal, en vertical, y hasta de puntillas. Se inventaron nuevas piezas con la excusa de dar rienda suelta a la creatividad y así proliferaron ministros, generales, emperadores, cancilleres y todo tipo de altos cargos. Una caterva de arribistas, cucañistas y trepas se lanzaron al tablero político. Hasta se ideó una pieza que permanecía inamovible en su puesto a la que denominaron divinidad. ¡Cielo santo!







Para preservar especies en peligro de extinción intentaron convertir el tablero en un zoológico y lo poblaron de elefantes, leones, jirafas, centauros, camellos, unicornios y otros mamíferos. Todavía no les había llegado el turno a los insectos. Los muy beligerantes amantes de la técnica militar, amparándose en los avances técnicos de las armas modernas vieron en la artillería un poder mucho más destructivo que el de la caballería o la infantería y así, me dotaron de aviones, submarinos, carros de combate y misiles de largo alcance. Se podía por fin aniquilar totalmente al adversario y arrasar por completo el campo de batalla. Incluso quisieron convertir el tablero en un campo de fútbol y, por primera vez, hubo un tablero esférico.




Tablero para 3 jugadores



Tablero para 4 jugadores




La mayoría de estas ultramodernas piezas unía los movimientos del caballo con los de alfiles, torres o damas, pero también se dieron otras muchas variantes. Algunas piezas iban de un extremo a otro y regresaban a la misma casilla en un solo movimiento. No habían descubierto que el sueño de la velocidad produce atascos. Otras eran corredoras, saltadoras o trepadoras. Con tan fantásticos atletas, el tablero se había convertido en un gimnasio. La imaginación no tenía límites. Ni vergüenza. Una reforma muy pueril y varias veces intentada fue variar la denominación de las piezas para adecuarlas al sentir de la época y así, al rey se le llamó gobernador, a la dama general y al modesto peón se le trató de ciudadano. La democracia había llegado al campo de batalla.
Sigue lloviendo y una luz que se ha encendido frente a mi ventana me distrae de la lectura. ¿He utilizado el tono adecuado?

Se ha escrito de mí mucho más que de don Juan y harto estoy de que me pongan en boca de Prudencios, Pacíficos, Napoleones, Desiderios, caballeros de Flandes y Perogrullos. Estoy cansado de ser juez en guerras y en disputas, de decidir casamientos, de salvar a condenados, de enjaular reyes, de arrebatar almas al diablo, de resolver enigmas, de fabular partidas reales y de hacer cruces sobre el tablero. Déjenme hablar a mí sobre mí mismo y déjenme hablar a mi manera.

Sé que se me ha escapado cierto tono chistoso, pero no deben olvidar que soy un juego, y tienen que comprender que sea jocoso. Tampoco he podido disimular mis suspicacias, a veces actúo de forma irreflexiva, y he usado el tono fanfarrón y belicoso, un tanto arcaico, de las comedias de capa y espada. Pero soy el señor de la guerra y por naturaleza hago de la lucha mi bandera. Para ser rápido en responder a un ataque hay que estar siempre a la defensiva. No me tachéis de fatuo o presuntuosos si a toda costa quiero medir mis fuerzas, si soy retador, bravucón, perdonavidas. Debajo de esa máscara rebelde y pendenciera hay un hombre de bien. Mis punzadas no escuecen, sólo incitan a sostener una pacífica lucha razonable.

Y los sensatos, los teóricos y los eruditos, los que buscáis en mí a una ciencia exacta, perdonad si la imaginación, la loca de la casa, se me vuelve a colar por una puerta falsa. Si he abusado de una prosa cercana a la poesía ha sido porque recordar mis épocas doradas me llena de nostalgia y de melancolía. Casi siempre me han achacado un genio épico, medieval, caballeresco y legendario. Me toman por un anciano venerable. Es natural !Tengo ya tantos siglos! Pero aún soy joven y estoy vivo y aunque el tiempo me ha hecho madurar y el ardor y el ímpetu se hallen más contenidos, todavía conservo la pasión y la energía necesarias para que la hermosa Caissa me siga cautivando. Y yo, a mi vez, hago a muchos cautivos.

No utilizo ya un estilo elevado como exigían las rigurosas normas de la épica, sino un hablar sencillo acorde con los tiempos que vivimos. Pero tened presente que mi lenguaje no es el de las palabras. Mi lenguaje es más universal, las frases se construyen con un gesto. Yo levanto una pieza y un mundo imaginario, una constelación, mil mitos, se levantan de pronto en un tablero. Y se entabla una guerra y surge un desafío. Se yergue un universo de héroes, reyes, damas y caballeros. Y dos fuerzas se miden, dos mentes, dos estilos, dos técnicas distintas, dos mundos enfrentados. Porque mi reino escapa a los confines de un tablero. Simbolizo la vida y sólo cuando ella muera, me asestarán el jaque decisivo.



NOTAS ACLARATORIAS

(1)
Caissa es una dríade griega venerada como la musa del ajedrez. El mito se originó en un poema llamado Caissa, escrito en 1763 en latín en hexámetros por Sir William Jones [1]. En el poema, Caissa inicialmente rechaza las proposiciones del dios griego de la guerra, Ares. Despreciado, Ares busca la ayuda del dios del deporte, quien crea el ajedrez como un regalo para Ares, para que se ganara el favor de Caissa.

Caissa es referida frecuentemente en comentarios relativos al ajedrez. Garry Kasparov acostumbra usar esta referencia, especialmente en su libro My Great Predecessors (Mis Grandes Predecesores). Es usado como sustituto para decir que se tiene suerte -"Caissa estuvo conmigo" - especialmente en situaciones difíciles. Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Caissa

(2)
El Turco fue una famosa farsa que simulaba ser un autómata que jugaba al ajedrez. Fue construido y revelado por Wolfgang von Kempelen en 1769. Tenía la forma de una cabina de madera de un metro veinte de largo por 60 cm de profundidad y 90 de alto, con un maniquí vestido con túnica y turbante sentado sobre él. La cabina tenía puertas que una vez abiertas mostraban un mecanismo de relojería y cuando se hallaba activado era capaz de jugar una partida de ajedrez contra un jugador humano a un alto nivel. También podía realizar el Problema del caballo con facilidad. Sin embargo, la cabina era una ilusión óptica bien planteada que permitía a un maestro del ajedrez esconderse en su interior y operar el maniquí. Consecuentemente, El Turco ganaba la mayoría de las partidas.

El Turco pereció en 1854 en un incendio. Tuvo descendientes como El Egipcio (1868) y Mephisto (1876), pero ninguno de ellos era otra cosa que un truco de ilusionismo. Bien distinto fue El Ajedrecista, construido en 1912 por el genio español Leonardo Torres y Quevedo, que podía jugar con una torre y un rey contra el rey de su oponente humano y fue el primer jugador de ajedrez realmente automático, el verdadero predecesor de Deep Blue. Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/El_Turco

(3)
El Ajedrecista fue un autómata construido en 1912 por Leonardo Torres Quevedo. El ajedrecista hizo su debut durante la Feria de París de 1914, generando gran expectación en aquellos tiempos y hubo una extensa primera mención en la Scientific American como "Torres and His Remarkable Automatic Device" ("Torres y Su Extraordinario Dispositivo Automático" el 6 de noviembre de 1915. Utilizando electroimanes bajo el tablero de ajedrez, jugaba automáticamente un final de rey y torre contra el Rey de un oponente humano. No jugaba de manera muy precisa y no siempre llegaba al mate en el número mínimo de movimientos, a causa del algoritmo simple que evaluaba las posiciones. Pero sí lograba la victoria en todas las ocasiones.

Contrario a El Turco y a Ajeeb que eran dispositivos operados por humanos ocultos, para dar la falsa impresión de ser autómatas, El Ajedrecista era capaz de jugar ajedrez sin intervención humana. Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/El_Ajedrecista

(4)
Deep Blue, una computadora concebida para jugar al ajedrez. Derrotó al campeón mundial Garry Kasparov en 1996.
Con lo que le costó a IBM derrotar a Kasparov, y resulta que ya se había hecho algo parecido más de dos siglos antes... Bueno, no. Tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Deep_Blue.





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